FORMACIÓN

martes, 14 de mayo 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISALa palabra como revelación
Romano Guardiani, capítulo 14/1

      La santa Misa es una acción, pero como tal no transcurre silenciosamente, sino que se realiza combinando el obrar y el decir. La palabra que aparece en la santa Misa contiene múltiples facetas, y percibir esta diversidad y distinguir sus configuraciones servirá no sólo al entendimiento, sino también 
a la praxis vital.

      En la misa, la palabra es ante todo una forma de revelación, mediante la cual Dios le dice al hombre quién es él y qué es el mundo ante él. Dios manifiesta su voluntad y otorga su promesa. Es la palabra de la Sagrada Escritura que, en la celebración del memorial del Señor, nos sale al encuentro en cada paso, ante todo en su primera parte, compuesta casi exclusivamente de palabras, mientras que la acción está reducida a su mínima expresión, como determinados gestos y actitudes, o se desplaza simbólicamente de un lugar a otro.

      La Primera lectura
, la Epístola y el Evangelio son textos extraídos directamente de la Sagrada Escritura. Aquélla del Antiguo Testamento, la segunda -como su nombre indica- de las epístolas apostólicas, a veces también de los Hechos de los Apóstoles, y el último, como lo dice su nombre, 

de los relatos sobre la vida del Señor, de los Evangelios. A continuación, esta palabra se presenta en 
la “homilía”, la cual debe ser la explicación, desarrollo, apropiación y adaptación de la Palabra directa de Dios, que pierde este carácter en la medida que desciende al pensamiento particular del hombre.

      La Palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla él mismo, pero con lenguaje humano. Parece que hubiera también un hablar de Dios, que se mantiene, por así decir, en un nivel puramente divino, a través del cual concede inmediatamente luz y sabiduría al espíritu; no se expresa con palabras humanas, sino que permanece en un plano que roza simplemente lo íntimo del hombre, proporciona un convencimiento sosegado, pero inmediatamente comprensible. 

      Un mensaje tal no puede ser divulgado nunca, pues se dirige únicamente al que lo recibe. Con la revelación sucede otra cosa, porque es para todos los hombres y para la historia, razón por la cual adopta esa forma en la que se realiza la comunidad espiritual de los hombres, es decir, la comunidad reunida en torno a la palabra proclamada. Esa palabra es humana en todo sentido, tanto en el lenguaje hablado -como articulación de sonidos y de significados-, como en todo otro tipo de discurso. 

      En este plano humano, se hace presente el significado divino, Pero no como si fuera una piedra preciosa depositada en un estuche, pero que en definitiva permanece separada de éste -con lo cual en todo momento puede ser extraída y considerada en sí misma-, sino de tal modo que constituye una unidad viviente. Tampoco en la palabra natural el significado puede ser aislado del vocablo audible y considerado en sí mismo, sino que se relaciona en este último como el alma con el cuerpo. Pero esta totalidad de vocablo y concepto es ahora como si fuera el cuerpo para una nueva” alma”, para lo divino, de la misma manera que en el hombre mismo -quien es un todo compuesto de espíritu y cuerpo- penetra la gracia y lo convierte en un ser superior, en el “hombre nuevo” o “espiritual” del que habla san Pablo.

      Quiere decir que esta palabra tiene que ser aprehendida también efectivamente como “palabra”. 
No sería suficiente con tomar en cuenta de ella simplemente el contenido expresable abstractamente, porque de esa manera sólo se tendría una doctrina desarrollada en lo conceptual, separada de su raíz. 
La palabra, es más: es contenido y forma, pensamiento y amor, espíritu y corazón, un todo perfecto y vibrante.
                     (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La palabra como revelación, capítulo 14/1, p. 55-56)

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lunes, 6 de mayo 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA: La acción sagrada
Romano Guardiani, capítulo 13/2 

      Es indudable que esto constituye la institucionalización, es decir, el centro del culto cristiano. Cuando Dios dictó la ley de la Pascua, encargó a los hombres hacer una ofrenda en un tiempo determinado, celebrar un banquete y conmemorar en él la liberación producida antaño. Ésta era una acción que se desarrolló en forma acorde con lo que los hombres tienen posibilidad de hacer, pero que, en sentido riguroso, se nutrió del mandato divino. Con la acción que Cristo instituye ocurre otra cosa. Él no dice: “deben reunirse un día determinado y organizar una comida en armonía. Entonces el más anciano tiene que bendecir el pan y el vino, y recordarme en ese gesto”. Tal acción sería semejante a la cena pascual, cabría dentro de lo que le es posible hacer al hombre; divino sería sólo el acontecimiento que ella conmemoraría. Pedro Cristo dice otra cosa. En la frase “haced esto”, el esto significa precisamente lo que yo he hecho. Pero lo que él hizo es algo que va más allá de toda posibilidad humana, ya que es una acción de Dios, surgida de su amor y de su omnipotencia en forma tan incomprensible como la creación y la encarnación. Jesús confía esta acción a los hombres. No dice “pedid que Dios la haga”, sino simplemente “haced”, con lo cual pone en sus manos una acción que sólo puede ser realizada por Dios. El misterio de este acto es análogo al del lugar sagrado y al del tiempo santo, que ya han sido tratados. El hombre obra, pero en el obrar humano obra Dios, y no sólo porque Dios participa en todo obrar humano, sino también que tenemos de él la realidad y la fuerza, el acontecimiento y la voluntad, de tal modo que todo nuestro obrar es obra de Dios. Aquí nos encontramos con un acto particular e histórico, que no acontece en ninguna otra parte tal como es ahora. En este sentido, la palabra “institución” tiene aquí un significado totalmente particular y único: Dios ha decidido, proclamado y dispuesto que los hombres deben ejecutar esta acción. Pero tan pronto como ésta se realiza, él mismo realiza en ella una acción que le está reservada tan sólo a él.

      A este carácter de la acción, el hombre le añade un sentimiento y un modo de comportarse particulares. Si algo debe nacer de la originalidad de la experiencia, entonces el hombre tiene que percibir lo que ocurre y debe tener la fuerza para expresarlo. El procedimiento tiene que ser digno de fe, vital, noble, dueño de la palabra y del gesto. Si la acción debe nacer del sentido proporcionado por las horas o las épocas que se reiteran regularmente, el que la efectúa debe percibir la verdad de esta relación y el misterio que la envuelve, y tener para esto una expresión acorde a la diversidad de las horas que se repiten. Se exige algo más, cuando la acción se origina en la institucionalización.

      Este algo más no es la experiencia y las expresiones creativas, no es el conocimiento siempre nuevo del sentido que reside en el núcleo de la existencia y la apropiación de una forma expresiva reiterada, sino la obediencia frente a la voluntad legisladora, el hombre tiene que conocer lo que el Señor ha querido y hacer lo que ha pedido. Esto es el culto, independiente tanto de la experiencia particular como de la comprensión de su significado natural. Este culto tiene su origen en la fe y en la obediencia. No configura ninguna acción particular, sino que recoge una acción divina, le prepara el lugar y le da la fisonomía de un acto terrenal. En consecuencia, en su sentido profundo, es una actitud desinteresada, en la cual el hombre alcanza indudablemente su propio ser. Por eso, esta acción puede ser realizada ininterrumpidamente, bajo las diferentes circunstancias de la historia universal y de la historia particular, tanto en tiempos de riqueza como de pobreza, tanto en las horas de aflicción y de tristeza, como en los tiempos de libertad y de alegría.                                                                                          (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La acciòn sagrada, capítulo 13,2, p. 54-55)

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viernes, 3 de mayo 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓNDE 
LA SANTA MISALa acción sagrada
Romano Guardiani, capítulo 13/1

      Después de haber expuesto la configuración sagrada del espacio y del tiempo, se debería hablar ahora de aquello que se realiza efectivamente en ellos: la acción de la misma misa. Pero de esto trataremos detalladamente en la segunda parte de este libro. Ahora sólo queremos ocuparnos atentamente de una sola cosa, precisamente del carácter que tiene esta acción. Una acción religiosa puede originarse en diferentes causas. Lo que actualmente es más afín a nosotros es la experiencia inmediata. Imaginemos que algunos hombres hubiesen escapado juntos de un peligro mortal y estuviesen a salvo; podemos pensar que podrían estar en silencio, basados en un signo interior, lo que demostrarían quitándose sus sombreros o por medio de alguna expresión de profunda emoción y reverencia frente a Dios. Su acción sería expresión inmediata de lo que habrían vivido, pero justamente sería solamente posible en este momento y entre estos hombres. En cuanto alguien quisiera repetir la misma acción, ésta sería falsa y desagradable.

     Pero la acción también podría tener su origen en el significado contenido en un momento que se repite periódicamente. Por ejemplo, al final del día, cuando el hombre ha terminado su tarea, ha pasado por vicisitudes y ha cumplido con sus obligaciones, quiere sumergirse en la oscuridad del sueño, en el cual se anuncia la extensa noche de la muerte. En este momento, el hombre siente íntimamente que tiene que recogerse y ponerse en las manos de Dios, y si ha aprendido a obedecer los avisos interiores, también hará algo semejante a eso… Algo similar vale para el comienzo del día. También aquí el hombre siente que, en sentido estricto, debe hacer algo que es religioso por esencia, como es el afirmarse en sí mismo y dirigirse hacia lo que Dios exige de él. Lo mismo se podría decir para la finalización de un año y para el inicio del nuevo, etc. Estas acciones pueden reiterarse, ya que no proceden de una experiencia irrepetible, sino del ritmo de la existencia que se repite continuamente y es válido para todos. Es por eso que estas acciones también pueden ser realizadas siempre, en distintas circunstancias y por hombres diferentes.

     Por último, una acción sagrada también puede surgir por efecto de una institucionalización. La “institucionalización” significa que algo ha sido declarado como válido y por eso obliga a los hombres a realizar una acción determinada. En este sentido, sólo puede instituir quien posee autoridad. Por ejemplo, un hombre que es apreciado por la fuerza religiosa que emana de su persona y tiene confianza de los demás, por un motivo valedero, puede instituir un día conmemorativo. Cuantes veces se reitere ese día, será ocasión para celebrarlo. Esta acción no procede ni de la inmediatez de la experiencia ni de la conexión natural de los días o de los años, sino de la autoridad de aquél que ha instituido la ley.

     Únicamente Dios instituye con verdadera autoridad. Lo hizo cuando dispuso, al abandonar Egipto los hebreos, que cada año la cena pascual conmemorase esa salida liberadora. En esta celebración, Cristo instituyó, en la Última Cena, un segundo acontecimiento: la conmemoración de su muerte. En ella presentó su unidad con la voluntad del Padre, su vida y su misión redentoras y su realidad salvífica viviente, presente en las palabras pronunciadas sobre el pan y el vino y en la participación comunitaria de la comunión. Pero a los suyos les dejó encargado que conmemoraran en forma ininterrumpida este acontecimiento, cuando les ordenó: “HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.” continúa
                     (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / la acción sagrada, capítulo 13/1, p. 52-54)

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sábado, 25 de abril 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISAEl día sagrado y la hora santa
Romano Guardiani, capítulo 12 /2. 

      Nos hemos preguntado en que consiste el tiempo sagrado. La respuesta es que Dios de ha introducido en el tiempo, ha vivido en él, ha obrado y cumplido un destino. Todo esto se resume en el día de Pascua y en la reiteración del día de Pascua al comenzar cada semana y a lo largo de todo el año. Pero ciertamente en el misterio mismo de la Misa, el destino de Dios entre los hombres, encuentra una vez más una expresión temporal.

      Este destino divino se ha realizado en el tiempo, pero la acción y el destino de Dios han tenido su origen en la voluntad eterna. Esto aconteció una sola vez para siempre, razón por la cual allí, en tanto acontecimiento terrenal, ha tenido su comienzo y su fin. Pero, al mismo tiempo, esta voluntad divina permanece realmente invariable en el ámbito de la eternidad, donde Cristo está con su destino delante el Padre. Sin embargo, antes de morir, ha querido que su designio redentor sea conmemorado en forma interrumpida. Es por eso que en la Última Cena Jesús les entregó a los suyos el pan de su Cuerpo y el vino de su Sangre, diciéndoles: “Hagan esto en conmemoración mía”. En consecuencia, los enviados por el Señor, para ejecutar este mandato en todo el universo, actualizan lo que ocurrió en aquel entonces. Este memorial que se consuma aquí no es solamente un recuerdo del pensamiento y del corazón, sino que también resurge lo que es rememorado por ellos. Por medio de la consagración, la verdadera gracia divina, presente en el ámbito de la eternidad, se introduce en forma incesante en el tiempo.

      En tanto que el Dios eterno existe en nuestra dimensión temporal, según el tiempo santo en sentido específico. Éste fue, en primer lugar, aquél que transcurrió entre el anuncio del ángel Gabriel y la Ascensión del Señor. En este lapso, el Hijo de Dios encarnado estuvo entre nosotros: vivió, obró y realizó su destino, en ese tiempo y en ningún otro. En ese entonces, Dios se hizo realmente hombre, en aquel año del reinado de César Augusto, y murió realmente en ese año “bajo Poncio Pilatos”. Ni antes ni después, El Logos eterno hecho hombre ha existido en esos años. Esto se actualiza en la celebración de la santa Misa. Cristo se introduce en medio de la comunidad reunida y está corporalmente vivo y presente en ella, cada vez que el sacerdote, a partir del poder que el Señor le ha concedido, repite las palabras sobre el pan y el vino, y permanece allí hasta el momento de la comunión. De nuevo tenemos un tiempo determinado, con principio y fin; un lapso breve, en el que, en sentido estricto, se produce el “tránsito del Señor”.

      Ser consciente de este carácter temporal -de su comienzo, de su transcurso y de su fin- es esencial para la correcta celebración de la misa. Se trata de un tiempo breve, pero que está impregnado totalmente de eternidad. Esto es algo que se diluye fácilmente por la costumbre de exponer el Santísimo durante la santa Misa -prohibida después de la reforma litúrgica del Vaticano II-. Esta costumbre se origina en el deseo de los fieles de tener lo más cerca posible al Señor en el misterio de la Eucaristía y mantenerlo en medio de ellos. En esto hay algo muy vital, e incluso muchas veces la Iglesia ha cedido a ese deseo. Pero se puede apreciar, justamente, que cualquiera se da cuenta de que esto no se efectúa sin restricciones. La exposición del Santísimo, durante la misa, suprime muy fácilmente la conciencia del tiempo santo. Que la hostia permanezca sobre el altar en forma ininterrumpida como su fuera una estrella, encubre el acontecimiento del” tránsito”, a través del cual Dios se hace presente, permanece y vuelve a marcharse.

      Es muy importante experimentar esta transitoriedad, es decir, el momento sagrado que proviene de la eternidad. Nos absorbe en sí y, en virtud de su permanencia, está con nosotros en forma diferente de la acostumbrada: en seguida nos hace salir nuevamente a la caducidad de la existencia cotidiana. Pero si hemos experimentado realmente esa transitoriedad, somos depositarios de la semilla de eternidad que proviene de la Resurrección del Señor, y nuestra vida en el mundo perecedero se transforma totalmente.

                (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 12/2, p. 51-52)
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jueves, 18 de abril 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA:  El día sagrado y la hora santa
Romano Guardiani, capítulo 12 /1. 

      “En el día del Señor, está insertado el descanso del Creador del universo. De su institución. De su institución habla el Génesis, cuando dice al final del relato de la creación. Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos. El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hace la obra que habría emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró; porque en él cesó de hacer la obra que había creado (Gn2, 1- 3). Pero el día del que habla el relato de la creación es el séptimo, es decir, el sábado. Por el contrario, el día santo del Nuevo Testamento. Jesucristo fue quien realizó en plenitud los anuncios del Antiguo Testamento, pero también su Señor. En él se cumplió la promesa que ha recorrido todo el A. T: el Mesías ha de venir. Toda la Antigua Alianza se orientaba hacía el.

      Justamente con eso Jesús puso fin al A. T, y dio un nuevo sentido, tan diferente, que sus seguidores visualizaron en él al enemigo de Dios y lo mataron. Pero este destino se convirtió en la consumación de su amor redentor, y con la muerte y resurrección de Cristo comenzó el nuevo orden. La tarde anterior a su muerte, en la institución de la Eucaristía, Jesús habló con sobriedad divina de “la Nueva Alianza sellada con su Sangre” (Lc 22, 20). Pero el día de Pascua, en el que resucitó y culminó su misión, se convirtió en el nuevo día de la perfección. En él nuevamente Dios “descansó de toda su labor creadora y de su trabajo”, a partir de lo cual debe originarse el nuevo hombre, el nuevo cielo y la nueva tierra. Este día retorna semana tras semana como domingo. En él están íntimamente unidos los memoriales de la primera y de la segunda creación. El descanso divino, que se consumó el sábado, se asocia con el triunfo de su resurrección. En los acordes de la serenidad, llegan los de la victoria. La promesa se vincula al memorial, ya que el sábado retrotrae al comienzo, si bien en la eternidad, pero hacia atrás, al comienzo de todo. El domingo prevé el fin, una vez más en la eternidad, pero respecto a lo que ha de venir. El domingo tiene carácter escatológico, ya que anuncia el nuevo mundo que se origina por la obra de Cristo, mundo que debe revelarse en la eternidad.

      Nos hemos preguntado si se puede decir que Dios descansa, ya que él es el que, eterna e invariablemente, está en todas las cosas y obra en todo. Hemos escuchado el testimonio de la revelación, que nos dice que verdaderamente Dios decide llevar a cabo su obra, crea y descansa. Se predica, a lo largo de toda la Sagrada Escritura, que él es el que perfecciona todas las cosas y el que las gobierna, pero también el que es capaz de hacerse presente y de obrar personalmente, con total libertad. Ella relata como Dios llamó a un hombre determinado y celebró con éste un pacto de fidelidad; como ratificó en este pacto al pueblo que surgiría de la descendencia de este hombre; como condujo a este pueblo manteniéndose fiel al pacto sagrado, en medio de permanentes enfrentamientos con su desidia y rebeldía; como se sobrepuso una y otra vez a las reiteradas caídas del pueblo sin rehusar jamás su fidelidad, y como su generosidad traicionada soportó permanentemente este destino. Más aún, la Sagrada Escritura narra como Dios se reveló en su ser más íntimo, cuando el Padre envió al mundo a su Hijo eterno como Mesías anunciado a través de toda la historia del A. T., y como el Espíritu Santo lo guiaba, de tal modo que todos experimentaron lo extraordinario. Finalmente, relata que el Hijo de Dios estuvo entre los hombres hasta cumplir con su destino, cuando la oposición secular se unió contra él y le dio muerte. La consumación de todo esto, la victoria, la resurrección, se manifiesta en el día del Señor” continúa

              (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 12/1, p. 49-51)     

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jueves, 11 de abril 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISAEl día sagrado
Romano Guardiani, capítulo 11

   “La santidad del día del Señor no proviene, entonces, del hecho de que el hombre descansa en este día. Esta santidad no tiene su origen en el ritmo natural de la vida, como si durante seis días el hombre tuviese atado por las obligaciones y constreñido por los rines de estas últimas, y fuese libre en el séptimo día de su existencia, de tal modo que, en esta existencia libre, podría hacerse presente lo santo. Pero lo que lo que la fe y la liturgia mencionan es algo completamente diferente. La santidad del día del Señor, de la cual estamos hablando, no procede del hecho de que el hombre experimenta algo en ese día, sino de lo que Dios ha obrado realmente en él, es decir, que ha descansado. Dicho con más precisión: en relación con la creación, hay en Dios un misterio, el cual se llama su “descanso”. Nosotros no podemos entender esto, pues ¿qué es lo que significa que el Todopoderoso descanse? Pero si nos ponemos a pensar con un corazón creyente, entonces, experimentamos precisamente que debe ser algo muy profundo. Dios no sólo es el espíritu eterno -lo Absoluto del cual se suele hablar en sentido filosófico-, sino también el que obra, de quien se puede afirmar todo lo que se dice de un hombre que se entrega a su obra, se eleva, crea, ordena, configura y también descansa (Cfr. Génesis 2,2), después de haber consumado todo. El séptimo día de la semana está totalmente impregnado de este misterio, del mismo modo que los demás días lo están por el misterio del quehacer divino.

      El domingo tiene carácter casi sacramental. En el sacramento, la configuración de un proceso natural -como ser el lavado o la confesión de la culpa- está unida al imperio de la gracia. En tanto esa figura natural se realiza, la gracia se torna eficaz, de la misma manera que el acto del alma espiritual repercute en el movimiento corporal y se configura en cada acto humano. El domingo es algo parecido a esto. El esfuerzo natural que se acumula en el domingo por los seis días de trabajo, y el aflojamiento de la tensión, que se produce por el descanso dominical, configuran el acontecimiento natural en el que Dios ha insertado el misterio de su descanso, para compartirlo con nosotros. Guardar el domingo significa interiorizar el misterio del descanso divino luego de la obra de la creación del mundo, venerarlo y ponerlo de manifiesto al organizar el día.

      Tan bello es este pensamiento en sí, como tan difícil es su implementación. Si hablamos de esto, no podemos internarnos en fantasías, sino que debemos mantenernos en el plano de la realidad.

      El domingo está en peligro, justamente porque no deriva del ritmo natural de la vida. Lo que es natural de algún modo se impone. Pero la raíz del domingo está en la revelación, por eso se lo puede destruir fácilmente, aun cuando también se hace patente en este día una necesidad importante de nuestra vida natural. Pero, en forma incesante, se presentan puntos de vista económicos, sociales o de cualquier otra índole, que dejan de lado el domingo: el trabajo lo carcome, el esparcimiento ocupa el lugar del descanso y destruye la sacralidad, o no se concibe el sentido de la acción sagrada misma, por eso el descanso sólo es afirmado por obligación y da origen a un estado de aburrimiento, que es peor que si se continuara trabajando. De este modo, el domingo impone una obligación, que casa uno debe ver cómo la resuelve, de acuerdo con sus condiciones personales.

      Esta tarea es importante para cada uno, pero también y ante todo para la familia. Debemos comprender qué es lo que está el juego, ver lo que es valioso para nosotros y realizarlo con tanta decesión como cuando nos decidimos a obrar, siempre que algo importante nos atañe o afecta.   (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 11, p. 47-49)

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jueves, 4 de abril 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA:  El día sagrado
Romano Guardiani, capítulo 10 

      “Separado del ámbito mundano, el lugar sagrado surgió cuando el Hijo de Dios apareció sobre la tierra, al ser concebido en Nazaret y nacer en Belén, a ir y venir entre nosotros en Palestina, cuando se podía decir: “aquí está él, allí va”. Análogamente, ¿hay también un tiempo sagrado?

      Una vez más, tenemos que decir que éste no depende del hombre. No hay ningún hecho, ni experiencia, ni momento ni nada que se le parezca, por medio del cual el hombre sea capaz de ennoblecer un día o una hora, de tal modo que sean santos frente a Dios. Esto puede ocurrir únicamente por él, en una forma tal, que él mismo se inserta en estas configuraciones temporales. Yo estoy de una determinada manera “en el tiempo”, puesto que vivo, me desarrollo, actúo y experimento un destino en él. ¿Pero algo similar puede pensarse de Dios? Espontáneamente respondemos con un no. Dios no sólo vive muchísimo tiempo, en forma cada vez más creciente, sino, en verdad, eternamente.

      Su vida en general no tiene nada que ver con el tiempo. Dios no crece ni disminuye, no se desarrolla ni se transforma -todo esto implicaría al “tiempo”-, sino que realiza efectivamente su simple vida infinita, en forma completa y perfecta, en un puro presente. Pero él también ha creado el tiempo, así como todo lo que existe. Dicho con más precisión: Él ha creado el mundo, y éste se basa en la temporalidad. De esta manera, también Dios accede al tiempo y está en él, pero en todas las figuras temporales, tanto en las pequeñas como en las grandes: tanto en el día, en la hora, en el minuto, en los destellos temporales para nosotros invisibles -de los que habla justamente la física-, así como en los años, en las centurias, en los milenios y en las mediciones temporales inimaginables con las que hacen cálculos los astrónomos.

      Dios accede y abarca a todas ellas, y ningún tiempo es en sí más sagrado que otro. El que lo sea depende de que el acontecimiento respectivo puede hacer resaltar la santidad de Dios vigente en todas partes, encarnarse en el hombre y grabarse en el curso de la historia. Pero de ninguna manera estamos hablando aquí de eso. Una “hora santa” puede consumarse en cualquier momento ya sea en un suceso natural, en las relaciones familiares o en los acontecimientos históricos.

      Cuando la liturgia habla del tiempo sagrado, hace mención a algo concreto y expresivo, de la misma manera que habla de la forma y de la materialización del lugar sagrado. Sólo la revelación nos permite saber lo que puede ser esto, pues nos lo hace conocer con toda claridad, cuando afirma que, en uno de los siete días de la semana, Dios debe ser glorificado, por cuanto él descansó en ese día, después de haber creado el mundo.

      Esta frase no puede ser tomada en sentido metafórico. Lo que ella menciona es algo plenamente misterioso, pero totalmente categórico. El libro del Génesis, en el relato de la creación, dice que la obra de Dios se consumó en el curso de la semana. Durante seis días, Dios creó todas las cosas y el séptimo día descansó. El relato no tiene nada que ver con la concepción científico-natural, la que explicaría en cuánto tiempo han surgido los astros, las plantas o los animales. La “semana” de la que se habla aquí no tiene sentido habitual de una indicación temporal, sino que es un símbolo de ordenamiento sabio al modo humano, según el cual se ha llevado a cabo el desarrollo del mundo. Pero por encima de esto, lo que se dice sobre la semana afirma algo perfectamente preciso: ya en los comienzos del mundo, Dios ha configurado sus siete días de tal modo que ha destinado al hombre seis días de éstos para trabajar, pero el séptimo lo ha reservado para si mismo, porque “en ese día”, él se entregó al descanso, después de haber terminado la obra de la creación.”  continúa     

      (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 10, p. 46-47)






























viernes, 5 de abril 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN DE LA
SANTA MISA: El altar como mesa
Romano Guardiani, capítulo 9

      “El Dios, sobre cuyo altar se ofrecen los dones, no es ni el fundamento vital del pueblo ni tampoco el misterio del mundo, sino que es el Creador y el Señor de todo. Por medio de la ofrenda, se le rinde tributo como tal Señor. Mediante esta ofrenda tributada, no se pretende ni se procura que Dios pueda vivir y permanecer fuerte, sino proclamar que todo le pertenece a él. El hombre sólo puede disponer de las cosas, si Dios se lo concede. En sentido estricto, el animal escogido del rebaño debe ser sacrificado únicamente delante del altar, no porque Dios necesite su sangre, sino porque toda vida es propiedad suya, la cosecha debe ser consumida sólo ante el altar, porque todo lo que “lleva semilla en sí mismo”, es propiedad de Dios. Esto se expresa en la ofrenda del animal y de las primicias del campo. Del altar, el hombre recibe nuevamente rebaños y semillas, con lo cual puede disponer de ellos.

      El altar es la mesa a la que nos convoca el Padre que está en el cielo. Por la redención hemos sido hechos hijos e hijas de Dios, razón por la cual él nos lleva a su casa. En el altar, somos convidados de su santa mesa. En ésta, la mano del Padre nos entrega el “pan del cielo”, justamente la Palabra que es la Verdad, y superando todo don imaginable, a su Hijo encarnado, el Cielo vivo (Juan 6). Significa que lo que se nos da es una realidad corporal y, a la vez, verdad plena de sentido, vida y persona, en una palabra, ofrenda.

      Ahora bien, si preguntamos si en la mesa Dios también recoge algo; si pensamos que la antigua creencia, según la cual hay una real comunidad de banquete entre Dios y el hombre, tampoco encuentra su consumación en la atmósfera pura de la fe cristiana… la respuesta no es sencilla, ya que se tiene miedo de atentar contra el temor reverencial. Siempre podemos recurrir a un misterio, que rebosa en las cartas de san Pablo y que también aparece en los discursos de despedida del Evangelio según san Juan. El fruto de la venida divina es la redención. Pero esto no significa únicamente perdón de los pecados y justificación, sino, además, que el mundo es devuelto al Padre. Y junto con ello significa no sólo que el hombre se dirige nuevamente hacia Dios por la obediencia y el amor, sino también que el hombre, y a través de él el mundo, es aceptado con toda su realidad en la vida de Dios. Esto es lo que Dios desea fervientemente que ocurra. Cuando se nos dice que él nos ama, no sólo significa que Dios piensa en nosotros con benevolencia, sino que nos ama en el más pleno y profundo sentido de la palabra.

      Dios anhela alhombre. Él extraña a su creación, quiere tenerla consigo. Cuando Cristo exclama en la cruz: “Tengo sed”, está expresando, antes que nada, la necesidad material del moribundo, pero no sólo eso (Juan 19,28). Cuando en el pozo de Jacob los discípulos le piden que coma del alimento que ellos le han traído, él les contesta: Mi comida es hacer la voluntad de aquél que me envió y llevar a cabo su obra (Juan 4,34). Aquí aparece una forma completamente misteriosa de hambre y de sed, como es el hambre y sed de Dios mismo. San Agustín afirma que recibir la eucaristía significa no tanto que nosotros comemos al Dios vivo, sino, más bien, que este Dios viviente nos introduce en sí mismo. No queremos abusar en estas cosas, porque son de una santidad velada. Sin embargo, debemos señalar que hay un misterio del amor y de la comunidad divina, que se realiza efectivamente en el altar.

            (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como mesa, capitulo 9 p. 44-45)

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viernes, 16 de febrero 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN DE LA

SANTA MISA:  El altar como mesa
Romano Guardiani, capítulo 8 

      “El altar es el umbral para el arrobamiento divino. Por Cristo, Dios ha dejado de ser desconocido e inaccesible, ha orientado su mirada hacia nosotros, ha venido a nosotros y se hizo uno de nosotros, para que podamos ir hacia él y pertenecerle. Pero el altar es la frontera donde se produce el tránsito de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia él.

      Aquí debemos decir algo sobre las imágenes con las que solemos expresar los misterios divinos. Ellas revelan la plenitud de éstos y extraen rasgos particulares, para que podemos captarlos más fácilmente. En tanto vemos el altar como umbral, pensamos en algo determinado y dejamos de lado otros aspectos, por ejemplo, aquéllos a los cuales hace referencia el término “mesa”. Las imágenes proceden también del mundo terrenal. En sí, entre los ámbitos humanos y divinos no hay ninguna puerta, tal como existe entre la calle y el interior de una casa o entre un cuarto y otro. En consecuencia, las formas de representar nuestra existencia son trasladades a la vida divina por medio de imágenes. Pero no conviene insistir demasiado sobre lo inapropiado de estas imágenes, a no ser que queremos dejar de lado lo importantes.

      De ninguna manera son simples recursos, buenos para los niños y para el pueblo, mientras que el hombre “culto” debería expresar lo que piensa en forma pura, es decir, a través de meros conceptos. Es por eso que Jacob, el nieto de Abraham, cuando se despertó de su sueño profundo, exclamó: “¡Qué terrible este lugar! ¡Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo! (Gn 28,17). Y san Juan escribió en el Apocalipsis: Después tuve la siguiente visión: Había una puerta abierta en el cielo, y la voz que había escuchado antes, hablándome como una trompeta, me dijo: “Sube aquí, y te mostraré las cosas que deben suceder en seguida” (Apoc 4,1). Si dijéramos que en este pasaje el término “puerta”, en realidad, es “una imagen”, que utilizamos para significar que Dios está próximo, aun cuando es invisible, ya que ningún hombre puede alcanzarlo, aunque él sí puede elevarnos hacía sí, esto sería correcto pero mezquino. Aquí se habla de una puerta, y la puerta es justamente eso. Nuestro pensamiento puede intentar expresar su significado recurriendo a conceptos y a principios, pero éstos son simplemente un auxilio o una ayuda, y nada más que eso.

      En consecuencia, se invierten los términos, ya que lo específico es la imagen, y los pensamientos sólo pretenden hacer patente su profundidad. La imagen dice más que el pensamiento. La contemplación, el acto por el cual captamos la imagen, es más vital, más plana, más profunda y más variada que el pensamiento. Si se permite la expresión, diría que los hombres modernos somos completamente conceptualistas, ya que hemos perdido la capacidad para contemplar imágenes, oír parábolas y realizar acciones simbólicas. Pero podemos aprender nuevamente algo de eso, en tanto estimulemos y ejercitemos la capacidad para ver y percibir, la que hasta ahora ha sido despreciada y minusvalorada. El misterio del altar contiene más que  lo que expresa la imagen del umbral, ya que también es mesa.

      En las religiones de todos los pueblos, se vislumbra que, en torno a la mesa sagrada, no sólo se hace presente el hombre, sino también la divinidad. En todas partes, el hombre piadoso deposita ofrendas sobre el altar, para que la divinidad las reciba. Que estos dones no deben pertenecer más al hombre, sino a la divinidad, se enfatiza inclusive en el hecho de que son destruidos o, en todo caso, se impide su utilización por parte del hombre, ya que se quema el cuerpo de la ofrenda y se derrama la bebida”. continúa

        (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 8, primera parte, p. 42-44) 

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jueves, 15 de febrero 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN DE LA

SANTA MISAEl altar como umbral
Romano Guardiani, capítulo 7, segunda parte 

“Se necesita sólo la disposición interior y una reflexión serena, con las que el creyente vive realmente este misterio y su corazón responde con profundo respeto. Más aún, en algunas ocasiones propicias, puede incluso experimentar algo similar a lo que experimentó Moisés: cuando apacentaba el rebaño en la soledad del monte Horeb, y se le apareció “el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse”, Moisés intentó acercarse…” (Ex 3, 1-5). Es muy importante que el hombre experimente alguna vez el temor por la presencia de Dios y se aleje de los lugares sagrados, para que le sea evidente, en lo más íntimo de sí, que Dios es Dios, y que él es hombre.

      La confianza en Dios, la cercanía y el refugiarse en él se aflojan y debilitan, cuando faltan el conocimiento de la majestad que aleja de sí y el temor ante la santidad divina. Hacemos bien en rogar a Dios para que nos permita pasar por esta experiencia. Probablemente el altar sea el mejor lugar en el que podemos experimentarla. Pero el umbral no sólo es límite sino también tránsito. Más allá de él se puede pasar a otro lugar, deteniéndose en él se puede recibir a aquél que se acerca desde allí. En este sentido, el umbral es algo que constituye una unidad, ya que es ámbito de unión y encuentro. También esto está presente en el altar. La síntesis de la revelación lo constituye el mensaje que proclama que Dios nos ama. El amor de Dios no es la ampliación infinita de aquello que encontramos también en nosotros mismos. Ese amor debía ser revelado, en consecuencia, es un misterio, algo inaudito de lo cual somos perfectamente conscientes, cuando vemos claramente quién es Dios y quiénes somos nosotros. Ese amor encuentra su expresión auténtica en el acontecimiento de la encarnación. Dios abandonó el reino que había reservado para sí, descendió, se ha hecho uno de nosotros y ha adoptado nuestra vida y nuestro destino. Ahora está entre nosotros, está de nuestro lado. Este es su amor, el que configura una proximidad que de ninguna manera el hombre había podido concebir para sí mismo. Este estado de ánimo se expresa en el altar, nos dice que Dios se ha vuelto hacia nosotros, que él ha descendido de las alturas, que desde su lejanía se la acercado a nosotros.

      El altar nos expresa que Dios está entre nosotros, mejor dicho, en nosotros. El altar mismo afirma que hay un camino, que, desde la lejanía de nuestra condición de criaturas, nos eleva hacia él; que desde lo profundo de nuestro pecado, nos conduce hacia él; que podemos recorrer este camino, pero no con nuestras propias fuerzas sino con las que él nos da. Podemos ascender hacia Dios, sólo porque ha trazado el camino hacia nosotros. Puesto que él ha descendido, entonces nos eleva. Él mismo, el que ha venido, es “el Camino, la Verdad y la Vida”

      Lo que llamamos “oración” no es sino la consumación de este misterio. Siempre que invocamos a Dios nos colocamos frente a su umbral y lo cruzamos… Pero aquí, en la Iglesia, en el altar, este umbral se muestra esencialmente en su configuración más expresiva y específica, porque, en el misterio de la misa, alcanza su más plena perfección. A través de la autoinmolación de Cristo en su muerte redentora -presupone la encarnación del Hijo de Dios-, el umbral se manifiesta clara, definitiva y sencillamente como límite, en tanto es patente quién es el Dios santo y cuál es nuestro pecado, pero también simplemente como tránsito porque Dios se ha hecho hombre, para que lleguemos a ser partícipes de la naturaleza divina (2Ped 1, 4). De este modo, se pone de manifiesto que el altar es verdaderamente “el espacio sagrado”. Ante él, podemos decir “aquí” en una forma que excluye a todos los demás espacios.”

        (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 7, segunda parte, p. 40-42)

                                                                    *******************************



miércoles, 7 de  febrero 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN 
DE LA 
SANTA MISA:  El altar como umbral
Romano Guardiani, capítulo 7, segunda parte 

“Se necesita sólo la disposición interior y una reflexión serena, con las que el creyente vive realmente este misterio y su corazón responde con profundo respeto. Más aún, en algunas ocasiones propicias, puede incluso experimentar algo similar a lo que experimentó Moisés: cuando apacentaba el rebaño en la soledad del monte Horeb, y se le apareció “el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse”, Moisés intentó acercarse…” (Ex 3, 1-5). Es muy importante que el hombre experimente alguna vez el temor por la presencia de Dios y se alejo de los lugares sagrados, para que le sea evidente, en lo más íntimo de sí, que Dios es Dios, y que él es hombre.

      La confianza en Dios, la cercanía y el refugiarse en él se aflojan y debilitan, cuando faltan el conocimiento de la majestad que aleja de sí y el temor ante la santidad divina. Hacemos bien en rogar a Dios para que nos permita pasar por esta experiencia. Probablemente el altar sea el mejor lugar en el que podemos experimentarla. Pero el umbral no sólo es límite sino también tránsito. Más allá de él se puede pasar a otro lugar, deteniéndose en él se puede recibir a aquél que se acerca desde allí. En este sentido, el umbral es algo que constituye una unidad, ya que es ámbito de unión y encuentro. También esto está presente en el altar. La síntesis de la revelación lo constituye el mensaje que proclama que Dios nos ama. El amor de Dios no es la ampliación infinita de aquello que encontramos también en nosotros mismos. Ese amor debía ser revelado, en consecuencia, es un misterio, algo inaudito de lo cual somos perfectamente conscientes, cuando vemos claramente quién es Dios y quiénes somos nosotros. Ese amor encuentra su expresión auténtica en el acontecimiento de la encarnación. Dios abandonó el reino que había reservado para sí, descendió, se ha hecho uno de nosotros y ha adoptado nuestra vida y nuestro destino. Ahora está entre nosotros, está de nuestro lado. Este es su amor, el que configura una proximidad que de ninguna manera el hombre había podido concebir para sí mismo. Este estado de ánimo se expresa en el altar, nos dice que Dios se ha vuelto hacia nosotros, que él ha descendido de las alturas, que desde su lejanía se la acercado a nosotros.

      El altar nos expresa que Dios está entre nosotros, mejor dicho, en nosotros. El altar mismo afirma que hay un camino, que desde la lejanía de nuestra condición de criaturas, nos eleva hacia él; que desde lo profundo de nuestro pecado, nos conduce hacia él; que podemos recorrer este camino, pero no con nuestras propias fuerzas sino con las que él nos da. Podemos ascender hacia Dios, sólo porque ha trazado el camino hacia nosotros. Puesto que él ha descendido, entonces nos eleva. Él mismo, el que ha venido, es “el Camino, la Verdad y la Vida”

      Lo que llamamos “oración” no es sino la consumación de este misterio. Siempre que invocamos a Dios nos colocamos frente a su umbral y lo cruzamos… Pero aquí, en la Iglesia, en el altar, este umbral se muestra esencialmente en su configuración más expresiva y específica, porque, en el misterio de la misa, alcanza su más plena perfección. A través de la autoinmolación de Cristo en su muerte redentora -presupone la encarnación del Hijo de Dios-, el umbral se manifiesta clara, definitiva y sencillamente como límite, en tanto es patente quién es el Dios santo y cuál es nuestro pecado, pero también simplemente como tránsito porque Dios se ha hecho hombre, para que lleguemos a ser partícipes de la naturaleza divina (2Ped 1, 4). De este modo, se pone de manifiesto que el altar es verdaderamente “el espacio sagrado”. Ante él, podemos decir “aquí” en una forma que excluye a todos los demás espacios.”

         (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 7, primera parte, p. 40-42)

                                                                    ***********************



30 de enero 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN DE LA

SANTA MISAEl altar como umbral
Romano Guardiani, capítulo 6 

      “En la vida del creyente, se da el proceso siempre reiterado, renovado, una y otra vez, en el que él concurre a la casa de Dios, atraviesa su puerta y encuentra en el interior del recinto sagrado. Esto es importante, porque es inherente a la verdadera piedad. El hombre se encuentra ahora ahí y oye, habla, obra y realiza su servicio. Luego sale de allí y retorna nuevamente al ámbito de la existencia cotidiana y al recinto privado de su casa, pero lo que ha experimentado en la Iglesia lo lleva consigo como enseñanza, consejo y fortalecimiento.

      Más aún, el espacio sagrado está estructurado en diversas partes. Pertenece a lo esencial de la liturgia que en ella las acciones importantes no están libradas a la casualidad o a la situación anímica particular del individuo, sino que están ordenadas en la forma más cuidada posible. El acontecimiento de la conmemoración, del sacrificio redentor del Señor, no se realiza en cualquier lugar de este ámbito sagrado, sino en uno determinado: el altar. Este altar es un gran misterio, como figura religiosa originaria se encuentra en la mayoría de las religiones.

      En la época en la cual fueron escritos los libros del Nuevo Testamento, el altar era la mesa en la que se celebraba el misterio del banquete sagrado. Pero muy pronto, fue tomando su configuración típica, la que nos es transmitida en su forma más antigua a través de las catacumbas. En consecuencia, ¿qué significa el altar? Se puede expresar su sentido a través de dos imágenes o símbolos: el umbral y la mesa.

      El umbral es la puerta y tiene un doble significado: como límite y como tránsito. Dice donde termina algo y comienza otra cosa. Antes que nada, como umbral, el altar constituye simplemente el límite: entre el ámbito del mundo y el ámbito de Dios, entre los dominios accesibles al hombre y la inaccesibilidad de Dios. El altar nos hace conocer cuán distante está la mansión en la que Dios habita. Se puede decir que esa mansión se encuentra “al otro lado del altar”, para indicar la lejanía de Dios; el Todopoderoso y Soberano, exaltado por encima de todo lo terrenal.

      En consecuencia, lo que asienta esta lejanía y majestuosidad no son normas ni criterios, sino la esencia misma de Dios, es decir, su santidad. Pero, por otra parte, esto no puede ser entendido “solo espiritualmente”, o sea, abstractamente: en la liturgia todo es símbolo. Y el símbolo menciona más, evoca algo inmaterial por medio de una figura visible, tal como ocurrió antiguamente, cuando se representó a una mujer en un edificio, con los ojos vendados y con una balanza en la mano, para decir que ella era “la Justicia”, pues esta última no era visible.

      La liturgia también tiene alegorías, pero las figuras específicas que utiliza son símbolos. “Símbolo” significa que lo evocado está oculto en sí mismo, pero es perceptible en la figura o en la forma, así como el alma humana en sí es invisible, aun cuando puede ser percibida y abordada en los gestos y en los movimientos de la mirada. El altar no es una alegoría, sino un símbolo. Que él es límite, que, ” por encima de él” se encuentra la Majestad infinita, que “al otro lado de él” está la lejanía inaccesible de Dios, el creyente no lo piensa porque esté acostumbrado a ello, sino porque sabe que es verdaderamente cierto.

        (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 6, primera parte, p. 39-40)

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lunes, 22 de enero 2024

OCTAVARIO ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Del 18 al 25 de enero – mundial y pontificia

 

§  Cada año, del 18 al 25 de enero, fiesta de la Conversión de san Pablo, la Iglesia dedica ocho días a pedir especialmente para que todos aquellos que creen en Jesucristo lleguen a forman parte de la única Iglesia fundada por Él.

 

§  El Concilio Vaticano II, en el Decreto sobre ecumenismo, instaba a esta oración,” conscientes de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas y la capacidad humana” (Decreto Unitatis Redintegratio n. 24)


Día 1º - 18 de enero, JESUCRISTO FUNDÓ UNA SOLA IGLESIA.

-      Voluntad de Cristo de fundar una sola Iglesia.

-      La oración de Jesús por la unidad.

-      La unidad, don de Dios. Convivencia amable con todos los hombres.

 

Día 2º - 19 de enero, UNIDAD INTERNA DE LA IGLESIA.

-      La unión con Cristo fundamenta la unidad de los hermanos entre sí.

-      Fomentar lo que une, evitar lo que separa.

-      El orden de la caridad.

 

Día 3º - 20 de enero, EL DEPÓSITO DE LA FE.

-      Fidelidad, sin concesiones, a la doctrina revelada. El diálogo ecuménico ha de basarse en el amor sincero a la verdad divina.

-      Exponer la doctrina con claridad.

-      Veritatem facientes in caritate, proclamar la verdad con caridad, con comprensión siempre hacia las personas.

 

Día 4º - 21 de enero, EL FUNDAMENTO DE LA UNIDAD.

-      El primado de Pedro se prolonga en la Iglesia a través de los siglos en la persona del Romano Pontífice.

-      El Vicario de Cristo.

-      El Primado, garantía de la unidad de los cristianos y cauce del verdadero ecumenismo. Amor y veneración por el Papa.

 

Día 5º - 22 de enero, CRISTO Y LA IGLESIA.

-      En la Iglesia encontramos a Cristo.

-      Imágenes y figuras de la Iglesia. Cuerpo místico de Cristo.

-      La Iglesia es una comunión de fe, de sacramentos y de régimen. La Comunión de los Santos.

 

Día 6º - 23 de enero, LA IGLESIA, NUEVO PUEBLO DE DIOS.

-      Los cristianos somos linaje escogido, sacerdocio regio, pueblo adquirido en propiedad por Jesucristo.

-      Participación de los laicos en la función sacerdotal, profética y real de Cristo, La santificación de las tareas seculares.

-      El sacerdocio ministerial.

 

Día 7º - 24 de enero – MARÍA, MADRE DE LA UNIDAD.

-      Madre de la unidad en el momento de la Encarnación.

-      En el Calvario.

-      En la Iglesia naciente de Pentecostés.


Día 8º - 25 de enero, LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO.

-      En el camino de Damasco.

-      La figura de San Pablo, ejemplo de esperanza. Correspondencia a la gracia.

-      Afán de almas.

               (Francisco Fernández-Carvajal, HABLAR CON DIOS, tomo IV, p. 36 ss)   

             

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viernes, 1 de diciembre 2023

UNA PALABRA ETERNA
Lectura del Evangelio – Dios nos habla en la Sagrada Escritura

    “A punto de concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lc 21,23) Son palabras eternas las de Jesús, que nos dieron a conocer la intimidad del Padre y el camino que habíamos de seguir para llegar hasta Él. Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo (Heb 1,1). “Estos días” son también los nuestros. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales.

       Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. San Agustín, con una expresión vigorosa, escribe que “la Ley estaba preñada de Cristo” (Sermón 96,1).  Y en otro lugar afirman el santo doctor: “Leed los libros proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero descubrir en ellos a Cristo, y eso que leéis no solo se vuelve sabroso, sino embriagador (Com. Ev. san Juan 9,3). 

Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior: Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras (Lc 24,45). Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro dentro, pero sin la llave para abrirlo.

      Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera al Nuevo. Es conmovedor en este sentido el diálogo entre el apóstol Felipe y el etíope, ministro de Candace, que leía al Profeta Isaías. ¿Entiendes por ventura lo que lees?, le preguntó Felipe, ¿Cómo voy a entenderlo si alguien no me guía? Entonces, comenzando por esta escritura, le anunció a Jesús (Hech 8,27-35)” (Francisco Fernández-Carvajal, Hablar con Dios, tomo III, p. 1171/72)

        Como sabemos, la lectura de los Santos Evangelios, son focos que iluminan el camino; esplendoroso espejo donde debemos mirarnos; enseñanzas y objetivos donde aprendemos.

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jueves, 12 de julio 2023

ESPÍRITU SANTO

El don de Entendimiento

      “Sabemos bien que la fe es adhesión a Dios, en el claroscuro del misterio, pero es también búsqueda, deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, tal impulso interior nos viene del Espíritu, que con la fe concede, precisamente, este don especial del Entendimiento y casi de intuición de la verdad divina. La palabra intelecto procede del latín intus legere, que significa leer dentro, penetra, comprender a fondo. Mediante este don, el Espíritu Santo, que escruta la profundidad de Dios (1 Cor 2, 10), comunica al creyente un chispazo de esta capacidad de penetración, abriéndole el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, quienes, después de haber conocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían el uno al otro: ¿Acaso no nos ardía el corazón en el pecho, mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras? (San Lucas 24,32)”

                           (Juan Pablo II, Regina Coeli, 9. IV. 1989, en L`Osservatore Romano, 10/11.IV.1989)

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miércoles, 14 de junio 2023

ESCRITOS DE CATEQUESIS

LA VIDA ETERNA
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 12 

“C, En tercer lugar, la vida eterna consiste en una seguridad total. En este mundo no se da la perfecta seguridad, pues cuanto más tiene uno y más sobresale, tanto más recela y más necesita; pero en la vida eterna no existirá la tristeza, ni pasarán trabajos, ni miedo alguno. “Se disfrutará de abundancia sin temor a los males” (Prv 1, 33).

  D, En cuarto lugar, consiste en la feliz compañía de todos los bienaventurados, compañía que será de lo más agradable, porque serán de cada uno los bienes de todos. Efectivamente, cada uno amará a los otros como a sí mismo, y por ello disfrutará con el bien de los demás como con el suyo propio. De lo que resultará que se acrecentará la alegría y el goce de cada uno en la misma medida en que gozan todos. “Vivir en ti es júbilo compartido” (Ps 86, 7).

      Cuando llevamos dicho, y otras muchas cosas inefables poseerán los santos cuando estén en la Patria. En cambio, los malos, en la muerte eterna, tendrán no menos dolor y pena que alegría y gloria los buenos.

      Esa pena será inmensa en primer lugar por la separación de Dios y de los buenos todos. En esto consiste la pena de daño, en la separación, y es mayor que la pena de sentido. “Arrojad al siervo inútil a las tinieblas exteriores” (Mt 25, 30). En la vida actual los malos tienen tinieblas por dentro, las del pecado, pero en la futura las tendrán también fuera.

      Será inmensa en segundo lugar por los remordimientos de su conciencia. “Te argüiré, y te pondré ante su misma vista” (Ps 49, 21). “Gimiendo por la angustia de su espíritu” (Sap 5, 3). Sin embargo, tal arrepentimiento y lamentaciones serán inútiles, pues provendrán no del odio de la maldad, sino del dolor del castigo.

    En tercer lugar, por la enormidad de la pena sensible, la del fuego del infierno, que atormentará alma y cuerpo. Es ese tormento del fuego el más atroz, al decir de los santos. Se encontrarán como quien se está muriendo siempre y nunca muere ni ha de morir; por eso se le llama a esta situación muerte eterna, porque, como el moribundo se halla en el filo de la agonía, así estarán los condenados. “Como ovejas han sido puestos en el infierno; la muerte los devorará” (Ps 48, 15).

       En cuarto lugar, por no tener esperanza alguna de salvación. Si se les diera alguna esperanza de verse libres de sus tormentos, su pena se mitigaría; pero perdida aquélla por completo, su estado se torna insoportable. “Su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá” (Is 66, 24).

       Queda así clara la diferencia que existe entre obrar bien y mal; las buenas obras conducen a la vida, las malas arrastran a la muerte; por ello, los hombres deberían recordar todo esto con frecuencia; que los apartaría del mal y los incitaría al bien. Con singular acierto, pues, se dice al fin: “La vida eterna”, para que así se grave en la memoria cada vez mejor. Quien llevarnos a ella el Señor; Jesucristo, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.

                               (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 12, segunda y última parte, p. 112-114)

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lunes, 5 de junio 2023

ESCRITOS DE CATEQUESIS

LA VIDA ETERNA
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 12

    “De manera harto apropiada concluye el Símbolo las verdades que hay que creer, con la que es corona de todos nuestros deseos, a saber, como la vida eterna. Y así, termina: “La vida eterna. Amén”. Esto, contra los que aseguran que al alma fenece con el cuerpo. Si así fuera, el hombre sería de la misma condición que los brutos. A éstos les cuadra bien lo del Salmo: “El hombre, hallándose en situación de honor, no lo comprendió; se comparó con las bestias estúpidas, y se hizo semejante a ellas” (Ps 48, 21).

      En efecto, el alma humana se asemeja a Dios en la inmortalidad, y a los animales por su faceta sensitiva; por tanto, cuando uno piensa que el alma muere con el cuerpo, se aparte de la semejanza con Dios, y ser sitúa a sí mismo en la línea de los brutos. Contra los de esta opinión leemos: “No esperaron la recompensa de la justicia, ni creyeron en el galardón de las almas santas: porque Dios creó al hombre inmortal, y lo hizo a imagen de su semejanza” (Sap 2, 22.23).    

      Vamos ahora a considerar en qué consiste la vida eterna. 

     A) En primer lugar, consiste en la unión con Dios. Dios mismo es el premio y fin de todos nuestros trabajos: “Yo soy tu protector, y tu galardón grande sobre manera” (Gen 15, 1).

      A su vez, esta unión consiste en visión perfecta: “Ahora vemos en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12).

      Consiste también en excelsa alabanza. Agustín en su libro 22 De Civit. Dei: “Veremos, amaremos, y alabaremos”. “Gozo y alegría se hallarán en ella; acción de gracias y voz de alabanza” (Is 51, 3).

      B) En segundo lugar, la vida eterna consiste en una perfecta saciedad de los deseos, porque en ella todos los bienaventurados tendrán más de lo que anhelan y esperan.

      En esta vida nadie puede ver colmados sus deseos, ni existe cosa creada capaz de dar satisfacción completa a los anhelos del hombre, pues sólo Dios sacia, y aun excede infinitamente; por eso el hombre no descansa sino en Dios: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está intranquilo hasta que descanse en ti” (san Agustín, en el libro 1 de las Confesiones). Pero, como en la patria los santos poseerán a Dios de una manera perfecta, es evidente que sus anhelos quedarán satisfechos, y aún sobrará gloria. Por ello, el Señor dice: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21). Y san Agustín comenta: “El gozo entero no entrará en los gozantes, sino que los gozantes enteros entrarán en gozo”. “Cuando aparezca tu gloria quedaré saciado” (Ps 16, 15). “El colma de bienes tus deseos” (Ps 102, 5). Todo lo apetecible sobreabundará allí.

      Si se ansían deleites, allí se hallará el deleite más grande y más perfecto, pues tendrá por objeto al sumo bien, es decir, a Dios: “Entonces en el Todopoderoso abundarás de delicias” (Iob 22, 26); “A tu derecho, deleites para siempre” (Ps 15, 11).

      Si se ambicionan honores, en la vida eterna se conseguirá todo honor. Los hombres desean mayormente, ser reyes los seglares, y obispos los clérigos. Ambas cosas se abstendrán allí: “Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino y sacerdotes” (Ap 5, 10); “Mira cómo se los ha contado entre los hijos de Dios” (Sap 5, 5)

      Si se anhela ciencia, perfectísima la alcanzaremos en el cielo: conoceremos la naturaleza de todas las cosas, toda la verdad, todo lo que queramos, y poseeremos allí, junto con la vida eterna misma, cuanto deseemos poseer: “Todos los bienes acudieron a mí justamente con ella (con la Sabiduría)” (Sap 7, 11); “A los justos se les concederá su deseo” (Prv 10, 24).

                             (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 12, primera parte, p. 109-112)

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jueves, 1 de junio 2023

QUIEN ES EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es el Amor mutuo del Padre y del Hijo

      “Desde toda la eternidad el Padre engendra al Hijo y lo ama con un amor infinito e inmutable; y en Él a cada uno de nosotros, a quienes el Padre nos llama a participar en su propia vida divina en el Hijo.

      Desde toda la eternidad también el Hijo procede del Padre y lo ama con un amor igualmente infinito e inmutable.
     Ese amor mutuo del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre es precisamente el Espíritu Santo”.                                                              (Alexis Riaud, La acción del Espíritu Santo en las almas, p. 14)

 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria (Catecismo de la Iglesia Católica, Símbolo de Nicea-Constantinopla, n. 685)

Nadie puede decir: Jesús es Señor, sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3).

Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Pues que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo. (Catecismo n. 2670)

 La primera “profesión de fe” se hace en el Bautismo. El “símbolo de la fe” es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 29), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.   (Catecismo n. 189)

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 Qué son los “dones” del Espíritu Santo

     “Los dones del Espíritu Santo son disposiciones sobrenaturales que hacen que el alma, elevada a la vida sobrenatural, sea susceptible de recibir esas divinas inspiraciones y esos divinos impulsos del Espíritu Santo que son las gracias actuales. Esa es la razón en todo sobrenatural” (Alexis Riaud, p. 44-45)

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 “¿Qué es el don de temor de Dios? Por medio de este don el Espíritu Santo nos hace conscientes de la grandeza de Dios y de su bondad. Al mismo tiempo nos infunde un vivo horror por todo lo que podría, aun mínimamente ofender a un Padre tan bueno, tan digno de ser amado, tan misericordioso.

 ¿Qué es el don de fortaleza? Es el don, que da el Espíritu Santo, para robustecer el alma y practicar las virtudes heroicas con la confianza de superar los obstáculos que se puedan presentar, por grandes que aparezcan.

 ¿Qué es el don de piedad? Por medio de este don el Espíritu Santo nos hace saber que somos hijos de Dios. Da a nuestra relación con Dios y con el prójimo un sentimiento vivo de filiación y de fraternidad. Nos comunica el espíritu de la familia de Dios.

 ¿Qué es el don de consejo? Es el don que nos da el Espíritu Santo para saber, en los casos particulares, lo que conviene hacer en orden al fin último sobrenatural.

 ¿Qué es el don de ciencia? Por medio de este don el Espíritu Santo nos hace ver las cosas creadas en orden a la santidad; fin para el que hemos sido creados.

 ¿Qué es don de entendimiento? Por medio de este don el Espíritu Santo perfecciona la virtud de la fe. Con su ayuda le inteligencia del hombre se hace apta para una penetrante intuición de las cosas reveladas y aun de las naturales en orden al fin último sobrenatural.

¿Qué es el don de sabiduría? Para llevar a su perfección la virtud de la caridad. Siendo la caridad la virtud más excelente, el don de sabiduría es el más perfecto de todos los dones. Por medio de este don juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas que el Espíritu Santo nos hace saborear.

¿Qué son los frutos del Espíritu Santo? Son perfecciones plasmadas en nosotros como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: Caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad”.  (Jesús Javier Massa Gutiérrez del Álamo, 9 Ideas para conocer y amar al Espíritu Santo)

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martes, 16 de mayo 2023

 

LAS PERENNES ENSEÑANZAS Y DOCTRINA DE LA IGLESIA

 

Profesión de la fe propuesta a Durando de Huesca y a sus compañeros valdenses
(De la Carta Eius exemplo al arzobispo de Tarragona, de 18 de diciembre de 1208)

 

420. De corazón creemos, por la fe entendemos, con la boca confesamos y con palabras sencillas afirmamos que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas, un solo Dios, y que toda la Trinidad es coesencial, consustancial, coeternal y omnipotente, y cada una de las personas en la Trinidad, Dios pleno, como se contiene en el "Creo en Dios" y en el "Creo en un solo Dios" y en el símbolo Quicumque vult.

 

“421.  De corazón creemos y con la boca confesamos también que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, el solo Dios de que hablamos es el creador, hacedor, gobernador y dispensador de todas las cosas, espirituales y corporales, visibles e invisibles.

 

“422. De corazón creemos y con la boca confesamos que la encarnación de la divinidad no fue hecha  en el Padre ni en el Espíritu Santo, sino en el Hijo solamente; de suerte que quien era en la divinidad Hijo de Dios Padre, Dios verdadero del Padre, fuera en la humanidad hijo del hombre, hombre verdadero de la madre, teniendo verdadera carne de las entrañas de la madre, y alma humana racional, juntamente de una y otra naturaleza, es decir, Dios y hombre, una sola persona, un solo Hijo, un solo Cristo, un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, autor y rector de todas las cosas, nacido de la Virgen Maria con carne verdadera por su nacimiento; comió y bebió, durmió y, cansado del camino, descansó, padeció con verdadero sufrimiento de su carne, murió con verdadera muerte de su cuerpo, y resucitó con verdadera resurrección de su carne, después que comió y bebi´, subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre y en aquella misma carne ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

 

“423.  De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la Santa Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos que nadie se salva.

 

“424.  En nada tampoco reprobamos los sacramentos que en ella se celebran, por cooperación de la inestimable e invisible virtud del Espíritu Santo, aun cuando sean administrados por un sacerdote pecador, mientras la Iglesia lo reciba, ni detraemos a los oficios eclesiásticos o bendiciones por él celebrados, sino que son benévolo ánimo los recibimos, como si procedieran del más justo de los sacerdotes, pues no daña la maldad del obispo del presbítero ni para el bautismo del niño ni para la consagración de la Eucaristía, ni para los demás oficios eclesiásticos celebrados por los súbditos.

      Aprobamos, pues, el bautismo de los niños, los cuales, si murieren después del bautismo, antes de comenter pecado, confesamos y creemos que se salvan; y creemos que en el bautismo se perdonan todos los pecados, tanto el pecado original contraído, como los que voluntariamente han sido cometidos.

      La confirmación, hecho por el obispo, es decir, la imposición de las manos, la tenemos por sante y ha de ser recibida con veneración. Firme e indudablemente con puro corazón creemos y sencillamente con fieles palabras afirmamos que con sacrificio, es decir, el pan y el vino: que es el sacrificio de la Eucaristía, lo que antes de la consagración era pan y vino, después  de la consagración son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo, y en este sacrificio creemos que ni el buen sacerdote hace más ni el malo menos, pues no se realiza por el mérito del consagrante, sino por la labra del Creador y la virtud del Espíritu Santo. De ahí que firmemente creemos y confesamos que, por más honesto, religioso, santo y prudente que uno sea, no puede ni debe consagrar la Eucaristía ni celebrar el sacrificio del altar, si no es presbítero, ordenado regularmente por obispo visible y tangible.

      Para este oficio tres cosas son, como creemos, necesarias: persona cierta, esto es, un presbítero constituido propiamente para ese oficio por el obispo, como antes hemos dicho; las solemnes palabras que fueron expresadas por los Santos Padres en el canon, y la fiel intención del que las profiere. Por tanto, firmemente creemos y confesamos que quienquiera cree y pretende que, sin la precedente ordenación episcopal, como hemos dicho, puede celebrar el sacrificio de la Eucaristía, es hereje y es participe y consorte de la perdición de Coré y sus cómplices, y ha de ser segregado de toda la Santa Iglesia Romana.

      Creemos que Dios concede el perdón a los pecadores verdaderamente arrepentidos y con ellos comunicamos de muy buena gana. Veneramos la unción de los enfermos con óleo consagrado. No negamos que hayan de contraerse las uniones carnales, según el Apóstol [cf. 1 Cor 1], pero prohibimos de todo punto desunir las contraídas del modo ordenado. Creemos y confesamos también que el hombre se salva con su cónyuge y tampoco condenamos las segundas o ulteriores nupcias.

 

Pontificado del Papa Inocencio III, años 1198 al 1216. Los números reseñados al principio de cada documento, figuran en la obra de Enrique Denzinger, EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA, Editorial Herder 1963.

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jueves, 4 de mayo 2023

ESCRITOS DE CATEQUESIS

LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 11 

      “B) Acerca de lo segundo, es decir, de las condiciones en que resucitarán todos los cuerpos en general, se puede considerar cuatro aspectos.

      Primero, la identidad del cuerpo resucitado. El mismo cuerpo que ahora existe, tanto en su carne como en sus huesos, será el que resucitará, por más que algunos hayan afirmado que no resucitará este cuerpo que ahora se corrompe. Esto es contrario a la enseñanza del Apóstol: “Es preciso que esto corruptible se revista de incorruptibilidad” (1 Cor 15, 53). Y la Sagrada Escritura atestigua que el cuerpo que por el poder de Dios volverá a la vida, será el mismo: “De nuevo me veré recubierto de mi piel, y con mi carne contemplaré a Dios” (Iob 19, 26).

      Segundo, su calidad. Los cuerpos resucitados serán de distinta calidad que ahora: tanto los de los bienaventurados como los réprobos serán incorruptibles, puesto que los buenos permanecerán para siempre en la gloria, y los malos para siempre en el tormento. “Es preciso que esto corruptible se revista de incorruptibilidad, y que esto mortal se revista de inmortalidad” (1 Cor 15, 53). Como los cuerpos serán incorruptibles e inmortales, no habrá empleo de alimentos ni del sexo: “En la resurrección ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo” (Mt 22, 30). Esto, contra la opinión de judíos y sarracenos. “No regresará de nuevo a su casa” (Iob 7, 10). 

      Tercero, la integridad. Todos, buenos y malos, resucitarán con toda la integridad que corresponde a la perfección del hombre: no habrá ciego ni cojo, ni defecto alguno. “Los muertos resucitarán incorruptibles” (1 Cor 15, 52), es decir, exentos de las corrupciones de la vida presente.

     Cuarto, la edad. Todos resucitarán en la edad perfecta, a saber, de treinta y dos o treinta y tres años. La razón de ello es que los que aún no llegaron a ese tiempo, no tienen la edad perfecta, y los viejos ya la han perdido; por consiguiente, a los niños y jóvenes se les otorgarán lo que les falta, y a los ancianos les será devuelto. “Hasta que lleguemos todos a varón perfecto, según la medida de la edad de madurez de Cristo” (Eph 4, 13)

C) La tercera consideración versa sobre los cuerpos de los justos. Para los buenos serán motivo especial de gloria el hecho de tener sus cuerpos gloriosos, adornados de 4 dotes. 

      La primera es la claridad: “Brillarán los justos como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43).

     La segunda es la impasibilidad: “Es sembrado en vileza, resucitarán en gloria”

(1 Cor 15, 43); “Secará Dios toda lágrima de sus ojos, y no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni lamentos ni dolores, porque lo de antes pasó “. (Apc 21, 4).

      La tercera es la agilidad: “Brillarán los justos, y avanzarán como chispa en cañaveral” (Sap 3, 7).

      La cuarta es la sutileza: “Es sembrado un cuerpo animal, resucitará un cuerpo espiritual” (1 Cor 15, 44); no quiere decir que sea por completo espíritu, sino que estará totalmente a éste.

D) La última consideración trata de los cuerpos de los condenados. El castigo eterno producirá en ellos cuatro taras contrarias a las dotes de los cuerpos gloriosos. Serán oscuros: “Sus rostros, caras chamuscadas” (Is 13, 8). Pasibles, si bien nunca llegarán a descomponerse, puesto que constantemente arderán en el fuego, pero jamás se consumirán: “Su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá” (Is 66, 24). Pesados y torpes, porque el alma estará allí como encadenada: “Para aprisionar con grillos a sus reyes”

 (Ps 149, 8). Finalmente, serán en cierto modo carnales tanto el alma como el cuerpo: “Se corrompieron los asnos en su propio estiércol” (Ioel, 17)  

                    (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los ApóstolesArtículo 11, última, p. 107-109)

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26 de abril 2023

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA
Romano Guardiani, capítulo 5. El espacio sagrado 

      “En su discurso en el Areópago, en Atenas, san Pablo dice: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28). Ninguna partícula del universo puede subsistir, si no está impregnada de Dios. Sin embargo, hay una presencia efectiva y una morada actual de Dios en el mundo. Todo el Antiguo Testamento relata la historia de su venida y de su permanencia entre los hombres, de cómo los ha gobernado y dirigido y del destino que su amor por ellos los hizo cargar sobre sus espaldas. Pero la última y sustancial venida, presencia y morada de Dios entre nosotros es Cristo. El prólogo del Evangelio de san Juan dice que la Palabra “estaba en el mundo y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”, Y agrega, “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (san Juan 1, 10-11; 14)

      Donde estaba Jesús esta Dios. Cuando Jesús entraba en el templo, iba a una casa o caminaba por las calles, allí estaba Dios, en un forma tan particular y expresiva, que se debe añadir que, así como estaba allí, al mismo tiempo no estaba en el umbral del templo, en otra casa o en otra calle cualquiera. Hablar así parece extraño, infantil, espiritualmente torpe, pero, sin embargo, es verdad. La verdad es siempre la verdad, y ella declara que algo real y esencial se presenta, es visto y expresado manifiestamente. Pero hay distintos grados jerárquicos de la verdad, pues algunos son superiores y más nobles que otros. Es una verdad maravillosa la que afirma que Dios está en todas partes, gobierna como Creador cada lugar del mundo y lo sostiene con su poder y con su amor. Pero hay otra verdad, mucho más noble y sagrada, que nos revela que Dios ha venido efectivamente en Cristo, de tal modo que allí donde estuvo Cristo también de una manera novedosa y específica, estaba presente Dios, una manera que nuestro pensamiento no comprende, porque no puede ponerla en consonancia con la omnipresencia divina, que es experimentada por la intimidad viva de nuestro espíritu como el más profundo misterio del amor de Dios. 

      A partir de esto, se logra también la respuesta de por qué el templo eclesial es casa de Dios y recinto sagrado. En primer lugar, por el hecho de que el obispo, en virtud de su ministerio, lo separa del vínculo universal que tiene el mundo del hombre con la realidad natural, lo aparte de las finalidades y aplicaciones de la existencia cotidiana y se lo adjunta a Dios. De este modo, lo convierte en propiedad de Dios, en expresión de su inaccesibilidad, reflejo de su santidad y signo de su soberanía. Pero esto es, antes que nada, una anticipación, pues, en sentido específico, el lugar se torna sagrado en virtud de la celebración del memorial del Señor. En la consagración del pan y del vino, él mismo se hace actualmente presente en una forma que sólo es válida aquí. Él permanece en medio de la comunidad reunida de los fieles, con su amor redentor y con su destino salvífico universal. En la comunión, él se da como alimento y luego vuelve a marcharse. Así, una y otra vez, tiene lugar el “paso del Señor”, y la Iglesia es el espacio el cual se consuma esta venida, permanencia y partida del Señor. Tales pensamientos nos preparan para celebrar la santa Misa. Afirmar que el templo es el lugar sagrado al cual él vendrá, que es el lugar donde permanecerá y del cual volverá a ausentarse, nos arranca de la distracción y nos hace vencer la indiferencia” 

    (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El espacio sagrado, capítulo 5, segunda y última, p. 36-38)

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viernes, de abril 2023


ESCRITOS DE CATEQUESIS
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 11

      “El Espíritu Santo no sólo santifica las almas de los miembros de la Iglesia, sino que con su poder resucitará nuestros cuerpos. “El que resucitó de entre los muertos a Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 4,24); “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre la venido la resurrección de los muertos(1 Corintios 15, 21). Por ello nuestra fe profesa que habrá una resurrección de los muertos.

     Acerca de la cual salen al paso cuatro consideraciones: la primera se refiere a la utilidad de esta fe en la resurrección¸ la segunda trata de las consideraciones en que resucitarán todos los cuerpos en general; la tercera, de los cuerpos de los justos; la cuarta, de los cuerpos de los condenados.

       A, Tocante a lo primero, la fe y la esperanza en la resurrección nos son útiles en cuatro sentidos.

      Primero, para sobreponernos a la tristeza que nos produce la muerte de los nuestros. Es imposible que uno no sienta la muerte de un ser querido; pero, si esperamos en su resurrección, se mitiga considerablemente el dolor. “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os entristezcáis como los hombres sin esperanza” 

(1 Tesalonicenses, 4, 12). 

      Segundo, porque libran del miedo a la muerte. Si el hombre no esperara otra vida mejor después de su fallecimiento, la muerte sería sin duda muy de temer, y habría que hacer cualquier mal antes de morir. Pero como creemos que existe esa vida mejor, a la que llegaremos después de la muerte, está claro que nadie debe temerla ni cometer maldad alguna por evitarla. “Para aniquilar por medio de su muerte al que detentaba el señorío de la muerte, es decir, al diablo, y libertad a cuantos, por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hebreos 2, 14-15).

      Tercero, porque nos vuelven alertados y afanosos por obrar bien. Si no contase el hombre con más vida que la actual, tampoco tendría mayor afán por obrar de esta manera; hiciese lo que hiciese, quedaría insatisfecho, puesto que sus deseos no tienen como objeto un bien limitado a un cierto tiempo sino la eternidad. Pero como creemos que por lo que hacemos aquí, recibiremos bienes eternos en la resurrección, esta fe nos impulsa a practicar el bien. 

Si sólo para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres” (1 Corintios 15, 19).

      Cuarto, porque nos retraen del mal. Del mismo modo que es un estímulo para obrar el bien la esperanza del premio, retrae del mal el miedo al castigo que creemos estar reservado a los malos. “Y marcharán los que hayan hecho el bien a una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal a una resurrección de condena” (San Juan 5, 29).  (Continúa)

     (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los ApóstolesArtículo 11, primera parte, p. 105-107)

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martes, 11 de abril 2023

EMPEÑO DE ACERCARSE A CONOCER A JESUCRISTO, PARA AMARLE
Amor a Jesucristo para saber responder y darlo a conocer

      San Mateo, en su Evangelio 16, 15-16, comenta como el Señor un día les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Si esa misma pregunta nos la formula, que también nos la hace ¿sabríamos dar una acertada?
      Para acertar a la ilusionante y sobrenatural pregunta, responde la fe que nos lleva a conocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, y en la medida que se conozca y se medite el Evangelio, la vida, enseñanzas y el andar terreno del Señor.

“Es importante aquello en lo que creemos, pero más importante aún es aquel en quien creamos” (Benedicto XVI, Homilía, 26 de mayo 2006)

“El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. Él es Aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muerto. Mientras está en la historia es el centro y el fin de la misma: Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el fin. Ap 22, 13, (C.D.F. Declaración Dominus Iesus, n. 15)

Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón El es el único Mediador entre Dios y los hombres.

Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios.

Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 480, 481, 482)


Primer Concilio de Nicea, año 325
Pontificado del Papa San Silvestre I (314-335)
El Símbolo Niceno

Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra…

Concilio de Calcedonia, año 451 (IV ecuménico)
Pontificado de San León I el Magno (440-461)
Definición de las dos naturalezas de Cristo.

Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a un solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, `semejante en todo a nosotros menos en el pecado` [Hebr 4, 15]; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a un solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito de dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino un solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo…

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miércoles, 22 de  marzo 2023

Cantalamessa y la «chispa»: la palabra de Dios a veces

actúa sin que la vivas, pero es la excepción

  Raniero Cantalamessa, segunda predicación de los ejercicios de Cuaresma de 2023 

      El texto que meditó lo tomó de la 1ª Carta de San Pablo a los Romanos: 

     "No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación". 

      Cantalamessa se centró en predicar sobre la evangelización, tema que interesa a los Papas recientes: de la Evangelii Nuntiandi, de San Pablo VI, a la Evangelii gaudium, del Papa Francisco, pasando por las encíclicas de Juan Pablo II y la creación de un Pontificio Consejo

para la Evangelización por parte de Benedicto XVI.

      Y en nuestros días el tema se trata en la reforma de la Curia (en Praedicate Evangelium)

y en el nuevo Dicasterio para la Evangelización (antigua Congregación de Propaganda Fide).
Para definir la Evangelización acudió a la Primera Carta de Pedro: "anunciar el Evangelio
en el Espíritu Santo" (1 P 1,12). 

     El núcleo de lo que se anuncia lo señala San Pablo en los tres primeros capítulos de la

Carta a los Romanos, con dos partes:

- primero, cuál es la situación de la humanidad frente a Dios tras el pecado;
- segundo, cómo se sale de esa situación mala, cómo uno se salva por la fe y se                             
hace nueva criatura.

 Encender la chispa

     “¿Cómo podemos hacer que esa chispa hacia la persona de Jesús se encienda 

en tantos? No se encenderá en quien escucha el mensaje evangélico si antes no se ha encendido -al menos como deseo, como búsqueda y como propósito- en quien lo anuncia. Ha habido y  hay excepciones; la Palabra de Dios tiene fuerza propia y puede actuar, a veces, aunque sea pronunciada por quien no la vive... pero es la excepción”.

    De los evangelizadores depende crear las condiciones para que esa chispa se encienda y se propague, señaló.

    "Pero ella se enciende en las formas y momentos más inesperados. En la mayoría de los casos que he conocido en mi vida, ese descubrimiento de Cristo que cambia la vida se produjo al encontrarse con alguien que ya había experimentado esa gracia, al participar en una reunión, al escuchar un testimonio, al haber experimentado la presencia de Dios en un momento de gran sufrimiento, y -no puedo callarme, porque es lo que pasó conmigo –habiendo recibido el llamado bautismo del Espíritu".

      Cada vez más son los laicos evangelizadores. Cantalamessa apunta que "por la escasez de nuestro número, nos es más fácil a nosotros, clérigos, ser pastores que pescadores de almas: más fácil pastorear a los que vienen a la Iglesia con la palabra y los sacramentos, que salir al mar a pescar a los que están lejos. Los laicos pueden suplirnos en la tarea de ser pescadores de hombres. Muchos de ellos han descubierto lo que significa conocer a un Jesús vivo y están ansiosos por compartir su descubrimiento con los demás".

     Después se refirió a "los movimientos eclesiales, que surgieron después del Concilio", que "fueron para muchos el lugar donde hicieron este descubrimiento".

     Recordó que Benedicto XVI, en su última misa crismal como Pontífice (Jueves Santo de 2012) reconocía el valor de estos movimientos: "Quien mira la historia de la era posconciliar puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que a menudo ha tomado formas inesperadas en movimientos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Santa Iglesia, la presencia y acción eficaz del Espíritu Santo”.

      Citando luego a San Buenaventura ("Itinerario de la mente hacia Dios"), afirma:
"Esta sabiduría mística secretísima nadie la conoce sino quien la recibe; nadie la recibe sino aquellos que la desean; nadie la desea sino aquellos que están inflamados por dentro por el Espíritu Santo enviado por Cristo a la tierra". Ese es el fuego que debe desear y contagiar el evangelizador.

                               (Publicado en Religión en Libertad, 10 /03 / 2023

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miércoles, 15 de marzo 2023

LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS,
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 10

      “El séptimo sacramento es el matrimonio. Si los hombres viven en él limpiamente, se salvan, y pueden vivir sin cometer pecado mortal. A veces los casados caen en pecados veniales, siempre que su concupiscencia no los arrastre fuera de los bienes del matrimonio: porque si se salen de éstos, incurren en pecado mortal. (1)

       Por medio de estos siete sacramentos alcanzamos el perdón de los pecados. Por eso el Símbolo inmediatamente agrega: “El perdón de los pecados”.

      A este fin fue dado a los Apóstoles el poder de perdonar. Por ello tenemos que creer que los ministros de la Iglesia -los cuales recibieron de los Apóstoles ese poder, como éstos lo han recibido de Cristo- tienen en la Iglesia potestad de atar y desatar, y que en ésta existe plena potestad de perdonar los pecados, aunque jerarquizada, a saber, partiendo del Papa hasta los demás prelados.

      Conviene notar también que no sólo se nos comunica la eficacia de la Pasión de Cristo, sino además los méritos de su vida. Y todo lo bueno que han hecho todos los santos, se comunica a los que viven en amor, porque todos son una sola cosa: “Yo soy partícipe de todos los que te temen” (Ps 118,63). De aquí procede que quien vive en amor, participa de todo lo bueno que se lleva a cabo en el mundo entero; si bien participan más intensamente aquéllos en favor de los que se aplica una obra buena de manera especial, pues uno puede dar satisfacción por otra persona, como resulta evidente en la costumbre de muchas congregaciones que admiten a la participación en sus bienes espirituales personas ajenas a ellas.

      Así pues, por la comunión de los santos conseguimos dos cosas: una, que los méritos de Cristo se nos comuniquen a todos; otra, que el bien llevado a cabo por uno se comunique a otro. Por consiguiente, los excomulgados, por estar fuera de la Iglesia, se pierden una parte de todos los bienes que se producen, lo que supone un perjuicio mayor que la pérdida de cualquier bien temporal. Incurren además en un riesgo: es sabido que los sufragios de la Iglesia obstaculizan las tentaciones del diablo; por tanto, cuando uno se queda excluido de tales sufragios, es vencido por el demonio con mayor facilidad. Por este motivo en la Iglesia primitiva, cuando uno era excomulgado, en seguida el diablo lo atormentaba corporalmente” (2)

(1)   Los tres bienes del matrimonio son, en terminología de san Agustín recogida por el Concilio Florentino (1439): bonum prolis (procreación y cuidado de los hijos) bonum fidei (débito conyugal y fidelidad); bonum sacramenti (la indisolubilidad del matrimonio y la estabilidad de una comunidad de amor). El Magisterio (Pío XI y Pío XII) han señado que el bonum prolis constituye el fin más próximo y esencial del matrimonio. Cualquier acción que atente gravemente contra uno cualquiera de los tres bienes es pecado mortal.

(2)  Se entiende por excomunión, según el Derecho Canónico vigente, la censura por la cual se excluye a alguien de la comunión de los fieles. (Censura es una pena por la cual se priva al bautizado que ha delinquido y es contumaz, de ciertos bienes espirituales, hasta que cese su contumacia y sea absuelto)

         (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los ApóstolesArtículo 10, 3ª y última partep. 103-105)

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lunes, 6 de marzo 2023

Renovar desde el Espíritu y juzgar sin odiar:
la predicación de Cuaresma de Cantalamessa a la Curia

El cardenal Raniero Cantalamessa, capuchino, de 88 años de edad y predicador de la Casa Pontificia desde 1980, impartió su primera predicación de los ejercicios de Cuaresma de este año ante la Curia romana y el Papa este viernes 3 de marzo de 2023.

En un contexto de debates sobre la sinodalidad y los cambios organizativos en la Iglesia, ha pedido poner en el centro al Espíritu Santo y escuchar su guía en la toma de decisiones. Ha recordado a San Ireneo y Orígenes, que en los siglos II y III ya hablaban de "renovar la novedad" y de hacerlo todo nuevo con el "vino" de la verdad y la tradición.

Citando Lumen Gentium, ha pedido tener en cuenta los carismas del Espíritu: "tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia", ha recordado.

Y ha matizado la muy citada frase de Jesús en Mateo 7"No juzguéis, para que no seáis juzgados". "¿Es posible vivir, nos preguntamos, sin juzgar nunca? ¿No es la capacidad de juzgar parte de nuestra estructura mental y no es un don de Dios?" La respuesta, dice, es que "no se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Es decir, el odio, la condena, el ostracismo".

      Un apunte histórico: la Iglesia paralizada ante el Modernismo
Cantalamessa inició su meditación hablando de una "amarga lección" en la Historia de la Iglesia de finales del siglo XIX y principios del XX, su lenta reacción para adecuarse a los tiempos modernos.

La falta de diálogo, por un lado, empujó a algunos de los modernistas más conocidos a posiciones cada vez más extremas y, finalmente, heréticas; por otro, privó a la Iglesia de una enorme energía, provocando en ella laceraciones y sufrimientos sin fin, haciéndola que la hicieron retraerse, cada vez más, en sí misma, perdiendo de este modo el ritmo de los tiempos”, lamentó.

Tampoco el Vaticano II debe verse como un parón, advirtió. "Si la vida de la Iglesia se detuviera, sucedería como un río que llega a una barrera: inevitablemente se convierte en un lodazal o en un pantano".

Después citó a Orígenes e Ireneo, cristianos aún en época de persecuciones, que ya pedía renovar sin cesar la Iglesia.

“No penséis –escribía Orígenes en el siglo III– que basta con renovarse una sola vez; necesitamos renovar la misma novedad'Ipsa novitas innovanda est'. Antes que él, el nuevo Doctor de la Iglesia San Ireneo había escrito: La verdad revelada es como un licor precioso contenido en un vaso valioso. Por obra del Espíritu Santo, rejuvenece continuamente y también hace rejuvenecer la vasija que la contiene. El ‘vaso’ que contiene la verdad revelada es la tradición viva de la Iglesia”.

En realidad, advirtió, la petición de renovar es reconocer la necesidad de conversión continua, desde el creyente individual a toda la Iglesia. Así se habla de “Ecclesia semper reformanda” (Iglesia siempre reformándose).

      Cómo renovar: con el Espíritu Santo
"Nosotros tenemos un medio infalible para emprender siempre de nuevo el camino de la vida y de la luz: el Espíritu Santo", predicó el capuchino, muy ligado a la Renovación Carismática corriente donde el Espíritu Santo tiene un reconocimiento central.

Recordó la promesa de Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra". Y detalló que cuando San Juan escribió estas palabras, los cristianos llevaban ya décadas viviendo que, efectivamente, así sucedía.

Los 5 sermones que pronunciará en este retiro de la Curia, dijo, tienen un objetivo: "animarnos a poner al Espíritu Santo en el centro de toda la vida de la Iglesia y, en particular, en este momento, en el centro de las decisiones sinodales". "El que tenga oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias", recordó citando Apocalipsis 2,7.

Después recordó el primer concilio de Hechos de los Apóstoles. ¿Qué debían hacer los primeros cristianos respecto a los gentiles y paganos? "No cuesta mucho ver la analogía entre la apertura que entonces se tomaba hacia los gentiles, con la que se impone hoy hacia los laicos, especialmente a las mujeres, y a otras categorías de personas", apunta Cantalamessa.

También en el Vaticano II la Iglesia redefinió el papel de los laicos, citando 1 Co12,11 y 1 Co 12,7:
 el Espíritu distribuye sus dones y carismas (también a los laicos), haciéndoles aptos y adecuados "para común utilidad".

Así, no se trata solo de redescubrir la naturaleza jerárquica de la Iglesia, sino también la carismática.

      "Dios está con todos, no contra nadie"
Además, de los Apóstoles aprendemos que llevar las decisiones de un concilio a la práctica requieren "tiempo, paciencia, diálogo, tolerancia; a veces incluso compromiso. Cuando se hace en el Espíritu Santo, el compromiso no es ceder, ni rebajar la verdad, sino llevarlo a cabo con caridad y obediencia a las situaciones".

Pidió no tomar partidos demonizando al otro. "No digo que esté prohibido tener preferencias: en el campo político, social, teológico, etc., o que sea posible no tenerlas. Sin embargo, nunca debemos esperar que Dios se ponga de nuestro lado contra el adversario. Tampoco debemos preguntárselo a quienes nos gobiernan. Es cómo pedirle a un padre que elija entre dos hijos; cómo decirle: “Elige: yo o mi oponente; ¡muestra claramente con quien estás!” ¡Dios está con todos y por eso no está contra nadie! Es el padre de todos”.

Habló además de la sincatábasis, la condescendencia del grande para hacerse entender por el pequeño, como un padre se adapta al lenguaje del niño para que le entienda. Así se expresa Dios con los hombres, también en la Biblia.

Va ligado eso a la amabilidad, ser bueno y paciente con el otro, algo que relacionó con los frutos del Espíritu (Gal 5,22) y la Caridad (1 Cor 13, 4"el amor es paciente"). Un ejemplo a seguir, dijo, es 
San Francisco de Sales, que murió hace 400 años. En épocas de controversias amargas, era amable y paciente en su defensa de la ortodoxia.

"Todos deberíamos volvernos, en la Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes, menos enganchados a nuestras certezas personales, conscientes de cuántas veces hemos tenido que reconocer dentro de nosotros mismos que estábamos equivocados sobre una persona o una situación, y cuántas veces nosotros también hemos tenido que adaptarnos a las situaciones. En nuestras relaciones eclesiales, afortunadamente, no existe -ni debe existir- esa propensión a insultar y vilipendiar al adversario que se advierte en ciertos debates políticos y que tanto daño hace a la pacífica convivencia civil".

Y finalizó animando a juzgar, pero sin veneno ni condena. "No se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Eso es el odio, la condena, el ostracismo".
                                             (publicado Religión en Libertad, 03. 03. 2023)

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viernes, 3 de marzo 2023
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACIÓN

      Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen el perdón de la ofensa que han hecho a Dios, por su misericordia, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que han herido con su pecado, la cual contribuye a su conversión con el amor, el ejemplo y las oraciones. Por la unción sagrada de los enfermos y por la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivia y los salve.
                                             (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática, “Lumen gentium, nº 11)

Institución-Misericordia divina

      Nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el sacramento de la Penitencia al dar a los apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados; así loa fieles que caen en el pecado después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilien con Dios.  La Iglesia, en efecto, posee el 
agua y las lágrimas, es decir, el agua del bautismo y las lágri­mas de la penitencia. 
                                                                                               (San Ambrosio, Epístola 41)

      Consideremos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no solo nos
per­dona nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se arrepienten
después de ellas.                            (San Gregorio Magno, Homilía 19 sobre los Evangelios)

      Si se pierde la sensibilidad para las cosas de Dios, difícilmente se entenderá el Sacramento de la Penitencia. La confesión sacramental no es un diálogo humano, sino un coloquio divino; es un tribunal, de segura y divina justicia y, sobre todo, de misericordia, con un juez amoroso que no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33,11).      (San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa, nº 78)

      Entre los hombres, el castigo sigue a la confesión, mientras que ante Dios a la confesión sigue la salvación.                               (San Juan Crisóstomo, Catena Aurea, vol. VI. p. 506)

Nueva conversión-La confesión de las culpas

      De esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia. Así pues, la conversión debe penetrar en lo más íntimo del hombre para que le ilumine cada día más plenamente y lo vaya conformando cada vez más a Cristo.                  (Ordo Poenitentiae, núm. 6)

      La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro (Catecismo de la Iglesia Católica, 1455)

Plena sinceridad
      Algunos van con los pecados disimulándolos y como coloreando porque no parezcan tan malos, 
lo cual más es irse a excusar que a acusar. (San Juan de la Cruz, Noche oscura 1-4)

      La sinceridad en el momento de la confesión es la sinceridad ante Dios mismo; la actitud del que no es sincero es como la de quien, acudiendo a la consulta del médico para ser curado, perdiera el juicio y la conciencia de a qué ha ido, y mostrase los miembros sanos y ocultase los enfermos (…) Has de dejar que sea el médico quien te cure y vende las heridas, porque él las cubre con medicamentos. ¿Y a quién las ocultase? A quien conoce todas las cosas. (San Agustín, Comentario sobre el Salmo 31)

      Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del Perdón.
                                                         (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro n. 4)
                                                                        
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viernes, 3 de marzo 2023


PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
Romano Guardiani, capítulo 5. El espacio sagrado

    “La Misa se celebra en la Iglesia, es decir en un lugar consagrado. En circunstancias especiales puede ser celebrada en otros lugares, como ser al aire libre, cuando se reúne una gran muchedumbre, en un barco o en una casa particular en épocas de conflictos o de persecuciones. Sin embargo, experimentamos que tales formas de celebración son algo extraordinario, ya que, por regla general, la Misa tiene que ser celebrada en un lugar adecuado, como es el templo consagrado.

      A esta norma se le objeta, en una forma tan frecuente y repetida que ya no produce ningún efecto, que se puede adorar a Dios en cualquier parte, porque cada uno “experimenta a su Dios en cualquier lugar”. Quizás el que habla así agrega, recurriendo a la Sagrada Escritura, que el verdadero lugar para adorar a Dios es “la pequeña y silenciosa habitación”. Más aún, dice que Dios, en la naturaleza, está especialmente más cerca del hombre bien intencionado y que, ante cada flor, se puede sentir interiormente su presencia, mucho más que en un templo sofocante… Muchas respuestas podrían darse a este respecto.

            La Iglesia toma al mundo con mucha seriedad. Sabe que todo lo que ha sido creado por Dios es sostenido por su poder y planificado por su pensamiento. Pero también, sabe qué mundo ejerce un poder totalmente fascinante que busca arrastrar al hombre hacia sí. Por eso, aunque reconoce que toda es propiedad de Dios y quiere integrarlo en su reino, desgaja, del conjunto del mundo, un espacio que, desligado de todos los demás fines y aplicaciones, debe pertenecer exclusivamente a Dios. En ese lugar, el hombre debe sr consciente de que existe algo que es totalmente diferente de la naturaleza y de la obra humana cotidiana: lo sagrado. Usamos esta palabra de acuerdo con el significado preciso que le da la revelación, según la cual únicamente Dios es santo.

      La “santidad” expresa la característica propia de su ser, es decir, que él es puro, tremenda y soberanamente puro; que él no sólo aleja de sí el mal, sino que lo aborrece y condena; que él es el bien perfecto, él mismo es el bien, por lo que todo lo que es bueno no es sino un reflejo de él; que él vive en un misterio inaccesible, con el que no hay familiaridad alguna posible, pero que constituye la meta hacia la que se encamina el más profundo y absoluto anhelo del hombre. Si queremos saber lo que es la santidad de Dios, no tenemos que escuchar las frases de los poetas, sino la doctrina de los profetas.

      ¿Cómo es que un lugar puede ser sagrado o santo? No puede serlo por sí mismo, porque ninguna cosa creada es tan poderosa según su propia esencia, de tal modo que pueda proporcionarle un lugar a la santidad de Dios. Un lugar sólo puede ser a ser sagrado, cuando Dios mismo la santifica.

      Esto ocurre, y con esto vamos precisamente al centro de la cuestión, cuando Dios se dirige a ese lugar, se hace presente en él y lo convierte en morada suya. Pero Dios está “presente en todas partes: ¡en el cielo, en la tierra y en todo lugar! Si, Dios lo abarca todo, dispone de ello y lo sostiene, de tal modo que él no está en un lugar particular, sino que cada lugar o espacio del que se puede hablar está en él esto es cierto. Necesaria e inevitablemente, todo está en Dios, por el hecho de haber sido creado por él”.

     (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El espacio sagrado, capítulo 5, primera parte, p. 35-36)

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viernes, 24 de febrero 2023

LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS,

EL PERDÓN DE LOS PECADOS
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 10 

      “El tercer sacramento es la Eucaristía. Del mismo modo que en la vida del cuerpo el hombre que ha nacido con suficiente vigor, necesita alimentos que lo sostengan y conserven, así también en la vida del espíritu, después de coger fuerzas, necesita un alimento espiritual. Este alimento es el cuerpo de Cristo. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 54). Por este motivo un mandamiento de la Iglesia ordena que todo cristiano reciba una vez al año el cuerpo de Cristo (Concilio IV de Letrán 1215, Codex Iuris Canonici, canon 859), pero con dignidad y alma limpia, porque “quien lo come y bebe indignamente (es decir, consciente de haber cometido un pecado mortal que aún no ha confesado o del que no tiene intención de abstenerse), como y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 29).

   El cuarto sacramento es la penitencia. En la vida del cuerpo sucede a veces que uno enferma, y si no se le administra la medicina conveniente, muere. En la vida del espíritu se enferma por el pecado, y es necesaria también una medicina para recobrar la salud. Este remedio es la gracia que se recibe en el sacramento de la penitencia. “Él perdona todas las maldades, sana todas tus enfermedades” (Ps 102, 3)

      En la penitencia deben recurrir tres elementos: contrición, que es un pesar de haber pecado unido al propósito de no volver a hacerlo; confesión de los pecados íntegra, y satisfacción, que se lleva a cabo con obras buenas.

    El quinto sacramento es la extremaunción. Es esta vida hay muchos impedimentos para que el hombre pueda conseguir una limpieza perfecta de sus pecados. Pero, como nadie puede entrar en la vida eterna si no está limpio de todo, era necesario otro sacramento que limpiase de sus pecados al hombre, lo librara de la enfermedad, y lo preparara para su entrada en el reino celestial.    Este sacramento es la extremaunción.

  (hoy denominado: Unción de los enfermos, es la consagración de la muerte, perdona directamente los pecados veniales y libra de las reliquias de pecados ya perdonados. Indirectamente -si no hubiera sido posible recibir el sacramento de la penitencia- también perdona los pecados mortales, siempre que la persona se encuentre en estado de conversión a Dios, al menos con contrición imperfecta o atrición).

    Si no siempre cura el cuerpo, ello se debe a que quizá no conviene a la salud del alma el seguir viviendo. “¿Alguno de vosotros está enfermo? Mande llamar a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, y lo unjan con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor lo aliviará, y los pecados que hubiera cometido, le serán perdonados” (Iac 5, 14-15).

   Con estos cinco sacramentos se consigue, como hemos explicado, la perfección de la vida. Y como es preciso que sean administrados por ministros apropiados, fue necesario el sacramento del Orden, cuyos miembros los administran. En esta administración no hay que mirar a la vida de los ministros, si es que a veces se dejan arrastrar por el mal, sino a la virtud de Cristo, de la que reciben su eficacia los sacramentos que aquéllos dispensan: “Que nos tengan los hombres por ministros de Cristo y dispensadores de los ministerios de Dios” (1 Cor 4, 1). Este es el sexto sacramento, el del Orden.

               (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los ApóstolesArtículo 10, segunda partep. 101-103)

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martes, 21 de febrero de 2023


Índice de temas sobre Miércoles de Ceniza

- ¿Qué es el Miércoles de Ceniza y por qué se celebra?
- ¿De dónde salen las cenizas?
- ¿Quién y cómo impone las cenizas?
- La fecha: ¿cuándo se celebra el Miércoles de Ceniza en 2022?
- Cómo surgió el gesto de la imposición de cenizas
- ¿Qué diferencia hay entre ayuno y abstinencia?
- ¿Cómo afecta el coronavirus a la imposición de cenizas?


¿Qué es el Miércoles de Ceniza y por qué se celebra?

El Miércoles de Ceniza es el día que marca el inicio de la Cuaresma en el calendario católico, y también es un día significativo para muchas iglesias de tradición luterana y anglicana que recurren al gesto de las cenizas. Se celebra 40 días antes de Pascua, es decir, del primer domingo después de la primera luna de primavera.

El Miércoles de Ceniza requiere ayuno y abstinencia, algo que la Iglesia latina exige sólo otro día del año: el Viernes Santo (las iglesias católicas orientales tienen otras normas sobre ayunos y penitencias).

No es día de precepto (es decir, la Iglesia no exige ir a misa ese día), pero quien vaya ese día a misa verá el gesto de imponer ceniza en la frente de los fieles, como signo de penitencia, un signo que recoge el misal.

Cualquiera puede recibir la ceniza, incluso personas sin bautizar, y ese día hay mucha más gente en misa.

Con el Miércoles de Ceniza los fieles empiezan sus ejercicios de Cuaresma, que incluirán ayunos, limosna y oración durante 40 días, preparándose para la Semana Santa y Pascua.

¿De dónde salen esas cenizas?


Las cenizas se hacen a partir de las palmas secas que se han guardado del Domingo de Ramos del año anterior. También se hacen a partir de biblias, misales y otros textos sagrados estropeados que no deben tirarse a la basura, sino que se queman. Todos esos restos se queman, luego se rocían con agua bendita y se aromatizan con incienso.

Simbólicamente representa la realidad de la muerte que espera a todo hombre, la humildad de la condición humana y la penitencia. También recuerda la arena del desierto en el que Jesús pasó 40 días y 40 noches.

El libro de Génesis menciona la ceniza como signo de humildad y fragilidad material: "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gn 2,7); "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho"
(Gn 3,19).

La Iglesia considera este gesto y la ceniza en sí un "sacramental", algo físico que vehicula la acción de Dios, como sucede con el agua bendita, la sal exorcizada o bendecida, los objetos bendecidos, etc...

¿Quién y cómo impone las cenizas?

Se puede imponer la ceniza en la misa del Miércoles de Ceniza o en un acto especial fuera de la misa (por ejemplo en colegios, conventos u hospitales). Las impone el sacerdote, diácono o cualquier laico.

Quien impone la ceniza repite las palabras rituales: "Polvo eres y en polvo te convertirás" (de Génesis 3,19), o bien "Conviértete y cree en el Evangelio" (de Marcos 1,15). Puede dejar caer un poco de polvo de ceniza sobre la cabeza cerca de la frente o tocar la frente con ceniza. En EEUU y otros países, se suele usar una ceniza humedecida y más negra, con la que se marca una cruz muy visible sobre la frente (pero en tiempos de coronavirus Doctrina de la Fe ha pedido evitar este contacto físico y pide dejar caer la ceniza sobre la cabeza).

¿Cuándo se celebra el Miércoles de Ceniza en 2022?

El Miércoles de Ceniza se celebra el 2 de marzo de 2022. Cada año se celebra en una fecha diferente, porque depende de la primera luna de primavera. Se localiza la primera luna llena de primavera: el siguiente domingo es el Domingo de Pascua, que celebra la Resurrección de Jesús. Contando 40 días hacia atrás (los 40 días de Jesús en el desierto) se marca el Miércoles de Ceniza y el inicio de Cuaresma.

¿Cómo surgió el gesto de la imposición de cenizas?

El Antiguo Testamento menciona las cenizas como signo de humildad y arrepentimiento en varias ocasiones, y los cristianos siempre usaron las cenizas para expresar penitencia y arrepentimiento, pero el ritual de imponer cenizas el miércoles de inicio de Cuaresma parece regularse lirúrgicamente en el siglo XI.

En el siglo IV ya se estableció que la Cuaresma duraría 40 días y empezaría seis semanas antes de Pascua. Hacia el año 400 d.C. estaba clara la significación de Cuaresma como temporada de penitencia.

En los siglos VI y VII se reglamentó con más detalle el ayuno como práctica cuaresmal. Ya entonces estaba claro que en domingo no se ayuna, por ser el día en que Cristo resucitó. La Cuaresma no podía empezar un domingo, así que se marcó el miércoles previo como inicio de Cuaresma.

¿Qué diferencia hay entre ayuno y abstinencia?

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día (aunque se permite hacer, además, dos comidas muy ligeras). La abstinencia consiste en no comer carne.

La Iglesia latina actualmente sólo marca dos que sean a la vez de ayuno y abstinencia: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo (las iglesias católicas orientales tienen más días de penitencias y ayunos).

La abstinencia (no comer carne) obliga a partir de los catorce años y el ayuno es obligatorio desde los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Las embarazadas, madres lactantes, enfermos, personas con trabajos de gran esfuerzo físico, etc... no tienen obligación de cumplir estos ayunos y abstinencia, y pueden ofrecer otros sacrificios.

Aunque muchos católicos saben que los viernes de Cuaresma no se debe comer carne, ignoran que en realidad este mandato es para todos los viernes del año (excepto los que coincidan con una solemnidad). En España, sin embargo, la Conferencia Episcopal permite sustituir esta penitencia por otra a elección de cada fiel.

El concepto de "carne" puede ser distinto según los países y las decisiones de los obispos locales. La prohibición de comer carne en esos días casi siempre se refiere a carne bovina, ovina, aviar, caza, etc... Sin embargo, no se considera carne a estos efectos la de los peces ni otros animales acuáticos como mariscos y reptiles (caimanes, por ejemplo, y en ciertas épocas y países castores o focas).
  
                                     (publicado Religión en Libertad, 21 /02/2023)
                          
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jueves, 2 de febrero 2023                 

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
El recogimiento y la participación. Romano Guardiani, capítulo 5

     “La Misa comienza como Liturgia de la Palabra y se extiende como tal desde la Antífona de Entrada hasta el Credo, y luego reaparece al final, desde la oración de postcomunión hasta el saludo final del sacerdote. Pero entre ambos momentos, está la acción propiamente dicha, la Liturgia de la Eucaristía, que comienza con el ofertorio, se lleva a cabo realmente en el misterio de la consagración y culmina con la comunión. Por eso el deber del creyente no consiste sólo en rezar y escucha los textos de la misa, sino también en participar en la acción sagrada. Pero esta participación presupone, una vez más, aquello de lo cual hablamos precisamente el recogimiento interior.

      No es fácil hablar hoy de una participación efectiva en la Santa Misa, debido al desarrollo que ha experimentado la liturgia de la conmemoración del Señor. La primera comunidad estaba constituida por el círculo de los discípulos reunidos alrededor de una mesa. Esta forma de reunión de los comensales se mantuvo durante un breve tiempo, mientras las comunidades eran pequeñas. De esto da testimonio el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando dice: “Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas…  Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquéllos que debían salvarse” (2, 46-47)

      La participación significa un obrar que toma parte en el hacer de otro. Este otro, en la misa, es el sacerdote. Él no es para sí mismo, es para la comunidad. Por medio de las palabras y acciones que él realiza en virtud de la autoridad ministerial de la que está investido, acontece algo que tiene su origen en Cristo. Pero todos están llamados a participar en ese acontecimiento. ¿Cómo se lleva a cabo esta participación? Los fieles que asisten a la celebración saben verdaderamente qué es lo que se presenta ante su mirada.

      Cuando se celebra el ofertorio y el sacerdote retira el velo que cubre el cáliz, tenemos que decirnos a nosotros mismos: ahora va a ser preparada la ofrenda sobre la cual se celebrará luego el misterio. Se repite lo mismo que ocurrió en un determinado momento, cuando el Señor les encargó a sus discípulos que preparasen la Cena Pascual: se repite lo que la comunidad hacía posteriormente, cuando todos los fieles se reunían y cada uno traía su ofrenda de pan, de vino o de aceite. Hoy todo eso se ha reducido a actos breves, en los que el sacerdote eleva la patena con la hostia y luego la deposita sobre sobre los corporales, recibe el vino y lo vierte en al cáliz mezclándolo con unas gotas de agua, tras lo cual eleva el vaso sagrado y lo deposita sobre el altar. Por eso, los fieles tienen que decirse a sí mismos que estos gestos sobrios sustituyen todo aquello que debía ser realizado y ofrecido, tanto para preparar la Cena del Señor.

      Después del rezo del Santo, cuando comienza la oración principal, el Canon, tenemos que recordar que empieza lo que en el lenguaje de la Iglesia antigua se llama la “actio”, la acción propiamente dicha, hacia la cual se dirige toda nuestra atención. Tan pronto como se hace silencio (qué importante sería que hubiese un silencio absoluto), debemos decir que, a partir de este momento, se cumple la última voluntad del Señor. Él ha dicho: “haced esto en conmemoración mía”. Ahora se cumple esto. Ocurre lo mismo que tuvo lugar una vez, en el Cenáculo: Cristo viene. Él se hace presente en su amor redentor y con él el destino que ha cargado sobre sí por amor a nosotros. El sacerdote obra, pero nosotros debemos cooperar con él, por cuanto estamos allí interiormente presentes, nos contemplamos en el altar y nos identificamos con lo que ocurre allí. Estoy íntimamente convencido de que la simple actualización puede convertirse inmediatamente en acontecimiento, de tal modo que yo mismo puedo hacerme presente y recibir el alimento sagrado”. Continúa

(Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El recogimiento y la participación, capítulo 5, primera parte, p. 29-33)

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miércoles, 1 de febrero 2023

Sacerdocio común y ministerial en el

                                        Sacramento de la Penitencia

Por Pedro Trevijano, publicado el ReligiónenLibertad, 31 de enero 2023

     La Iglesia también hace penitencia, pues los que pecan son sus miembros y a veces sus comunidades e instituciones. Pero la función fundamental y principal de la Iglesia es la de ser Madre; una Madre que acoge, ayuda, reprende, purifica, limpia, anima y sostiene a cada uno de sus hijos, según su situación y necesida­des, si bien también Ella, al verse manchada por el pecado de sus miembros, necesita purificarse y reconciliarse con Dios y con su propia vocación a la santidad.

    En la celebración del sacramento de la Penitencia la Iglesia experimenta la misericordia del Dios que perdona y acoge siempre al hijo que vuelve con un corazón contrito y humillado (Sal 51,19). Ello nos lleva por una parte a no minusvalorar las consecuencias del pecado y por otra a no desesperar ante la gravedad de nuestras culpas.

    A pesar de que pecado y perdón son algo muy humano, son también realidades teológicas que hay que entender a la luz de la fe, esa fe que nos pide que no aislemos el sacramento de la penitencia del conjunto del misterio cristiano.

    La celebración sacramental de la penitencia es un acto cultual y santificador cuya realiza­ción se debe al ejercicio del sacerdocio de la Iglesia, tanto el común a todos los fieles (cf. Lumen Gentium, 11), como el ministerial y jerárquico (cf. Lumen Gentium, 25 y 28). El sacerdocio común se ejerce sobre todo por el penitente, no sólo como sujeto pasivo, sino también porque con sus actos de conversión, que suponen la aceptación del llamamiento que Dios le hace a una comunión interpersonal, a semejanza de la que Dios vive en su Trinidad, colabora activamen­te en el sacramento, tanto más cuanto que sus actos son la cuasi materia de éste y forman parte de su estructura. Pero se ejercita también el sacerdocio común de toda la Iglesia, en cuanto ésta ayuda al pecador "en su conversión con la caridad, ejemplo y oraciones" (Lumen Gentium, 11). Esta oración por el pecador obtiene de Dios la gracia de su conversión y perdón (cf. Mt 18,19-20; 1 Jn 5,16; Sant 5,16).

   Se da en consecuencia una corresponsabilidad de todos los cristianos en la obra de la Iglesia, corresponsabilidad de la que hay que reconocer son muy pocos los auténticamente conscientes. Es toda la Iglesia, como pueblo sacerdotal, la que actúa al ejercer la tarea de reconciliación que le ha sido confiada por Dios (Ritual de Penitencia nº 8).

    Este ejercicio del sacerdocio común de toda la Iglesia en este sacramento, no excluye, sino que exige el ejercicio del sacerdocio ministerial y jerárquico, porque el ministro de la Penitencia, el único que puede pronunciar con eficacia la palabra definitiva de perdón, es el obispo o sacerdote (Denzinger-Schönmetzer, 1684 y 1710; Denzinger, 902 y 920). Pero estos ministros no sólo actúan in persona Christi, sino también in persona Ecclesiae, de modo que el sacerdocio jerárquico hace posible la actuación de la Iglesia entera. Podemos decir por tanto que es toda la Iglesia y no sólo su ministro quien perdona.

     Tengamos además en cuenta que el sentido eclesial de la penitencia cristiana no se acaba en la Iglesia peregrinante, ya que según Santo Tomás todo el Cuerpo Místico se ve afectado por la conversión del pecador, quien al readquirir las virtudes sobrenatura­les ayuda con su apostolado a los otros pecadores y con su oración a las almas del Purgato­rio, así como sirve de alegría a los santos del cielo

     Resumiendo, diremos que la Iglesia reconcilia al pecador reconciliándolo consigo misma y que la gracia sacramental recibida es una gracia eclesial que no consiste en un puro aumento cuantitativo de la gracia santificante, sino sobre todo es una riqueza cualitativa y un crecimiento en la participación en la vida divina.

                         Catecismo de la Iglesia Católica. Actos del penitente, nº 1450 al 1460

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viernes, 27 de enero 2023
                                                          LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS,
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 10

      “De la misma manera que en un cuerpo natural la actividad de cada miembro repercute en beneficio de todo el conjunto, así también ocurre en el cuerpo espiritual que es la Iglesia: como todos los fieles forman un solo cuerpo, el bien producido por uno se comunica a los demás: “Cada uno somos miembros los unos de los otros” (Rom 12, 5). Por este motivo, entre las verdades de fe que trasmitieron los Apóstoles, se encuentra la de que en la Iglesia existe una comunicación de bienes; es lo que el Símbolo quiere expresar con la “comunión de los santos”.

      Entre los miembros de la Iglesia el principal es Cristo, que es la cabeza: “Lo puso por cabeza sobre toda la Iglesia, la cual es su cuerpo” (Eph 1, 22-23). Por consiguiente, el bien producido por Cristo se comunica a todos los cristianos, como la energía de la cabeza a todos los miembros. Esta comunicación se lleva a cabo por medio de los sacramentos de la Iglesia, en los que opera la potencia de la Pasión de Cristo, que actúa dando gracia para el perdón de los pecados.

       Los sacramentos de la Iglesia son siete.

     El primero es el bautismo que es una regeneración espiritual. Como no puede darse vida carnal si el hombre no nace carnalmente, tampoco puede darse vida espiritual, o vida de la gracia, si el hombre no renace espiritualmente. Esta regeneración tiene lugar en el bautismo: “Quien no renazca de agua y Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3, 5).
      Conviene notar que, de la misma manera que un hombre no nace más que una vez, igualmente sólo una vez es bautizado. Por ello los santos añadieron: “Reconozco un solo bautismo”.
      La eficacia del bautismo está en que limpia de todos los pecados en cuanto a la culpa y en cuanto al castigo merecido. Por este motivo a los bautizados no se les impone penitencia alguna por muy pecadores que hayan sido, y si en recibiendo el sacramento mueren, entran inmediatamente en la vida eterna. Por este motivo también, aunque sólo a los sacerdotes compete de este oficio el bautizar, en caso de necesidad puede hacerlo lícitamente cualquiera, con tal que emplee la forma del bautismo, que es: “Yo te bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
      Recibe este sacramento su eficacia de la Pasión de Cristo: “Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte” (Rom 6, 3). Por eso, del mismo modo que Cristo estuve tres días en el sepulcro, tres son las inmersiones que se realizan en el agua.

    El segundo sacramento es la confirmación. Como los que nacen a la vida corporal, necesitan fuerzas para el ejercicio de sus funciones, los que renacen a la vida espiritual, necesitan el vigor del Espíritu Santo. Por ello recibieron el Espíritu Santo los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, para que fueran vigorosos: “Vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto” 

(Lc 24, 49).
      Este vigor se confiere en el sacramento de la confirmación; por tanto, los que tienen niños a su cargo, han de ocuparse diligentemente de que sean confirmados, porque es grande la gracia que proporciona este sacramento. Si mueren, tendrán mayor gloria el confirmado que el que no lo ha sido, porque aquél recibió más gracia”.

           (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los ApóstolesArtículo 10, primera partep. 98-100)

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sábado, 21 de enero 2023

                I. Persona, familia y sociedad desde la fe en Dios
                   que es uno y trino

6.      La vida es un don que ha salido de las manos de Dios. Todo lo creado
lleva un sello trinitario y de manera especial la persona, varón y mujer,
a quien Dios ha amado por sí misma. En la creación del ser humano,
«hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen 1, 26), interviene
toda la Trinidad, Dios Padre que crea, el Hijo que moldea el barro
del alfarero y el Espíritu que alienta la vida. La primera familia humana
y la encomienda que recibe en su propia condición sexuada, «sed fecundos
y multiplicaos» (Gen 1, 28), es un «sacramento primordial» en
el que se recoge el plan de Dios para la humanidad y para la casa común
que se les ha regalado: sed familia y cuidad el hogar. Las reflexiones
sobre la Trinidad ayudaron a comprender el significado del ser personal.
     Hoy, cuando la persona es reducida a individuo, la recuperación de
la concepción trinitaria de persona puede ayudarnos a salir del encierro
del individualismo. La fe trinitaria nos ofrece una propuesta de familia
y sociedad. La familia es «sacramento primordial» de esa propuesta.

1. Una antropología que ayude a interpretar todo lo humano
7.     La Iglesia puede ofrecer la propuesta de una antropología adecuada
a la experiencia humana elemental. 3 cf. Juan Pablo II, Catequesis de los miércoles sobre
matrimonio y familia «Teología del cuerpo» (1979-1984)
. Experta en humanidad, acoge en
su seno existencias personales de hombres y mujeres con nombres y
rostros, de personas en acción a quienes la pregunta radical que Dios
hace a todo hombre en sus dos primeras palabras dirigidas a los humanos
en la Escritura: Adán «¿dónde estás? (Gen 3, 9); Caín ¿dónde está
tu hermano?» (Gen 4, 9), los ayudan a caer en la cuenta de dónde estamos
situados: es decir de tener una innegociable racionalidad, despertándoles
así la conciencia de las polaridades que constituyen el ser
personal: cuerpo-espíritu, hombre-mujer, individuo-sociedad.

8. ¿Cuál es la experiencia humana elemental?:
– que somos amados. Amor que se expresa en el don de la vida, en
nuestra corporalidad y conciencia.
– que somos cuerpo y que podemos reflexionar sobre este dato. Porque
nuestro cuerpo nos dice que hay una diferencia sexual —masculino,
femenino— que tiene un significado y que podemos reflexionar sobre él.
– que la conciencia de lo que somos y de nuestras relaciones nos
permite reconocer nuestro yo personal, familiar y social.
     Por tanto, si la experiencia humana elemental nos dice que somos
don, cuerpo-espíritu, cuerpo sexuado y sujetos miembros de un pueblo
—es decir, personas relacionales y no individuos aislados—, nos
hace falta una reflexión antropológica sobre lo que somos como seres
humanos que sea adecuada a esa experiencia humana elemental, que logre
acoger y, al mismo tiempo, expresar todas las potencialidades de la
dimensión personal, de la dimensión relacional-afectiva y de la dimensión
institucional que nos constituyen. Pensamos que la fe en Dios, uno
y trino, y la antropología que de esa fe se deriva ofrecen una respuesta
«adecuada» a estas nuestras experiencias más elementales.

9. Queremos reflexionar y comunicar esta propuesta antropológica
que responde a la verdad de lo que el ser humano es. En esta reflexión,
es de extraordinaria importancia el significado de la diferencia
sexual. Es preciso un nuevo diálogo sobre la vocación del hombre y
de la mujer, previo a los roles sociales y económicos que hombre y
mujer desempeñan. Benedicto XVI habla al respecto de una «ecología
del hombre»: «Quisiera afrontar seriamente un punto que —me parece—
se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología del
hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar
y que no puede manipular a su antojo» 4.

10. Esta antropología religadora de todo lo humano, personal, ambiental
e institucional, solo se sostiene si hay una religación fundante,
un Padre que abraza y reúne a la familia en el hogar común. Una antropología
adecuada a la experiencia humana es aquella que acoge y
aúna la dimensión personal (corporal-espiritual), la dimensión relacional
afectiva (deseo-amor) y la dimensión público-institucional (fecundidad-
solidaridad). Además, da respuesta a los latidos profundos del
corazón humano —libertad, amor, alegría— sin contraponerlos y sin
pensar que cada uno de ellos va por su cuenta. Una libertad situada
entre la verdad y el bien; pero, por otra parte, una libertad herida, a la
que la fe ofrece redención para que pueda amar sin reservas y encuentre
la alegría.

     No cabe una división entre problemas propios de la moral social y
problemas de la moral personal. Esta propuesta denuncia la falsedad de
la división entre asuntos privados y públicos, que además deja en tierra
de nadie el ámbito familiar.
       Si la cuestión antropológica es hoy el centro de la cuestión social,
hemos de concluir recordando uno de los textos más luminosos del
Concilio Vaticano II:
    En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de
venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación
del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (GS 22).

 4, Benedicto XVI, Discurso al Parlamento alemán (22.9.2011).

     (Editorial Edice, El Dios fiel mantiene su alianza, DT 7,9, p.13-19, capítulo 1)
 
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viernes, 13 de enero 2023          

          «A los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de todo corazón»

                  Se hace público el testamento espiritual de Benedicto XVI
                                      «¡Manteneos firmes en la fe!»

 "Por último, pido humildemente: rezad por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en las moradas eternas. A todos los que me han sido confiados, mis oraciones salen de mi corazón, día a día", escribió Benedicto XVI.

 En las últimas horas ha transcendido el testamento espiritual que dejó escrito Benedicto XVI el 29 de agosto de 2006. Un legado para todos los cristianos que no tiene desperdicio

              A continuación, reproducimos íntegramente este valioso y bello texto:

 "Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he recorrido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. En primer lugar, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me dio la vida y me guió en diversos momentos de confusión; siempre me levantó cuando empecé a resbalar y siempre me devolvió la luz de su semblante. En retrospectiva veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y fatigosos de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guio bien.

       Doy gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí una morada magnífica que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La lúcida fe de mi padre nos enseñó a los niños a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la lucidez de sus juicios, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin este constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta. 

       De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y os lo ruego, queridos compatriotas: no os dejéis apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

       A todos aquellos a los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia están confiados a mi servicio: ¡manteneos firmes en la fe! No se confundan. A menudo da la impresión de que la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- es capaz de ofrecer resultados irrefutables en contradicción con la fe católica. 

He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he podido comprobar cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente pertenecientes a la ciencia; del mismo modo que, por otra parte, es en el diálogo con las ciencias naturales como también la fe ha aprendido a comprender mejor el límite del alcance de sus pretensiones, y por tanto su especificidad. 

       Hace ya sesenta años que acompaño el camino de la Teología, en particular de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles, demostrando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: rezad por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en las moradas eternas. A todos los que me han sido confiados, mis oraciones salen de mi corazón, día a día.

Benedictus PP XVI.                                       (Publicado en omnes el 1 de enero 2023)

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viernes, 13 de enero 2023

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
Romano Guardiani, capítulo 4. El recogimiento y la acción

      “Lo mismo vale para los diferentes movimientos y ademanes. ¿Hay algo más desagradable que el modo en el muchos entran en el templo y se sientan, después de haber realizado en forma displicente una genuflexión? ¿No es igual a la forma en que alguien se sienta en el banco de una plaza o en la butaca de un cine? Evidentemente no saben dónde están, ya que cuando ellos, después del culto, visitan a alguien que les interesa, seguramente se comportan de manera diferente. Pero en lo que respecta al hecho mismo de estar sentado, en el templo, tiene una significación mayor que la de brindar comodidad, ya que es la postura que adopta quien escucha con recogimiento. De la misma manera, el arrodillarse en el templo significa también una cosa completamente distinta del mismo gesto ejecutado por el cazador cuando apunta con su fusil, porque es el sacrificar la postura erguida delante de Dios. Incluso el estar de pie en la iglesia tiene un sentido más profundo que el hecho de hacer un alto en el camino o de detenerse para iniciar un recorrido, por cuanto es la postura de reverencia ante el Señor de los cielos. Pero todo esto puede hacerse solamente, y de manera digna, si se está metido en el asunto, y esto último lo consigue únicamente quien se recoge.

     Algunas veces, hay oportunidad de observar disimuladamente en una función teatral los rostros de aquéllos que escuchan o miran; estos rostros orientados hacia algo y observando con tanta atención puede causar una impresión tan fuerte, que asusta y obliga a desviar la mirada. En la mirada humana, está todo el hombre. Mirar el altar con los ojos impregnados de fe significa mucho más que estar convencido de que ése es el lugar donde se desarrolla la acción sagrada: ese mirar es ya participación. Una vez presencié, en la catedral de Monreale, en Sicilia, como el pueblo asistía a la solemnidad del sábado Santo. Al momento de marcharme, la celebración llevaba más de cinco horas y todavía no había concluido. La gente no tenía libros ni tampoco rezaba el rosario, lo único que hacía era contemplar, pero lo hacían de tal modo, que los que asistían estaban totalmente sumergidos en la ceremonia. ¡Cómo se ha ido perdiendo poco a poco esta capacidad de contemplar! El hábito del recogimiento. El que todavía es conservado por el hombre sencillo que se ha criado en la tradición cristiana. La mirada hacia el altar es precisamente tan profunda como lo es el recogimiento del cual ella proviene.

    Por ejemplo, consideremos los gestos litúrgicos. Pensemos en el más simple y, al mismo tiempo, el más sagrado de todos: la señal de la cruz. El modo en que, a menudo, se lo ejecuta, a la manera de un movimiento negligente y deforme, ¿no es verdaderamente escándalos? En el ánimo y en la mente de quien lo ejecuta, ¿no es idéntico al gesto que él hace cuando saludo rápidamente a alguien, en una forma completamente indiferente? ¡Pero este gesto, así realizado, no es aquél por medio del cual marcamos nuestro cuerpo con el símbolo de la muerte de Cristo, atravesamos nuestra alma con la imagen de la redención, reconocemos al Señor y nos ponemos bajo su amparo y protección! Reflexionemos sobre el modo en que vamos a comulgar.

    Nosotros no vamos a la iglesia para “presenciar la misa”, que, por lo general, significa mirar sin tomar parte, sino que vamos para adorar a Dios, junto con el sacerdote. Lo que hacemos allí debe ser culto tributado a Dios, desde la entrada y hacerse presente en el templo, pasando por arrodillarse, el sentarse y el ponerse de pie, hasta la recepción de la sagrada comunión. Pero esto sólo puede lograrse, cuando el ánimo está verdaderamente presente y el espíritu está atento.
    El hombre se sitúa frente a Dios y vive con Él, cuidando y viviendo la Liturgia”

(Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El recogimiento y la acción, p. 27-29, capítulo 4, segunda y última parte)
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jueves. 28 de diciembre 2022

                                               LA SANTA IGLESIA CATÓLICA
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 9 

      “Así como en un hombre hay un alma y un cuerpo solamente, y sus miembros, sin embargo, son diversos, así también la Iglesia católica es un solo cuerpo, y tiene diversos miembros. El alma que da vida a este cuerpo, es el Espíritu Santo. Por ello, luego de confesar la fe en el Espíritu Santo, es preciso creer en la santa Iglesia católica. En consecuencia, con esto prosigue el Símbolo: “la santa Iglesia católica”.

      Conviene saber que Iglesia quiere decir congregación; por tanto, la santa Iglesia es lo mismo que la congregación de los fieles, y todo cristiano es como un miembro de esta Iglesia, de la cual se dice: “Acercaos a mí, ignorantes, congregaos en la casa de instrucción” (Eccli 51, 31). Esta santa Iglesia cumple cuatro condiciones: es una, santa, católica, es decir, universal y firme y estable.

A)   En cuanto a lo primero hay que notar que, aunque diversos herejes dieron origen a sectas diversas, no pertenecen a la Iglesia, porque están divididos en facciones, mientras que la Iglesia es una: “Una sola es mi paloma, una sola mi perfecta” (Cant 6, 8).

       La unidad de la Iglesia resulta de tres cosas: 

      Primero, de la unidad de la fe. Todos los cristianos que pertenecen al cuerpo de la Iglesia, creen lo mismo: “Que digáis toda una misma cosa, y no haya entre vosotros divisiones” (1 Cor 1, 10); “Un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo” (Eph 4, 5).

   Segundo, de la unidad de la esperanza, porque todos están cimentados en la misma esperanza de llegar a la vida eterna: “Un solo cuerpo y un solo espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados” (Eph 4, 4).    Tercero, de la unidad de la caridad, puesto que todos están unidos en el amor a Dios, y entre sí en el mutuo amor. “Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, como también nosotros somos una sola cosa “(Jn 17, 22). Este amor, si es verdadero, se pone de manifiesto en que los miembros viven solícitos los unos de los otros, y cada uno participa en los sentimientos de los demás. “Crezcamos en amor en todo hasta Aquél que es la cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo -compacto bien trabado por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada miembro- va creciendo y edificándose en el amor” (Eph 4, 15-16); pues cada uno debe servir al prójimo conforme a la gracia recibida de Dios.

      Por tanto, nadie debe menospreciar ni dar lugar a que se le arroje y expulse de esta Iglesia, porque no hay más que una en la que los hombres encuentren la salvación, como nadie pudo salvarse más que en el arca de Noe. 

B)    En cuanto a lo segundo hay que notar que existe también otra congregación, pero de malhechores: “Odio la asamblea de malhechores” (Ps 25, 5). Ésta es mala, en tanto que la Iglesia de Cristo es santa: “Santo es el templo de Dios, que sois vosotros” (1 Cor 3, 17); por ello profesa el Símbolo: “la santa Iglesia”.

      Por cuatro procedimientos se santifican los fieles de esta congregación. 

Primero, porque al igual que es rociada con agua una iglesia cuando se consagra, así también los fieles han sido lavados en la sangre de Cristo. “Nos amó, y no lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apc 1, 5); “Jesús, para santificar por medio de su sangre al pueblo, padeció fuera de la puerta” (Heb 13, 12).

Segundo, por unción: como es ungida la iglesia, son ungidos los fieles con unción espiritual, para ser santificados; de otra forma no serían cristianos, pues Cristo quiere decir ungido. Esta unción es la gracia del Espíritu Santo. “Es Dios quien nos ungió” (2 Cor 1, 21); “Habéis sido santificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 6, 11)

         (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los ApóstolesArtículo 9, primera partep. 93-95)

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viernes. dieciseis de diciembre 2022

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA
   Romano Guardianicapítulo 4. El recogimiento y la acción

        “Así como el hablar y el escuchar auténticos tienen su origen en el silencio, la actitud recta y el buen obrar proceden del recogimiento. El obrar no sólo consiste en que ocurra algo externo. En él hay muchos niveles, tantos como se observan en la vida del hombre. Hay actividades pura y totalmente exteriores, como cuando se acciona una llave de la luz: si el contacto funciona correctamente, se enciende la lámpara, con lo cual todo está en orden. Pero si tengo que hacer un trabajo, tengo que poner tanta más atención cuanto más importante sea el trabajo, de lo contrario, se producirán equivocaciones.

      En las diferentes relaciones entre los hombres -en la ayuda, en la amistad, en la caridad-, en todo aquello en que se establece un vínculo entre la persona y lo que hace, lo que yo haga saldrá bien, sólo si me he interesado interiormente por ello. El lenguaje cotidiano expresa esto en frases certeras, cuando se acepta, por ejemplo, que se diga: “estoy metido de lleno en ello” o “no está metido en el tema”. Es posible que hago algo -yo solo y nadie más- pero sin estar verdaderamente “metido en ello”. Estoy corporalmente presente, de algún modo, también lo estoy espiritualmente, lo suficiente como para que la acción comience a realizarle, pero, a la vez, estoy en cualquier otra parte, y a las cosas también les pasa algo parecido. Cuanto más difícil, importante y delicado es aquello que debe ser hecho, tanto más tengo que poner toda mi atención, mi fervor, mi pasión, mi amor, lo más profundo de mi sentimiento y las energías creadoras del espíritu.

        El recogimiento no consiste en andar distraído por cualquier parte, sino en estar presente aquí, ni tampoco en poner la atención en muchas cosas, sino en atender lo que ahora importa, ni en participar sólo con una parte de mi ser, sino en concentrarme totalmente en ello. Esto es válido para todo obrar, pero en particular, vale para aquél del cual estamos ha blando, es decir, para el culto que rendimos a Dios.

       La liturgia se basa en el hecho de que Dios está en el templo, por lo que comienza con la respuesta del hombre a este acontecimiento. Por eso ella se distingue de la oración privada, la que puede ser rezada en cualquier parte, también en casa o en un lugar abierto. En primer lugar y en forma categórica, la liturgia significa el culto en el lugar sagrado destinado a ello. ¡Gran misterio es que Dios está “aquí”! Eso exige una respuesta: que el hombre se coloque frente a él. En la lengua italiana, existe una bella expresión: “fare atto di presenza” [hacer acto de presencia], es decir, efectivizar el acto de hacerse presente. Pero para eso también se debe estar realmente allí, el cuerpo y alma, con pensamientos e intereses, con atención, respeto profundo y amor. Precisamente a esto se llama recogimiento. Sólo el hombre concentrado puede experimentar la presencia de Dios en su espíritu y en su corazón, presentarse ante él y responder con un acto de adoración y con amor al advenimiento de su misericordia.

       El recogimiento posibilita también la correcta postura externa. Temo que lo que voy a decir aquí parezca exagerado o, peor aún, haga que alguien se comporte afectadamente. Pero con frecuencia el comportamiento en el templo es tan descuidado, los asistentes parecen saber tan poco del lugar en el que están y qué ocurre a su alrededor, que se debe hablar claramente, aunque se corra el riesgo de ser malinterpretado. El que el hombre esté presente no significa sólo que su cuerpo se encuentra en el templo y no en la calle. Su “cuerpo” es el mismo, y su estar presente es un obrar viviente. Por ejemplo, un hombre entra en una habitación y se sienta. Aparentemente lo único que ha ocurrido es que ha ocupado una silla. Pero entra otro hombre, entonces la existencia del primero se revela como un poder, aun cuando no haga o diga nada. Hay obras de arte en las que esta influencia silenciosa de su existencia se revela poderosamente. Pensemos en esas pinturas medievales en las que la mayoría de las imágenes de los santos aparecen tranquilamente sentadas, una al lado de otra; no hacen nada, apenas un gesto o una palabra va de una a otra, pero, sin embargo, todo el conjunto está lleno de una presencia cálida y vital. En consecuencia, el estar presente es algo más que el simple estar sentado o arrodillado en un lugar. Es un acto interior que se exterioriza en todo el comportamiento”.     (Romano Guardini, Preparación para Santa Misa, capítulo 4, primera parte, p. 25-27)

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miércoles, 7 de diciembre 2022
                                                 CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 8

     “Dos errores quedan refutados con estas palabras: el de los maniqueos, que sostuvieron que al Antiguo Testamento no procedía de Dios, cosa que es falsa, pues por los Profetas habló el Espíritu Santo; el de Priscila y Montano (Montano, cristiano convertido en Frigia, divulgó desde 170 la herejía eclesiológica llamada montanismo), que afirmaron que los Profetas hablaban poseídos no del Espíritu Santo, sino de frenesí. Muchos frutos producen en nosotros el Espíritu Santo.

 Primero: nos limpia de los pecados. La razón es, que el mismo que construye, repara. El alma es creada por medio del Espíritu Santo, puesto que por medio de Él hace Dios todas las cosas: en efecto, Dios por el amor de su propia bondad las produce: “Amas todo lo que existe, y nada aborreces de cuanto has hecho” (Sap 11, 25). Dionisio (Aeropagita, autor de varios escritos cristianos entre 425 y 532), en el capítulo 4 De divinis Nominibus: “El amor divino no soportó quedar sin fruto”. Por consiguiente, es natural que los corazones de los hombres, destruidos por el pecado, sean restaurados por el Espíritu Santo. “Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra” (Ps 103, 30). No es extraño que el Espíritu limpie, puesto que todos los pecados son perdonados a causa del amor: “Le han sido perdonados muchos pecados porque amó mucho” (Lc 7, 47). “El amor cubre todas las faltas” (Prv 10, 12). “El amor cubre los pecados en bloque” (1 Pet 4, 8).

 Segundo: ilumina el entendimiento. Pues todo lo que sabemos, del Espíritu Santo nos viene: El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os enseñe todo, y os recuerde de todo lo que os hay dicho” (Jn 14, 26). “La Unción os instruirá acerca de todas las cosas”. (1 Jn 2, 27).

 Tercero: ayuda y, en cierto modo, coacciona a guardar los mandamientos. Nadie es capaz de guardar los mandamientos de Dios si no ama a Dios: “Quien me ame, guardará mis palabras” (Jn 14, 23). Pero el Espíritu Santo hace amar a Dios y de esta manera ayuda. “Os daré un corazón nuevo, pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros: arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, os daré corazón de carne; pondré en medio de vosotros mi espíritu, y haré que caminéis en mis preceptos, y que guardaréis y practiquéis mis normas” (Ez 36, 26).

 Cuarto: corrobora la esperanza de la vida eterna, porque es como una prenda de que la heredaremos: “Habéis sido marcado con el Espíritu Santo de la promesa, el cual es prenda de nuestra herencia” (Eph 1, 13-14). Es como las arras de la vida eterna. La razón es la siguiente: la vida eterna se debe al hombre en cuanto que éste se constituye en hijo de Dios, lo cual tiene lugar por una asimilación a Cristo; ahora bien, se asemeja a Cristo uno en la media en que tiene el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. “No habéis recibido un espíritu de esclavitud, para caer de nuevo en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: Abba (Padre). Este mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8, 15-16). “Como sois hijos de Dios, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba (Padre)”. (Gal 4, 6).

 Quinto: aconseja en las dudas, y nos da a conocer la voluntad de Dios. “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Apc 2, 7). “Lo escucharé como a un maestro” (Is 1, 4).

   (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los Apóstoles, Artículo 8, segunda y última, p. 90-93)

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jueves, 2 de diciembre 2022

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA
                                    Romano Guardiani, capítulo 3, Las actitudes: El recogimiento

   “En la vida espiritual, cuando se habla del silencio la mayoría de las veces se lo asocia inmediatamente con el recogimiento. En verdad, el silencio supera al bullicio y al palabrerío, en tanto que el recogimiento es la victoria sobre la disipación y la intranquilidad. El silencio constituye en el hombre la serenidad que lo habilita a hablar, el recogimiento representa la unidad viviente de una existencia, a la que se le habla de las cosas del mundo que lo rodean y que es atraída por la diversidad de acontecimientos, unidad llena de fuerzas, que incita a la acción y a la creación. El recogimiento es tan importante como el silencio. Cuando los consideramos atentamente, nos damos cuenta de que uno no puede existir sin el otro.

      ¿Qué significa entonces el recogimiento? Habitualmente, la atención del hombre se mantiene en las cosas y en los hombres lo que rodean, atraída en las más diversas direcciones por una infinita variedad de fenómenos. Su ánimo está inquieto, su afectividad se somete a objetos que cambian rápidamente. Su deseo pasa de una cosa a otra. Su voluntad tiene permanentemente intenciones -por lo general, muy diferentes al mismo tiempo- que la estimulan, por eso está acosada, desgarrada y en contradicción consigo misma. El recogimiento se opone a todo eso, ya que busca que la atención se aparte de la diversidad de cosas que la atraen y unifica al espíritu en sí mismo, rescata al afecto de las múltiples cosas que lo tientan y lo orienta, a través de un simple cambio, hacia lo importante; al alma que se distrae en sus pensamientos, que se dispersa con uno y otro deseo, y que, además, todo el tiempo que tiene propósitos y planes, la atrae sobre sí misma y le da profundidad.
      Lo verdaderamente funesto es el desorden y afectación artificial de la vida moderna, en los que el hombre es atacado permanentemente por impresiones violentas y extravagantes. Como éstas son intensas, pero a la vez superficiales, se diluyen rápidamente y son desplazadas en seguida por otras. Es propio de ellas carecer de mesura y de verdadera coherencia. Por todas partes existe la publicidad, que pretende incitarlo a cosas que, en el fondo, él no quiere, a cosas que realmente no necesita.
      Continuamente el corazón del hombre se aparta de lo importante y profundo para orientarse hacia lo interesante, hacia lo que lo estimula y excita. Pero este estado de cosas no sólo impera alrededor del hombre, sino que también reina en su interior. El hombre no tiene ninguna profundidad ni ningún centro interno, sino que vive en lo externo y en lo contingente.
      Este tipo de situación se presenta también en el plano religioso, en el culto y en la santa Misa. Salta a la vista cuando existe un desasosiego. La gente pasea la mirada en torno a todo lo que hay a su alrededor; sin una razón que lo justifique, se arrodilla, se sienta, se levanta; tose, carraspea, acomoda su ropa y muchas cosas más. Los que allí asisten no están verdaderamente presentes, no están en el tema, no se identifican ni con el lugar ni con el momento. En síntesis, no adoptan una actitud de recogimiento.
      El recogimiento es la inhalación del hombre espiritual, mediante la cual se aparta de todo lo que lo distrae y va en busca de la interioridad, de la profundidad y del centro interior. Sólo el hombre que sabe recogerse es realmente alguien. Sólo a él se le puede dirigir la palabra y sólo él puede responder, únicamente él obtiene realmente lo que la vida ofrece. El tiempo es inquietud y disipación, la eternidad es sosiego y unidad, pero no en el sentido de inactividad o tedio.
      La eternidad es la plenitud de la vida, pero en el modo de la serenidad. Hay algo de lo eterno en nuestra interioridad más profunda. Quizá podemos designarlo con el bello nombre que se encuentra en los maestros de vida espiritual: “suelo del alma” o “cumbre del espíritu”. Cuando Dios me llama, yo puedo ser efectivamente alguien que está en condiciones de decir: “aquí estoy, Señor”
                  (Romano Guardini, Preparación para la celebración de la Santa Misa (selección), p. 21-25)

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viernes, 18 de noviembre 2022

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA
                           Romano Guardiani, capítulo 2: El callar y la palabra

      “En el capítulo anterior, hablábamos del silencio delante de Dios. Dijimos que sólo desde él se puede configurar la comunidad que celebra la santa misa y erigir la Iglesia cómo el ámbito en el cual aquélla se realiza. Por eso, se puede decir justamente que lograr el silencio es el comienzo del culto sagrado. Ahora avanzamos un paso más y afirmamos que el silencio está en íntima relación con el hablar y con la palabra.

      Gran misterio es la palabra. Es tan efímera, que se extingue en un instante, es tan poderosa, que marca destinos y decide el sentido de la existencia. Es un producto delicado que hace sentir sus notas en el espacio, pero, a la vez, contiene algo eterno: la verdad. La palabra proviene del interior del hombre. Como sonido, procede del órgano de su cuerpo; como expresión, procede de su espíritu y de su corazón.
      La palabra viva está formada por diversos estratos. El más externo consiste en la comunicación simple de una noticia o de una orden. En caso de necesidad, esa comunicación se puede también ser realizada artísticamente. Esto sucede con la escritura, de la misma manera que, por intermedio de un aparato, se producen sonidos, que el lenguaje humano reproduce. Tales signos de la escritura y tales fonemas verbales extraen su sentido del lenguaje viviente efectivamente hablado, y cumplen `propósitos específicos.
      ¿Pero cómo se relaciona la palabra con la interioridad del corazón? Esta última vive del sentimiento y de lo que éste experimenta en cuanto al valor que tienen las cosas, al aprecio que se les dispensa y a la importancia plena que se les concede. ¿Pero no es verdad que este sentimiento se expresa en forma perfecta en la palabra, en tanto que ésta fluye inmediatamente? ¿Y no es cierto que esta palabra, articulada inmediatamente, puede ser expresada, mientras reflexiona poco y nada? A la larga, también es verdad que el corazón del hombre, que habla permanentemente se vacía.  La palabra abre las puertas de esta cárcel, hace que lo oculto salga a la luz y libera lo que está encerrado; posibilita que el hombre asuma responsabilidades y se perfeccione.
      Por eso, hay que ejercitar el silencio también para hablar. La liturgia está conformada en gran parte por palabras que proceden de Dios o se dirigen a él. Estas palabras no deberían degenerar en palabrerío. Pero esto ocurre con todas las palabras, incluso con las más profundas y sagradas, cuando no son pronunciadas correctamente. En ellas debe resplandecer la verdad, tanto la verdad de Dios como la del hombre redimido. En ellas deben expresarse el corazón, tanto el corazón de Cristo en el que vive el amor del Padre como el corazón del hombre que depende de Cristo. Por medio de las palabras, nuestro ser íntimo debe penetrar en el ámbito de la veracidad sagrada, ámbito que delante de Dios configura a la comunidad y al misterio abarcado por ella. Más aún, el mismo -misterio sagrado- tiene que consumarse, por medio de la palabra humana que Cristo confió a los suyos, cuando les dijo: “Haced esto en conmemoración mía”.
      En consecuencia, todo esto tiene que concretizarse en estas palabras, las cuales deben ser grandes, serenas y plenas de sabiduría interior. Pero ellas sólo son así, cuando provienen del silencio. Nunca se puede dejar de apreciar suficientemente la importancia del silencio para la celebración de la Santa Misa, tanto del silencio preparatorio, como también del que se produce una y otra vez durante el transcurso. El silencio abre la fuente interior de la cual proviene la palabra
             (Romano Guardini, Preparación para la celebración de la Santa Misa (selección), p. 18-21)
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viernes, 18 de noviembre 2022

                                                  CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 8

     “Según hemos dicho, la Palabra de Dios es el Hijo de Dios, al modo que la palabra mental del hombre es una concepción de su entendimiento. Pero a veces ocurre que un hombre concibe una palabra muerta, a saber, cuando piensa algo que debe hacer y no tiene intención de realizarlo; así, cuando un hombre cree, pero no practica, su fe se dice que está muerta, según leemos en Iac 2. La Palabra de Dios, por el contrario, está viva: “Viva es la palabra de Dios” (Heb 4, 12) por consiguiente, es claro que Dios tiene en Sí voluntad y amor. Por ello escribe Agustín en su tratado De Trin.: “La Palabra que tratamos de explicar, es conocimiento con amor”. Pues bien, así como la Palabra de Dios es el Hijo de Dios, así, el Amor de Dios es el Espíritu Santo. Por eso los hombres tienen el Espíritu Santo cuando aman a Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”(R5, 5).

      No han faltado algunos que han mantenido sobre el Espíritu Santo opiniones torcidas, asegurando que es una criatura, que es inferior al Padre y al Hijo, que es un siervo y ministro de Dios. Los santos, para desautorizar semejantes errores, agregaron en otro Símbolo cinco puntualizaciones acerca del Espíritu Santo.

      Primera. Aunque existen otros espíritus, los ángeles, son sólo ministros de Dios, conforme a las palabras del Apóstol: “Todos ellos son espíritus servidores” (Heb 1, 14); en cambio, el Espíritu Santo es Señor: “Dios es espíritu” (Jn 4, 24), “este Señor es el Espíritu” (2 Cor 3, 17); por eso, donde está el Espíritu del Señor, está la libertad, según dice Pablo inmediatamente después. La razón de esto es que hace amar a Dios y elimina el amor al mundo. Por tal motivo agregaron: “En el Espíritu Santo, Señor”.

      Segunda. La vida del alma consiste en su unión con Dios, puesto que Dios mismo es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo. Ahora bien, es el Espíritu Santo quien realiza esta unión con Dios por medio del amor, porque Él mismo es el Amor de Dios; por consiguiente, da vida: “El Espíritu es quien da vida” (Jn 6, 64). Por ello añadieron: “Y dador de vida”.

     Tercera. El Espíritu Santo es de una misma sustancia que el Padre y el Hijo: como el Hijo es la Palabra del Padre, así el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo, y por ello procede de ambos, y con la Palabra de Dios es de una misma sustancia que el Padre, así el Amor es de una misma sustancia que el Padre y el Hijo. Por esto dijeron: “Que procede del Padre y del Hijo”. De lo que resulta evidente que no es criatura.

     Cuarta. El Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo en el culto que se les tributa. “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23). “Enseñad a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). En consonancia con esto afirmaron: “Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración”.

      La quinta prueba de que el Espíritu Santo es igual a Dios, está en que los Profetas hablaron de parte de Dios. Por tanto, si no fuera por Dios el Espíritu, no se podría afirmar que los Profetas hablaron de parte de Éste. Ahora bien, Pedro escribe: “Los hombres santos de Dios hablaron inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pet 1, 21). “El Señor Dios me envió, y su Espíritu” 

(Is 48, 16). Por lo que puntualizaron: “Que habló por los Profetas”. Continúa.

(Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los Apóstoles, Artículo 8, p. 88-90, Colección Patmos n. 155, primera parte) 

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miércoles, 9 de noviembre 2022

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN

DE LA SANTA MISA
 Romano Guardini, capítulo 1: Disposiciones. El Silencio

“Introducción. No se trata de explicar la esencia de la conmemoración de la Última Cena del Señor, ni tampoco exponer su historia, sino, más bien, poner en claro qué obligaciones impone su celebración y cuál es la mejor manera de cumplir adecuadamente con ellas.

      Es hora de que la misa retome su fundamento inicial: la acción santa de la comunidad cristiana, la que, si bien está representada en el oficio sacerdotal, debe vivir y obrar realmente como comunidad, tal como relatan Todos los días acudían al Templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón (Hech 2, 46) y Porque yo recibí del Señor lo que también os trasmití: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias lo partió y dijo… (1 Cor 11, 17-34).
      Lo específico de ella, el ser acción plenamente hecha en memoria Suya con toda la importancia que tiene para la salvación eterna, lo percibo solamente, si lo realizo. Puede ser que la esencia de la misa no se encuentre plenamente arraigada en la conciencia cristiana, a pesar de la enseñanza catequística, de los sermones y de la gran cantidad de libros piadosos.

 Prólogo. La expresión Preparar la misa fue pronunciada primero por el mismo Cristo, cuando envió a sus discípulos a organizar la Cena de Pascua: El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Jesús respondió: Id a la ciudad, a casa de tal persona, y comunicadle: El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca; voy a celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos”. Los discípulos lo hicieron tal y como les había mandado Jesús, y prepararon la Pascua (Mt 26, 17-19).

      La misa, Cena del Señor, es uno de los momentos privilegiados del culto cristiano, en el cual los principales actores son, en primer lugar, el que llamamos habitualmente el “celebrante”, pero también todos los que participan en el acto principal de la comunidad cristiana. Asimismo, toma relevancia el desarrollo del acto en tu totalidad, ya que todos los participantes son los actores activos del culto eucarístico.

 Las actitudes. EL SILENCIO. En primer lugar, es preciso que haya un auténtico silencio y que no se hable; que tampoco se escuche ningún ruido, ni movimiento de bancos ni hojear libros, ni toser ni carraspeos. No queremos exagerar en extremo, ya que los hombres son seres vivos y se mueven, razón por la cual, un comportamiento forzado o artificial no es mejor que un ajetreo. Pero el silencio es precisamente silencio, y sólo se verifica, si efectivamente se lo desea. Uno se siente a gusto o molesto en él, de acuerdo con el valor que le concede. Alguien dice: “yo no puedo contener la tos”, otro afirma: “yo no puedo arrodillarme sin hacer ruido” … pero, cuando asisten a un concierto o a una conferencia y escuchan con suma atención, evitan la tos y el desplazamiento, de tal manera que, en la sala, se produce ese silencio, que se cuenta entre las cosas más hermosas que pueden darse, es decir, surge ese espacio o ámbito para escuchar, en el que resaltan las cosas más bellas y verdaderamente importantes.

      El silencio es la tranquilidad de la vida interior, es como el fondo de un torrente subterráneo. El silencio es presencia, sinceridad y disposición atesoradas. Es por eso que, de ninguna manera, el silencio significa insensibilidad, ni tampoco negligencia ni un lastre inactivo. El auténtico silencio es disposición de alerta y plena.
      Hemos hablado de la atención. Esto nos lleva hacia ese silencio que aquí nos interesa
el silencio en presencia de Dios”.

                (Romano Guardini, Preparación para la celebración de la Santa Misa (selección), p. 7-14)

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viernes, 4 de noviembre 2022

DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR
A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 7

     “Tercero, por la justicia inflexible del Juez. Ahora es tiempo de misericordia, entonces será solo tiempo de justicia; por eso ahora es nuestro momento, entonces será sólo el momento de Dios. “Cuando yo decida el momento, juzgaré con justicia” (Ps 74,3). “Los celos y la ira del marido no perdonarán en el día de la venganza, ni atenderá a los ruegos de nadie, ni aceptará en compensación obsequio alguno por espléndido que sea” (Prv 6,34).

Cuarto, por la cólera del Juez. Con un semblante, dulce y agradable, se mostrará a los justos: “Contemplarán al Rey en su hermosura” (Is 33,17); con otro, encolerizado y cruel, se presentará a los malos, hasta el punto de que éstos dirán a los montes: “Caed sobre nosotros, y ocultadnos de la ira del Cordero” (Apc 6,16). Tal ira no implica perturbación interior en Dios, sino sólo su efecto externo, a saber, la pena eterna impuesta a los réprobos. Orígenes: “¡Qué angosto será en el juicio el camino para los pecadores! Habrá arriba un juez airado, etc.”

C) Contra este temor debemos emplear cuatro remedios.
El primero consiste en obrar bien: “¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de ella elogios” (Rom 13,3).

El segundo es la confesión y penitencia en cuanto a los pecados cometidos, con tres características, dolor al considerarlos, humildad al confesarlos, intransigencia al satisfacer por ellos: de est amanera se expía la pena eterna.

El tercero es la limosna, que todo lo purifica. “Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando fallezcáis, os reciban en las moradas eternas” (Lc 16,9).

El cuarto remedio lo constituye la caridad, es decir, al amor a Dios y al prójimo, amor que cubre los pecados en bloque, según leemos en la 1ª Carta de san Pedro 4 y en Proverbios 10”. Tercera y última parte.

(Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los Apóstoles, Artículo 7, p. 86-88, Colección Patmos n. 155)

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viernes, 28 de octubre 2022

DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR
A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 7

      “Otros, en cambio, se salvarán después de ser juzgados, los que hayan muerto en estado de justicia. Si bien murieron en gracia, en el manejo de las cosas temporales fallaron en algún punto; por esto serán juzgados, pero se salvarán.
      La materia del juicio serán todas las obras, buenas y malas; “Anda por donde el corazón te lleve…, pero a sabiendas de que por todo ello Dios te llamará a juicio” (Eccl 1,9). “Toda obra, buena o mala, la emplazará Dios a juicio por cualquier fallo” (Eccl 12,14). Así mismo, las palabras ociosas: “De toda palabra ociosa que hayan pronunciado los hombres, darán cuenta en el día del juicio” (Mt 12,36). Los pensamientos: “Los pensamientos del impío sufrirán interrogatorio” (Sap 1,9). Y así queda explicado el desenvolvimiento del juicio.

B) Este juicio es temible por cuatro motivos.
      Primero, por la sabiduría del Juez. Lo conoce todo, pensamientos, palabras y obras, puesto que “todo está desnudo y patente a sus ojos (Heb 4,13) “Todos los caminos de los hombres están patentes a los ojos de Él” (Prv 16,2). Conoce nuestras palabras: “Oído celoso todo lo oye” (Sap 1,10). Y también nuestros pensamientos: “Retorcido es el corazón del hombre, e impenetrable: ¿quién lo conocerá? -Yo, el Señor, que escudriño el corazón y examino los riñones, que doy a cada uno según su camino y según el fruto de sus artes” (Ier 17,9). Acudirán a declarar testigos infalibles, a saber, las propias conciencias de los hombres: “Atestiguando su misma conciencia, y acusándolos unas veces o incluso defendiéndolos otras sus juicios, el día en que Dios juzgue las acciones secretas de los hombres” (Rom. 2,15).

      Segundo, por el poder del Juez, que es omnipotente por Sí: “El Señor Dios vendrá con potencia” 
(Is 40,10). Y omnipotente por las criaturas, puesto que todas las cosas creadas estarán de su lado: “Peleará con Él todo el universo contra los insensatos” (Sap 5,21); de donde las palabras de Job: “No habiendo nadie que pueda librar de tu mano” (10,7). “Si subo al cielo, allí estás Tú; si bajo al infierno, te hayas presente” (Ps 138,8). Segunda parte, continúa.

(Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los Apóstoles, Artículo 7, p. 85-86, Colección Patmos n. 155)

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jueves, 20 de octubre 2022

DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR
A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 7

      “Misión del rey y del señor es juzgar: “El rey, que está sentado en el trono de justicia, con una mirada suya disipa todo mal” (Prov 20,8), Puesto que Cristo subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios como Señor de todas las cosas, es evidente que juzgar es misión suya. Por eso en la profesión de fe católica afirmamos que “ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.
      Los mismos ángeles lo aseguraron: “Este Jesús, que de entre vosotros ha subido al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse” (Act 1,11).
      Tres cosas hay que considerar con respeto a este juicio: primera, su procedimiento; segunda, que se trata de un juicio temible; tercera, la forma de prepararnos a él.

A), En su procedimiento concurren tres factores: el juez, los que están juzgados, la materia del juicio.
      El Juez es Cristo. “El es a quien Dios ha puesto por juez de vivos y muertos” (Act 10,42), ya sea que tomemos por muertos a los pecadores y por vivos a los que viven con rectitud, o bien que interpretamos literalmente como vivos a los que para entonces vivirán y como muertos a todos los que habrán fallecido. Es juez no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre, y esto por tres motivos.

Primero, porque es necesario que los que sean juzgados vean al juez; pero la Divinidad es tan deleitosa que nadie puede contemplarla sin gozo; por tanto, ningún condenado podrá verla, porque gozaría. Por eso es preciso que aparezca en su condición de hombre, para ser visto por todos. “Le dio potestad de juzgar porque es Hijo de hombre” (Jn 5,27).

Segundo, porque en cuanto hombre mereció este cargo. En cuanto hombre fue juzgado inicuamente; por ello Dios lo nombró Juez del universo entero: “Tu causa ha sido juzgada como la de un impío: recibirás a cambio poder de juagar” (Iob 36,17).

Tercero, para que los hombres no se desesperen, puesto que por un hombre van a ser juzgados. Si Dios sólo juzgara, los hombres aterrados se desesperarían. “Verán al Hijo del hombre venir en una nube” (Lc 21,27).
      Los que serán juzgados son todos los que existieron, existen y existirán: “Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida” (2 Cor 5,10).
      Pero, como dice Gregorio, hay entre ellos cuatro categorías. En primer lugar, de los que comparecerán, unos son buenos, y otros, malos. De los malos unos serán condenados sin juicio, los incrédulos, cuyas obras no serán sometidas a discusión, porque “el que no cree, ya está juzgado” (Jn 3,18)
      Otros serán condenados después de ser juzgados, los creyentes que murieron en pecado mortal: 
“El salario del pecado es la muerte” (Rom 6,23). Por la fe que tuvieron no se verán privados del juicio.
      También de los buenos unos se salvarán sin juicio, los que por Dios fueron pobres de espíritu; es más, juzgarán a los demás: “Vosotros, que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su majestad, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28); lo cual ha de entenderse no sólo de los Discípulos, sino de todos los pobres; de otra forra, Pablo, que trabajó más que ninguno, no se contaría entre los jueces: Hay, pues, que interpretarlo de todos los que siguen a los Apóstoles y de los varones apostólicos. Por ello Pablo escribe: “¿No sabéis que juzgaremos a los ángeles?” (1 Cor 6,3). “el Señor vendrá a juzgar acompañado de los ancianos y príncipes de su pueblo” (Is 3,14)”. Continúa

(Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 7, El símbolo de los Apóstoles, p. 82-85, Colección Patmos n. 155)

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miércoles, 27 de septiembre 2022     

          Subió a los cielos, está sentado a la diestra 
de Dios Padre todopoderoso
    Símbolo de los Apóstoles. Artículo 6

      “Después de la Resurrección de Cristo es necesario creer en su Ascensión: ascendió al cielo a los cuarenta días. Por eso dice: “Subió a los cielos”. Sobre la cual hay que advertir tres cosas: que esta ascensión fue sublime, razonable y útil.

A) Fue sublime, porque subió a los cielos. Esto se expone en tres pasos.
Primero, subió por encina de todos los cielos corpóreos. Dice el Apóstol: “Subió por encima de todos los cielos” (Eph 4, 10). Esto fue Cristo quien primero lo hizo, pues anteriormente ningún cuerpo terreno había salido de la Tierra, hasta el punto de que incluso Adán vivió en un paraíso terrenal.

Segundo, subió por encima de todos los cielos espirituales, que son los seres espirituales, que son los seres espirituales. “Colocando a Jesús a su derecha en el cielo, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud y Dominación, y sobre todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero; todas las cosas las sometió bajo sus pies”

Tercero, subió hasta el trono del Padre, “He aquí que en las nubes del cielo venía un como Hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de días” (Dan 7, 13).” El Señor, Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo, y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16, 19).
      Lo de la derecha de Dios no hay que entenderlo en sentido literal sino metafórico: en cuanto Dios, estar sentado a la derecha del Padre significa ser de la misma categoría que Éste; en cuanto hombre, quiere decir tener la absoluta preeminencia. Esto lo entendió también el diablo: “Subiré al cielo, sobre los astros de Dios levantaré mi solio; me sentaré en el monte de la alianza, de la parte del Aquilón; ascenderé sobre la altura de las nubes, semejante seré al Altísimo” (Is 14, 13-14). Sin embargo, sólo Cristo lo consiguió; por eso se dice: “Subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre”. “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra” (Ps 109,1).

B) La Ascensión de Cristo fue razonable, pues fue al cielo; esto, por tres motivos:
Primero, porque el cielo era debido a Cristo por su misma naturaleza. Es natural que cada cosa vuelva a su origen, y el principio originario de Cristo está en Dios, que está por encima de todo. “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo, y voy al Padre” (Jn 16, 28)” Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo” (Jn 3, 13). También los santos suben al cielo, pero no como Cristo: Cristo subió por su propio poder; los santos, en cambio, arrastrados por Cristo: “Arrástrame en pos de ti” (Cant 1,3). Incluso puede decirse que nadie sube al cielo sino Cristo sólo, porque los santos no suben más que en cuanto miembros de Él, que es la cabeza de la Iglesia: “Donde esté el cadáver, allí se juntarán también los buitres” (Mt 24, 2

Segundo, correspondía a Cristo el cielo por su victoria. Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el diablo, y lo venció; por ello mereció ser encumbrado por encima de todas las cosas: “Yo vencí, y me senté con mi Padre en su trono” (Apc 3, 21).

Tercero, le correspondía por su humildad. No hay humildad tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios quiso hacerse hombre, siendo Señor quiso tomar la condición de esclavo sometiéndose incluso a la muerte, según se dice en Philp 2, y llegó a bajar al infierno. Por eso mereció ser ensalzado hasta el cielo, hasta el solio de Dios, porque el camino al encumbramiento es la humildad: “El que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11); “El que descendió, ése mismo es el que subió por encima de todos los cielos” (Eph 4, 10).

C) La Ascensión de Cristo fue útil; esto, es en tres aspectos:
Primero, como guía, pues ascendió para guiarnos. Nosotros ignorábamos el camino, pero Él nos lo mostró: “Subirá delante de ellos el que les abrirá el camino” (Mich m2, 13). Y para darnos la certeza de la posesión del reino celestial: “Voy a prepararos un sitio” (Jn 14, 2).

Segundo, para asegurarnos esta posesión, puesto que subió para interceder por nosotros: “Llegando por sí mismo hasta Dios, viviendo siempre para interceder por nosotros” (Heb 7, 25); “Tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo” (1 Jn 2, 1).

Tercero, para atraer hacia sí nuestros corazones; “Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt 6, 21); para que despreciemos los bienes temporales: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde esta Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-2)”.

                        (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 6, p.79-82, Colección Patmos n. 155)

                                                                        ++++++++++++++++++++++++++


viernes, 16 de septiembre 2022
                  
                                                                              Escritos de Catequesis
                   Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó 
de entre los muertos
Artículo 5, cuarta y última parte 

      “La segunda diferencia está en la vida a la que resucitó. Cristo a una vida gloriosa e incorruptible: “Cristo resucito entre los muertos por gloria del Padre “(Rom 6, 4); los demás, a la misma vida que antes había tenido, según consta de Lázaro y otros.

      La tercera diferencia estriba en su fruto y eficacia: en virtud de la Resurrección de Cristo resucitan todos. “Muchos santos que se había dormido, resucitaron” (Mt 27, 52) “Cristo resucitó de entre los muertos, como una primicia de los que duermen” (1 Cor 15,20)
      Observa que Cristo llegó a la gloria a través de su Pasión: “¿No era menester que el Cristo padeciese todo esto, y entrase así en su gloria?” (Lc 24, 26). De esta manera nos enseñaba el camino de la gloria a nosotros: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Act 14, 21).

      La cuarta diferencia reside en el tiempo. La resurrección de los demás se aplaza hasta el fin del mundo, a no ser que por un privilegio se conceda antes a alguno, como a la Santísima Virgen y, según piadosa creencia, a San Juan Evangelista; Cristo, en cambio, resucitó al tercer día. La razón es que la Resurrección, la Muerte y el Nacimiento de Cristo acontecieron por nuestra salvación, y por tanto quiso Él resucitar en el preciso momento en que nuestra salvación lo exigía: si hubiera resucitado inmediatamente, nadie habría creído que hubiera muerto; si hubiera aplazado por mucho tiempo su resurrección, los discípulos habrían perdido la fe, y su Pasión habría resultado inútil: “¿Qué provecho hay en mi sangre, si desciendo a la corrupción”? (Ps 29, 10). Por eso resucitó al tercer día, para que se creyera que efectivamente había muerto, y para que los discípulos no perdieran la fe.

      Cuatro advertencias podemos deducir de todo esto con vistas a nuestra formación:
Primera, que tratemos de resucitar espiritualmente de la muerte del alma en que caemos por el pecado, a una vida de justicia que se alcanza con la penitencia. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará” (Apc 20, 6).

Segunda, que no dejemos la resurrección para el momento de la muerte, sino que nos movamos, 
pues Cristo al tercer día resucitó. “No seas lento en convertirte al Señor, no lo aplaces de día en día” (Eccli 5, 8), por no podrás pensar en la salvación cuando estés agobiado por la enfermedad

Tercera
, que resucitemos a una vida incorruptible, esto es, de manera que no muramos de nuevo, con un propósito tal que en adelante no pequemos. “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya dominio sobre Él. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Por tanto, que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias; ni ofrezcáis vuestros al pecado como armas de maldad, antes bien ofreceos a Dios como resucitados de entre los muertos” (2 Rom 6, 9 y 11-13).

Cuarta, que resucitemos a una vida nueva y gloriosa, esto es, de forma que evitemos todo lo que anteriormente fue ocasión y causa de muerte y de pecado. “Como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6, 4). Esta vida nueva es una vida de justicia, que renueva el alma, y conduce a la vida de la gloria. Amén”.

                      (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 5, p. 76-, Colección Patmos n. 155)

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domingo, 4 de septiembre 2022

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE ENTRE LOS MUERTOS
Artículo 5, tercera parte

      “En cuarto lugar, recibimos una lección de amor. Si Cristo descendió a los infiernos para librar 
a los suyos, también nosotros debemos bajar allá para ayudar a los nuestros. Ellos por sí solos nada pueden; por tanto, debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible sería quien no auxiliara a un ser querido encarcelado en le tierra; más insensible es el que no auxilia a un amigo que está en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí. “Compadeceos de mí, compadeceos de mí siquiera vosotros mis amigos, porque la mano del Señor me ha tocado” (Iob 19, 21). “Es santo y piadoso el pensamiento de rogar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados (2 Mach 12, 46).

De tres maneras principalmente, según dice Agustín, se les puede auxiliar: con misas, con oraciones y con limosnas. Gregori añade una cuarta, el ayuno. No es extraño: también en este mundo una persona puede dar satisfacción por otra. Todo ello hay que entenderlo únicamente de los que están en el purgatorio. (La existencia del purgatorio y la posibilidad de ayudar a las almas que allí se encuentran por medio de sufragios, fueron definidas por el Concilio II de Lyon (1274), el Florentino (1439) y el Tridentino (1547).

     Dos cosas necesitan conocer el hombre: la gloria de Dios y los castigos del infierno. Estimulados por la gloria y atemorizados por el castigo se guardan y retraen los hombres del pecado. Pero ambas cosas son bastante difíciles de conocer. De la gloria leemos: “¿Quién investigará lo que hay en el cielo?” (Sap 9, 16). Difícil es para los terrenales, porque “el que es de la tierra, de la tierra habla” (Jn 3, 31): sin embargo, no es difícil para los espirituales, porque “el que viene del cielo, está por encima de todos”, según dice a renglón seguido. Por eso bajó Dios del cielo, y se encarnó, para enseñarnos las cosas celestiales.

     Era también difícil conocer los castigos del infierno. En boca de los impíos se ponen estas palabras: “De nadie se sabe que hay vuelto del infierno” (Sap 2, 1). Pero tal cosa no puede decirse ya: así como descendió del cielo para enseñarnos las cosas celestiales, igualmente resucitó de los infiernos para instruirnos sobre éstos. Por consiguiente, es necesario creer no sólo que se hizo hombre, y murió, sino que resucitó de entre los murtos. Por ello profesamos: “Al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Muchos otros resucitaron de entre los muertos también, como Lázaro, el hijo de la viuda, la hija de Jairo. Sin embargo, la Resurrección de Cristo se diferencia de la de éstos y la de las demás en cuatro puntos:

     Primero, en la causa de la Resurrección. Los otros que resucitaron, no resucitaron por su propio poder, sino que el de Cristo, o ante las súplicas de algún santo; Cristo, en cambio, por su propio poder resucitó, porque no era hombre sólo sino también Dios y la Divinidad de la Palabra nunca se separó ni de su alma ni de su cuerpo; por eso, el cuerpo recuperó al alma, y el alma al cuerpo, en cuanto quiso. “Porque tengo para entregar mi alma, y poder tengo para recobrarla de nuevo” (Jn 10, 18). Aunque murió, no fue por debilidad ni por necesidad, sino por su poder, puesto que lo hizo libremente; esto bien claro está, porque al entregar su espíritu clamó con gran voz, cosa de la que son incapaces los demás moribundos, pues por debilidad mueren. Por ello dijo el centurión: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt 27, 54). Por consiguiente, lo mismo que entregó el alma por su propio poder, así también por su propio poder la recobró; por lo cual se dice que “resucitó”, y no que fue resucitado, como si la causa hubiese sido otro. “Yo me dormí, y tuvo un profundo sueño, y me alcé” (Ps 3, 6). Esto no está en contradicción con lo que se afirma: “A este Jesús lo resucitó Dios” (Ac 2,32), pues lo resucitó el Padre. y también el Hijo, porque uno mismo es el poder del Padre y el del Hijo".

             (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 5, p. 73-76, Colección Patmos n. 155)

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martes. 24 de agosto 2022

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE ENTRE LOS MUERTOS
Artículo 5, segunda parte

      “El cuarto y último motivo fue para librar a los santos que se encontraban en el infierno. Así como Cristo quiso sufrir la muerte para librar de la muerte a los vivos, así también quiso bajaal infierno para librar a los que allí estaban “Tú también por la sangre de tu alianza hiciste salir a tus cautivos del lago en que no hay agua” (Zach 9,11).“Seré, muerte, tu muerte; seré, infierno, tu mordisco” (Os 13,14).
      En efecto, aunque Cristo destruyó por completo la muerte, no destruyó por completo el infierno, sino que le dio un bocado, pues no libró del infierno a todos. Libró sólo a los que se hallaban sin pecado mortal y sin pecado original: de éste último habían quedado libres en cuanto a su persona por medio de la circuncisión, y antes de la circuncisión, los desprovistos de uso de razón que se habían salvado en virtud de la fe de unos padres creyentes; y los adultos por medio de los sacrificios y en virtud de la fe en el Cristo que había de venir; todos ellos se encontraban en el infierno a causa del pecado original de Adán, del que únicamente Cristo podía librarlos en cuanto a la naturaleza. Dejó, pues, allí a los que habían bajado con pecado mortal, y a los niños no circuncidados. Por eso dice: “Seré, infierno, tu mordisco”.
      Queda así claro que Cristo descendió a los infiernos, y por qué. De todo lo expuesto podemos sacar cuatro enseñanzas:

      En primer lugar, una firme esperanza en Dios. Por muy abrumado que se encuentre un hombre, siempre debe esperar su ayuda y confiar en Él. No hay situación tan angustiosa como estar en el infierno. Por consiguiente, si Cristo libró a los suyos que estaban allí, todo hombre, con tal que sea amigo de Dios, debe tener gran confianza de ser librado por Él de cualquier angustia. “Ésta (la sabiduría) no desamparó al justo vendido… y descendió con él al hoyo, y en la prisión no lo 
abandonó” (Sap 10, 13-14). Y como Dios ayuda especialmente a sus siervos, muy tranquilo debe 
vivir quien sirve a Dios “Quien teme al Señor de nada temblará, ni tendrá pavor, porque él mismo 
es su esperanza” (Eccli 34,16).

      En segundo lugar, debemos caminar en temor y no ser temerarios; pues, aunque Cristo padeció por los pecadores, y descendió al infierno, sin embargo, no libró a todos, sino sólo a aquellos que no tenían pecado mortal, según hecho dicho. A los que habían muerto en pecado moral, los dejó allí. Por tanto, nadie que muera en pecado moral espero perdón. Al contrario, estará en el infierno tanto tiempo como los santos padres en el paraíso, es decir, para siempre. “Irán éstos al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna” (Mt 25,46).

      En tercer lugar, debemos tener diligencia. Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación, y nosotros también hemos de ser diligentes en bajar allá con frecuencia  -mediante la consideración de aquellos tormentos, se entiende-, conforme hacía el santo varón Ezequías, que canta: “Yo dije: en medio de mis días bajaré hasta las puertas del infierno” (Is 38,10). Pues quien desciende allá frecuentemente en vida con el pensamiento, no es fácil que descienda al morir, porque tal pensamiento aparta del pecado. En efecto, vemos que los hombres de este mundo se guardan de cometer delitos por miedo al castigo temporal; por consiguiente, ¡cuánto más han de guardarse por miedo al castigo del infierno, que es mayor en duración, intensidad y número de tormentos! “Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás” (Eccli, 7,40). Continúa

                  (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 5, p. 70-73, Colección Patmos n. 155)

                                                                       +++++++++++++++++++++++++++++++

viernes, 19 de agosto 2022

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE ENTRE LOS MUERTOS
Artículo 5, primera parte

     “Según hemos dicho, la Muerte de Cristo, como la d ellos demás hombres, consistió en la separación del alma y el cuerpo; pero la Divinidad estaba tan indisolublemente unida a Cristo hombre que, por mas que se separaran entre sí cuerpo y alma, siguió perfectísimamente vinculada al alma y al cuerpo; por consiguiente, el Hijo de Dios permaneció con el cuerpo en el sepulcro, y descendió con el alma a los infiernos. Cuatro fueron los motivos por los que Cristo bajó al infierno con el alma.

     Primero para sufrir todo el castigo del pecado, y así expiar por completo la culpa. El castigo del pecado del hombre no consistía sólo en la muerte del cuerpo, sino que había también un castigo para el alma: como también ésta había pecado, también el alma misma era castigada careciendo de la visita de Dios, pues aún no se había dado satisfacción para liquidar esta carencia. Por eso, antes del advenimiento de Cristo, todos, incluso los santos padres, bajaban al infierno luego de su muerte. Cristo, pues, para sufrir todo el castigo asignado a los pecadores, quiso no sólo morir, sino además descender al infierno en cuanto a su alma. “He sido contado entre los que descienden al lago; he venido a ser como hombre sin socorro, libre entre los muertos” (Ps 87.5-6). Los otros se encontraban allí como esclavos; Cristo, como libre.

     El segundo motivo fue para auxiliar de manera perfecta a todos sus amigos. Efectivamente, tenía amigos no sólo en el mundo, sino también en el infierno. En este mundo hay algunos amigos de Cristo, los que tienen el amor; pero en el infierno se encontraban muchos que había muerto en el amor y la fe del que había de venir, como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David y tantos otros varones justos y perfectos. Puesto que Cristo había visitado a los suyos que estaban en el mundo, y había acudido en su auxilio por medio de su Muerte, quiso también visitar a los suyos que se hallaban en el infierno, y acudir en su auxilio bajando a ellos. “Penetre en todas las partes inferiores de la tierra, visitaré a todos los que duermen, e iluminaré a todos los que esperan en el Señor” (Eccli 24, 25).

     El tercer motivo fue para triunfar por completo sobre el diablo. Uno triunfa por completo sobre otro cuando no solamente lo vence a campo abierto, sino que incluso le invade su propia casa, y le arrebata la sede de su reino y su palacio. Cristo ya había triunfado sobre el diablo, y en la Cruz lo había derrotado: “Ahora es el juicio del mundo, ahora el príncipe de este mundo (es decir, el diablo) será echado fuera” (Jn 12, 31). Por eso, para triunfar por completo, quiso arrebatarle la sede de su reino, y encadenarlo en su palacio, que es el infierno. Por eso bajó allá, y saqueó sus posesiones, y lo encadenó, y le arranco su botín. “Despojando a los Principados y Potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en Sí mismo” (Col 2, 15).
     De forma parecida también; puesto que Cristo había recibido potestad, y tomando posesión sobre el cielo y sobre la tierra, quiso asimismo tomar posesión del infierno, de modo que, según las palabras del Apóstol, “el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el infierno” (Philp 2, 10). “En mi nombre expulsarán los demonios” (Mc 16, 17). Continúa

                (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 5, p. 68-70, Colección Patmos n. 155)

                                                                    +++++++++++++++++++++++++++


miércoles, 9 de agosto 2022

PADECIÓ BAJO PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO,

MUERTO Y SEPULTADO
Artículo 4, primera parte

      “Así como es necesario al cristiano creer en la Encarnación del Hijo de Dios, también lo es creer en su Pasión y Muerte; pues, como dice Gregorio, “de nada nos hubiera servido su nacimiento, si no nos hubiera redimido”. Esto, que Cristo muriera por nosotros, es tan incomprensible, que apenas puede darle alcance nuestro entendimiento, es decir, que no le da alcance en modo alguno. Lo dice el Apóstol: “Estoy realizando una obra en vuestros días, una obra que no la creeréis si alguien os la cuenta” (Act. 23, 41), y Habacuc: “Obra fue hecha en vuestros días que nadie la creerá cuando sea contada”(I, 5). Tan espléndida es la gracia de Dios y su amor a nosotros que hizo Él más por nosotros de lo que podemos comprender.

      Sin embargo, no hemos de pensar que Cristo sufriera muerte de modo que muriera la Divinidad; murió en Él la naturaleza humana. No murió en cuanto era Dios, sino en cuento era hombre. Esto se aclara con tres ejemplos:

      El primero lo tomamos de nosotros mismos. Cuando un hombre muere, al separarse el alma del cuerpo, no muere aquella, sino sólo el cuerpo, la carne. Así también al morir Cristo, no murió la Divinidad, sino la naturaleza humana.

     Entonces, si los judíos no mataron la Divinidad, parece que no pecaron más que si hubieran matado a otro hombre cualquiera.
     A esto hay que decir que, si un rey llevase puesto un manto y alguien embadurnase ese manto, tendría tanto delito como si hubiera embadurnado al rey mismo. Igualmente, aunque los judíos no pudieron matar a Dios, sin embargo, al haber matado la naturaleza humana tomada por Cristo, fueron tan castigados como si hubieran matado la misma Divinidad.
      Pero, ¿qué necesidad hubo de que la Palabra de Dios padeciera por nosotros?
-Grande; se puede hablar de una doble necesidad. Primero, para remedio contra los pecados; segundo, como ejemplo para nuestra conducta.
      A) Tocante al remedio. Contra todos los males en que incurrimos por el pecado, hallamos remedio por la Pasión de Cristo. E incurrimos en cinco males.

Primero, contraemos una mancha: cuando el hombre peca, ensucia su alma, su mancha es el pecado. “¿Cómo es que estás, Israel, en tierra de enemigos…, te has contaminado con cadáveres?” (Bart. 3,10.  Por la Pasión de Cristo, limpia tal mancha, pues Cristo en su Pasión preparó con su sangre un baño, para lavar en él a los pecadores: “Nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apc 1,5). El alma queda lavaba con la sangre de Cristo en el bautismo, porque de la sangre de Cristo recibe éste su poder regenerador.

      Por eso, cuando uno se ensucia con el pecado, injuria a Cristo, y peca más gravemente que antes. “Si alguno quebranta la ley de Moisés, y se prueba con dos o tres testigos, es condenado a muerte sin misericordia alguna; ¿pues de cuántos mayores tormentos creéis que es digno el que pisotee al Hijo de Dios y considere profana la sangre de la alianza?” (Heb 10,28-29)

 Segundo, caemos en desgracia ante Dios. En efecto; como el que es carnal, ama la belleza carnal, así Dios ama la espiritual, cual es la del alma. Cuando el alma se marcha con el pecado, desagrada a Dios, y Éste odia al pecador. “Dios aborrece al impío y su impiedad” (Sp 14,9). Pero esto lo remedia la Pasión de Cristo, que dio satisfacción a Dios Padre por el pecado, cosa que el hombre mismo no podía dar, su amor y su obediencia fueron mayores que el pecado y la prevaricación del primer hombre. “Siendo enemigo de Dios fuimos reconciliados con Él por la muerte de su Hijo” (Rom 5,10).

     Tercero, contraemos una debilidad. El hombre, cuando peca, piensa que en adelante podrá abstenerse del pecado; pero ocurre todo lo contrario: su primer pecado debilita al hombre, y lo hace más propenso; el pecado lo domina con su fuerza, y el hombre, en cuanto de él depende, se poner en tal situación que, como se tira a un pozo, no será capaz de salir sino por el poder de Dios. Así, cuando pecó el primer hombre, nuestra naturaleza quedó debilitada y corrompida, y el hombre se tornó más propenso al pecado”. Continúa

          (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 4, p.60-64, Colección Patmos n. 155)

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jueves, 28 de julio 2022

QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO,

Y NACIÓ DE MARÍA VIRGEN
Artículo 3, segunda y última parte

    “Al decir que se hizo hombre, quedan destruidos todos los errores enumerados y cualquiera otros que pudieran mencionarse, y singularmente el de Eutiques (monje griego, iniciador de la herejía monofisita), quien afirmó que se había producido una fusión, es decir, que de la naturaleza divina y la humana había resultado una única naturaleza, la de Cristo, la cual no es ni meramente Dios ni mero hombre. Pero esto es falso, porque entonces no sería hombre; va contra la profesión del Símbolo que dice: “Y se hizo hombre”.

     Queda también destruido el error de Nestorio (Obispo de Constantinopla (413) la herejía nestoriana todavía pervive en Oriente), que aseguró que la unión del Hijo de Dios con el hombre había consistido únicamente en habita en un hombre. Pero esto es falso, porque entonces no sería hombre, sino en-hombre; que fue hombre lo dice claramente el Apóstol: “Hallado en su condición como hombre” (Philp 2,7); “¿Por qué tratáis de matarme a mí, un hombre que os he dicho la verdad que oí de Dios?” (Jn 8,40).
     De todo lo dicho podemos deducir algunas consecuencias para nuestra edificación:
     En primer lugar, se robustece nuestra fe. Si alguien contase cosas relativas a una tierra lejana donde nunca hubiese estado, no se le creería como si hubiera estado allí. Antes de venir Cristo al mundo, los Patriarcas, los Profetas y Juan Bautista contaron cosas relativas a Dios; sin embargo, los hombres no les creyeron como a Cristo, que había estado junto a Dios, más aún, que era una misma cosa con Él. Por tanto, bien segura es nuestra fe, puesto que Cristo mismo nos la legó. “A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha contado” (Jn 1,18).
     En segundo lugar, estas verdades aumentar nuestra esperanza. Es evidente que el Hijo de Dios no vino a nosotros, tomando nuestra carne, por una fruslería, sino para gran utilidad nuestra: realizó una especie de intercambio, es decir, tomó cuerpo y alma, y se dignó nacer de la Virgen, para prodigarnos a nosotros su divinidad; se hizo hombre para hacer al hombre Dios. “Por quien tenemos entregada por la fe a esta gracia, en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria d ellos hijos de Dios” (Rm 5,2)
      En tercer lugar, se encuentra la caridad. En efecto, ninguna prueba hay tan patente de la caridad divina como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre. “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó su Hijo Unigénito” (Jn 3,16).
     En cuarto lugar, estas verdades nos impulsan a conservar pura nuestra alma. La naturaleza humana fue tan ennoblecida y sublimada por su unión con Dios, que quedó vinculada a la suerte de una Persona divina; por ello el Ángel después de la Encarnación no toleró que San Juan lo adorara, cosa que antes había consentido incluso a los más grandes patriarcas. Y así el hombre, considerando y recordando esta sublimación, debe rehusar envilecerse a sí mismo y su naturaleza por el pecado; escribe San Pedro: “ Por él nos ha dado muy grandes y preciosas promesas, para que por ellas seamos hechos partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción de la concupiscencia que hay en el mundo” (2 Pet 1,4).
     En quinto lugar, encienden en nosotros el deseo de encontrarnos con Cristo. Si uno tuviera un hermano rey, y se hallara lejos de él, desearía marchar encontrarse y vivir con él. Siendo Cristo hermano nuestro, debemos desear estar con Él, reunirnos con Él. El Apóstol sentía deseos de morir y estar con Cristo; estos deseos crecen en nosotros a considerar su Encarnación”. 

                         (Santo Tomás de Aquino, Escritos de catequesis: Artículo 3, segunda y última parte)

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jueves, 21 de julio 2022

QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO,
Y NACIÓ DE MARÍA VIRGEN
Artículo 3, primera parte

     “El cristiano no sólo tiene que creer en el Hijo de Dios, según acabamos de explicar, sino también en su Encarnación. Por eso san Juan, tras exponer muchos conceptos sutiles y elevados, a renglón seguido habla de la Encarnación diciendo: “Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14).
     Para que podamos comprender algo en torno a esta verdad, voy a declararla con un par ejemplos.   
     Nada hay tan semejante al Hijo de Dios como una palabra concebida en nuestra mente y no pronunciada. Mientras permanece en la mente del hombre, nadie conoce esa palabra sino quien la ha concebido. Así ocurre con la Palabra de Dios. Mientras estaba en la mente del Padre, sólo el Padre la conocía; una vez que se revistió de carne, como la palabra de voz, comenzó a manifestarse y a darse a conocer. “Después de esto fue visto en la tierra, y trató con los hombres” (Bar 3,38). 
     Segundo ejemplo: una palabra pronunciada, aunque por medio del oído es conocida, sin embargo ni se ve ni se toca; pero se ve y se toca cuando queda escrita en un papel. Así también, la Palabra de Dios se hizo visible y tangible cuando quedó como escrita en nuestra carne: y el igual que al papel en que está escrita la palabra del rey es llamado palabra del rey, de la misma manera el hombre a quien se unió la Palabra de Dios en una única hipótesis es llamado Hijo de Dios. “Tómate un libro grande y escribe en él con estilo de hombre” (Is 8,1); por ello los Santos Apóstoles dijeron: “Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, y nació de María Virgen”.
     Muchos erraron en este punto; por lo cual los santos padres del Concilio de Nicea añadieron en otro Símbolo algunas precisiones, con las que ahora todos los errores quedan destruidos.
     Orígenes dijo que Cristo había nacido y venido al mundo para salvar incluso a los demonios, y afirmó que al fin del mundo todos los demonios se salvarían. Pero esto va contra la Sagrada Escritura, que dice: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41). Para rechazar este error se añadió: “que por nosotros los hombres (no por los demonios) y por nuestra salvación”. En lo cual se manifiesta más particularmente el amor de Dios por nosotros.
     Fotino admitió que Cristo había nacido de la Santísima Virgen; pero agregó que era un mero hombre, que por vivir bien y cumplir la voluntad de Dios mereció ser hecho hijo de Dios, como los demás santos. Contra esto se dice: “Bajé del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 6,38). Está claro que no hubiese bajado si no hubiera estado allí, y si hubiera sido mero hombre, no habría estado en el cielo. Para rechazar este error se añadió: “Bajó del cielo”.
    Manes (14.IV.216, su doctrina se denomina maniqueísmo), enseñó que, aunque el Hijo de Dios existió siempre, y bajó del cielo, sin embargo, no tuvo una carne verdadera, sino sólo aparente. Pero esto es falso; por tanto, si aparentó verdadera carne, es que la tuvo. Por eso dijo: “Palpad, y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24,39). Para rechazar este error añadieron: “Y se encarnó”.
    Ebión (fundador de la secta de los ebionitas, desviación cristiana judaizante siglos 1 al IV), que era de linaje judío, afirmó que Cristo había nacido de la Santísima Virgen, pero por unión con varón y de semen viril. Esto es falso, puesto que el Ángel dijo: “pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
    Arrio y Apolinar defendieron que, aunque Cristo era la Palabra de Dios, y nació de María Virgen, sin embargo, no tuvo alma, sino que el puesto del alma lo ocupó en Él la divinidad. Esto es contrario a la Escritura: porque Cristo dijo: “Ahora mi alma está turbada” (Jn 12,27); “Triste está mi alma hasta la muerte” ((Mt 26,38). Para rechazar este error añadieron los santos padres: “Y se hizo hombre”. El hombre consta de alma y cuerpo; por tanto, tuvo evidentemente todo lo que un hombre puede tener, exceptuando el pecado” continua

(Santo Tomás de Aquino, Escritos de catequesis, Artículo 3, primera parte, p.53-57, Colección Patmos, Ediciones Rialp)

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miércoles, 13 de julio 2022

DIALOGAR: UNA VIRTUD PARA CONVIVIR
EL DIÁLOGO COMO ERROR

      “Discutir por discutir. Se tienen a veces diálogos improcedentes, inútiles, conflictivos, que más que unir separan. Y hay personas inclinadas a provocarlos; quien conversa con ellos se encuentra sin más con una polémica imprevista, no deseada.
      Con estas personas cualquier motivo -idea o palabra- basta para que comience una discordia que puede acabar en altercado. Son personas tozudas que se aferran a una posición y no ceden, exigen del otro que admita su idea, si escuchan, es para corregir lo que le dicen, siempre rechazan, insisten…
       Hay personas que nunca callan. Existen muchas personas que son como la radio: su voz es un río constante que no cesa y aturde a los de alrededor. A su lado es imposible decir algo: no hay pausa ni respiro ni lugar para intervenir.
       Desconocen el silencio porque no lo llevan dentro, y pueden destruir el silencio íntimo de los demás. La Sagrada Escritura nos dice que los sabios ocultan su saber, la boca del necio anuncia la confusión.
       Al hablar demasiado se corre también el riesgo de hacer daño: es fácil derivar a la crítica y a la murmuración y la indiscreción: “de callar no te arrepientas nunca: de hablar, muchas veces”
                                                                                                                   (Josemaría Escrivá, Camino n. 639).
     En algunos casos, hablar es vicio o, quizá, una enfermedad. Es palabra ociosa que no aprovecha ni al que habla ni al que la escucha, procede de un interior vacío o superficial o frívolo. Y conviene recordar algo que dijo Jesús: de toda palabra ociosa que digan los hombres darán cuenta el día del juicio (Evangelio San Mateo, 12,36).
        La maldad en las palabras. El respeto que merecen las personas reclama de todos decir siempre la verdad. Jesús señala el parecido que existe entre el diablo y el hombre mentiroso. Dijo a los fariseos: vuestro padre es el diablo porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira (Evangelio San Juan, 8,44).
      La difamación, la calumnia. El respecto a la buena fama y a la reputación de las personas prohíbe todo acto y toda palabra que pueda causarles un daño injusto: “cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto” (Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 26).
      Es muy grande el poder de las palabras, sus efectos son difíciles de prevenir; por eso es necesario ser reflexivos, discretos y prudentes al hablar.
      La discreción es una gran virtud. Los secretos verdaderos son para guardarlos. Este es un deber de lealtad y de prudencia. Quienes no guardan un secreto son personas poco de fiar porque traicionan a quienes han confiado en ellos. Lo que se comunica basado en la confianza entre dos personas viene a ser en cierto modo sagrado.
      El escritor sagrado no vacila en declarar: el hombre discreto encubre lo que sabe, más el corazón de los imprudentes descubre su necedad (Pr 13,23). Muchos textos de la Escritura señalan la semejanza entre sabiduría, justicia y discreción.
      La discreción es virtud que conlleva una actitud positiva que ennoblece a la persona. Se reconoce que es respetuosa, leal, se confía en ella, ofrece seguridad.
     Las palabras que nos decimos a nosotros mismos. Nuestro cerebro, que es un trabajador incansable, tiene la costumbre de decirnos continuamente cosas. Existe en nuestro interior una especie de desdoble del yo: es como si lleváramos dentro otro personaje con el que entablamos diálogo. Este sujeto se dedica, a veces, a decirnos cosas negativas: “siempre te equivocas”, “no te quiere”, “nunca lo conseguirás” … Todas estas afirmaciones no son ciertas. Son reproches, augurios y predicciones que no se cumplirán por lo extremas que son, por lo absolutas y rotundas. No son verdad ni pueden serlo”.

                         (Francisco Fernández-Carvajal, Pasó haciendo el bien, p. 163-169, Ediciones Palabra)
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lunes, 11 de julio 2022

ESCRITOS DE CATEQUESIS
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR  (Artículo 2)

       “No basta a los cristianos con creer en un solo Dios, creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas, sino que además es necesario que crean que Dios es Padre, y que Cristo es Hijo verdadero de Dios.
        Esto, como dice San Pedro, no es una fábula, sino algo cierto y aseverado por la palabra de Dios en el monte. “Porque no os hemos hecho conocer al poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber contemplado con nuestros propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando descendió a Él de la magnífica gloria una vez de esta manea: Éste es mi Hijo el amado, en quien yo me he complacido; escucharle. Y nosotros oímos esta voz venida del cielo, estando con Él en el monte santo” (2 Carta de san Pedro 1, 16-18).
        Jesucristo también en muchas ocasiones llama Padre suyo a Dios y a Sí mismo Hijo de Dios. Y los Apóstoles y los santos padres incluyeron entre los artículos de la fe que Cristo es Hijo de Dios al decir: “Y en Jesucristo”, su Hijo, a saber, de Dios, se sobreentiende “creo”. Sin embargo, hubo algunos herejes que interpretaron todo esto torcidamente. Fotino (discípulo de Marcelo de Ancira, revocó en el s. IV los errores adopcionistas que Pablo de Samosata había divulgado en Antioquía en el s. III), dice que Cristo es Hijo de Dios no de otra manera que los hombres buenos, los cuales, viviendo honestamente, merecen ser llamados hijos de Dios adoptivos por hacer la voluntad de Dios; asimismo Cristo que vivió bien y cumplió la voluntad de Dios, mereció ser llamado hijo de Dios. Opinaba que Cristo no había existido antes que la Santísima Virgen, sino que comenzó a existir cuando Ella lo concibió.
        De este modo erró en dos puntos. Primero, en no considerarlo Hijo verdadero de Dios por naturaleza; segundo, en asegurar que, en cuanto a la totalidad de su ser, Cristo había comenzado a existir en el tiempo. Nuestra fe, en cambio, sostiene que es Hijo de Dios por naturaleza, y que existe desde toda la eternidad. Sobre la cual tenemos contra él argumentos explícitos en la Sagrada Escritura. Efectivamente, en ella contra el primer punto se lee que es no sólo Hijo, sino además unigénito; “Él Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo lo ha contado” (Jn 1,18); contra el segundo punto: “Antes que Abraham existiese, yo soy” (Jn 8,38). Ahora bien, es claro que Abraham existió antes que la Santísima Virgen. Por eso, los santos padres agregaron en otro Símbolo, contra lo primero, “Hijo unigénito de Dios”, y contra el segundo lo siguiente: “Nacido del Padre antes de todos los siglos” (Símbolo Niceno-Constantinopolitano, del año 381).
        Arrio (sacerdote alejandrino, Libia, año 256-336), sostuvo que Cristo existía antes que la Santísima Virgen, y que una es la Persona del Padre y otra la del Hijo. Sin embargo, sentó acerca de Éste tres afirmaciones: primera, que el Hijo de Dios es criatura; segunda, que no existe desde toda la eternidad, sino que fue creado en el tiempo por Dios como la más noble de las criaturas todas; tercera, que Dios Hijo no es de una misma naturaleza que Dios Padre, y, por tanto, que no es verdadero Dios.
        También esto es erróneo, y contrario al testimonio de la Sagrada Escritura. En ella se dice: 
"Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
        Así pues, está claro que hemos de creer que Cristo es Unigénito de Dios y verdadero Hijo de Dios, que existió siempre juntamente con el Padre, que una es la Persona del Hijo y otra la del Padre, y que es de una misma naturaleza. Todo esto lo conoceremos aquí por la fe, y sólo en la vida eterna lo conoceremos por visión perfecta.

(“Nada hay en Dios que no sea (esencia) de Dios” es un principio sostenido por la Teología católica en las disputas trinitarias del siglo XII contra los círculos porretanos. En Dios hay tres relaciones realmente distintas entre sí: pero las relaciones se identifican con la esencia divina)

(Escritos de Catequesis, Artículo 2, Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, p.46-53, 
Colección Patmos n.155, Ediciones Rialp)
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jueves, 30 de junio 2022

ESCRITOS DE CATEQUESIS
CREO EN UN SOLO DIOS PADRE TODOPODEROSO, CREADOR
DEL CIELO Y DE LA TIERRA (Artículo 1)

    “Entre todas las cosas que deben creer los fieles, la primer que debemos creer es que existe un solo Dios. Y ¿qué significa esta palabra “Dios”? Gobernador providente de todas las cosas. Por tanto, cree que existe Dios quien cree que todas las cosas de este mundo caen bajo su gobierno y providencia.
    En cambio, quien piensa que todo procede del acaso, no cree que existe Dios. Nadie hay tan estúpido que no crea que la naturaleza está sometida a un gobierno, providencia y ordenación, puesto que se desenvuelve según un orden y ritmo fijos. Vemos que el sol, la luna y las estrellas, y el resto de la naturaleza, observan un curso determinado, cosa que no ocurriría si proviniesen del acaso. Por consiguiente, si alguien negara la existencia de Dios, sería estúpido: “Dijo en su corazón el insensato: Dios no existe” (Ps 13,1).
    Pero algunos, aunque crean que Dios organiza y gobierna la naturaleza, sin embargo, no creen que ejerza una providencia sobre los acontecimientos humanos: piensan que los acontecimientos humanos no caen bajo la tutela de Dios. La razón es que ven que los buenos sufren en este mundo, mientras los malos prosperan, lo cual parece eliminar toda providencia divina en torno al hombre. Por este tener se dice: “Se pasea por los ejes del cielo sin preocuparse de nuestros asuntos” (Iob 22,14).
    También esto es bastante tonto. Les ocurre lo que al que no sabe medicina y ve al médico recetar a un enfermo agua y a otro vino, según sus conocimientos le sugieren; al no saber medicina, pensará que hace al azar lo que dispone con conocimiento de causa, dando vino al segundo y agua al primero.
    Así pasa con respecto a Dios. Él, con conocimiento de causa y según su providencia, dispone las cosas que necesitan los hombres: aflige a algunos que son buenos y deja vivir en prosperidad a otros que son malos. A quien piense que esto acontece casualmente, se le considera insensato, y lo es, pues esto sólo ocurre porque ignora el modo y motivo de la disposición divina. “Para mostrarte los sucesos de la sabiduría, y que su ley es compleja” (Iob 11,6). Por tanto, hay que creer firmemente que Dios gobierna y dispone no sólo de la naturaleza, sino también los acontecimientos humanos. “Y dijeron: no lo verá el Señor, ni lo sabrá el Dios de Jacob. Entended, insensatos del pueblo, y comprended de una vez, estúpidos. ¡Quien plantó la oreja, no oirá? ¿O quien formó el ojo, no ve?... El Señor conoce los pensamientos de los hombres.
    Así pues, todo lo ve, incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad. De aquí que también a los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen está presente a la mirada divina. “Todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de Él (Heb 4,13).
    Hay que creer que este Dios que ordena y dirige todo, es un solo Dios. La razón es la siguiente: las cosas de los hombres están bien organizadas cuando la muchedumbre es dirigida y gobernada por uno sólo, pues la multiplicación de jefes introduce frecuentemente disensión en los súbditos; como el gobierno divino, aventaja al gobierno humano, es evidente que el régimen del mundo no está en manos de muchos dioses, sino de un solo.
    Cuatro son los motivos que han inducido a los hombres a pensar en muchos dioses: El primero es la debilidad del entendimiento. Ciertos hombres de débil intelecto, no siendo capaces de sobrepasar el orden de lo corpóreo, no pensaron que pudiera existir algo por encima de esta naturaleza de los cuerpos sensibles; por ello, entre todos los cuerpos, creyeron rectores y gobernantes del mundo a los que les parecían más hermosos y dignos, y les tributaron honores divinos y culto: tales son los cuerpos celestes, el sol, la luna y las estrellas”. Continúa

                (Santo Tomás de Aquino, Escritos de catequesis, (selección n.2) p. 34-37)
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miércoles, 29 de junio 2022

DIALOGAR: UNA VIRTUD PARA CONVIVIR
UNAS POCAS CONSIDERACIONES SOBRE EL DIÁLOGO

El diálogo como virtud. El justo equilibrio entre saber escuchar y hablar con oportunidad produce el milagro del diálogo. El diálogo en un milagro de armonía de respeto y de sinceridad que posibilita la convivencia pacífica. El diálogo requiere en primer lugar una actitud silenciosa de escucha.
     Las buenas conversaciones nos enriquecen como personas: “Descubro que mi persona se enriquece por medio de la conversación. Porque poseer sólidas convicciones es hermoso, pero más hermoso todavía es poderlas comunicar y verlas compartidas y apreciadas por otros” (A. Luciani, Ilustrísimos señores, p. 206).
     No se entiende por eso conversar en voz muy alta o desde lejos. Tampoco es compatible con otras actividades, como seguir leyendo el periódico o estar pendiente de la televisión: quien habla en estas circunstancias sabe que no le están escuchando.
     En la conversación ha de evitarse el uso de expresiones rebuscadas y cursis; también aquellas que estén de última moda, ambos extremos denotarían una actitud de superficialidad. La persona educada debe evitar palabras soeces y vulgares.
     Estamos hechos para el diálogo. Sin diálogo la persona no sabe cómo orientarse y se encuentra sola. Es una necesidad vital y humana: el hombre no es una esfera cerrada, incomunicada.

Algunas sugerencias que pueden favorecer el diálogo:
--Ánimo abierto, mostrarse acogedor; cordial, interesado en el tema.
--Facilitar la confianza con la mirada y la actitud: “Esa confianza es la que permite a
   quien habla abrir las puertas a las profundidades de su intimidad” (A. Polaino, o.c.cap. 2)
--Escuchar con atención, dejar hablar, intervenir cuando es oportuno sin cortes bruscos.
--Evitar expresiones inadecuadas: vulgares o groseras.
--Mantener el pensamiento en el tema que se trata y seguirlo con veracidad.
--Evitar a toda costa las discusiones y el tono violento, impositivo, autoritario.
--Tener en cuenta que ciertas conversaciones requieren un lugar tranquilo, apartado.
--Una conversación debe terminarse bien, es decir; que ambas partes se queden contentas
   de haber hablado, de haber compartido, que se queden con deseo de reunirse otra vez.

     Y esto a pesar de que haya cuestiones en las que no están de acuerdo: las diferencias
no separan si están por medio el afecto, el respeto y la confianza.

Decir bien las cosas. Ser buenos comunicadores. Quien habla desea que su mensaje sea bien recibido. Por esta razón conviene cuidar el modo; no solo elegir las mejores palabras, sino atender al tono, al énfasis. Porque la recepción del mensaje depende de estos matices que manifiestan respeto, aprecio, benevolencia. 
     No es lo mismo que una madre diga a su hijo adolescente: ¿te has dado cuenta hijo? ¡Tienes la habitación hecha una verdadera pocilga!, a decirle: he visto que tienes la habitación desordenada. ¿quieres que te ayude a organizar las cosas? El primer mensaje es inútil, solo sirva para que el chico se ponga furioso; el segundo quizá reciba una respuesta negativa, pero el hijo ha sido consciente de la benevolencia de su madre y, probablemente, ordenará su habitación. Entre las mil formas de decir; conviene elegir la mejor y no la peor.
     Nos dice el Señor: de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno del buen tesoro saca cosas buenas (Evangelio s. Mateo, 12,35). Continúa

(Francisco Fernández-Carvajal, Pasó haciendo el bien, p. 158-163 (selección n.2) Ediciones Palabra)
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viernes, 17 de marzo 2022                            

YO ESTARÉ CON VOSOTROS SIEMPRE…
“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

      “Orate frates! ¡Orar hermanos! Escucha y medita, amigo mío, estas palabras que el sacerdote pronuncia durante la Misa, vuelto hacía los fieles, abriendo los brazos en gesto de caridad y con voz casi suplicante. Con las mismas palabras, con el mismo tono de súplica y con la fuerza del profundo convencimiento que el Señor ha puesto en mi alma sacerdotal, quiero repetirte al oído en estos momentos de recogimiento: ora, amigo mío…, es necesario; hermano mío, ¡haz oración! Protege y fomenta tu espíritu de oración.
      Uno de los mayores tesoros que posee la Iglesia, nuestra Madre, es la oración de sus hijos y de sus hijas. Ella cuenta con tu oración para rehacerse y para crecer. Tiene necesidad vital del silencio y de la actividad de tu oración. Tratemos, pues, tú y yo, de compenetrarnos y de imbuirnos de este sentido de responsabilidad: introduzcamos en nuestra vida, en nuestro quehacer cotidiano, un poco de tiempo para dedicarlo a la oración mental, si aún no lo hacemos: y si en el plan de nuestra jornada, hemos dispuesto ya cierto tiempo para consagrarlo a la intimidad con Dios, perseveremos en nuestro propósito y mejoremos nuestra vida de oración.
     ¿Recuerdas aquel pasaje de la Sagrada Escritura en que se cuenta la tremenda batalla peleada por el pueblo elegido contra los Amalecitas? Mientras el ejército hebreo combatía en la llanura, Moisés, el caudillo de Israel, oraba al Señor con los brazos tendidos: si los brazos de Moisés permanecían extendidos -es decir, si su oración a Dios era intensa y perseverante- la victoria sonreía a los hombres de Israel; pero si los brazos de Moisés, vencidos por el cansancio, se bajaban, la victoria se alejaba de pueblo de Dios. Entonces - ¿te acuerdas? - los dos que acompañaban a Moisés lo hicieron sentar sobre unas piedras y sostuvieron sus brazos hasta que la victoria fue completa y el triunfo definitivo.
     Tú y yo tenemos que persuadirnos cada vez más (y eso es lo que ahora estamos haciendo) de la necesidad de nuestra oración para que la Iglesia gane sus batallas y para que nosotros podamos ganar también las batallas cotidianas de nuestra vida interior. Esta convicción consolidará y dará vigor a nuestros brazos extendidos, a nuestra vida de oración.
     Concreción, amigo mío, concreción en nuestra oración, en esta elevación de la mente y del corazón a Dios para adorarlo, darle gracias y pedirle luz y fortaleza. He conocido almas desorientadas y mezquinas, víctimas de su oración estéril, almas cuya oración estaba desarraigada de la vida: al principio de su jornada, ponían a Jesús en un rinconcito de su alma, pero le negaban toda intervención en el resto del día.
     En la concreta y ferviente oración de cada día se renovará y reforzará tu tendencia a la santidad: In meditatione mea exardecit ignis. Se enciende el fuego en mi meditación. Conocerás a Jesucristo y su doctrina llegará a serte familiar, y te conocerás también a ti mismo: Noverim te, ¡noverim me! Si te conocieras, me conocería.
     La vida de oración debe ser defendida como se defiende un tesoro: la Iglesia tiene necesidad de ella, porque es el fundamento seguro de nuestra santidad personal, y porque nuestro Señor se dirigió a todos cuando dijo: Oportet semper orare… Conviene orar siempre.
     Los enemigos reales de tu oración son: la imaginación –“la loca de la casa”- que te turba y distrae con sus vuelos y con sus piruetas; tus sentidos despiertos y poco mortificados; la falta de preparación remota, por la cual te encuentras tan lejos de Dios.
    Antes de terminar, repite a Jesús, por medio de la Virgen María -que es Rosa mystica et Vas insigne devotionis, Rosa mística y Vaso insigne de devoción-, las palabras humildes y llenas de confianza de los Apóstoles: Domine, ¡doce nos orare! ¡Señor, ensénanos a orar!

             (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 152-157 (selección), Colección Patmos n. 110, Ediciones Rialp)

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jueves, 9 de junio 2022

                                                    EL PAN DE VIDA

Iesu, quem velátum nunc aspício, Oro fiat illud quod tam sitio;
Ut te reveláta cernes fácie, Visu sim beátus glóriae. Amén
Jesús, a quien ahora veo oculto: te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloría. Amén.

     “Deja que te diga, en confianza, que tu alma no puede nutrirse y saciarse de otra cosa que de Dios. ¡Tanta en la grandeza y la nobleza del alma en gracia! Si pudiéramos hacernos una idea de ella, no tendríamos ojos para ninguna otra cosa en el mundo. Piensa que la Fe -nuestra fe cristiana, que da luz a la inteligencia y serenidad al corazón- enseña que el alma ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, que ha sido redimida por la sangre de Jesucristo, y que debemos alimentarla de su cuerpo y sangre redentores.
     No te dejes seducir por falsas ideas y por falsas humildades: estado de gracia, rectitud de intención… y, después de haber escuchado el consejo prudente del sacerdote, acércate, incluso todos los días, a la Santísima Eucaristía.
     Me agrada repetirte, a propósito de la Eucaristía, aquellas palabras de Marta a María, cuando Jesús – después de la muerte de Lázaro- se acerca a la casa amiga de Betania: ¡Magister adest et vocat te!, ¡el Maestro ha llegado y te llama! Escucha su llamada, y aproxímate: acércate a este misterio de fe con una fe muy grande, acércate con la fe de la madre cananea y de la hemorroísa, o, por lo menos, con el deseo humilde de los apóstoles: ¡Adauge nobis fidem!, ¡auméntanos la fe!
     Acércate con la esperanza firme del leproso, y repite a Jesús sus palabras, humildes y confiadas:     Si vis, potes me mundare. ¡Señor, si quieres puedes volverme puro! Y si en ese momento te entristece el recuerdo de tus miserias, puedes volverte a Jesús con las palabras del centurión: Domine, non sum dignus… Señor, yo no soy digno -pero añade en seguida lo que supo añadir aquel hombre sencillo y saborea la confiada esperanza que se esconde en la continuación de su discurso: …sed tantum dic verbum et sanabitur anima mea-, pero di una sola palabra y mi alma será sana.

     Acércate con la caridad de Magdalena, en la casa de Simón el leproso. Sepárate, como ella, solo con Jesús y rodéalo con tus cuidados y ofrécele el fuego de tu alma y el fervor de tu voluntad. Y no te cuides de respetos humanos, ni de falsas humildades. El está contigo, y te ama. Aprovecha bien los momentos de tu acción de gracias: que tu acción de gracias sea como el himno que entonaron los apóstoles, en el cenáculo, después de la institución de la Eucaristía, mientras iban saliendo al aire libre. Y sal de la iglesia con el corazón rebosante de alegría y el alma llena de optimismo. Y renueva muchas veces durante la jornada tu respuesta al Desiderio desideravi de Cristo, tu deseo de recibirlo. La comunión espiritual es alimento fuerte y letificante para las almas eucarísticas.
      Mater pulcrae dilectionis et agnitionis et santae spei. La Virgen es madre del Amor hermoso y de la Fe y de la santa Esperanza: pídele a Ella progresar en estas virtudes para acercarte con disposiciones interiores cada vez mejores al Santísimo Sacramento de la Eucaristía”.

                       (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 148-151, Colección Patmos n. 110, Ediciones Rialp)

                                                                    ++++++++++++++++++++++++++


miércoles, 1 de junio 2022

                                                 AMOR A LA LIBERTAD

     “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre; por la libertad, así como por honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" (M. de Cervantes, El Quijote, II, 58)
     La libertad es un don divino concedido al hombre, solamente a él. Del animal no se puede decir que es libre. No se trata solo de una capacidad de elección entre diversas opciones; este es solamente el aspecto práctico. La libertad es más honda, es el propio ser de la persona, que está orientado hacia una finalidad. "Es el señorío de quien, mediante las virtudes, es dueño de sus propios actos, y no un esclavo de las tendencias desordenadas, presentes en todo ser humano" (San Agustín, De libero arbitrio, 2,13)

     De la libertad emana este imperativo: sé mejor, ve a más, sé hombre, vive de acuerdo con lo que eres: hijo de Dios, querido y amado por Él para hacer el bien, para ser bueno. Este es el núcleo del cristianismo. "Se puede afirmar que la imagen de Dios en las personas creadas se halla sobre todo en la libertad" (L. Clavell, Personas libres)
     La libertad tiene siempre un fin. La libertad humana no se justifica por sí misma; requiere un fin, unos objetivos que le proporcionen sentido: el bien, lo mejor. Al vivirla de este modo el hombre crece como persona, adquiere virtudes, ama y sirve a su familia, coopera con los demás a través de su trabajo, puede construir una sociedad justa.,
     La libertad cotidiana. Cada jornada abre ante nosotros el abanico de los deberes y compromisos, de los trabajos, de las conversaciones, del hacer y deshacer. Las horas del día presentan múltiples opciones y solicitan decisiones. Este es el campo habitual en el que podemos ser libres o permanecer coaccionados interiormente por tendencias que no son rectas: la inclinación a la vanidad y al egoísmo, el peso de la pereza, la atracción por lo placentero… No somos libres cuando cedemos a estas presiones. Es esclavo de uno mismo es una desgracia. "Todo mes es lícito, mas no todo me conviene. Todo me es lícito, mas no me dejaré dominar por nada" (San Pablo, I Corintios 6, 12)
     Libertad interior. Existen numerosos obstáculos para ser libres por dentro, y la experiencia nos dice que tales barreras no son fáciles de conocer y reconocer para poder destruirlas. Sin embargo, la libertad interior es una conquista necesaria a la que todo hombre aspira, en muchos casos sin saberlo, sin tener la conciencia clara de este deseo.
     Solo se alcanza a través de la madurez; no propiamente con la madurez que traen los años, sino con la adquisición de un conjunto de virtudes y de actitudes, profundas, serenas, realistas. La libertad interior requiere conocimiento propio, dominio de sí, madurez: disposiciones estables que permiten contemplar la vida como oportunidad de crecimiento constante.
     Libres ante las decisiones grandes. Con menor frecuencia se ofrecen a nuestra libertad encrucijadas en las que -según la respuesta- nuestra vida tomará sentido en una dirección o en otra muy distintas: el matrimonio, el sacerdocio, el celibato para amar a Dios en exclusiva. Conviene entonces escuchar la voz de Dios que solicita una decisión generosa: "mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que va a entrar para tomarla en posesión" (Deuteronomio 30, 15-16)
     "Los padres y la libertad de sus hijos. “En la educación de los hijos es importante encontrar el equilibrio entre libertad y disciplina. Sin reglar de comportamiento y de vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara par afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro” (Benedicto XVI, Mensaje diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21.I.2008)

            (Francisco Fernández-Carvajal, Pasó haciendo el bien, p. 99-106, selección, Ediciones Palabra 2016)

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miércoles, 1 de junio 2022  

                                                      EL PAN DE VIDA  

Adóro te devóte, latens Déitas, Quae sub his figuris látitas:

Tibi se cor meun totum súbiicit, Quia te contémplans totum déficit.
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

      “Tú sabes de sobra, amigo mío, que Eucaristía quiere decir acción de gracias. Y éste es precisamente el primer impulso espontáneo del alma que se detiene a considerar, a meditar este misterio de fe que es el Sacramento del Amor. Las palabras que brotan del corazón ante la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, son palabra de gratitud: Gracias, Señor, por haber querido quedarte en el tabernáculo. Gracias, Señor por haber pensado en mí y en todos los hombres -aun aquellos que habrían de entregarte y que te traicionan- en la hora de la persecución y del abandono, en la vigilia de la Pasión. Gracias, Señor, porque has querido ser médico para mis achaques, fuerza para mis debilidades y blanco pan para mi alma hambrienta, pan que da la vida.

     Tú y yo sabemos por experiencia cuánto bien pueden hacer a una persona una buena amistad: le ayuda a comportarse mejor, le acerca a Dios, le mantiene lejos del mal. Y si una buena amistad nos liga, no ya a una persona buena, sino a un santo, los buenos efectos de ese género de vida se multiplican: el trato mutuo y el intercambio de elevados sentimientos con un santo dejarán en nuestro propio fondo algo de su santidad: cum sanctis, ¡sanctus eris!, si tratas con los santos, serás santo.
     ¡Pues piensa ahora, amigo mío, lo que podrá ser la amistad y la confianza con Jesucristo en la Eucaristía, y qué huella dejará en nuestra alma! Tendrás a Jesús como Amigo, Jesús será tu Amigo. ¡Él -perfecto Dios y Hombre perfecto-, que nació, que trabajó y que lloró, que se ha quedado en la Eucaristía, ¡que padeció y murió por nosotros! Y… ¡qué amistad, que intimidad! Nos nutre con su cuerpo, nos quita la sed con su sangre: Caro mea vere est cibus, sanguis meus vere est potus. Mi carme es verdadero alimento, mi sangre es verdadera bebida. Jesucristo se ofrece a nosotros en el misterio de la Eucaristía, completamente, totalmente, en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Y el alma, en aquel momento de donación y de abandono, siente que le puede repetir las palabras de la parábola evangélica: Omnis me tua sunt, todo lo que es mío es tuyo.
     El camino de la Comunión -y de la Comunión frecuente- es verdaderamente el camino más fácil y breve para llegar a la transformación en Cristo, al vivit vero in me Christus, verdaderamente Cristo vive en mí de san Pablo. Tu alma tiene necesidad de Jesús, porque sin Él no puedes -no podemos- hacer nada. Sine Me nihil potestis facere, sin Mí no podéis hacer nada. El desea venir todos los días a tu alma: te lo dijo y te lo dice con la parábola del gran banquete -nocavit multos, llamó a muchos- y te lo repitió y te lo repite en el momento solemne de instituir la Eucaristía: Desiderio desideravi hace pascha manducare vobiscum, he deseado con toda el alma comer esta Pascua con vosotros.
     Tu alma y la mía tienen necesidad del Pan de la Eucaristía, porque tienen necesidad de nutrirse, como el cuerpo, para perseverar con fidelidad y buen espíritu en el trabajo cotidiano, en su esfuerzo para santificarse y para adelantar, cada día más, en el conocimiento de Dios y en la práctica generosa de las virtudes”. Continúa

            (Salvador Canals, Ascética meditada, p.146-148, Colección Patmos n. 110, Ediciones Rialp)

                                                                    ++++++++++++++++++++++++++++


sábado, 28 de mayo 2022

                           EN PRESENCIA DEL PADRE   segunda y última parte
 
     “Pureza de intenciones: Cristo presente en nuestras intenciones… Una vez en este camino, aprenderemos también a vivir la virtud de la humildad, porque de todas nuestras obras y de nuestro modo de actuar subirá a Dios una protesta de humildad: Non nobis, Domine, non nobis; ¡sed nomini tuo da gloriam! ¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, ¡pero da gloria a tu nombre!
     Esta presencia de Dios serenamente buscada y conservada con tenacidad ha de ser el profundo y gozoso secreto de cada uno de tus días.
     Dominus sit in itinere tuo, que el Señor esté en tu camino: estas palabras con que Tobías bendice a su hijo son en verdad el augurio más hermoso que se puede hacer para tu vida familiar, para tu vida social, para tu vida de estudio, para tu vida profesional e incluso para tus horas de entretenimiento o de descanso.
     ¡Y cuánta seguridad da este caminar en la presencia de Dios! ¿Qué decisión en la lucha y qué seguridad de la victoria te dará el sentirte seguido por la mirada paterna de Dios! Cuando la tentación se haga acuciante, esta serena presencia de Dios sabrá trocarse en oración intensa, en petición ardiente, en el grito lleno de fe y de esperanza de los discípulos de Emaús: Mane nobiscum, Domine, ¡quoniam advesperascit!, ¡quédate con nosotros, Señor, ¡porque anochece!
     Si vives en presencia de Dios, aprenderás a ejercitarte en esa rara sabiduría que es el dominio de uno mismo, aprenderás a dominarte y a vencerte y conocerás la alegría de hacer agradable la vida a cuantos estén cerca de ti.
     Por este camino llegarás, amigo mío, a una gran intimidad con el Señor: aprenderás a llamar a Jesús por su nombre y a amar mucho el recogimiento. La disipación, la frivolidad, la superficialidad y la tibieza desaparecerán de tu vida. Serás amigo de Dios: y en tu recogimiento, en tu intimidad, gozarás al considerar aquellas frases de la Escritura: Loquebatur Deus ad Moysem facie ad faciem, sicut solet loqui homo ad amicum sum. Dios hablaba a Moisés cara a cara, como suele hablar en hombre con su amigo.
    Pide, pues, a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, que te ayude a formular un propósito: el firme y generoso propósito de caminar de ahora en adelante -siempre- en presencia de Dios”.
                    (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 144-145, Colección Patmos n. 110, Ediciones Rialp)
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miércoles, 25 de mayo 2022

JESÚS NOS ESPERA EN EL CIELO

Culmina en este misterio la exaltación de Cristo Glorioso.
La Ascensión fortalece y alienta nuestro deseo de alcanzar el Cielo.
Fomentar siempre esta esperanza. La Ascensión y lo misión apostólica del cristiano.

      “Una bendición fue el último gesto de Jesús en la tierra, según el Evangelio de San Lucas 24,51. Los Once han partido desde Galilea al monte que Jesús les había indicado, el monte de los Olivos, cercano a Jerusalén. Los discípulos, al ver de nuevo al Resucitado, le adoraron (Mt 28,17), se postraron ante Él como ante su Maestro y su Dios. Ahora son mucho más profundamente conscientes de lo que ya, mucho tiempo antes, tenían en el corazón y habían confesado: que su Maestro era el Mesías (Mt 16,18). Están asombrados y llenos de alegría al ver que su Señor y su Dios ha estado siempre tan cercano. Después de aquellos cuarenta días en su compañía podrán ser testigos de lo que han visto y oído; el Espíritu Santo los confirmará en las enseñanzas de Jesús, y les enseñará la verdad completa.
     El Maestro les habla con la Majestad propia de Dios: Se me ha dado poder en el Cielo y en la tierra (Mt 28,18). Jesús confirma la fe de los que adoran, y les enseña que el poder que van a recibir deriva del propio poder divino. La facultad de perdonar los pecados, de renacer a una vida nueva mediante el Bautismo… es el poder del mismo Cristo que prolonga en la Iglesia. Esta es la misión de la Iglesia: continuar por siempre la obra de Cristo, enseñar a los hombres las verdades acerca de Dios y las exigencias que llevan consigo esas verdades, ayudarles con la gracia de los sacramentos…
     Les dice Jesús: recibiréis el Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.
    Y después de decir esto, mientras ellos miraban se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos
(Hechos 1,7)
     Poco a poco se fue elevando. Los Apóstoles se quedaron largo rato mirando a Jesús que asciende 
con toda majestad mientras les da su última bendición, hasta que una nube lo ocultó. Era la nube que acompañaba la manifestación de Dios: “era un signo de que Jesús había entrado ya en los cielos” 
                                                                                  (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre los Hechos,2)
      La vida de Jesús en la tierra no concluye con su muerte en la Cruz, sino con la Ascensión a los Cielos. Es el último misterio de la vida del Señor aquí en la tierra. Es un misterio redentor, que constituye, con la Pasión, la Muerte y la Resurrección, el misterio pascual…
     La Ascensión del Señor a los Cielos la contemplamos en el segundo misterio glorioso del Santo Rosario: “Se fue Jesús con el Padre. -Dos Ángeles de blancas vestiduras se aproximan a nosotros y nos dicen: Varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (Hechos 1,11).
     “Pedro y los demás vuelven a Jerusalén -cum gaudio magno- con gran alegría (Lc 24,52).
Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el homenaje, la aclamación y adoración de todas 
las jerarquías de los Ángeles y de todas las legiones de los bienaventurados de la Gloria”
                                                                   (San Josemaría, Santo Rosario, segundo misterios gloriosos)

                                   (Francisco Fernández-Carvajal, Hablar con Dios, vol. IV, p. 1113 y ss.)
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jueves, 19 de mayo 2022
                                      EN PRESENCIA DEL PADRE     primera parte

   “Adimplebis me laetitia cum vultu tuo; me llenarás de alegría con tu presencia. Norma práctica y segura de perfección es el ejercicio continuo de la presencia de Dios. Vivir contigo, Señor, buscar tu presencia, trabajar sintiéndonos seguidos por tu mirada y verte a Ti es todos los acontecimientos que tejen nuestra vida cotidiana. Saber que puede y debe vivir siempre en la presencia de Dios es, para el cristiano, motivo perenne de alegría.

     Haz que no falte nunca, ¡oh Señor!, en nuestras jornadas la alegría de tu presencia, que no falte en nuestras dificultades cotidianas, en los momentos duros, el consuelo de saberte presente. Horas non numero nisi serenas, no cuento sino las horas serenas: esta inscripción que, bajo un reloj, rompía con su esbelta gracia la austeridad de un viejo muro romano, la he visto vivida y saboread en la alegría serena que goza y difunden a su alrededor las almas que caminan en presencia de Dios. El sentido sobrenatural de la vida -sol que está sobre el horizonte del alma cristiana- disipará con la fuerza de la fe todas las preocupaciones y las ansiedades cotidianas, para dejar al alma en la serenidad de quien lo sabe mirar todo con los ojos de Dios.
     Cuando vivamos, amigo mío, esta presencia de Dios que ahora -mientras conversamos- nos está pidiendo el Señor, aprenderemos a dirigir hacia El cada una de nuestras acciones y a vivir con una pureza de propósitos cada vez mayor: Deo omnis gloria, para Dios toda la gloria; ésta será la norma de todo loque hagamos. Tan sólo entonces sabremos esfumarnos ante la grandeza y ante la eficacia de lo que la Iglesia, Madre nuestra, nos hace pedir para todos los cristianos: …Ut cuncta nostra oratio et operatio a Te semper incipiat et per Te coepta finiatur, que todas nuestras acciones y operaciones empiecen siempre en Ti y que las por Ti comenzadas lleguen a su fin. Pues sólo entonces serenos de Cristo -ya que toda nuestra vida será suya- y todas nuestras acciones tendrán a Jesucristo como principio y como fin.
     La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reina de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!
     Entonces -deja que te lo recuerde- tu alma habrá encontrado la sencilla y clara fórmula de vivir la santidad en medio del mundo, de buscar la perfección cristiana en todas las actividades de la vida. Podrás santificarte en todo momento: y todo te llevará hacia Dios nuestro Señor.
     Piensa: el egoísmo y la sensualidad, el amor propio y el resentimiento no podrán anidarse en tu alma, ni podrán ser móvil de tus acciones, porque Jesucristo, presente en tus intenciones, te defenderá de todo avasallamiento impedirá cualquier intervención del enemigo de tu santidad, siempre dispuesto a sembrar cizaña ocultamente. Pero en las almas que viven en presencia de Dios no hay cizaña; todo en ellas es buen trigo. Y con la ayuda de Cristo -meta y razón de nuestra vida- podrás tener alejado de tu alma ese sueño que favorece la aproximación del enemigo: y todo en ella será vigilancia y atención dirigida a la presencia del Señor”.  Continúa 
                (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 141-144, Colección Patmos n. 110, Ediciones Rialp)

                                                                +++++++++++++++++++++++++++++++++


miércoles, 11 de mayo 2022

                                      EXAMEN DE CONCIENCIA, segunda y última parte

     “Procuro atender mucho a la puntuación, que es el ejercicio de la presencia de Dios. Esas pausas, que son como comas, o como puntos y comas; o como dos puntos, cuando son más largas, representan el silencio del alma y las jaculatorias con las cuales me esfuerzo en dar significado y sentido sobrenatural a todo lo que escribo.

     Me agradan mucho los puntos y más todavía los puntos y aparte, con los cuales me parece que cada vez vuelvo a empezar a escribir: ¡son como esbozos de gestos mediante los cuales rectifico mi intención y digo al Señor que vuelvo a empezar -nunc coepi! -, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servirlo y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto.
     Pongo también mucha atención en los acentos, que son las pequeñas mortificaciones por medio de las cuales mi vida y mi trabajo adquieren un significado verdaderamente cristiano.
     Una palabra no acentuada es una ocasión en la que no supe vivir cristianamente la mortificación que el Señor me enviaba, la que Él me había preparado con amor, la que Él deseaba que yo encontrara y que abrazase a gusto.
      Me esfuerzo porque no haya tachaduras, equivocaciones o manchas de tinta, ni espacios en blanco, pero… ¡cuántos hay! Son las infidelidades, las imperfecciones, los pecados… y las omisiones.
     Me duelo mucho ver que no hay casi ninguna página en donde no haya dejado huella mi torpeza y mi falta de habilidad.
     Pero me consuelo y me tranquilizo pronto, pensando que soy un niño pequeño que todavía no sabe escribir y que tiene necesidad de una falsilla para no torcerse y de un maestro que le lleve la mano para que no escriba tonterías - ¡qué buen Maestro es Dios nuestro Señor! -, ¡qué inmensa paciencia tiene conmigo!
     Otras veces me divierto, al repasar las páginas de este libro, borrajeadas cuando no sabía hacer más que palotes, y las que siguen, en las que no hay más que letras, grandes y deformes, trazadas con mano poco segura: y esas otras en las que hay ya palabras y frases; y las más recientes que cobijan línea tras línea de nutrida escritura.
     Quisiera, Señor, aprender a escribir este libro; aprender a dejarme guiar la mano por tu mano divina, para cumplir de este modo en todo momento tu voluntad.
     Y quisiera llenar cada una de estas páginas con expresiones henchidas de afecto y de amor sincero, o, por lo menos, cuando no hay sabido escribir lo que debía, con manifestaciones de contrición serenas y sinceras.
     Me duele, o me consuela, este juego del libro. ¿Quieres, amigo mío, que aprendamos a entretenernos cada día, sinceramente, con profundidad y perseverancia, en este juego que es tan grato a nuestro Señor? Es el ejercicio del examen de conciencia.
     Te dará un gran conocimiento de ti mismo, y de tu carácter y de tu vida. Te enseñará a amar a Dios y a concretar en propósitos claros y eficaces el deseo de aprovechar bien tus días.
     Y sentirás, amigo mío, como lo siento yo ahora, el anhelo de escribir un cántico de amor a Dios -cantate Dominum canticum novum- cantad al Señor un nuevo cántico, un cántico que será verdaderamente nuevo cada día, porque lo escribirás con el sentimiento vivo de tu vocación, de tu vida de hijo de Dios, que se renovará cada día: Ecce nova facio omnia, he aquí que hago nuevas todas las cosas.
     Amigo, coge en tus manos el libro de tu vida y vuelve cada día sus páginas, para que no te sorprenda su lectura el día del juicio particular y no hayas de avergonzarte de su publicación el día del juicio universal”.

                (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 138-140, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

                                                                    +++++++++++++++++++++++++


miércoles, 4 de mayo 2022

                                        HAY TRISTEZAS QUE SON DIRECTAMENTE ABSURDAS
La alegría y buen humor, también el optimismo, son indispensables para todo ser humano, 
de rigor para un cristiano

     “Las que proceden de la vanidad, del orgullo, no tienen fundamento real. Por estos senderos crecen malas hierbas, enredos virtuales que nada tienen que ver con la verdad.

     Porque la vanidad, el amor propio y el orgullo, crean fantasías acerca de uno mismo y de los demás. Quien se cree mejor que nadie se equivoca, y esto a pesar de que es bueno pensar bien de nosotros mismos, reconocer que hacemos bien muchas cosas, que somos muy valiosos para esto o para aquello, porque esto no es vanidad. El error empieza con las comparaciones y con los juicios peyorativos sobre los demás.
     Al orgulloso le resulta difícil la gratitud e ignora favores que son evidentes; por eso no puede alegrarse de tantos bienes recibidos.
     Desde estas actitudes, la tristeza sobreviene cuando consideramos que los otros no nos valoran, no nos alagan, no reconocen nuestra excelencia, no se dan cuenta de lo mucho que valemos, de lo mucho que trabajamos… Porque es muy fácil que la vanidad degenera en susceptibilidad. Las personas susceptibles, si no cambian, pueden volverse muy desgraciadas y rencorosas y permanecen eternamente carcomidas por hechos que no son como ellas los piensas. Un matrimonio fue invitado a comer en casa de unos amigos. Después del primer plato, comentó el marido: “¡qué buena estaba la paella!”. Y su mujer le reprochó “¿qué pasa?, ¿la que yo te pongo en casa no está buena?”. La tristeza que deriva de la susceptibilidad tiene mal arreglo: a veces es suficiente con cambiar una rueda, pero otras es necesario cambiar de coche. Demasiado rencor contenido necesita ser reparado. Demasiado desajuste en el corazón se pone de manifiesto ante cosas menores que son irrelevantes.
      Hay placeres que llevan al vacío. Satisfacen por el momento, son a veces incluso de larga duración; pero conducen al hastío y a la tristeza. Es así porque los humanos estamos hechos para fines más grandes, para afrontar retos, superar dificultades: cuando nos enfangamos en placeres insanos, se cierran esos horizontes y abren paso a la tristeza y el cansancio de vivir. Existen placeres saludables en los que hallamos valiosos beneficios que nos ayudan a vivir.
     De la envidia a la tristeza solo hay un paso. Un camino tortuoso y plagado de espinas es la envidia. Quien se interna por un sendero así tiene asegurada la infelicidad. La inquina por el bien ajeno provoca sentimientos malignos que arrastran al rencor. El corazón rencoroso nunca está alegre; le invade una tristeza que a veces se convierte en rabia, otras veces, en autocompasión malsana y puede conducir a la venganza.
     Una triple obligación. Estar alegres y rechazar la tristeza constituye un deber. Primero, hacia Dios, porque existe y ha querido que existamos, nos ama con locura y nos ha concedido multitud de bienes y dones, la mayoría desconocidos para nosotros. También nos ha rodeado de una naturaleza magnífica de la que disfrutamos. Permanecer en la tristeza ante estos tesoros recibidos significa ingratitud…
     Nuestra familia, todos nuestros amigos, las personas con quienes trabajamos, incluso aquellos con quienes nos cruzamos por la calle, necesitan nuestra alegría. Dios ama al que da con alegría (2 Corintios, 9,7). Y cuando los otros se encuentran con nuestra tristeza les hacemos daño… ¿Tenemos derecho a ser sembradores de tristeza y de inquietud?
     Y es un deber con nosotros mismos. La tristeza es un sendero tortuoso y sombrío. Afirma Tomás de Aquino que debilita nuestra capacidad de saber y conocer, suprime el uso de la razón, perjudica al cuerpo en sus funciones vitales. “Tener el espíritu consternado por el mal presente es contrario a la razón y, por tanto, incompatible con la virtud” 
                                                                                                                                                (Santo Tomás, Suma Teológica, I, II, q, 59). 

                          (Francisco Fernández-Carvajal, Pasó haciendo el bien, p. 79-80, Ediciones Palabra)

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lunes, 2 de mayo 2020
                                                              EXAMEN DE CONCIENCIA
Primera parte

     “En la silenciosa hora del examen de conciencia me gusta mucho meditar y vivir estas palabras de la secuencia de la Misa de Difuntos: Liber scriptus proferetur in quo totum continetur. Será leído escrito que lo contiene todo.

     En el momento de nuestro encuentro con Jesús pasarán rápidamente ante nuestros ojos las páginas del libro de nuestra vida, en el cual estará escrito todo lo que hicimos durante nuestros días terrenales.
     Y así, para no tener sorpresas en el último momento, a mí me gusta muchos, amigo mío, coger con mis propias manos ese libro que, mientras vivo, voy, quiera o no, escribiendo. Me gusta cogerlo, abrirlo y ponerlo ante los ojos de mi alma. ¡Qué fácil y qué útil es esto en el momento de la oración, en el momento de examinar la propia conciencia!
     Acostumbro entonces a pensar que cada día de mi vida es una página de este libro; y cuando empiezo a vivir una jornada me hallo ante una hoja de papel en blanco. Y a veces recorro velozmente todas las hojas escritas y dejo volar también las páginas blancas, esas sobre las cuales nada he escrito aún, porque todavía no ha llegado el momento. Y siempre, misteriosamente, se me quedan algunas entre los dedos de las manos, esas mismas que no sé si llegaré a escribir, porque no sé cuándo me pondrá el Señor por última vez ese libro ante los ojos.
     Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.
     Deseo, porque sinceramente quiero que toda la página tenga ese sentido. Quiero, efectivamente, servir a Dios escribiendo derecho y escribiendo lo que Él quiere.
     Esperanza, porque con la gracia de Dios, confío en hacer todo lo que deseo.
     Después de este comienzo -deseo y esperanza-, quiero trazar palabras y frases componer párrafos y llenar la hoja con una escritura clara y nítida. Lo cual no es más que el trabajo, la oración, el apostolado; es decir, toda actividad de mi jornada”. Continúa

             (Salvador Canals, Ascética meditada, p.136-137, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

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miércoles, 27 de abril 2022
                                      LA IMAGINACIÓN, segunda y última parte

     “Si lo que tanto nos hace sufrir y tan fuertemente nos agobia fuese de verdad la cruz que el Señor nos manda, la Cruz de Jesús, una vez que la hubiésemos reconocido como tal y que, con fe y con amor, la hubiésemos aceptado, ya no nos debería pesar y oprimir. Porque la Cruz de Jesús, la Santa Cruz, no es fuente de tristeza o de abatimiento, sino de paz y de alegría.

     En cambio, si levamos sobre nuestros hombros una cruz humana e imaginaria, o la producida por nuestra rebeldía interior contra la verdadera Cruz, entonces estamos tristes y preocupados.
     Pero este peso y esta preocupación pueden desaparecer de tu vida y dejar de agobiarte: basta con que abras los ojos de la fe y con que te decidas a cortas las alas a tu imaginación.
     Permíteme que te diga que estas cruces humanas que te aplastan con su peso no existen en la gran realidad de tu vida sobrenatural, existen sólo en tu imaginación. Llevas sobre los hombros un peso tan atroz como ridículo: un peso que en tu imaginación es una montaña y, en realidad, es un granito de arena.
     San fantasmas creados por la mente, fantasmas que la fantasía revista de colores vivaces, atribuyéndoles manos anchísimas y temerosas, y piernas ágiles y veloces. Son los fantasmas que ahora te persiguen y llenan de dolor y de agitación tu alma.

     Un pequeño gesto de tu vida de fe sería suficiente para hacerlos desvanecer. ¿Te das cuenta de qué poco basta para eliminarlos?

     A veces, admitimos en nuestra vida a otros fantasmas… Vienen de lejos: son los temores a los peligros futuros. Son temores a cosas o a peligros que ahora no existen y que no sabemos si se realizarán, pero que vemos presentes y actuales en nuestra imaginación, haciéndolos más trágicos.
     Un sencillo razonamiento sobrenatural los haría desaparecer: puesto que estos peligros no son actuales y estos temores todavía no se han verificado, es obvio que no tienes la gracia de Dios necesaria para vencerlos y para aceptarlos.
     Si tus temores se verificasen, entonces no te faltará la gracia divina, y con ella tu correspondencia tendrás la victoria y la paz.
     Es natural que ahora no tengas la gracia de Dios para vencer unos obstáculos y aceptar unas cruces que sólo existen en tu imaginación. Es necesario basar la propia vida espiritual sobre un sereno y objetivo realismo.
     Estos fantasmas no son menos peligrosos en el campo de la caridad. ¡Cuántas veces, en esta virtud, quedas víctima de la imaginación! ¡Cuántas sospechas hay sin fundamento y que sólo radican en tu mente! ¡Cuántas cosas haces pensar y decir y hacer al prójimo que este jamás ha pensado, ni dicho, ni hecho!
     Los fantasmas turban y descomponen la convivencia con las demás personas, la vida de familia.
     Esos pequeños contrastes que se dan necesariamente en todas las convivencias humanas, incluso en las de los santos, porque no somos ángeles, son agrandados y deformados por la imaginación y crean estados de ánimo duraderos que nos hacen sufrir muchísimo. Por naderías, por pequeñeces y por el juego de nuestra fantasía, se abren abismos que dividen las personas, que destruyen afectos y amistades, al corromper la unidad.
     La imaginación, además, es la gran aliada de la sensualidad y del amor propio. ¡Qué novelas te hace vivir!: fantásticos ensueños en los cuales eres el héroe, el personaje que triunfa: fantasmas que acarician tu ambición, tu deseo de mandar y de ser admirado, tu vanidad. Fíjate cuántos obstáculos para tu santidad.
     Tu vida de piedad: la oración, la presencia de Dios, el abandono en las manos de Nuestro Señor, la alegría fuerte y sobrenatural; todas estas murallas de tu vida interior quedan así amenazadas, minadas por la loca de la casa.
     Sé sobrenatural, sé objetivo. La voz de Jesús pone fin a los temores y a la aventura de los Doce del Lago de Genezaret: Habete fiduciam, Ego sun: nolite timere… Tener confianza, soy Yo: ¡no temáis!

              (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 132-135, Colección Patmos 110, Ediciones Rialp)

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 viernes, 22 de abril 2022

                                LA IMAGINACIÓN, primera parte

     “Ninguna persona prudente tomaría nunca a un loco por consejero en los problemas más delicados de su propia vida. Todos consideraríamos imprudente y poco sensato a quien se condujera de tal modo.

     Esta verdad, tal clara y evidente en la vida y en los negocios, no lo es tanto, al menos en la práctica, en la vida interior y en el problema de nuestra santificación. La imaginación es una loca -la loca de la casa, la llamaba Santa Teresa, con su habitual buen humor-, y sin embargo, ¡cuántas veces la elegimos, más o menos conscientemente, para consejera de los problemas más delicados de nuestra alma!
     Esta loca que nos distrae con su alboroto y nos disipa con su algarabía; que nos comunica  sus variados temores y nos turba con sus aprensiones, que nos susurra al oído sospechas infundadas, que nos tiraniza con sus ambiciones y nos muerde con su envidia; esta loca que nos hace salir de la realidad con fantásticos ensueños, llenos de euforia o de pesimismo, y que nos instila suavemente el veneno de la sensualidad y del amor propio: esta loca -lo sabemos por experiencia- es la gran enemiga de nuestra vida interior, es la eterna aliada del mundo, del demonio, de la carne. 
     Es ella la que turba tu vida de oración y te hace temer la mortificación; la que introduce en tu alma la tentación de la carne y de la soberbia; la que falsea tu conocimiento de Dios y te priva del sentido sobrenatural; la que te adormece con el sueño de la frivolidad o te sumerge en el letargo de la tibieza; la que apaga el fuego de la caridad o enciende el de la desconfianza y de la discordia.
     Es tan loca como un caballo desbocado; tan inquieta como una mariposa; si no la dominas y la guías, jamás serás un alma interior y sobrenatural.
     Si no la dominas, jamás podrás gozar de esa calma serena, que es tan necesaria para servir a Dios.
     Si no le pones freno, jamás tendrás aquel realismo que una vida de santidad exige. Calma, realismo, serenidad, objetividad: virtudes que nacen allí donde termina la tiranía de la imaginación; virtudes que crecen y se fortifican en el esfuerzo ascético de dominar y de controlar la fantasía.
     Te decía que la tiranía de la imaginación es grande. Tan grande, que altera las ideas, que falsea las situaciones de la vida, que deforma a las personas.
     El Evangelio ofrece una prueba muy elocuente de esta tiranía. Estamos en el lago de Genesaret y es una noche oscura de tempestad; los apóstoles tienen que remar duramente, combatiendo contra un fuerte viento contrario. Su barquichuela, zarandeada por las olas, contiene a doce hombres que luchan para resistir la impetuosa fuerza del viento, Jesús se ha retirado solo a lo alto de un monte vecino y ora.
     Quarta vigilia noctis venit ad eos, ambulans super mare. Pero en la cuarta vigilia de la noche Jesús se acerca hacia los apóstoles caminando sobre las aguas.
     Y los doce…, videntes eum super mare ambulatem, turbati sunt, dicentes: quia fantasma est: al ver a Jesús que anda sobre las aguas, se turban y exclaman: ¡Es un fantasma!
     Fíjate: la adorable figura del Maestro, que viene para estar con ellos, para ayudarlos, para calmar la tempestad imponiendo silencio a las olas con su palabra imperiosa, asume en aquellas imaginaciones el aspecto de un fantasma que les infunde miedo y les turba.
     ¡Cuánta veces se repite en nuestra vida este episodio evangélico! ¡En cuántas ocasiones nuestra alma, víctima de la imaginación, se atemoriza y queda turbada!
     Juegos de la fantasía, fantasmas de la imaginación son esas cruces imaginarias que suelen atormentarnos y nos agobian con su peso. No creo exagerar si te digo que el noventa por ciento de nuestros sufrimientos, de esos sufrimientos que, con escaso conocimiento de la Cruz de Cristo, llamamos cruces, son imaginarios, o por lo menos están agrandados o deformados por el cruel dominio de nuestra imaginación. Esta es la razón por la que tanto nos pesan y nos agobian nuestras cruces humanas e inventadas”. Continúa

          (Salvador Canals, Ascética meditada, p.129-132, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

                                                                +++++++++++++++++++++++++++++++++++


jueves santo, 14 abril 2022

                                        TENTACIONES, segunda y última parte

     “¡Cuánta experiencia sacarás, por otra parte, de tu lucha contra las tentaciones!, experiencia que te servirá para ayudar, dirigir y consolar a muchas almas tentadas y atribuladas. Aprenderás la ciencia de la comprensión y sabrás hacerla fructificar cuando trates a las almas. La necesidad de recurrir a Dios, que se hace sentir con tanta fuerza en aquellos momentos, hará que tu vida de oración arraigue profundamente en tu alma.

     ¡Cómo crecerás en humildad y en el conocimiento de ti mismo cuando veas tus tendencias y tus inclinaciones! Tus méritos aumentarán y… - ¿por qué no? - hallarás consuelo ante la perspectiva de una maravillosa esperanza del cielo: qui seminat in lacrimis in exultarione et metet, quien siembre con lágrimas, cosechará con alegría.
     Todas estas consideraciones aumentarán tu confianza y tu visión sobrenatural. Sin embargo, deseo añadir una cosa: el peligro mayor para las almas tentadas y atribuladas es el desaliento, el hecho de que puedan pensar o admitir que la tentación es superior a sus fuerzas, que no hay nada que hacer, que el Señor las ha abandonado, que de ahora en adelante han consentido ya. Debes vivir, amigo mío, vigilante y firme contra esta tentación que, por lo general, se presenta después que uno ha luchado valerosamente y que es la más temible y fuerte de las tentaciones.
     ¡Escúchame! ¡Se puede vencer siempre! Omnia possum!, ¡todo lo puedo! Si luchas y pones los medios, la victoria es tuya. Facientibus quot est in se Deus non denegat gratiam, a quienes hacen lo que depende de ellos, Dios no niega su gracia. ¡Dios se lo hizo comprender bien a San Pablo en el momento de la tentación Sufficit tibi gratia mea! ¡Te basta mi gracia! ¡La gracia! Nunca te olvides de la gracia de Dios.
     Nuestro Señor sabe perfectamente hasta qué punto puedes resistir y sabe igualmente bien, como el alfarero, el grado de temperatura necesario para que sus vasos de elección -vas electionis- adquieran cada uno el grado de solidez y de belleza que les tiene determinados.
     No pierdas nunca la confianza, no te desmoralices, no te turbes. Te recuerdo que sentir no es consentir, que las inclinaciones sensibles y los movimientos espontáneos no dependen de tu voluntad. Basta con que resistas generosamente: sólo la voluntad puede consentir y admitir en el alma el pecado. Entre tanto, suceda lo que suceda, el Señor está contigo, en tu alma, aunque no sientas su presencia, aunque no gustes de su compañía. Está contigo -más que nunca ahora que luchas- y te dice: Ego sum, nolite ti-mere, soy Yo, no temas.
     Abre todavía más los ojos de tu alma: el Señor permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde El quiere y por donde El quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y… sobre todo para hacerte humilde, muy humilde.
     Escucha ahora, con la visión nueva que estas consideraciones pueden haberte suscitado, estas palabras de la Sagrada Escritura: Fili, accedens ad servitutem Dei, praepara animan tuam ad tentationem (Eccli 2,1), hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara el ánimo a la tentación. Y tú -alma tentada y atribulada- admira la bondad de Dios que te hace gustar la esperanza del cielo estas palabras del Espíritu Santo: Beatus vir, qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit accpiet coronam vitae: bienaventurado el hombre que padece tentación, porque por haber sido probado recibirá la corona de la vida: ¡luego las tentaciones tejerán tu corona!
     Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser éstas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad de corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen”.

            (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 125-128, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

                                                                ++++++++++++++++++++++++++++++++


viernes, 8 de abril 2022

                                        TENTACIONES, primera parte

    “¡Que distinto es nuestro camino -el camino que han de recorrer tus discípulos, Señor- del imaginado por nosotros en la inexperiencia de nuestros años jóvenes y en los dorados sueños de nuestra inquieta fantasía! Solíamos ver entonces un camino tranquilo, hecho de inalterada calma interior y de pacíficos triunfos exteriores… y también   - ¿por qué no? - de algunas clamorosas y vistosas batallas con heridas vendadas primero con laurel y luego… con la deseada admiración de muchos. Creíamos, Señor, de modo ingenuo y poco sobrenatural, que la sola decisión de seguirte y de caminar generosamente contigo, renunciando a muchos consuelos humanos, nobles y lícitos habría cambiado nuestra naturaleza y nos habría dejado libres - ¡como ángeles! - del peso de la tribulación y de las turbaciones de las tentaciones.

     Pero tus juicios, ¡oh Señor!, no son los nuestros, ni nuestros caminos son iguales a los tuyos. Nuestra historia, tejido admirable en donde se entrelazan aparentemente de modo caprichoso con los acontecimientos que son vehículo de tu voluntad, los atributos divinos de tu bondad, de tu sabiduría, de tu omnipotencia, de tu ciencia divina y de tu misericordia, nos ha enseñado a comprender y a gustar que la vida del cristiano es una milicia, militia est vita hominis super terram, milicia es la vida terrenal del hombre, y que todos tus discípulos han de probar la pax in bello -paz en la guerra- de tu servicio. Daremos gracias al Señor porque suaviter et fortiter, suave y vigorosamente, nos ha enseñado el valor sobrenatural y el fin providencial de las tentaciones y las tribulaciones. Pues, por medio de ellas, Dios nuestro Señor ha dado a nuestra alma la experiencia del hombre maduro, la dureza y el realismo del soldado veterano fortalecido en la batalla y el espíritu de oración del monje más contemplativo.
     ¡Tentaciones… las tendrás! Tu vida de servicio de Dios y de la Iglesia las conocerá necesariamente, porque tu vocación, tu llamada, tu decisión generosa de seguir a Jesús, no inmunizan a tu alma de los efectos del pecado original, ni apagan para siempre el fuego de tus concupiscencias allí donde se agazapa la tentación: unusquisque vero tentatur a concuspicentia sua, cada cual, ciertamente, es tentado por su concupiscencia.
     Pero te consolarás pensando que los Santos - ¡hombres y mujeres de Dios! - han sostenido las mismas batallas de tú y yo hemos de sostener para demostrar nuestro amor al Señor. Escucha el grito de San Pablo: ¿Quis me liberabit a corpore mortis hujus?, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Piensa en las tentaciones de San Jerónimo a lo largo del curso de su vida austera y penitente en el desierto; lee la vida de Santa Catalina de Siena y verás las pruebas y las dificultades de aquella alma; y no olvides el martirio de San Alfonso de Ligorio, octogenario, ni las fuertes tentaciones contra la esperanza en la vida de San Francisco de Sales durante el periodo de sus estudios, ni la fe tan duramente probada en el temple de aquel apóstol que era el abate Chautard… ni las tentaciones de todo género de tantos y tantos otros.
     Reflexionemos en ellas, amigo mío, con espíritu sobrenatural: por medio de la tentación, siempre que tú no la vayas a buscar imprudentemente, Dios nuestro Señor pone a prueba y purifica tu alma, tan quam aurum in fornace, como el oro en el crisol. Las tentaciones fortifican e imprimen un sello de autenticidad a tus virtudes, pues ¿qué autenticidad cabe atribuir a una virtud que no se ha fortalecido con la victoria sobre las tentaciones que le son contrarias? Virtus in infirmitate perficitur. La virtud se forja en la debilidad. En las tentaciones se despierta y se robustece tu fe: crece y se hace más sobrenatural tu esperanza; y tu amor -el amor de Dios que es el que te hace resistir valerosamente y no consentir- se manifiesta de modo efectivo y afectivo”. Continua 

             (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 122-125, Colección Patmos, nº 110 Ediciones Rialp)

                                                                ++++++++++++++++++++++++++++++



viernes, 1 de abril 2022
                                               LA CRÍTICA   tercera y última

   “Saberse defender de la crítica injusta y mala es normalmente una virtud y casi siempre un deber; saber recibir y aceptar la crítica buena, además de ser virtud cristiana, es prueba de sabiduría. Signo cierto de grandeza espiritual es saber dejarse decir las cosas: recibirlas con alegría y agradecimiento.

     El que aprende a escuchar y a preguntar llegará muy lejos en el uso de los talentos que recibiera de Dios. Desgraciado en cambio el que no tolera que se le digan las cosas; el que de mil modos -los del amor propio herido- trata de herir y de vengarse contra el que ha tenido la atención y la caridad de hacerle una crítica honesta y buena.
     Nunca debemos olvidar tú y yo que todas las cosas que hacemos mal se deben hacer bien y que todas las cosas que hacemos bien se pueden hacer mejor; y para esto, además de contar con nuestra voluntad, hemos de poder contar con la crítica.
     Pero tampoco has de vivir excesivamente preocupado de la crítica, del “qué dirán”. Porque esta preocupación excesiva y pusilánime podría cortarse las alas y llevarte a no hacer nada. La crítica ligera y envidiosa, la crítica chismosa y superficial, vale más ignorarla.
     Querría decirte a este propósito que el que no hace nada no recibe ninguna crítica, porque la gente -ignora la razón- raramente critica al no hacer. En cambio, el que hace y hace mucho es siempre criticado y lo es por todos: lo critican los que no hacen nada, porque su vida y su trabajo parecen una acusación contra ellos; lo critican los que obran de modo contrario; y lo critican también, cuando no son buenos, los que hacen las mismas o parecidas cosas, porque están celosos de él.
     Alguna vez, se dará en tu vida, la paradoja de que deberás hacerte perdonar lo que hayas hecho de bueno y lo que hayas realizado con tu trabajo, por aquellos que nada bueno hicieron y por aquellos que jamás trabajaron. Otras veces te verás injustamente atacado y maltratado por lo que no conciben que se pueda hacer nada bueno sin pedir su ayuda. Sonríe entonces con elegancia y sigue trabajando.
     No te olvides de dar gracias a Dios por estas cosas; y, sobre todo, por la crítica honesta y buena, amiga y cristiana, no ceses de dar gracias a Dios y a aquel que te la haga”

           (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 119-121, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

                                                                    ++++++++++++++++++++++++++++++++



jueves, 24 de marzo 2022
                                                 LA CRÍTICA, segunda parte

     “Esta crítica, profundamente humana, porque conoce nuestros límites, es profundamente cristiana, porque respeta lo que pertenece al Señor, y así concilia y conserva la amistad, incluso la de quienes nos son contrarios, porque se manifiesta llena de respeto y de comprensión hacia la personalidad ajena.

     El hombre honrado, y con mayor razón el cristiano, no juzga ni critica lo que no conoce. Expresar un juicio, formular una crítica, supone un perfecto conocimiento, en todos sus aspectos, de lo que es objeto de consideración. La seriedad, la rectitud y la justicia caerían por su base si no se procediese de este modo.
     Al llegar a este punto, seguramente que tú y yo nos acordamos de muchos juicios y de muchas críticas improvisadas, formulados sin conocimiento de causa: el juicio del hombre superficial, que habla de lo que no conoce; de la crítica del que se apropia de lo que ha oído decir por otros, sin tomarse la molestia de verificarlo; de la conducta del inconsciente, que juzga hasta aquello de lo que ni siquiera ha oído hablar. Y nos damos cuenta también con cuánta facilidad transformamos en juicio -disfrazándola de juicio crítico- una simple impresión. La crítica del ignorante es siempre injusta y funesta.
     La crítica, la crítica cristiana, tiene siempre requisitos de tiempo, de lugar y de modo, sin los cuales se transforma fácilmente en detractación o en difamación. No estaría mal, a este propósito, que tú que te consideras un hombre maduro, capaz de juicio y de seguro criterio, te preguntes si hay en tu vida este mínimo de prudencia cristiana que te pone a cubierto de las insidias de tu lengua y de tu pluma. Pues hablar sin pensar y escribir sin reflexionar puede ser peligroso para tu alma, aunque estés en posesión de la verdad.
     Debo añadir aún, amigo mío, que la crítica se colorea de animus que detrás de ella se esconde, de la disposición interior de la cual procede. Hay un animus bueno y un animus malo; lo cual debemos tener presente, puesto que constituye un criterio seguro para juzgar moralmente del uso que hagamos de nuestra capacidad de valoración y de crítica.
     El fracasado, el envidioso, el irónico, el orgulloso y avasallador, el fanático, el amargado y el ambicioso, tienen un animus malo, no recto, que se manifiesta inmediatamente en su crítica.
     En cambio, el hombre honesto, el amigo, el cristiano llevan dentro de sí un animus bueno, que trasluce igualmente de sus juicios. Este animus bueno es la caridad, el deseo del bien de los demás, que asegura a su crítica todas aquellas cualidades de que la buena crítica ha de estar adornada. Pues para que la crítica sea justa y constructiva, eficaz y santificante, hace falta amar a los demás, amar al prójimo. En tal caso el ejercicio de la crítica es siempre un acto de virtud en el que hace uso de ella y un auxilio para el que la recibe: Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma, hermano defendido por su hermano, es como ciudad amurallada”.  Continúa

                              (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 117-119, Colección Patmos nº 110)

                                                                 +++++++++++++++++++++++++++++++++++


martes, 15 de marzo 2022

                                                  LA CRÍTICA, primera parte

     “Las personas, las cosas, los acontecimientos que se ofrecen a nuestra consideración requieren nuestro juicio. La parte más noble de cuanto Nuestro Señor nos ha dado, con profusión y generosidad, asume una actitud determinada frente a nosotros mismos y frente a lo que no rodea.

     Tu inteligencia y tu sensibilidad -como las mías-miden y valoran cualquier persona, cosa o hecho con los que se pongan en contacto. Esta capacidad de valoración y de juicio aumenta en proporción a la profundidad de la persona y a la seriedad con que afronta los acontecimientos y vive su propia vida.
     A una mayor riqueza interior, a una más profunda consideración de las cosas y a un empeño de vida más serio, necesariamente corresponde una mayor capacidad de valoración y de juicio. Los necios y los frívolos, los que se pierden en los detalles o viven fuera de la realidad, los que no hacen nada o hacen demasiadas cosas: todos éstos han perdido o están perdiendo, para su gran desgracia, el sentido del valor y del juicio.
     Dios nuestro Señor quiere, amigo mío, que seas un alma de criterio, que sepas encuadrar personas, situaciones, circunstancias y acontecimientos con espíritu sobrenatural y sentido práctico de la vida. Es necesario que esta capacidad de valoración y juicio, llena de espíritu sobrenatural, aumente y se purifique cada día más. Pues con esta capacidad de juicio cristiano, sereno y objetivo, nos defendemos de nosotros mismos y de nuestros enemigos -primero de todo, de los de nuestra alma- y perfeccionamos nuestras acciones y nuestro trabajo para ayudar a nuestros amigos en su vida y en su actividad.
     Pero esta capacidad de valoración y de juicio, que es tan necesaria para tu vida y sin la cual difícilmente podrás imprimir a tu conducta seriedad y vigor cristiano, tiene sus límites. Mantenerla y ejercitarla dentro de estos límites es acercarse a Dios; permitir que los sobrepase y ejercitarla sin esa mesura cristiana, es alejarse de Dios.
     ¡Cuántas críticas haces sin mesura cristiana que te separan de Dios y de los demás! ¡Que te enemistan con todos y logran que todos te eviten! De sobra conoces los tipos del decapitador despiadado y del cruel demoledor.
     Voy a presentarte toda una galería d espíritus críticos y a preguntarte: ¿en cuál de estas categorías podríamos estar incluidos tú y yo? La crítica del fracasado -que por su fracaso, se ha revelado enemigo de Dios- es universal, porque querría arrastrar a todos a su propio fracaso; la crítica del irónico es mordaz, ligera, superficial, y está dispuesta siempre a sacrificar la burla de las cosas más serias y más sagradas; la crítica del envidioso, nacida entre ansiedades y despechos, es ridícula y vanidosa; la crítica del idiota es bufa; la crítica del orgulloso y del avasallador es despiadada y, normalmente, está forjada con los peores ingredientes; la crítica del ambicioso es desleal, porque  tiende a iluminar su persona con menoscabo de los demás; la crítica del sectario es apriorística, parcial e injusta, es la crítica de quien se sirve conscientemente y con fría pasión de la mentira; la crítica del ofendido es amarga y punzante, destila hiel por todas partes; la crítica del hombre honrado es constructiva; la  crítica del amigo es amable y oportuna; la crítica del cristiano es santificante.
     Para que tu crítica sea siempre la crítica del hombre honesto, del amigo, del cristiano, es decir, para que sea constructiva, amable, oportuna y santificante, ha de poner atención en salvar siempre la persona y sus intenciones. Ha de ser objetiva, jamás subjetiva. Ha de detenerse siempre, con respeto, ante el santuario de la personalidad y de su mundo interior. ¿Qué sabes tú de las intenciones, de los motivos y de toda esa serie de circunstancias subjetivas, que tan sólo conoce perfectamente Dios nuestro Señor, que lee en los corazones? Te sale aquí al paso, amigo mío, aquella frase de Cristo: Nolite judicare et non judicabimini. No juzguéis y no seréis juzgados”. Continúa 

                           (Salvador Canals, Ascética meditada, p.114-117, Colección Patmos nº 110)

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sábado, 5 de marzo 2022
                                      LA SERENIDAD, tercera y última parte

     “Serenidad cristiana; vives escondida bajo el oscuro velo de la fe; serenidad cristiana, desciendes sobre el alma con la visión sobrenatural, como el rocío desciende sobre las flores con la primera luz de la mañana; serenidad cristiana, te ocultas en las palabras de Jesús: Non turbetur cor vestrum neque formidet, no se turbe ni tema vuestro corazón; nolite sollicite ese…, no estéis preocupados; quid prodest homini si mundum universorum lucretur, animae vero suas detrimentum patiatur?, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si su alma ha de perjudicarse? ; serenidad cristiana, te fundes con el alma en la oración como la lluvia con la tierra en primavera; serenidad cristiana, ahondas tus raíces en el alma que aprende a abrazar y a superar el dolor con espíritu de fe, serenidad cristiana, te asientas en el alma cuando se alimenta del cuerpo y de la sangre de Cristo; serenidad cristiana, llenas el alma que se abre, sincera y confiada, al propio director espiritual; serenidad cristiana, eres el regalo más delicado que Jesús hace a las almas sencillas y carentes de complicaciones.

     Amigo mío, nuestro Padre Dios nos quiere serenos en medio de las pruebas y de las dificultades de la vida: oratione instantes, tribulatione patientes, spe gaudentes, insistentes en la oración, pacientes en la tribulación, gozosos en la esperanza.
   Amigo mío, Jesús nos quiere serenos ante la muerte y ante la vida: sive vivimos, sive moritur, Domini sumus, que vivamos o que muramos, de Dios somos.
     Amigo mío, el Señor nos quiere serenos en nuestro trabajo de cada día, sobre todo cuando se nos hace duro y gravoso.
     Amigo mío, Dios nuestro Señor nos quiere serenos cuando por nuestro estado y condición de dar a los demás auxilio y consejo.
     Amigo mío, Jesucristo nos quiere serenos cuando nos hallamos ante nuestra mesa y frente a los problemas y las decisiones de nuestro trabajo.
    Y también nos quiere serenos en nuestra vida de perfección y en nuestros sinceros esfuerzos para ser mejores: in patientia vestra possidebitis animas vestras, en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas. Te falta esta serenidad cuando te irritas contigo mismo y cuando pierdes la paz, al ver que tus progresos en los caminos del Señor son lentos. No te olvides que la luz de la serenidad es la que te hace comprender que nemo repente fit sanctus, que nadie se vuelve santo de repente.
    Y tampoco te olvides de que jamás encontrarás al Señor en el tumulto y en el barullo interior, pues el Señor viene en el sosiego, Dominus in tranquillitate venit.
     Por eso, si tu oración es serena en sus consideraciones, en sus afectos y en sus propósitos, sus afectos serán más profundos y más duraderos sus frutos.
    Tienes, pues, que llenar de serenidad tu apostolado: es un gran don de Dios el saber infundir seguridad y serenidad en las almas en su camino hacia Dios.
        Y reina de serenidad -lo decimos con alegría- es nuestra Madre Celestial”.

                    (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 111-113, Colección Patmos, nº 110)

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viernes, 18 de febrero 2022

                                          LA SERENIDAD, segunda parte

      “El hombre rígido no es sereno, porque su rigidez le hace traspasar los límites de lo que es justo y razonable, de lo que, proporcionado a las circunstancias de la persona, del tiempo y del lugar. La falta de serenidad del hombre rígido turba y oprime a los demás.

Pero tampoco es sereno el hombre débil, porque se para antes de llegar al límite y, con su debilidad, se perjudica a sí mismo y a los demás. El débil no perturba ni oprime, pero tampoco gobierna, y su acción nunca será eficaz es una víctima de la corriente.

      Objetividad y concreción; análisis y síntesis, suavidad y energía; freno y espuela, visión de conjunto y abundancia de detalles; todas estas cosas y muchas otras abarca, en síntesis, armónica, la virtud cristiana de la serenidad.

      Pero ni tú, ni yo, ni nadie, podemos ser serenos sin una previa lucha; las pasiones, son una realidad en todas las personas; la imaginación puede turbar todas las mentes; los nervios existen en todos los organismos; las impresiones hacen vibrar todas las sensibilidades; la ignorancia el error y la exageración son patrimonio de todas las inteligencias, y el temor y el temblor hallan también cobijo en todos los corazones.

      El dominio de nuestro propio ser, el equilibrio en los juicios, la reflexión ponderada y serena, el cultivo de la propia inteligencia, el control de los nervios y de la imaginación, exigen lucha y firmeza, y también perseverancia en el esfuerzo. Y ése es el precio de la serenidad.

      La serenidad debe ser una virtud connatural para el cristiano: porque ningún cristiano puede ignorar que el don de la fe es un principio de serenidad y de armonía.

      Sobre el campo que acabamos de considerar y que habrá sido desbrozado y convenientemente preparado por el conjunto de las virtudes humanas que llevan al equilibrio, a la objetividad, al realismo y al buen sentido, ha de levantarse, como el sol sobre un campo rico de promesas, la virtud de la fe, verdadero sol del alma, que nos dará una visión de la vida y de sus alternativas, llena de serenidad, amplia de horizonte y rica de detalles.

      En esta serena visión el corazón se aquietará, el alma hallará calma y la inteligencia comprenderá, a la luz de Dios, el porqué de muchas cosas, con lo cual aumentará la serena tranquilidad de su vida. Ni siquiera lo que no comprendas podrá turbar tu corazón, porque la misma fe te enseñará que la causa de lo que no comprendes, es siempre la bondad de Dios y su afecto hacia los hombres”     Continúa 

         (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 109-110, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)


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viernes, 11 de febrero 2022

                                                    LA SERENIDAD, primera parte

      “De pequeño, según costumbre de todos los niños, construía yo castillos de barro con piedras y trozos de madera; y si alguien, sin darse cuenta, pasaba por encima y me los destruía…  ¡Qué disgusto el mío! ¡Qué tragedia!
      Cuando ahora pienso en aquellos juegos de niño, me divierto; y si revivo en la memoria todas aquellas tragedias infantiles, no puedo por menos de sonreír.

   Pues juegos de niños y tragedias infantiles son, si sabemos mirarlas sobrenaturalmente, tantas y tantas preocupaciones de personas de años muy mayores y de juicio muy maduro

    La virtud de la serenidad es una rara virtud que nos enseña a ver las cosas en su verdadera luz y a apreciarlas en su justo valor: el que real y objetivamente tienen, que nos es revelado por el equilibrio y por el buen sentido; y el valor sobrenatural que deben conseguir, al cual nos lleva el espíritu de fe.

     Nos falta la serenidad cuando deformamos la realidad, cuando hacemos de un grano de arena una montaña; cuando nos afligen con su peso cosas que no deberían turbarnos; todas y cada una de las veces que no tenemos en cuenta, en nuestros juicios, a la Providencia Divina y a la luz de las verdades eternas.

    ¿Qué quedaría en nuestra vida, amigo mío, de tantas preocupaciones, inquietudes y sobresaltos, si en ella entrase esta virtud cristiana de la serenidad? Nada, o casi nada.

    Mira, si no, cómo el simple transcurso del tiempo nos da, casi siempre, la serenidad del pasado; y, en cambio, tan sólo la virtud puede garantizarnos la serenidad del presente y del futuro.

   Y es que, el tiempo, al pasar, deja cada cosa en su sitio: aquella cosa o aquel acontecimiento que tanto nos preocupó y aquella otra que tanto nos alteró, ahora que todo ha pasado, son apenas una sombra, un claroscuro en el cuadro general de nuestra vida.

     Pues de esta serenidad del presente y del futuro quiero hablarte. Necesitamos de la serenidad de la mente, para no ser esclavos de nuestros nervios o víctimas de nuestra imaginación, necesitamos de la serenidad del corazón, para no vernos consumidos por la ansiedad ni por la angustia; necesitamos también de la serenidad en nuestra acción, para evitar oscurecimientos, superficiales e inútiles derroches de nuestras fuerzas.

   La mente serena da firmeza y pulso para el mando; la mente serena encuentra la palabra justa y oportuna que ilumina y consuela; y sabe ver en profundidad y con sentido de la perspectiva, sin olvidarse de los detalles y de las circunstancias, que han de resaltar en una visión de conjunto.

    Creo que te debo repetir, amigo mío, que la virtud de la serenidad es una rara virtud, porque la vida de muchas personas está dominada por los nervios; porque no pocas existencias se consuman en imaginaciones y fantasías; y porque hay caracteres que todo lo convierten en tragedia o melodrama.

      La persona meticulosa - ¡cominera! -  sólo ve los detalles y asfixia con su insistencia, el teórico no ve más que los problemas generales y se aparta de la vida: tan sólo la persona serena sabe ver el conjunto y el detalle y deducir de todo ello una eficaz y concreta síntesis”.   Continúa

 

          (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 106-108, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

                                                                +++++++++++++++++++++++++++++++

 



 viernes, 4 de febrero 2022         


        VIRTUDES VERDADERAS Y VIRTUDES FALSAS, segunda y última parte

      “Toda esta delicada acción divina requiere tiempo: el tiempo es así el gran aliado de Dios en la obra de la santificación de las almas, la cual es siempre la obra de toda una vida. Y el tiempo, amigo mío, es un gentilhombre; no lo olvides.
      Recuerdo que con alegría aprendí, de boca de un santo religioso, este proverbio, tan sencillo como luminoso: juvenes videntur sancti sed non sunt: senes non videntur sed sunt, los jóvenes parecen santos, pero no lo son: los viejos no lo parecen, pero lo son. Los ardores de la juventud que empieza a seguir de cerca a Jesús, son flores, son promesas: pero el trabajo sereno, profundo e intenso, de las almas en el servicio de Dios, es fruto maduro y sazonado, es eficacísima realidad.
      Querer una santidad sin esfuerzo, buscar una virtud sin pruebas y sin luchas, sin batallas ni derrotas, es un sueño de juventud que no resiste a la experiencia consumada de una verdadera vida espiritual.
      Hay, en cambio, virtudes que se afirman en medio de dificultades; virtudes que, con esfuerzo y merced al paso del tiempo, llegan a reinar; virtudes que, después de muchas luchas y victorias, adquieran la prontitud, la facilidad y la constancia propias de las verdaderas virtudes. Todas estas características, unidas a un gusto espiritual por el ejercicio de los actos virtuosos, son pruebas y el sello que hace reconocer por verdadera una virtud.
      Y es precisamente para que tú, hermano mío, alcances esta meta por la que Dios nuestro Señor pone a prueba tu oración, con esas arideces; tu apostolado, con esa aparente esterilidad; tu humildad, con las humillaciones; tu fe y tu confianza, con las dificultades; tu paciencia, con las tribulaciones; tu caridad, con los defectos y las miserias de los demás, y también, con la contradicción de los buenos.
      De todas estas dificultades de tu esfuerzo convencido y prolongado en el tiempo y de tu serena paciencia, han de nacer y de fortificarse las verdaderas virtudes. Permíteme que insista: in patientia vestra possidebitis animas vestras, con vuestra paciencia, poseeréis vuestras almas; a costa de vuestra paciencia adquiriréis la santidad.
      Dios nuestro Señor no quiere que tus virtudes sean flores de estufa: serían falsas virtudes. Todas las consideraciones que hemos meditado juntos nos enseñan el camino que conduce a las verdaderas virtudes y nos enseñan, también, que las virtudes, cuando son verdaderas, poseen una intrínseca solidez, que no depende de estímulo o de apoyos exteriores.
      Las virtudes verdaderas se ambientan en el mundo, sin confundirse con él, y se confirman en el mundo y en medio de las dificultades, como los rayos de sol que hieren el barro y lo secan sin mancharse.
      Las virtudes dan unidad a la vida de las personas que las ejercitan. Las falsas virtudes conducen a esa separación, que es tan temible, entre las prácticas de piedad y la vida de cada día; las falsas virtudes forman compartimentos estancos en la conducta cotidiana y no pueden así regar, por falta la fecundidad, de toda la vida de una persona. Hay personas que son aparentemente buenas en algunas circunstancias o algunos momentos del día o de la semana, por costumbre, por comodidad, por debilidad.
      Las falsas virtudes son fango dorado que, visto desde lejos, parece oro, pero que cuando se coge en la mano se ve inmediatamente, por falta de peso, que ese oro es falso y basta con un ligero arañazo para poner al descubierto el fango que se oculta tras el ligerísimo velo de oro.
      En cambio, las verdaderas virtudes son oro, oro puro, sin escorias, aunque algunas veces este oro puro esté manchado por alguna salpicadura de fango. Oro sucio de fango. Pero el Señor coge entre sus manos este oro puro y quita esas manchas con sus manos divinas, para que brille el precioso metal en todo su esplendor.
¡Que la Virgen María, Reina de las virtudes, ¡nos enseñe a desear y a practicar las verdaderas virtudes!”

        (Salvador Canals, Ascética y mística, p. 102-105, Colección Patmos nº 110)

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viernes, 28 enero  2022

                    VIRTUDES VERDADERAS Y VIRTUDES FALSAS, primera parte

      “Cuando las almas dan los primeros pasos por el camino de la vida espiritual, les suele ocurrir como a aquel chiquillo que, habiendo sembrado en un ángulo del jardín de su casa, con las últimas luces de la tarde, una semilla de trigo o un huesecillo de albaricoque corre al mismo lugar al día siguiente, muy temprano, ya con la esperanza de encontrar allí una espiga dorada o de poder gustar los maduros frutos del albaricoquero.

    Y, entonces, cuando el niño se da cuenta de que la fecundidad de la tierra no ha podido satisfacer sus esperanzas, ni la urgencia de su capricho infantil, corre, desilusionado y dolorido junto a su madre, para revelarle con los ojos llenos de lágrimas, la tragedia que en su alma ha provocado la crueldad de esa tierra que le niega el fruto de sus sudores. Y la madre sonríe con ternura.

      Pues igual que el niño busca la espiga o pretende de la tierra el albaricoque, después de una noche de espera que le ha parecido un siglo, son muchos los que pretenden de su alma el fruto de una verdadera y sólida virtud, cuando apenas han echado en su corazón la semilla de los buenos propósitos y tan sólo se han limitado a alimentarlos con deseos de santidad y de fidelidad.

      Estas almas se percatan muy pronto, frente a cualquier dificultad u obstáculo, de que su virtud no es tan fuerte ni tan exuberante como se habían hecho la ilusión de que fuera, y entonces, se llenan de tristeza y de desaliento. Y Dios nuestro Señor, que ama a estas almas como una madre quiere a su chiquillo, sonríe ante el espectáculo de la infantilidad de su vida interior. 

      Es absolutamente necesario, amigo mío, que desde los primeros pasos de nuestra vida interior nos habituamos a buscar las verdaderas virtudes y aprendamos a evitar las falsas.

      Es verdad que has empezado y que has empezado bien: es verdad que el nunc coepi

-¡empieza ahora!- ha resonado generosamente en tu vida, pero también es verdad -y a veces lo olvidas- que las virtudes, hábitos operativos buenos, requieren para ser verdaderos tiempo y fatiga, lucha y esfuerzo.  

      Los buenos propósitos, los enardecidos deseos, no son suficientes para conferir solidez a tus virtudes y para hacerlas verdaderas. Ni tampoco tales ardores y tales propósitos modifican, por sí solos, tu naturaleza y tu carácter. Para que tus virtudes sean sólidas y para que tu naturaleza y tu carácter se transformen, es necesario que el esfuerzo y la lucha perseveren durante todo aquel tempus laboris et certaminis, durante todo aquel periodo de trabajo y de brega, que es tu vida.

      Los ardores y los vehementes sentimientos de devoción sensible, que van siempre unidos, por providencial bondad divina, a los primeros pasos en el ejercicio de la vida interior, llevan a las almas que están todavía en la infancia de la vida espiritual, a creer que todo se ha realizado ya, que sus defectos y sus tendencias desordenadas han desaparecido, y que, de ahora en adelante, todo les va a ser fácil: la vida virtuosa no va a costarles ningún esfuerzo.

      Pero la Providencia de Dios, al través de las mismas ricas experiencias de su vida, no tardará en abrir los ojos a estas almas, confiriéndoles el verdadero sentido de la vida espiritual y, con él, la madurez de la virtud. 

      La vida misma les enseñará -te lo repito- que todos aquellos defectos y aquellas tendencias no estaban muertos, sino adormecidos, y que hará falta un esfuerzo perseverante y una lucha llena de fe, para lograr que mueran de veras. 

      Cuando Dios nuestro Señor hace pasar a estas almas que desean seguirle de cerca, desde la devoción sensible a la devoción árida, y desde ésta a la verdadera devoción espiritual, es cuando comprenden ellas los designios de Dios y sus divinas estratagemas para hacerlos adquirir las verdaderas virtudes y una sólida formación”.   

                    (Salvador Canals, Ascética y mística, p. 99-102, Colección Patmos nº 110)

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miércoles, 26 enero 2022

           CRONOLOGÍA EN EL TIEMPO DE LA FORMACIÓN DE LA BIBLBIA / 2ª parte

 La inspiración divina de la Sagrada Escritura y su interpretación

“La revelación divina, contenida y expresada en los escritos de la Sagrada Escritura, fue consignada por inspiración del Espíritu Santo. La Santa Madre Iglesia, en virtud de la fe apostólica, considera sagrados y canónicos todos los libros íntegros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido entregados a la Iglesia. Para comprender los libros sagrados, Dios escogió y se sirvió de unos hombres en posesión de sus propias facultades y sus propias fuerzas, a fin de que, actuando El mismo en ellos y a través de ellos, pusieran por escrito, como verdaderos autores, todas las cosas y solamente las cosas que Él quería”.     (Constitución dogmática “Dei Verbum” sobre la divina Revelación, nº 11)

 

393 D.C.  El Concilio provincial de Hipona (en la actual Argelia) enumera el canon de la Iglesia Católica (excepto en Apocalipsis) que reproducirán después los Concilios ecuménicos de Florencia (1442) y (Trento 1546).

 

500-1500 D.C.  Los rabinos (masoretas) añaden signos vocálicos y otras notas al texto de la Biblia hebrea (escrita solo con consonantes) para conservar su correcta lectura y pronunciación.

 

1054 D.C.  Las diferencias entre el patriarca oriental y el papa occidental alcanzan un punto álgido que conduce al Gran Cisma de 1054.

 

1455 D.C.  Biblia de Gutenberg.

 

1517 D.C. Martín Lutero escribe las 95 tesis. Los reformadores ponen objeciones a parte de la doctrina católica y solicitan cambios litúrgicos y teológicos. Una de sus banderas fue el retorno a la Biblia en la forma más primigenia, por lo que limitaron el canon del Antiguo Testamento a la Torak.

 

1528 D.C. Sanctes Pagnino publica una traducción latina de la Biblia hebrea dividida en capítulos y versículos.

 

1546 D.C.  El Concilio de Trento defina la relación exacta de los libros que componen el canon de la Biblia.

 

1551 D.C.  Robert Estienne reforma ligeramente la división de Pagnino e incluye el Nuevo Testamento.

 

1611 D.C. Biblia del rey Jacobo.

 

Fe y razón en relación con la Escritura

“La unidad de los dos niveles del trabajo de interpretación de la Sagrada Escritura presupone, en definitiva, una armonía entre la fe y la razón. Por una parte, se necesita una fe que, manteniendo una relación adecuada con la recta razón, nunca degenere en fideísmo, el cual, por lo que se refiere a la Escritura, llevaría a lecturas fundamentalistas. Por otra parte, se necesita una razón que, investigando los elementos históricos presentes en la Biblia, se muestra abierta y no rechace a priori todo lo que exceda de su propia medida”

                     (Benedicto XVI, La Palabra del Señor, Exhortación Apostólica “Verbum Domini” 36”

 

(las fechas de esta 2ª y última parte, proceden del libro Pórtico de la Biblia,  Saxum Internacional Fundation autores Jesús Gil y Joseángel Domínguez)

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 sábado, 22 enero 2022

                                   CELIBATO Y CASTIDAD, 4ª y última parte

“Con nuestra profunda y clara convicción sobre el significado y la belleza de esta virtud; con nuestra decisión firme y actual que nos hará repetir y afirmar que volveríamos a hacer mil veces lo que hicimos porque estamos convencidos de que es lo mejor que podíamos hacer; con nuestros ojos y nuestros corazones puestos en Jesucristo, al cual hemos confiado nuestras vidas, podremos decir con verdad que hemos defendido nuestro derecho al amor. Y aún te diré más, sirviéndome de la feliz expresión de un monje poeta: somos el mundo de los aristócratas del amor.

Y no tengo necesidad de decirte, porque ya te lo he dicho, que la castidad no puede ser una virtud soportada; la castidad debe ser, en nuestras vidas, una virtud afirmada con alegría, amada con pasión y custodiada con delicadeza y vigor.

Si vemos así la pureza como fruto y fuente de amor, la consolidaremos en nuestra vida, la amaremos y la custodiaremos en toda su maravillosa extensión y grandeza: Dios nuestro Señor nos pide la pureza de cuerpo y corazón, de alma y de intención.

La pureza, hermano mío, es una virtud frágil, o mejor, llevamos el gran tesoro de esta virtud en vasos frágiles -in vasis fictilibus-: por esto le hace falta una custodia prudente, inteligente y delicada.

Pero para la custodia y para la defensa de esta virtud tenemos armas invencibles: las armas de nuestra debilidad, de nuestra oración y de nuestra vigilancia.

La humildad es la disposición necesaria para que el Señor nos conceda esta virtud: Deus…humilibus dat gratiam, Dios da la gracia a los humildes. No hay duda de que la unión que existe entre esas dos virtudes, entre la humildad y la castidad es muy íntima. Hasta el punto de que una vez leí complacido que un escritor espiritual daba a la humildad el nombre de castidad del espíritu.

             Pero tampoco olvidemos, hermano mío, que para defender esta virtud y para crecer en ella, es absolutamente necesario que escuchemos y que sigamos con gran delicadeza el consejo de Jesucristo: Vigilate et orate. Vigilad y orar.

Una vigilancia que nos llevará a huir con decisión y prontitud de las ocasiones y de los peligros. Una vigilancia que también se manifestará en el momento de nuestra apertura, sincera y filial, a la dirección espiritual. Una vigilancia que nos enseñará a mortificar los sentidos y la imaginación.

             La oración, la amistad con Jesús en la Santísima Eucaristía, el Sacramento de la Penitencia y la devoción a la Virgen Inmaculada son los medios, eficaces y necesarios, que nos aseguran la virtud de la castidad”.

            (Salvador Canals, Ascética meditada, en Colección Patmos 110, p. 96-98, Ediciones Rialp)

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jueves 20 enero 2022

         CRONOLOGÍA EN EL TIEMPO DE LA FORMACIÓN DE LA BIBLBIA

“La tradición viva es esencial para que la Iglesia vaya creciendo con el tiempo en la comprensión de la verdad revelada en las Escrituras; en efecto, “la misma Tradición 

da a conocer el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor 

y los mantenga siembre activos” (Const. dogm. Dei Verbum 8). En definitiva, es la Tradición 

viva de la Iglesia la que nos hace comprender de modo adecuado la Sagrada Escritura 

como Palabra de Dios. La Sagrada Escritura es “la Palabra de Dios, en cuanto escrita 

por inspiración del Espíritu Santo·”. De ese mod, se reconocer toda la importancia 

del autor humano, que ha escrito los textos inspirados y, al mismo tiempo, a Dios 

como el verdadero autor”.  (Benedicto XVI, La Palabra del Señor, p. 37-40)

                  fechas en el tiempo 

              640-609 A.C.  Durante el reinado de Josías en Judá, se encuentra el 

              “libro de la Ley”.   Es decir, ya había tradiciones escritas antes del destierro.
                (2 Reyes 22; 2 Crónicas, 34)

 

500-300 A.C.   Se lleva a cabo la redacción final de muchos libros, durante el 

destierro a Babilonia y de regreso en Judea.

 

CA. 445-398 A.C.   El gobernador de Jerusalén Nehemías reúne al pueblo y 

el escriba Esdras les lee “el libro de la Ley de Moisés”. (Nehemías 8)

Los fragmentos del Antiguo Testamento más antiguos que se conservan, 

del siglo II a.C. pertenecen a copias manuscritas en rollos de papiro.

 

CA. 250 A.C. – 100 D.C.   Traducción al griego de la Biblia hebrea: la Septuaginta o versión de los Setenta. También incluye libros redactados directamente en griego. 

Es la base del canon católico del Antiguo Testamento. El Pentateuco se había traducido entre el 285 y 246 a.C.

 

190-180 A.C.    Redacción de Eclesiástico (Sirácida), que será traducido al griego 

50 o 60 años más tarde. En el prólogo de la traducción, el autor se refiere “a la lectura de la Ley y de los Profetas y los otros libros de los antepasados”. (Eclesiástico. Prólogo)

 

CA. 50-51 D.C.    Fecha de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses, 

que será el texto más antiguo del Nuevo Testamento. Los últimos libros podrían extenderse hasta comienzos del siglo II.

 

CA. 70-90 D.C.   Discusiones rabínicas sobre el canon en Yamnia, que permitirán 

más tarde definir los libros de la Tanak, o Biblia hebrea

 

CA. 180-200 D.C.  Conciencia de un canon cristiano: san Ireneo de Lyon y más 

tarde Orígenes testimonian que la comunidad cristiana acepta los cuatro 

evangelios y solo esos cuatro.

 

367 D.C.   Primera vez que aparece la lista exacta de los libros del Nuevo 

Testamento tal como hoy la tenemos, aunque en un orden distinto, 

en una carta de san Anastasio de Alejandría.

 

382 D.C.    San Jerónimo empieza la traducción de la Vulgata latina.


                         (las fechas de esta primera parte, proceden del libro Pórtico de la Biblia,

                       Saxum Internacional Fundation autores Jesús Gil y Joseángel Domínguez)

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jueves, 6  enero 2022


                             CELIBATO Y CASTIDAD, 3ª parte, continúa 

“La castidad perfecta es, sí, una renuncia, lo sabemos y no queremos ignorarlo: la castidad perfecta es una renuncia al placer carnal, es una renuncia al amor conyugal y es una renuncia a la paternidad. Pero es una renuncia llena de luz y de amor. 

Es una renuncia de amor, porque -te lo repito- el amor es por naturaleza exclusivo y el que ama de nada se priva y cuando se priva de todo lo que no es su amor. Y cuando este amor es Dios, cuando este amor es Cristo, la exclusividad no sólo no cuesta, sino que encanta. 

El vacío de esa renuncia se ve colmado de modo maravilloso y superabundante por el mismo Dios: el amor de Dios nos hace felices y nos llena: nada nos falta. 

            La castidad es amor, amor exclusivo de Dios, un amor que no nos pesa, un amor de Dios que nos hace ligeros y ágiles y que, al mismo tiempo, nos colma de una profunda y serena felicidad. Y como la castidad es amor, habremos de repetir con nuestras vidas siempre jóvenes y llenas de entusiasmo de los enamorados, aquellas palabras con las que un amor espiritual concluía una serie de hermosas páginas escritos sobre esta virtud: hemos defendido nuestro derecho al amor.      

   (Salvador Canals, Ascética meditada, en Colección Patmos 110, p. 95-96, Ediciones Rialp)

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viernes, 31 diciembre 2021

                            CELIBATO Y CASTIDAD, 2ª parte, continúa

            “La castidad, amigo mío, es también muy necesaria para el apostolado. El celibato y la castidad perfecta dan al alma, al corazón y a la vida externa de quien los profesa, aquella libertad de la que tanta necesidad tiene el apóstol para poderse prodigar en el bien de las otras almas. Esta virtud que hace a los hombres espirituales y fuertes, libres y ágiles, los habitúa al mismo tiempo a ver a su alrededor almas y no cuerpos, almas que esperan luz de su palabra y de su oración, y caridad de su tiempo y de su afecto.

Debemos amar mucho al celibato y la castidad perfecta, porque son pruebas concretas y tangibles de nuestro amor de Dios y son, al mismo tiempo, fuentes que nos hacen creer continuamente en este mismo amor. Todo lo cual nos hace pensar cuánto aumenta nuestra vida interior y cuán eficaz llega a ser nuestro apostolado mediante estos sacrificios llenos de amor.

Quiero recordarte ahora una verdad muy sencilla, una verdad que conocemos, que hemos oído y que hemos enseñado muchas veces. La castidad, amigo mío, es posible; la castidad es posible siempre y en todo momento; en todas las edades y en todas las circunstancias, incluso cuando asoman las tentaciones y las dificultades.

La castidad es posible, no porque nos la aseguran nuestras escasas fuerzas, sino porque mediante su gracia nos la conserva la bondad de Dios. Te transcribo, para que los saborees, estas luminosas palabras del libro de la Sabiduría (8, 11): Et ut scivi quoniam aliter non possem ese continens, nisi Deus det… adii Dominum, et deprecatus sum illum… Pero como supe que no podría ser casto, si Dios no me lo concedía, me dirigí al Señor y se lo supliqué…

Todas las almas que oran y luchan para vivir sicut angeli Dei, como ángeles de Dios, han comprobado la certeza y la consoladora realidad de aquellas palabras que oyó san Pablo: Suficit tibi gratia mea. Te basta mi gracia.

Y prosiguiendo por este camino, simple y llano, de recordar verdades que tú y yo conocemos y amamos, me detengo algunos instantes para concretar un concepto que inteligencias poco iluminadas por la luz de la fe y corazones fríos nos dan ocasión de perfilar y de meditar.

Y no puede ocultarte, amigo mío, que esta vez me detengo con pena, ante el solo pensamiento de que pueda haber entre nuestros hermanos, entre los que hicimos al Señor don de nuestra juventud y de nuestra vida, alguno que piense que la castidad perfecta sea una mutilación, un sacrificio que deja incompleta la persona.

Con profunda tristeza he conocido algunas de estas almas, quiero decírtelo en confianza, que llevan sobre sus hombros el peso de una castidad que consideran menos bella y menos fecunda que el matrimonio. Tú sabes que estas almas no sienten con nuestra madre la Iglesia, pero que en su extravío tienen por compañía la tristeza de una vida estéril”.    

   (Salvador Canals, Ascética meditada, en Colección Patmos 110, p. 93-95, Ediciones Rialp)

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miércoles, 8 diciembre 2021                    

                                 CELIBATO Y CASTIDAD, 1ª parte, continúa

 “La castidad, amigo mío, la castidad perfecta, de la que voy a hablarte ahora, es el reverso de la medalla del amor. Un sencillo ejemplo, tomado del amor humano, nos ayudará a comprender y a profundizar el sentido que esta virtud ha de tener para nosotros. Cuando en el mundo se ama de verdad a una persona, y se la ama hasta el punto de quererla como compañero de toda la vida, este amor es y deber ser necesariamente exclusivo: este amor ocupa plenamente el corazón y la vida de la persona, y lógicamente, excluye otros amores incompatibles con él.

Pues con este mismo corazón con que amamos en el mundo y a las personas del mundo, hemos de amar a Dios nuestro Señor: y ese mismo corazón que damos a los amores nobles y limpios de la tierra es el que hemos dado a Jesús nosotros, los que hemos ido tras El, renunciando con alegría a otros afectos, que por el hecho de ser humanos, no dejan de ser grandes.

Los que corrieron tras un amor terreno tenían los ojos abiertos y tienen el corazón lleno; y nosotros, los que hemos corrido tras un amor del cielo, teníamos también los ojos abiertos y tenemos lleno el corazón. Y este amor de Dios que se concreta en el celibato y en la castidad perfecta es también exclusivo y prohíbe cualquier otro amor que sea incompatible con él.

Nihil carius Christo, nada ni nadie es más amable que Jesucristo, proclamó ya san Pablo y siguen repitiendo todos los que para seguir más de cerca a Jesucristo han renunciado a todos los bienes de la tierra, incluidos los lícitos. Y con san Pablo también, en la valoración de las cosas humanas, han repetido y repiten: Omnia arbitror ut stercora ut Christum lucrifaciam, todas las cosas de la tierra son nada, cuando se trata de ganar a Cristo.

Miremos, hermano mío, al celibato y al amor por la castidad perfecta como a exigencias, para ti y para mí, del amor de Jesucristo. Nuestra alma, nuestro corazón y nuestro cuerpo son suyos, se los hemos dado con los ojos bien abiertos. Y no olvidemos que no nos falta ni nos puede faltar nada: Deus meus et omnia, ¡mi Dios y mi todo!

No puedo decirte -porque te diría algo inexacto- que la castidad, la pureza, es la primera de las virtudes, pues tú sabes perfectamente -deseo tan sólo recordártelo- que la primera virtud, comenzando por la base, es la fe: esta virtud es el fundamento de todo nuestro edificio espiritual. Sabes también que la primera de las virtudes, contemplando el edificio espiritual desde lo alto, es la caridad, pues tan sólo a través de ella -reina de las virtudes- nos unimos directamente con Dios.

Pero tampoco sería exacto si no añadiese ahora que la castidad, la pureza de vida, forma el ambiente, el clima propicio para que puedan desarrollarse aquellas dos virtudes y, con ellas, todas las demás.

No es difícil, por tanto, comprender la importancia, la necesidad de estas virtudes en la vida espiritual. Sin esta virtud que crea el ambiente, el clima, nunca seríamos hombres de vida interior; sin esta virtud, seriamente vivida y profesada con alegría y con amor, no podremos poseer una verdadera vida sobrenatural. El hombre sensual es la antítesis del hombre espiritual; el hombre carnal no puede percibir las cosas del espíritu, las cosas de Dios: es un prisionero de la tierra y de los sentidos, y nunca podrá elevarse a gustar los bienes del cielo y los goces espirituales, profundos y serenos del alma”.        

   (Salvador Canals, Ascética meditada, en Colección Patmos 110, p. 90-93, Ediciones Rialp)

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viernes, 26 noviembre 2021

 LA RUTA DEL ORGULLO, 2ª y última parte

“El alma que sigue esta ruta, por el elevado concepto que se ha forjado de sí misma, nunca pide consejo a nadie y de nadie acepta nunca consejos. Se basta a sí misma. Vive aferrada al propio juicio y a la propia voluntad hasta la tozudez, e ignora voluntariamente, hasta el desprecio, cualquier opinión o convicción que no sea la suya.

El desprecio por el prójimo es, por tanto, una actitud frecuente, y a menudo habitual, en las personas que siguen esta ruta. Se han convertido íntimamente en fariseos y consideran a los demás como publicanos, reproduciendo continuamente en sus vidas la escena y las actitudes de la parábola evangélica: Gratias ago Tibi, quia non sum sicut ceteri hominum, gratias te doy porque no soy como los demás hombres. Los demás existen sólo como término de parangón, para que el orgulloso puede exaltarse mientras los desprecia.

Las personas que van por este camino no soportan que hay nadie superior a ellas. Esta es una posibilidad que no puede verificarse, ni siquiera en el mundo de las hipótesis. Los demás no pueden tener más función que la de exaltar a estas personas: deben estar por debajo de ellas. Los defectos de los demás deben servir para poner en evidencia y para subrayar sus propias virtudes. Los errores de los demás deben servir para poner de relieve su sabiduría y destreza; y la escasa inteligencia ajena, para hacer resplandecer su gran valía. Y aquí está la raíz de las envidias, de los celos y ansiedades que acompañan la vida de todos aquellos que siguen la ruta del orgullo.

Pero este desgraciado camino no acaba aquí. De la envidia se pasa a la enemistad. ¡Y cuántas no son las enemistades que tienen su origen - ¡extraño origen! - en la envidia! Personas hay que se ven despreciadas, odiadas y combatidas sólo porque son mejores o más inteligentes que sus perseguidores. Se han hecho culpables del gran delito de ser buenas e inteligentes, o de haber trabajado mucho. Y este delito se combate y se castiga -en la ruta del orgullo- con la frialdad, la enemistad, el silencio y la calumnia.

No perder el puesto, no ceder las armas: quien se encamina por esta dirección suele recurrir a la ficción y a la hipocresía. Simula lo que no es, exagera lo que posee. Todo es lícito, todo es bueno, en este maldito camino, a condición de que uno sea el primero y el mejor ante uno mismo y en la estimación de los demás.

Para mantenernos siempre lejanos de este camino, y para salir fuera de él si por el nos hubiéramos adentrado, pidamos a la Virgen -Maestra de humildad- que nos haga comprender que initium omnis peccati est superbia, el principio de todo pecado es el orgullo”.                

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             (Salvador Canals, Ascética meditada, p.87-89, Colección Patmos, nº 110, Ediciones Rialp)

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viernes, 19 noviembre 2021

VI (y última) NUEVA EVANGELIZACIÓN

Ya parecía que no había más sugerencias para la Nueva Evangelización querida por los últimos Papas. Uno se limitó a subrayar que, en definitiva, la Evangelización siempre será la misma, la eterna; la que ha nacido con los primeros cristianos, y que terminará con los últimos cristianos al final del tiempo.

            Cristo dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por Mí”. Los cristianos -siguió- hemos anunciado a Cristo en todos los continentes, en todas las civilizaciones, a hombres y mujeres de todas las culturas. No hemos acomodado el Camino, la Verdad y la Vida, a las diversas culturas. Hemos transmitido la misma Verdad de Jesús, Dios y Hombre verdadero, y hemos enriquecido y convertido las culturas con la Luz de Dios. Como hizo san Pablo en Atenas les anuncio al Dios desconocido, que se ha revelado personalmente en Cristo Jesús, su Hijo, y que nos envía el Espíritu Santo para que no dejemos de asombrarnos ante el Misterio, la Grandeza, la Misericordia de Dios, que ha querido vivir, morir y Resucitar por nosotros, redimirnos del pecado y darnos la esperanza de, arrepentidos y pidiéndole perdón, podamos resucitar con Él”.                    Hizo una pausa y continuó:

            “Si tenemos esto claro, nos haremos cargo del gran servicio que la Iglesia Católica, en la que subsiste la Iglesia fundado por Cristo, tenemos que hacer a todo el mundo.

            Todos los hombres están obligados y anhelan, buscar y conocer la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y una vez conocida, a abrazarla y practicarla, pero ¿cómo la van a conocer, y abrazarla y practicarla, si los cristianos no anunciamos la Verdad de la Fe, y de la Moral?

            Eso es lo que esperan de nosotros. Y de nada servirá hablar mucho de “felicidad”, de cambio climático, de la igualdad de todas las religiones, del cuidado de la casa común, de fraternidad general, de emigraciones, etc.: los hombres seguirán con sus “dioses” fabricados por ellos mismos, como hicieron los atenienses; o bien tratarán de imponerse los unos a los otros, y querrán unos ser adorados por los otros, como hicieron los romanos, y antes los babilónicos, de imponer a los súbditos, la adoración de sus jefes.

Y ya a punto de concluir el coloquio, una profesora de Filosofía en el bachillerato, alzó el brazo y dijo:

            “Me parece que se nos ha quedado en el tintero un detalle que pienso vale la pena recordar. Juan Pablo II comentó en alguna ocasión que la fe regresaría a los habitantes de Europa se reconstruían las ermitas a la Virgen que nuestros antepasados han levantado en tantos cruces de camino, en montes y en laderas, etc.

            Por eso me gustaría que se nos anime a venerar y amar de todo corazón a la Virgen Santísima Madre de Dios y Madre nuestra. Ella nos enseñará a amar a Dios Padre; a recibir con amor de Dios Hijo, y abrirá nuestro corazón para dar morada a Dios Espíritu Santo.

            El Papa nos ha pedido rezar el Rosario por el buen resultado del próximo sínodo. Yo lo voy a rezar, también para que salga una nueva reafirmación de la Fe y de la Moral que se han vivido en la Iglesia desde los primeros pasos en Jerusalén, Judea, Samaría, etc. y nos olvidemos para siempre de las propuestas del reciente “sínodo” de Alemania. Y pongo “sínodo” entre comillas, porque yo sabía que Pablo VI habló del Sínodo de Obispos, como se había vivido en la Iglesia a lo largo de los siglos. ¿Qué es eso del “sínodo del pueblo de Dios?

Un rato de silencio, una Salve a la Virgen María, y oraciones por la Nueva Evangelización dieron fin a la reunión”. 

                             (publicado en el boletín diario Religión Confidencial, el 25 octubre 2021,                                         siendo su autor; Ernesto Juliá Diaz)

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domingo, 14 noviembre 2021

LA RUTA DEL ORGULLO, 1ª parte

“Existe un camino que no es, ciertamente, el de la salvación, ni de la felicidad, y por el cual -ello, no obstante- solemos adentrarnos los hombres con gran facilidad. Es la ruta del orgullo. Déjame pues, amigo mío, que a propósito de ella, te confíe algún pensamiento y alguna reflexión, de modo que aprendamos juntos a reconocerla desde el prime instante y a evitarla siempre.

La ruta del orgullo tiene un principio bastante triste, porque comienza con la negación de Dios en nuestras almas y en nuestras vidas. Alguien ha hecho notar, a este respecto, con gran agudeza, que el ateo y el orgullo tienen muchos puntos en común. El ateo, en efecto, se niega a admitir la existencia de Dios al través de la prueba de la creación y de las criaturas; no ve a Dios nuestro Señor en el creado. Y el orgulloso se niega a reconocer a Dios en su alma y en su vida: no vislumbra a Dios nuestro Señor en los dones de la naturaleza y de gracia que enriquecen su personalidad y fructifican en su vida.

El orgullo, en realidad, no es más que una estimación desordenada de las cualidades propias y de los propios talentos. No es más que la idea desmesurada y desordenada que nos hemos formado de nosotros mismos. Cultivamos voluntariamente y con una especie de interior circunspección este alto concepto de nuestro propio ser, y no admitimos ninguna sombra, por pequeña que sea, ni referencia alguna a otras personas y no soportamos ningún reproche o corrección. Atribuimos a nosotros mismos -olvidándonos por completo de Dios nuestro Señor- todo lo que somos y todo lo que valemos. Y al obrar así, excluimos a Dios y a los demás de nuestra vida: tan sólo yo importo, dice obstinadamente el orgulloso, contemplándose complacido y meciéndose con presunción a sí mismo.

En las almas que siguen la ruta del orgullo, no encuentran eco alguno aquellas palabras de San Pablo: Quid habes, ¿quod non accepisti?, ¿qué tienes de tuyo que no hayas recibido? Y ni siquiera se rinden estas almas antes aquellas otras palabras, que completan el razonamiento del Apóstol: ¿Quid gloriaris quasi non acceperis?, ¿por qué te jactas, como si no hubieses recibido todo lo que posees?

Si existe un camino que haga complicadas a las almas, éste es la ruta del orgullo. La ruta del orgullo es un laberinto en el que las almas se desorientan y se pierden. El orgullo destruye la simplicidad de las almas, aquel ser y aparecer sin pliegues -sine plicis- que es una encantadora característica de las personas humildes.

¡Cuántos pliegues se forman, por el contrario, en el alma contaminada por el orgullo! Este pecado capital, en efecto, induce -cada vez avasalladoramente- a replegarse de continuo sobre sí mismo: a volver infinitas veces a demorarse con el pensamiento sobre los propios talentos, sobre las propias virtudes, ocasión o circunstancia en la que se triunfó. Y esto es el mundo, vacío y mezquino de la vana complacencia.

Del mundo interior se pasa al mundo exterior: la ruta del orgullo continúa su progresión implacable. Todo aquello que estas personas han construido dentro de sí, desean ahora edificarlo a su alrededor. Y aunque el Señor dijo: Gloria mea alteri non dabo, no daré mi gloria a otros, el alma orgullosa responde a ese mandato divino apropiándose, posesionándose, de dicha gloria.

Esta desgraciada ruta jamás puede pasar por el Señor. Nada ni nadie podrá hacer decir a las almas que han tomado este camino: Gratia Dei sum id quod sum, sólo por la gracia divina soy lo que soy. Su mirada y su pensamiento jamás se levantarán, por encima de sus propias cualidades y de sus propios éxitos, hasta Dios nuestro Señor, para darle gracias por su bondad. La mirada y el pensamiento de estas alma s se demora siempre a ras de tierra. La ruta del orgullo empieza con la exclusión de Dios y con el repliegue sobre uno mismo.

El horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en él mismo. El orgulloso no lograr mirar más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios. Y en este panorama tan mezquino ni siquiera aparecen los demás: no hay sitio para ellos”.

   (Salvador Canals, Ascética meditada, p.84-87, Colección Patmos, nº 110, Ediciones Rialp)

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9 de noviembre 2021

                                          V NUEVA EVANGELIZACIÓN

Después de un breve silencio, un periodista padre de cuatro hijos se levantó y habló:

“Me quedo con el último párrafo que se acaba de leer, y que recuerdo a continuación.

"Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" (Mt., 28, 19-20). Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla”.

Si ese es el mandato del Señor; y esa es la obligación de la que habla el Concilio es señal de que están, de alguna manera, inscritas en nuestra realidad de ser criaturas y de ser cristianos. Jesucristo no mandó a los apóstoles a que se sentaran a discutir y a dialogar con quienes encontrasen para ver si entre todos descubrían Su Verdad, le descubrían a Él. No. Les dijo muy claramente que predicaran, que anunciaran, que enseñaran, lo que habían visto y oído.

A mí me gustaría que en la Iglesia de hoy se nos recordara la necesidad de hablar más de Cristo, Dios y hombre verdadero, y que para que lo podamos hacer con claridad, conscientes de que estamos anunciando a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, se nos hablara más del Catecismo de la Iglesia Católica publicado después del Concilio Vaticano II, de todas sus explicaciones acerca del Dogma y de la Moral.

Y, perdonad que me alargue, pediría también que se nos recordara el verdadero sentido de la Liturgia.  Les rogaría a los sacerdotes que vivieran las ceremonias litúrgicas de forma que todos pudiéramos darnos cuenta de que el Celebrante de los Sacramentos es Cristo para que en todas las ceremonias sacramentales podamos vivir la presencia de Cristo. En otras palabras, que el sacerdote que celebra la Santa Misa, lo haga en la Persona de Cristo, y que celebre la Santa Misa como está indicado, sea el rito que sea, y ninguno se invente una Misa “a su manera”. En la Misa queremos vivir la presencia real y sacramental de Cristo entre nosotros. En Él somos “pueblo y familia de Dios”; sin Él, somos una muchedumbre sin norte ni guía”. 

Otra vez se hizo un silencio de reflexión.

“Apoyo de lleno tus palabras”, comentó un joven abogado. “Si los sacerdotes celebran con esa unción la Santa Misa, todos los fieles seremos más conscientes de que al Comulgar recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor, y que hemos de acercarnos a recibir al Señor libres de todo pecado mortal, y con un corazón dispuesto a amar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a todos los seres humanos con quienes vivamos y nos encontremos”.

Una universitaria que estaba preparando el examen para el Mir, añadió:

“Aprovecho para animaros a todos, y pedir a los obispos que nos animen a todos, a volver cuanto a antes a participar de la Santa Misa presencialmente. Que vayamos a la Iglesia, al templo, ya que no rige ninguna regla que limite el aforo. Unos irán con mascarilla, otros iremos sin ella. Pero estaremos allí, acompañando a Cristo en cuerpo y alma, viviremos la Misa “con Cristo, por Cristo, en Cristo”, que se ofrece a Dios Padre en redención por nuestros pecados. Y nos acompañará el Espíritu Santo”.

Se paró y terminó diciendo: “Si seguimos viéndola por televisión, en el ordenador, etc., todos tenemos el peligro de confundirla con un espectáculo más. En la iglesia, de alguna manera, “tocamos” la presencia real de Cristo. Presencia real y sacramental que la televisión, el ordenador, no nos pueden transmitir con la realidad que necesitamos”.    (continuará)
              (Publicado por Religión Digital, autor, Ernesto Juliá, octubre 2021)
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miércoles, 27 octubre 2021

                                      LAS HUMILLACIONES, 2ª y última parte

             Nuestra primera reacción frente a todo esto ha de ser una reacción de humildad. Aceptar la humillación o el fracaso como verdadera humildad, con la que se llama humildad de corazón, porque en él tiene sus raíces y de él saca toda su fuerza. Y no sólo aceptar la humillación, sino amarla, amar nuestra propia miseria y llegar por ese camino a dar gracias al Señor porque ha hecho que nos conozcamos tal como somos en realidad.

            Evitaremos, por consiguiente, todo lo que sea o sepa a rebeldía interior contra estas humillaciones o fracasos. ¡Qué falta de humildad de corazón demostraríamos si nos rebelásemos contra ese estado de humillación, en el que la bondad y la Providencia de Dios quieren poner a nuestra alma para que madure y se una más a Él!

No sólo debes impedir ese rebeldía, sino que debes también evitar con cuidado toda justificación ante ti  mismo y ante los demás.

Las fáciles y abundantes justificaciones que, si no eres verdaderamente humilde, hallarás para alimentar tu soberbia, que surge en defensa del alto concepto que tienes de ti mismo, cortarán al nacer todos los frutos de humildad y de eficacia que Dios reservaba a tu alma. ¡No te justifiques ante tu alma sola y humillada! Ahoga en la humildad ese razonamiento soberbio que ha de cerrar, en apariencia, una herida mal cicatrizada. Ten la valentía de despreciar ese contraataque del orgullo que quiere recuperar las posiciones que perdió tu amor propio. Vuelve la espalda y el rostro a la insidiosa caricia de la soberbia. Persuádete de que ésta es la hora de Dios. Ama nesciri et pro nihilo reputari, gusta que no te comprendan y de que te tengan por nada.

Pero tampoco debes desalentarte ante la humillación. Este es el último escollo que tu psicología tiene que superar para que no quede ningún complejo en tu carácter, ni limitación alguna en tu capacidad de trabajo y de servicio de Dios. El bálsamo de optimismo y de la confianza obrará de modo que la herida -cauterizada por la humildad- cicatrice perfectamente y se transforme en un trofeo de gloria. La desconfianza y el desaliento provocarían un terrible daño a tu lucha ascética y a tu vida de apostolado.

Después de haber reaccionado con humildad de corazón y de haber evitado, también con humildad, los escollos que acabo de indicarte, nos volveremos a levantar, amigo mío, con gran confianza. ¡Qué buen punto de partida para nuestra confianza esta humillación aceptada con humildad!

Sintamos con San Pablo la fuerza y el empuje que la virtud de la esperanza que, como el viento del mar, hincha las velas de la nave de nuestra vida interior: Cum infirmor tunc sum, cuando soy más débil, es cuando soy más fuerte. Ahora que soy más consciente de mi debilidad podrá apoyarme eficazmente en la fortaleza de Dios. Pues esta esperanza volverá a despertar el adormecido amor y hará, amigo mío, que hallemos palabras apropiadas para expresarlo al Señor. Y no conozco palabras más apropiadas que ese momento espiritual que las de Pedro a Cristo, palabras de amor contrito y confiado, en su primer encuentro después de la triple negación: Domine, tu onmia noscis, ¡tu scis quia amo Te!; Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo. Tú sabes ¡oh Señor!, que te amo a pesar de todas las cosas y sobre todas las cosas. Y el peso que nos oprimía desparece y de la humillación no queda otra cosa que humildad, experiencia, confianza y amor.

La humildad y la confianza llevan de la mano a nuestra alma hacia la alegría y la decisión. ¡Cuántos los recursos de la humildad! Nuestras fuerzas han aumentado, nuestra decisión se ha hecho más firme y más prudente. La alegría arranca entonces a nuestra alma las alborozadas palabras de San Pablo: Libenter gloriabor infirmitativus meis, me gloriaré gustosamente en mis debilidades. Y la decisión se concreta en aquellas otras palabras del Doctor de las Gentes: Omnia possum, ¡todo lo puedo!

El coloquio con la Virgen María, que es toda humildad, surge tan espontáneo que prefiero no escribirlo: prefiero que tu alma y la mía lo tengamos con Ella a solas”.           

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(capítulo del libro Ascética meditada, del autor Salvador Canals, publicado por Ediciones Rialp, Colección Patmos, nº 110, p. 80-83)

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lunes, 25 octubre 2021


                           IV NUEVA EVANGELIZACIÓN

“Retomamos la conversación después de un breve descanso. A medida que pasaba el tiempo, era fácil darse cuenta de que todos los participantes se iban metiendo más y más interesados en el desarrollo del intercambio de opiniones y pareceres. 
Un profesor joven que estaba comenzando también a participar en la vida política, comenzó a raíz de lo que había oído:

“Que se nos anime a influir en la sociedad y en la cultura, sin ningún complejo porque algunos piensen que nos van a parar porque nos llamen “conservadores”, “anticuados”, retrógrados”, o cualquier otra tontería que se les ocurra. Los cristianos sabemos -e insisto como el compañero, que no lo “creemos”, sino que lo sabemos porque la historia habla muy claramente al respecto-, que una sociedad en la que se asiente la justicia, la paz y buen convivir de unos con otros, sólo puede ser construida y vivida por personas que crean en Dios, en la ley de Dios, y en la Ley natural, que también es de Dios. En definitiva, en la Verdad del respecto a la persona humana, que intentan poner en práctica, en medio de errores que nada quitan a la grandeza del proyecto, hombres y mujeres que se sepan criaturas de Dios, que viva con Libertad sus Mandamientos, y crean, así Crean, en la Vida Eterna”.

Un profesor universitario con no pocos años de docencia a sus espaldas y en su corazón, que hasta en ese momento había permanecido pensativo y silencioso, tomó la palabra.

“Si de verdad queremos servir a nuestros conciudadanos afirmando la Verdad de Cristo, de Dios, sin complejo alguno, valientes y claros como los primeros cristianos, pienso que no lo conseguiremos hacer si no vivimos con profundidad los Sacramentos, y manifestamos así nuestra Fe. Cristo quiere vivir en nosotros siempre, y nosotros vivimos con Él y en Él, viviendo los Sacramentos, y en ellos nos da la Gracia –“una cierta participación en la naturaleza divina”- que hace posible que nosotros podamos dar con nuestra conducta un buen testimonio de la Verdad, de Cristo.
Bautizando a nuestros hijos, pidiendo perdón por nuestras faltas y pecados en la Confesión, recibiendo al Señor en la Eucaristía y siendo bien conscientes, los que estamos casados, de que el Matrimonio es un Sacramento: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” podremos de verdad, con el testimonio de nuestra vida, llevar a cabo esa “nueva evangelización” que hoy nos pide la Iglesia, y que es un reverdecer de la Evangelización de siempre siguiendo “la sagrada tradición y la doctrina de la Iglesia, sacando de ellas cosas nuevas, coherentes siempre con las antiguas” como dice el Concilio Vaticano II”.

Silencio. Las palabras del profesor hicieron reflexionar a más de un participante.

Un doctorado en Filosofía manifestó su acuerdo con lo que había oído, y considerando que Cristo es Dios y hombre verdadero, y está invitándonos a vivir con Él la Religión revelada por Dios, y darla a conocer a todos los hombres, a todas las naciones, en todo el mundo, nos leyó lo que sigue a las palabras del Concilio que había dicho el profesor, y que son una clara manifestación de la misión que Cristo nos ha dado a todos los que creemos en Él y que creemos que fundó la Iglesia precisamente para que diera un testimonio de la Verdad hasta el fin de los tiempos: 
“En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado” (San Mateo, 28,19-20)” (continuará).

                         (Publicado por Religión Digital, autor, Ernesto Juliá, el 11 octubre 2021)    
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miércoles, 20 octubre 2021

LAS HUMILLACIONES, 1ª parte

“Si la paciencia es la vida que conduce a la paz y el estudio el sendero que conduce a la ciencia, la humillación es el único camino que conduce a la humildad.

Sobre esta última consideración discurriremos ahora tú y yo, después de haberos quedado solo con Dios nuestro Señor.

Si queremos una verdadera y auténtica vida espiritual, nos hace falta una preocupación muy actual y muy firme de humildad. Y esta preocupación de humildad nos lleva a preguntarnos cómo hemos de reaccionar, para sacar el mayor fruto posible en nuestra vida espiritual, ante las humillaciones que el Señor nos hace sentir en lo más profundo de nuestra alma y ante las que nos pone en camino de nuestro trabajo.

Hay momentos -momentos delicados- en la vida espiritual, en los cuales el alma se siente profundamente humillada. Iluminaciones muy concretas y muy claras de Dios nuestro Señor descubren y subrayan cuanto de más humillante pueden tener nuestras miserias y nuestras deficiencias, nuestras inclinaciones, nuestras imperfecciones y nuestros defectos.

Los ojos de nuestra alma se abren sobre aquello que, sin querer, somos; sobre aquello que, sin querer, sentimos; y sobre aquello que, a pesar de detestarlo, nos atrae. Muchos defectos tal vez desconocidos hasta entonces aparecen, con perfiles claros y precisos, ante la mirada atónita del alma. Y los fracasos y deficiencias que nuestra vida conoció invaden impetuosamente el campo de nuestra conciencia.

En circunstancias de mayor recogimiento, un día de retiro, en período de ejercicios espirituales, es fácil que nuestro Señor ponga a las almas en este camino para hacer que crezcan en la humildad y que ahonden en el conocimiento de sí misma.

En tales momentos, en tales circunstancias, acuérdate, amigo mío, de la frase que ahora te digo: ¡Digitus Dei est hic! ¡Aquí está el dedo de Dios! No olvides que el amor que Dios siente hacia ti es el que te da estas luces de conocimiento de ti mismo, este sentimiento de lo que has sido o de lo que eres., esta humillación cuya intensidad ha de empujar a tu alma por el camino de la humildad. No olvides que el Señor reserva este trato para aquellos a quienes ama más:  Ego quos amo et arguo, Yo reprendo y corrijo a cuantos amo.

Por eso, amigo mío, nuestra reacción sobrenatural ante esta humillación ha de ser la de un acto de profunda acción de gracias: gratias Tibi quia humiliasti me, gracias te doy, Señor, porque me humillaste. Esta humillación interior, este fracaso exterior, dejarán a tu vida una mayor santidad, y es muy probable que una eficacia insospechada a tu actividad.

Pero no pienses que eres peor ahora que ves lo que antes no veías, ahora que sientes profundamente lo que antes no sentías, ahora que has tenido ocasión de conocer una deficiencia de tu carácter, de tu formación y de tus actitudes. No eres peor; eres mejor o, por lo menos, estás en óptimas condiciones para mejorar. Has recorrido en esos momentos -¡si sabes aprovecharlos!- la mitad del camino, porque sabes dónde está el mal que debes eliminar, porque conoces el defecto que debes combatir y conoces también las precauciones que debes tomar para evitar sorpresas.

¿Cuál debe ser, pues, nuestra disposición espiritual y nuestra reacción sobrenatural ante estas humillaciones internas y ante estos fracasos externos que amenazan la paz y la tranquilidad de nuestra vida interior?” (continúa)

  (capítulo del libro Ascética meditada, de Salvador Canal, Colección Patmos, nº 110, p. 77-80)

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viernes, 15 octubre 2021

                              III  NUEVA EVANGELIZACIÓN

Interrumpimos por unos minutos el ritmo del encuentro y de la conversación. Rezamos
el Ángelus, rogamos a la Santísima Virgen que nos acompañara, y seguimos adelante
recogiendo respuestas a la pregunta con la que comenzamos el encuentro, y que
recojo de nuevo aquí: “¿Qué esperáis oír cuando os hablan en el ambiente de la Iglesia de

“nueva evangelización”, y de la necesidad de vivirla con creatividad, con discernimiento, 
y en plena libertad en el diálogo con todos, creyentes y no creyentes?”.

Un filósofo, profesor de Instituto, después de hacer referencia a la civilización atea que
se está queriendo implantar en Occidente, nos leyó una consideración de Václav Havel,
primer presidente de la República Checa, que Giulio Meotti recoge en su libro “
¿El último Papa de Occidente?”. “Una civilización que estaba abocada a la catástrofe”.
 Y añade. “Havel no era religioso, pero odiaba la “relativización de las normas morales”, 
y creía que todos los valores que él apreciaba, se perderían si el hombre moderno no redescubría 
su "ancla trascendental”. La democracia no puede garantizar la dignidad, la libertad y la
"responsabilidad de las personas. La fuente de ese potencial humano fundamental se encuentra 
en otra parte: en la relación del hombre con lo que le trasciende”.

Havel se queda en eso que llama “transcendente”, que no pasa de ser un término
abstracto construido por el hombre, y no llega a un Dios personal, comentó. Y ese Dios
personal, Padre, Hijo y Espíritu, al que Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, nos da a
conocer; es Dios a Quien nosotros hemos de predicar y de manifestar al mundo. Como
hizo san Pablo con los atenienses. No le creyeron, siguió, pero sobre los dos o tres que
sí le creyeron, Pablo sembró la semilla de la Fe en Grecia, en Europa”.

Otro señaló a renglón seguido: “Me parece muy bien, pero hoy hay mucha gente, y
muchos jóvenes, que no han recibido ninguna formación religiosa, que acaso han sido
bautizados y después ni sus padres ni sus maestros les han enseñado a rezar, ni a
pensar en Cristo, Dios y hombre verdadero. Si no conocemos bien a Cristo, si no
vislumbramos el amor de Dios, en su Pasión, Muerte y Resurrección, se nos hará muy
difícil hacer comprender y vivir los Mandamientos, que nos ayudan a actuar
verdaderamente como cristianos”.

Un pequeño descanso para asimilar bien lo dicho hasta ahora; y apenas pasados unos
minutos, un licenciado en Física comentó: “Me gustaría que en la Iglesia se hable con
mucha claridad, y no se caiga en la trampa del lenguaje que los que atacan la fe
dominan bien. Por ejemplo. La Verdad existe. Nosotros no “creemos” que el aborto es
un asesinato, y que las ideologías lgtbi corrompen al hombre y a la mujer, porque nos
lo dice nuestra Fe. No. Nosotros “no creemos en eso”, lo sabemos. Y lo sabemos
porque la ciencia manifiesta claramente que en el embrión está ya un ser humano que
comienza su desarrollo vital; y que los seres humanos nacemos hombres o mujeres,
con todas nuestras células de hombre o de mujer”.

“Y distinguiendo claramente Ciencia y Fe, me gustaría que se vuelvan a emplear en las
homilías y, especialmente en las Misas de Difuntos, las palabras que abren la
inteligencia, la razón, a la Fe en la Vida eterna: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. Sin la
perspectiva y esperanza de vivir en Cristo y con Cristo, el hombre pierde el sentido de
su vida en la tierra, y ni los logros de la ciencia, de la técnica, ni el cuidado de la casa
común, ni del cambio climático, ni de ir a vivir en cualquier estrella, llenan nuestros
corazones, nuestras ansias de Amor”.

Terminamos el encuentro en silencio y más pensativos. Somos bien conscientes de
que, además de crecer más en el conocimiento de Cristo, de asentar las Verdades de
la Fe en nuestras inteligencias, hemos dar testimonio de esa Fe a muchos compañeros
que no la viven, aunque estén bautizados; o que nunca han oído hablar de ella, si no lo
están. Convencidos como estamos de que Dios nos ha creado a todos, es Padre de
todos, y sabe que nuestra felicidad en la tierra es la de vivir Él con nosotros, y que
nosotros vivamos con Él.

                 (publicado en Religión confidencial, autor, Ernesto Juliá, 4 octubre 2021)

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lunes, 4 de octubre 2021

                                   II  NUEVA EVANGELIZACION

Siguiendo con los Mandamientos uno comentó: “me gustaría que se nos hable sin complejos de ningún tipo del Cuarto, del Quinto y del Sexto Mandamiento: “Honrar padre y madre”. “No matar”. “No fornicar”. Los Mandamientos no son ni antiguos ni más o menos “modernos”: son actuales en cualquier momento de la historia en el que nos encontremos; y prosiguió ante el ligero asombro que vio reflejado en el rostro de algunos compañeros:

Los ataques a la familia querida por Dios son muy fuertes, y van muy unidos a la bazofia pornográfica que nos invade. Se habla muy poco de la grandeza de la familia fundada en el matrimonio; y se nos recuerde que sólo hay un Matrimonio querido por Dios: hombre y mujer, mujer y hombre; por mucho que legislen los parlamentos sobre otros “modelos de familia”. Y que se nos anime a vivir la sexualidad castamente, cada uno en su estado, llegando vírgenes al matrimonio y siendo fieles a nuestro cónyuge. Así, nos acercamos más a Dios, nos preparamos mejor para recibir a los hijos que vengan, y nos unimos también espiritualmente en toda la familia.

Se hizo un silencio en el grupo; y pasaron unos minutos hasta que otro se lanzó a hablar:

Y ya que hemos entrado en estas materias, a mí me gustaría que se nos recuerde la realidad del pecado, para que nuestra conciencia nunca se acostumbre a crímenes como el aborto, ni a infidelidades, en nombre de una curiosa “libertad”, que provoca la ruptura de familias nacidas de un matrimonio sacramental indisoluble. Que tampoco, y sin juzgar a nadie, aceptemos como prácticas “normales” y “buenas” las relaciones prematrimoniales, los actos homosexuales o cualquiera de las “prácticas” sexuales impulsadas por eso que se denomina lgtbi.

No soy un cura, comentó otro de una cierta edad, pero me gustaría que se nos invitara más a rezar y a frecuentar los Sacramentos, y especialmente el de la Reconciliación, pidiendo, arrepentidos, perdón al Señor por nuestros pecados, porque, si no, nos acogeremos nunca a su Misericordia, y nos destrozaremos a nosotros mismos con nuestros pecados. Seguiremos siendo egoístas, no aprenderemos jamás a amar y a sacrificarnos por los demás; no llegaremos nunca ni siquiera a vislumbrar lo que Dios nos ama; y no podremos construir una sociedad más justa, con más paz, con más preocupación de los unos por los otros.

Uno que acababa de terminar su carrera de Filosofía, y comenzaba a dar clases a alumnos del bachillerato, señaló:

Como ahora resolvemos muchas cuestiones sencillamente con la ayuda de la técnica, me gustaría que se nos animara más a pensar en Dios, en Cristo, Dios y hombre verdadero, en nuestra relación personalísima con El; y que se nos recuerde que nuestra relación con Jesucristo es lo que da, verdaderamente, sentido a nuestra vida, porque nos abre también la perspectiva de la vida futura, del más allá de la muerte.

  Que no se nos hable de “experiencias” de Dios, de “sentimientos sensibles” de lo divino, etc., como ha hecho algún obispo en Alemania. Primero, pensemos, conozcamos mejor y más hondamente a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Leamos alguna vida de Cristo, que hay algunas muy buenas; y así aprenderemos a mirar el rostro del Crucificado; el resplandor del Resucitado; aprenderemos también a amarle más, nuestra inteligencia se abrirá más a la Fe, y nos daremos cuenta de lo hermoso que es creer en Dios, sin necesidad de experiencias demasiado sensibles. (continuará)

Publicado por Religión Confidencial, 27 septiembre 2021, autor:   Ernesto Juliá

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lunes, 4 de octubre de 202

                                                 MANSEDUMBRE

“Amigo mío, tú que conoces la vida del Señor sabes perfectamente que Jesucristo quiso unir en
una misma página del Evangelio la mansedumbre y la humildad. Nos lo recuerda ahora con su
voz amiga y con palabras claras: Discite a Me quia mitis sum et humilis corde et invenietis
réquiem animabus vestris, aprender de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis
paz para vuestras almas.

La mansedumbre y la humildad son, como ves, dos virtudes que deben permanecer unidas en nuestro corazón, dos hermanas que viven la misma vida, dos metales preciosos que se funden completándose: uno con su solidez, el otro con su raro esplendor. Dos aspectos muy positivos y muy viriles de nuestra vida interior, pues con la humildad ganamos el corazón de Dios y con la dulzura atraemos a nuestros hermanos y conquistamos sus corazones.

Ahora que meditamos en presencia de Dios, quiero decirte que esta virtud es para todos, luego también para ti. A todos nos es muy necesaria, puesto que la vida es una continua relación con los demás, una convivencia, una serie de relaciones, la ocasión de encuentros de todo género. Tu familia, tus hermanos, tus amigos; tus relaciones profesionales y sociales; tus superiores, tus iguales, tus subordinados; es ahí donde nos espera el Señor. En todas esas convivencias, relaciones y encuentros ha de resplandecer tu mansedumbre cristiana.

Si sabes ungir, amigo mío, tu carácter con la fuerza y vigor de estas virtudes, tu corazón se semejará al corazón de Cristo: Mitis sum et humilis corde, soy manso y humilde de corazón.

El sacerdote debe ser manso para llevar al trato con las almas la caridad y la paciencia cristiana y ser, de este modo, eficaz; la madre cristiana asegurará la educación fuerte y duradera, de sus hijos si sabe ejercitarse en la mansedumbre; en la intimidad de la familia reinará la paz si esta virtud se ha afirmado en las relaciones mutuas; y si en las relaciones profesionales y sociales apareciese la mansedumbre, serían muy distintas, y muchos que buscan el vano la paz por otros caminos, no tardarían en hallarla.

Todos propendemos a creer que es mejor y más fácil hacer el bien a gritos y con órdenes perentorias, que la educación se asegura con amenazas y con brusquedades de modales, que el respeto se obtiene con sólo levantar la voz y usar maneras autoritarias.

¿Qué sitio dejamos, entonces, en nuestra vida, a la mansedumbre cristiana? ¿Para qué nos la ha recomendado Jesús en el Evangelio?

¡Cuántas veces, amigo mío, nos habrá respondido la vida misma a esas preguntas, enseñándonos que la eficacia se esconde casi siempre tras la mansedumbre de Cristo! Y que el bien es el fruto que recogen quienes buscan y saben hallar palabras claras y amables, las usan en un discurso sereno y persuasivo y las ungen con el bálsamo de los buenos modales.

¡En cuántas ocasiones nos ha hecho comprender la experiencia que las correcciones y los reproches, hechos sin mansedumbre cristiana, han cerrado el corazón de la persona que los había recibir, para que nos hayamos de olvidar nunca que cuando dejamos de ser padre, hermano o amigo para nuestro prójimo, todo lo que sale de nuestros labios lleva consigo fatalmente el germen de la esterilidad!

Procura siempre por medio de la mansedumbre cristiana, que es amabilidad y afabilidad, tener en tus manos los corazones de las personas que la Providencia Divina ha puesto en el camino de tu vida y ha recomendado a tus cuidados.

Pues si pierdes el corazón de los hombres, difícilmente podrás iluminar sus inteligencias y obtener que sus voluntades sigan el camino que les indiques"

                                     (Ediciones Rialp, Colección Patmos nº 110, Ascética meditada, p. 69-72)

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miércoles, 22 de septiembre 2021

                                      HUMILDAD, 2ª parte y última 

“La  humildad, amigo mío nos lo enseñan los santos, es la verdad. ¡Qué gran motivo para aceptarla y vivirla! Noverim me! ¡Que yo me conozca, Señor!  Este conocimiento íntimo y sincero de nosotros mismos nos elevará de la mano hacia la santidad.

Déjame que te diga –pues me lo he dicho muchas  veces a mi mismo- que no eres nada: la existencia la has recibido de Dios, nada tienes que no hayas recibido de El; tus talentos, tus dones, de naturaleza y de gracia, son precisamente esto: dones; ¡no lo olvides!  Y la gracia es gracia y fruto de los méritos del Salvador.

Pero a esta nada que tú eres, amigo mío, tú has añadido el pecado, pues has abusado muchas veces de la gracia de Dios, por maldad o, por lo menos, por debilidad.

Y a estas dos realidades has añadido una tercera, más triste que las primeras, la de que siendo nada y pecado… has vivido de vanidad y de orgullo.

Nada…, pecado…, orgullo… ¡Qué fundamento tan seguro para nuestra humildad, para que ésta sea ciertamente humildad verdadera, humildad de corazón.

El soberbio y el incrédulo tienen algo más en común de cuanto parece. El incrédulo es un ciego que atraviesa el mundo y ve las cosas creadas, sin descubrir a Dios. El soberbio descubre y ve a Dios en la naturaleza, pero no logra descubrirlo y verlo en sí mismo.

Si descubres a Dios en ti mismo serás humilde y atribuirás a El todo lo que de bueno haya en ti: Quid habes quod non accepisti? ¿Qué tienes que no hayas recibido? No cerrarás neciamente los ojos sobre ninguna de las virtudes o de las cualidades que existen en tu alma, porque sabes que vienen de Dios y que un día El te pedirá cuenta de ellas. Te esforzarás para que den fruto: no sepultarás ninguno de tus talentos. Y conservando el mérito de las obras buenas, sabrás dar a Dios la gloria de ellas: Deo omnis gloria! ¡Para Dios toda la gloria! La vana complacencia no hallará sitio en tu alma humilde.

A través del camino abierto por la humildad la paz de Dios entrará en tu alma. Hay una promesa divina: Discite a Me quia mitis sum et humilis corde et invenietis requiem animabus vestris. Aprender de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis la paz para vuestras almas. Un corazón sincero y prudentemente humilde no se turba de nada. Estate seguro, amigo mío, de que, casi siempre, la causa de nuestras turbaciones y de nuestras inquietudes está en la preocupación excesiva por la propia estima o en el inquieto anhelo de la estimación de los demás.

El alma humilde pone la propia estimación y el deseo de la estimación ajena en las manos de Dios. Y sabe que allí estarán seguras.

Saca, pues, fuerza de la humildad para decir al Señor: si a Ti no sirven, tampoco yo sé qué hacer de ellas. Y en este generoso abandono hallarás la paz prometida a los humildes.

Que la humildad de María, hermano mío, nos sirva de consuelo y de modelo”. 

 (Ediciones Rialp, Colección Patmos nº 110, Salvador Canals, Ascética meditada, p. 66-68)

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martes, 21 de septiembre 2021

NUEVA  EVANGELIZACIÓN 

    En la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, del 24 de noviembre del 2013, el Santo Padre Francisco, publicaba la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, La alegría del Evangelio.

    La Conferencia Episcopal Española,  en su reunión en el pasado mes de mayo, entre otros, han considerado la Nueva Evangelización, dotada de 74 proyectos, destinados a: Diócesis, Parroquias, Monasterios e Institutos religiosos, Comunidades cristianas.
    Acabo de ver en la prensa, una interesante aportación que después reseño  –sería bueno que se fuesen saliendo a la luz propuestas similares-, iniciativa que ilustra y puede ser orientadora,  en la permanente de la Gran Catequesis, que desde siempre ha imperado en la Iglesia.

“En una conversación informal con un grupo de jóvenes profesionales que llevan apenas un par de años en su primer trabajo profesional, hice una pregunta que, de entrada, les desconcertó un poco. Aclaro  que se trata de personas que desean vivir su fe, católica y apostólica en Cristo Nuestro Señor, en todas las circunstancias de su vida.

Esta fue la pregunta: ¿Qué esperáis oír cuando os hablen en el ambiente de la Iglesia de “nueva evangelización”, y de la necesidad de vivirla con creatividad, con discernimiento, y en plena libertad en el diálogo con todos, creyente y no creyente? 

Se hizo entre ellos un rato de silencio; cruzaron miradas entre sí hasta que uno rompió el silencio.             
“A mí me parece, que la Iglesia tiene que anunciar al mundo, a todo el mundo, en Evangelio, que Cristo es el “Camino, la Verdad y la Vida”, como el Señor indicó a los apóstoles; y que Cristo murió y resucitó para salvarnos, y abrir nuestro horizonte a la Vida Eterna”. 
 
Otro tomó la palabra, y  subrayó: “Yo quiero que se nos hable con mucha claridad, y que se nos recuerde, insisto, con toda claridad, que Cristo es Dios y hombre verdadero; que nos ha dicho que el que le ama cumple sus mandamientos. Está bien que se nos hable de creatividad, de libertad, de discernimiento, etc., pero para vivir bien todo eso, necesitamos tener en la cabeza y en corazón, que Cristo es la Verdad”. 

Un tercero, quizá viendo la seriedad que iba tomando la conversación, comentó: “Perdonad; pero voy a hacer de Pilato: ¿Qué es la verdad? Mucha gente piensa que no existe la Verdad, y que cada uno se construye su propia verdad”.

Uno de los mayores del grupo levantó la mano, y con mucha paz dijo: “Me parece que en la Iglesia, y de manera muy particular, los sacerdotes, obispos, etc., nos tendrían que recordar mucho más a menudo las palabras que el  Cristo, respondió a Pilato” “Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad escucha mi voz”. 

Es este momento, consideré oportuno intervenir yo también. En torno a la “nueva evangelización”  no se habla de encontrar nuevos caminos, nuevo modos y hasta nuevo lenguaje, a la vez que se insiste poco en que lo fundamental es afirmar siempre la misma Verdad: Cristo. Y que esta Verdad, no es una repetición del pasado, es la Verdad que dio Vida a la Iglesia desde hace 2 000 años, que nos da Vida a nosotros, y que dará Vida al mundo hasta el último día. Cristo es Dios, es Eterno, y tiene Palabras de vida eterna. Y tampoco se habla mucho de la Vida Eterna; de la muerte y del más allá de la muerte.     

Después de un buen rato de conversación llegamos a un acuerdo sobre lo que el grupo esperaba de la “nueva evangelización”. En lo que todos estuvieron de acuerdo fue en la necesidad de revivir la Fe, la Esperanza y la Caridad que las veían muy débiles en muchos creyentes.

Un poco siguiendo los pasos y el buen ejemplo de los primeros cristianos que no se preocuparon de pensar en un diálogo con otras religiones, ni en el cuidado de la tierra, ni en las condiciones sociales, etc. Todo eso vendría después. Ahora lo urgente era, y así lo dijeron: Que se nos anime a leer con más frecuencia el Evangelio, para conocer mejor la vida de Cristo, el amor de Cristo, el sufrimiento de Cristo, la resurrección de Cristo. Al conocerle, le amaremos más y le trataremos mejor y muy personalmente.

Que se nos anime a conocer mejor nuestra Fe. Estudiar el Credo, conocer mejor la historia de la Iglesia. Sabían muy bien, por experiencia, que entre bautizados no es extraño encontrar jóvenes, y no tan jóvenes, que no saben de qué hablar al nombrar a la Santísima Trinidad.

Que se nos recuerde con toda claridad los Mandamientos de la Ley de Dios. Desde el Primero al Décimo. En el entorno cultural que nos rodea, en  el que “todo vale”, “yo me construyo a mí mismo”, “discierno y decido yo libremente qué es el bien y el mal”, necesitamos descubrir la riqueza divina y humana de los Mandamientos para que podamos amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como Cristo nos ha amado”.

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     Publicado por Religión Confidencial, el 20 de septiembre 2021, autor: Ernesto Juliá

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viernes, 17 de septiembre 2021

HUMILDAD, Derribó el solio a los poderosos, y ensalzó a los humildes (Evangelio san Lucas, 1, 52) 

“Muchas veces he pensado y ahora aprovecho la ocasión para decirlo por escrito, que la virtud de la humildad se resiente del valor del nombre que lleva y de las realidades que encierra.

Ninguna otra virtud es, en efecto, tan menospreciada y tan poco y mal conocida, tan  ignorada y tan deformada, como esta virtud cristiana. La virtud de la humildad es una virtud humillada.

Y no sé si le  hace más daño el olvido en que la deja el mundo, las burlas y el escarnio con que muchos la acogen, o la falsía y la poca elegancia con que algunos la presentan.

Me parece, amigo mío, que es verdaderamente necesario que nosotros los cristianos conozcamos mejor esta virtud y sintamos profundamente su importancia; que luchemos por conquistarla y por vivirla rectamente, para presentarla de este modo con su verdadera fisonomía a los ojos de un mundo enfermo de vanidad y de soberbia. A este apostolado del buen ejemplo, tan eficaz y olvidado, debemos tú y yo sentirnos invitados por Jesucristo, cuando dice: Discite a Me quia mitis sum et humilis corde, aprender de Mi que soy manso y humilde de corazón. Humildes de corazón: así nos quiere el Señor, con aquella humildad que nace del corazón y da fruto en obras. Porque la otra humildad, que nace y muere en los labios, es falsa; es una caricatura. Palabras, actitudes, modos, no pueden por sí solos crear una virtud; pero sí deformarla.

La inteligencia debe abrirnos el camino del corazón y ayudarnos a depositar allí, con efecto, la buena semilla de la verdadera humildad, que, con el tiempo y la gracia de Dios, echará raíces profundas y dará sabrosos frutos.

La humildad verdadera, amigo mío, empieza en el punto luminoso en que la inteligencia descubre y admite, con la fuera necesaria para que el corazón pueda amarla, esa virtud fundamental, simple y profunda, del sine Me nihil potestis facere, sin Mí no podéis hacer nada.

Debemos aprender a partir, con nuestras manos soberbias, el pan blanco de la verdad evangélica y distribuirlo ante nuestros ojos ofuscados, que tienen en tan gran estima nuestro “yo” y nuestras cualidades.

¡Escúchame!  Todos nuestros esfuerzos para llegar a ser mejores y para crecer en el amor de Jesús y en la práctica de las virtudes evangélicas, serán vanos si su gracia no nos ayuda: nisi Dominus aedificaverit eam, si el Señor no edifica su casa, en vano se cansan quienes la construyen.

La más atenta y constante vigilancia es también perfectamente inútil sin la custodia fuerte y amorosa de su gracia: nisi Dominus custodierit civitatem, in vanum vigilat custos, si el Señor no custodia la ciudad, es inútil la vigilancia del centinela.

Nada pueden así nuestras palabras y nuestras acciones, cuando pretendemos servirnos de ellas para hacer bien a las almas. Nuestro apostolado y nuestra fatiga, sin el agua pura de su gracia, son una agitación estéril: neque qui plantat est aliquid, neque qui rigat, sea qui incrementum dat, Deus, no cuenta el que planta o el que riega, sino Dios Nuestro Señor, que da el incremento.

Pero esta gracia que nos es necesaria para mejorar en la virtud, para resistir a las tentaciones y para que nuestro apostolado sea fecundo, el Señor le concede a los que son humildes de corazón: Deus superbis resistit humilibus auten dat gratiam, Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.

El Señor, que con suma bondad y con vigilancia llena de delicadeza, distribuye copiosamente su gracia, no se sirve de los soberbios para llevar a cabo sus designios: teme que se condenen”.

                                                        (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 63-66)

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Viernes, 27 de agosto 2021

                            LA  ESPERANZA  CRISTIANA, 3ª  y última

La virtud de la esperanza que, si se la vive profundamente, es firmeza invencible y confiado abandono, es una constante fidelidad al deber, nos coloca precisamente por encima de tales fluctuaciones; ¿Te acuerdas de las palabras de Cristo a las encrespadas y amenazadoras aguas del mar de Galilea? Tace, obmutes ce, calla, enmudece. Parecen representar la voz de la esperanza que, con su fuerza, impone silencio al tumulto interior del desaliento. Et venit tranquillitas magna, y sobrevino (prosigue el pasaje evangélico), una calma infinita. Es precisamente el fruto de la esperanza: la calma, la serenidad, la paz.

 La esperanza, amigo mío, como nos enseñan los teólogos, da una certidumbre de tendencia: spes certitudinaliter tendit in suum finem, la esperanza tiende con certeza hacia su fin, afirma Santo Tomás. No obstante nuestros fracasos, nuestras contradicciones, nuestras culpas, debemos siempre esperar en Dios, que ha prometido su ayuda a los que se la pidan con humildad y con confiada perseverancia: Petite et accipietis, nos dijo; pedid y os será dado.

La batalla de la esperanza cristiana  hemos de afrontarla cada día: Dominus regit me  et mihi deerit, el Señor me gobierna y nada ha de faltarme, plenamente conscientes de que ella no descansa sobre nuestros méritos o virtudes, sino sobre la misericordia y omnipotencia de Dios. A la luz de la esperanza, en efecto, Dios nos aparece más que nunca non aestimator meriti, sed veniae largitor, no como apreciador de méritos, sino como perdonador de nuestras culpas, según repetimos todos los días en una de las oraciones de la santa Misa con que nos disponemos a la Comunión. Hemos de apoyarnos sobre las fuerzas que nos vienen de esta virtud teologal y aprender así a combatir los impulsos de desaliento que estorban nuestro camino cotidiano hacia la perfección evangélica; debemos aprender a resistir, también a diario, las mordeduras del pesimismo, las cuales tienden a exacerbarse con el desastre del tiempo y la monotonía de la vida.

 
La esperanza cristiana conduce a las almas al abandono: quien de verdad espera en el Señor, es, en efecto, siempre fiel a la voluntad significada de Dios (fidelidad que entra en el ámbito de la virtud de la obediencia) y dispone así eficazmente su ánimo para el abandono ante la voluntad de beneplácito de Dios. Pero este perfecto abandono, al que conduce la virtud de la esperanza, difiere profundamente –lo sabes bien- del “quietismo”, precisamente porque el abandono, cuando es verdadero, está acompañado por la esperanza y por la constante fidelidad a los deberes de cada día,  hasta en las pequeñeces de cada momento.

 La esperanza, hermano mío, no debe ser nunca un cómodo sustitutivo de nuestra pereza. Nos lo recuerda el Señor, en dos milagros realizados por El: en Caná de Galilea transformó el vino, y cuando ante grandes multitudes multiplicó los panes y los peces. Tanto en uno como en otro milagro, la omnipotencia del Señor intervino cuando todas las posibilidades humanas estaban agotadas, cuando los hombres habían hecho todo lo que podían hacer: el agua no se transformó en vino sino cuando los fieles siervos hubieron colmado las cubas de agua, usque ad summum, hasta los bordes, y antes de multiplicar los panes y los peces, el Señor pidió el sacrificio total de todos sus medios de subsistencia, es decir, de los panes y los peces que ellos tenían; y no importaba que fueran pocos, pues lo importante era que diesen todo lo que tenían. Para empezar a vivir la virtud de la esperanza, no nos queda así más que invocar el auxilio de nuestra Madre celestial, de aquella que es spes nostra, esperanza nuestra, Mater mea, fiducia mea, ¡Madre mía, confianza mía!”

           (Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 56-62)

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jueves 12 de agosto 2021

                          LA  ESPERANZA  CRISTIANA, 2ª  parte, continúa

            No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. (San Juan 14,1)

“Nosotros, los cristianos de este mundo, nos apoyamos sobre la esperanza; y cuando caiga la esperanza, junto con la fe, al final de nuestra jornada terrena, entonces tendremos la alegría de la posesión sin sombras y el reino de la caridad sin más temores. Al final de nuestra vicisitud humana, hermano mío, habrá para cada uno de nosotros o la alegría de la posesión o la desesperación de verse para siempre privados de Dios.

La esperanza, virtud teologal, nos hace tender continuamente  hacia Dios, confiando, para llegar hasta El, en el socorro que nos ha prometido: Confidite, Ego vici mundum, tened confianza, Yo he vencido al mundo. El motivo formal  (como suelen decir los teólogos) de esta virtud es Dios, que siempre nos socorre: Deus auxilians, Dios auxiliador, la omnipotencia auxiliadora. Sin embargo, a veces ocurre que nosotros, los cristianos (y ésta es una de tantas contradicciones de nuestra vida), sustituimos en  nuestra alma y en nuestro corazón esa grande y hermosa esperanza, que es la de Dios y la de nuestro último fin, por otras esperanzas humanas más pequeñas, aunque sean hermosas. Y no es que los cristianos no deban tener esperanzas humanas, antes al contrario: incluso existen bellas y nobles esperanzas que deben estar en nuestro corazón más que ninguna otra. Pero también aquí  -en la “provincia” de la esperanza-  es menester que en nuestra alma y en nuestro corazón existan el orden, la jerarquía y la armonía de las esperanzas, y que ninguna esperanza humana  -por noble y bella que sea-  pueda oscurecer la luz y disminuir la fuerza de la esperanza de poseer y gozar para siempre, en la vida eterna, a Dios, nuestro último fin.

Sucede así a veces, en nuestra vida, que Dios, a través del juego de su Providencia, hace caer miserablemente alguna esperanza humana que nuestra personal “medida de valores”  había hecho quizá exorbitante, con el fin de impedir que pueda ocupar en nuestro corazón aquel sitio que sólo la gran esperanza de Dios debe llenar. Es menester entonces que nosotros sepamos seguir el juego de la Providencia y aprendamos a restablecer el verdadero orden de los valores en la escala de la esperanza. Dios nos ayudará eficazmente a calmar aquellas esperanzas humanas que, en obsequio al orden por El establecido, no hemos vacilado en colocar en su justo puesto. Si, por el contrario, a esa quiebra por disposición divina de humanos esperanzas respondiéramos alejando pertinazmente de nosotros la gran esperanza de Dios, cavaríamos entonces con nuestras propias manos un foso de rebeldía y de desesperación.

No tengo necesidad de decirte, amigo mío, cuántas crisis de este género he conocido: también  tú, en tu experiencia, habrás conocido muchas. Crisis de las que, a menudo, sólo vemos el aspecto humano y exterior, y a las cuales demos el nombre de complejo o de neurosis, cuando su verdadera fisonomía es otra y su diagnóstico ha de ser de signo más espiritual, de contenido más profundo.

Una cosa es muy cierta: hasta que no poseamos y vivamos la verdadera virtud cristiana de la esperanza, faltará en nuestra vida la firmeza y viviremos en  la inestabilidad. Pasaremos con extremada facilidad de la presunción, cuando todo vaya bien y nuestra vida progrese sin sacudidas y desilusiones, al desaliento que apuntará y se anidará en nuestro ánimo tan apenas vaya algo contra nuestras previsiones, choque contra nuestra susceptibilidad, descomponga nuestros programas y desilusione nuestras expectativas”. 

   

        Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 54-56


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 miércoles 21 de julio 2021                          

LA   ESPERANZA  CRISTIANA, 1ª parte
Nos hiciste, ¡oh Señor!, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti (Confesiones, San Agustín)

Entre las virtudes que dejan más profunda huella en el ánimo humano, que de modo más manifiesto influyen sobre la vida y el obrar de los hombres, está la virtud cristiana, teologal, de la esperanza. Un mismo hombre, en efecto, según viva bajo el hálito de la esperanza o yazca bajo el peso de la desesperación, se nos presenta  -y es de verdad-  como  un gigante o como un pigmeo. En nuestra convivencia y en nuestro trato con los hombres somos cada día testigos  -no sin sorpresa ni pena-  de estas sorprendentes transformaciones; pues quizá más que ningún otro nuestro siglo adolece de la carencia de esta virtud.  ¡Cuántas filosofías, cuántas actitudes, cuántos estados anímicos de los hombres de nuestro tiempo ahondan sus raíces en almas sin esperanza, que se debaten entre la angustia y el miedo, una angustia que nada puede desatar, un miedo que nada puede alejar!


La verdad, amigo mío, es que el hombre no puede vivir sin esperanza. La esperanza es la llamada del Creador, principio y fin de nuestra vida, al cual ninguna criatura humana puede escapar; es la voz del Redentor que desea ardientemente la salvación de todos los hombres (qui vult omnes homines salvos fiere, que quiere que todos los hombres se salven): nadie puede, sin perder la paz del alma, negarse a escucharla; es la profunda nostalgia de Dios, que El mismo dejó en  nosotros  -como don maravilloso-  tras haber llevado a cabo, para cada uno de nosotros, aquellas inefables “obras de sus manos” que, en el lenguaje de los teólogos, se llaman Creación, Elevación y Redención.


Esta profunda nostalgia del corazón humano, pocos han sabido expresarla al través de los siglos cristianos con aquel suasorio tono de conocimiento adquirido, con aquellos conmovidos acentos de experiencia sufrida con los que la expresó San Agustín. Escritor de elevada intuición y de profundos estados de ánimo, supo definir en un grito de su gran espíritu toda la condición del hombre, transeúnte por esta tierra: Fecisti nos, Domine, ad Te, et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te, nos hiciste, ¡oh Señor!, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.


Detengámonos por un instante sobre esta frase para tratar de hacer luz sobre nuestro pesar y darnos una razón de nuestras ansiedades. La nostalgia que cada uno de nosotros lleva en sí no se puede eliminar, no se puede desarraigar: arraigada en nuestra misma persona humana, que está destinada a ver un día a Dios y a gozar para siempre de El, esta nostalgia será siempre nuestra compañera de viaje, la amiga de las horas alegres y tristes de nuestra jornada terrena. Sin embargo, puede  –y debe-  ser aliviada, y tal es el cometido de la virtud de la esperanza. En la segunda parte de la frase agustiniana se abre, en efecto, como un respiradero: “…donec requiescat in Te”.Si ese respiradero se cerrase, la inquietud y la nostalgia se volverían desesperación y angustia.


Mientras estemos en camino, mientras seamos viandantes sobre esta tierra, llevaremos con nosotros, hermano mío, la nostalgia de Dios y una oscura inquietud, engendrada por la incertidumbre acerca de la  consecución de nuestro último fin (pues nadie puede, en efecto, salvo privada revelación de Dios, sentirse cierto se su propia salvación eterna): nostalgia e inquietud que pueden  -y deben, que ahora ya estamos convencidos de ello-  ser aliviadas por la esperanza cristiana.

                          

Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 50-53)

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   viernes, 9 de julio 2021    

DESCUBRIR LA VOCACIÓN CRISTIANA: ILUSIONANTE RETO
Maestro bueno, ¿qué puedo hacer para heredar la vida eterna? (San Lucas, 18, 18)

Algunos –muchos-, desean vivir con seriedad y verdadera responsabilidad la vocación cristiana. Quizá nos puede ayudar la lectura de la misiva que se reseña a continuación. Tal vez, también puede ser de utilidad a nuestros amigos y conocidos; pues se nos recomienda, que la Doctrina cristiana, el dar a conocer a Jesucristo, son temas serios, profundos, los que debemos proponer y sugerir con sencillez y naturalidad.

“Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación.

La vocación nos lleva –sin darnos cuenta- a tomar una posición en la vida, que mantendremos con ilusión y alegría, llenos de esperanza hasta en el trance mismo de la muerte. Es un fenómeno que comunica al trabajo un sentido de misión, que ennoblece y da valor a nuestra existencia. Jesús se mete con un acto de autoridad en el alma, en la tuya, en la mía: ésa es la llamada. (…)

Al suscitar en estos años su Obra, el Señor ha querido que nunca más se desconozca o se olvide la verdad de que todos deben santificarse, y de que a la mayoría de los cristianos les corresponde santificarse en el mundo, en el trabajo ordinario. Por eso, mientras haya hombres en la tierra, existirá la Obra. Siempre se producirá este fenómeno: que haya personas de todas las profesiones y oficios, que busquen la santidad en su estado, en esa profesión o en ese oficio suyo, siendo almas contemplativas en medio de la calle. (…)

A la vuelta de tantos siglos, quiere el Señor servirse de nosotros para que todos los cristianos descubran, al fin, el valor santificador y santificante de la vida ordinaria –del trabajo profesional- y la eficacia del apostolado de la doctrina con el ejemplo, la amistad y la confidencia.

Quiere Jesús, Señor Nuestro, que proclamemos hoy en mil lenguas –y con don de lenguas, para que todos sepan aplicárselo a sus propias vidas-, en todos los rincones del mundo, ese mensaje viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo”

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Carta 9-I-1932. En esta Carta Josemaría Escrivá trata del carácter universal y perenne del Opus Dei
al servicio de la Iglesia, glosando con detalle la vida espiritual a la que esta llamada invita.





  sábado, 3 de julio 2021      

EL CAMINO REAL, 2ª parte y última

“Debes mirar a la cruz con fe y llevarla con amor. Sin sentirte jamás, ni siquiera por un solo instante, víctima. La cruz no hace víctimas…,¡hace santos! No provoca caras tristes, sino rostros alegres. Quien vive así, comprende que la víctima es una sola: Jesucristo, que padeció y murió por todos, que padeció y murió en el abandono.

Nosotros los cristianos -tú y yo-, cuando llevamos la cruz de Cristo somos felices, descubrimos la única y verdadera felicidad, que es participación de la felicidad de Dios. Pero si queremos llevar la cruz que nos hace discípulos “cada día” -quotidie-, debemos descubrirla. Y éste ha de ser nuestro primer propósito: abrir bien los ojos del alma, los ojos de la fe, para descubrir la cruz de Cristo en nuestra vida.

¿Cuál será, para ti, pues, la cruz de Cristo? Escucha, amigo mío: ¿qué es lo que te cuesta mayor esfuerzo en tus jornadas? Porque aquello es la cruz del Redentor para ti. Aquellas poderosas tentaciones que te asaltan, tu salud maltrecha, tu duro y extenuante trabajo, esos defectos de carácter que te humillan, los defectos de las personas que viven a tu lado, que te hacen sufrir…Ten visión sobrenatural! He ahí la cruz de Cristo para ti. Proponte firmemente reconocerla y abrazarla, cuando la vislumbres en tu camino de cada día. Pide al Señor que te descubra el misterio de la Cruz, y caminarás a pasos de gigante por la vía de la santidad.

Y ahora que conoces cuál es la cruz de Cristo, ahora que conoces su valor y su necesidad, ¡qué fácil será llevarla! Llévala con alegría, con amor. Llévala generosamente, y aprende a esconderla a los ojos de los que te rodean, como se esconde un tesoro. Escóndela tras una sonrisa generosa y descubrirás el sentido -dentro, en lo profundo de tu alma- de las palabras del Señor: Iugum meum suave est et onus meum leve, mi yugo es suave y mi carga, ligera. Porque El, el buen Cirineo de las almas, te ayudará a llevarla.

Y no te limites a llevar tu cruz: lleva generosamente también la cruz de tus hermanos. Pero, sobre todo, enséñales el valor de la cruz. Ruega al Señor por ellos, para que sepan descubrir y amar la cruz en todo aquello que les preocupa o les angustia, en aquello que le hace sufrir.

La cruz, sólo la santa Cruz, dará eficacia y fecundidad a tu vida de apóstol. Cum exaltatus fuero a terra, omnia traham ad Meipsum: si fuere levantando de la tierra, atraeré a todos a Mí: cuando yo sepa estar sobre la cruz con amor, como Jesucristo, entonces atraeré a Ti –al Señor- a todas las almas que me rodeen; entonces seré verdaderamente corredentor con Cristo.

Pero no olvides que María Santísima, la Reina de los mártires, es también Reina de la paz. Acércate a Ella, pues, con confianza. Para hacerle compañía, a los pies de la cruz”.

                         Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 48-50)

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jueves, 17 de junio 2021

                                            EL  CAMINO  REAL, 1ª  parte

“Un autor espiritual se pregunta, con justa preocupación, si es oportuno, en nuestros días, insistir exclusivamente sobre aquel perfeccionamiento humano que el Cristianismo lleva consigo necesariamente si se vive con profundidad y entrega.  Y yo quiero decirte, amigo mío, recogiendo este grito de alarma, que acaso lo que más caracterice al mundo de hoy sea su carencia de sentido teológico.

Ahora que estás a solas con Dios para meditar, bajo su mirada, vuelve a pensar en tu personal experiencia, en tu vida con los demás, en las reacciones de los demás –y en las tuyas propias-, en sus actividades –yen las tuyas- ante los valores espirituales y ante las inevitables pruebas de la vida, y ante tantos acontecimientos como interesan a la Iglesia y en los cuales se están jugando problemas que ponen en serio peligro el bien de las almas. ¿No te parece que muchos cristianos –y que acaso también tú- no consideran la grandeza de Dios y de su Iglesia? ¿No te parece que en muchas inteligencias cristianas se van apagando el sentido teológico?     ¿No es verdad que en el modo de obrar y de hablar de muchos cristianos se llega incluso a menospreciar ese “sentido de la cruz” que tan íntimamente unido va siempre al sentido teológico?

Tú y yo sabemos bien que para ver a Dios hace falta morir: Deum nemo vidit unquam, a Dios nadie lo vio nunca. Algo semejante ocurre en nuestra vida interior. Para ver a Jesús y para conocerlo en la oscuridad luminosa de la fe, para vivir con El en intimidad cada vez mayor, hace falta que aprendamos a morir para nosotros mismos. Tenemos necesidad de sentido teológico, tenemos necesidad del “sentido de la cruz”: ubi crux ibi Christus, donde está la cruz, allí está Cristo.

El mismo Jesús, que nos dijo, revelándonos un secreto: Regnum Dei intra vos est, el reino de Dios está dentro de vosotros –añadió, mostrándonos un camino: Regnum caelorum vim patitur, el reino de los cielos se toma a la fuerza. Si nos falta el sentido teológico, si no tenemos el “sentido de la cruz”, nuestra vida corre el riesgo de ser solamente humana: cesamos de vivir como cristianos para vivir como paganos, todo lo más como buenos paganos.

La cruz es nuestra única esperanza. Exalta la cruz, la cruz de Cristo: en tu inteligencia, para que comprendas su valor y su necesidad, y para que no sea pagana en sus juicios y en sus razonamientos; en tu voluntad, para que la ames y la aceptes, no con resignación, sino con amor;  en tus obras, para que tengas un poco de la eficacia redentora de la Cruz.

La santidad se consuma sobre la cruz, porque la cruz es la muerte del pecado, y el pecado es el único enemigo de la santidad. Escuchemos la voz del Maestro:, Si quis vult post Me venire abneget semetipsum, tollat crucem suam quotidie et sequatur me, si alguien quiere venir tras de Mí, niéguese a sí mismo, coja cada día su cruz y sígame. Para el cristiano no hay otro camino: el suyo es el camino real de la santa Cruz.

Esta cruz, la cruz de Cristo, la santa Cruz, debemos cogerla –para caminar abrazados con ella- todos los días: quotidie. El día que no sintamos sobre la espalda el peso de la cruz y no sepamos, con nuestra inteligencia, reconocer su valor, ese día no viviremos como discípulos de Cristo”.


                           Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 45-47)


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viernes, 11 de junio de 2021


GUARDA DEL CORAZÓN, 2ª parte y última

“Guardar el corazón quiere decir también amar con pureza y con pasión a quienes debamos amar, y excluir al mismo tiempo los celos, las envidias y las inquietudes, que son causas ciertas de desorden en el amar. Guarda del corazón quiere decir, siempre, orden en el amar. La ciencia de la guarda del corazón enseña al cristiano a descender a las profundidades de su alma para descubrir allí sus movimientos y sus tendencias.

¡Qué pocas son las personas que tienen el valor de mirar con ojos sinceros a esa fecunda y oculta fuente de la vida humana que es el corazón! ¡Cuántas maldad y cuánta grandeza viven y vibran escondidas en el corazón humano! Si probamos, amigo mío, a afrontar nuestro corazón, no tardaremos en descubrir que Dios, la naturaleza y el demonio son los tres eternos protagonistas del combate espiritual que cada día se desenvuelve allí. Y nos daremos también perfecta cuenta de que las batallas de Dios se ganan o se pierden en el corazón.

Comprenderemos, de este modo, la profundidad del reproche dirigido por Jesús a los fariseos: Populus iste labiis Me honorat, cor auten eorum longe est a Me, este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. El Señor que ama a los limpios de corazón y que quiere instaurar su reino en los corazones, no puede aceptar este servicio de hipócrita y formal.

Un alma habituada a la vigilancia del corazón se da cuenta de que la mayor parte de sus acciones son exclusivamente naturales o mixtas de naturaleza y de gracia: puede comprobar, con pena y dolor, cuán pocas veces realiza acciones que deriven por entero de la gracia y que sean perfectamente sobrenaturales. Pues el carácter sobrenatural de una acción está continuamente amenazado por todas partes; al principio, en su transcurso y en su final.

Por eso esas almas convierten la guarda del corazón en una continua vigilancia de la propia intimidad, en una presencia en todas sus acciones en el mismo momento de realizarlas. Si imaginamos al corazón como un campo de batalla, podemos decir que esa ciencia enseña a vivir continuamente como los centinelas en las avanzadas.

Verdad es que el camino no es fácil, pero cuando el corazón ha alcanzado la purificación completa, 
Dios nuestro Señor, con su presencia y con su amor, ocupa el alma y todas sus potencias: memoria, inteligencia, voluntad. Y de este modo la pureza del corazón conduce al hombre a una unión con 
Dios, unión a la que normalmente no llevan los demás caminos.

Una vez que haya alcanzado la pureza del corazón, el alma podrá practicar con facilidad todas las virtudes que las ocasiones de la vida le reclamen; y poseerá igualmente el alma, el espíritu y, 
por decirlo así, la esencia de cuantas virtudes no tenga ocasión de practicar; y eso es lo que Dios 
nuestro Señor desea.

En la escuela del corazón podemos aprender, en un instante, más cosas de cuantas nos puedan enseñar en un siglo los maestros de la tierra. Sin la guarda del corazón, por más que queramos empeñarnos, no llegaremos nunca a la santidad; con ella, en cambio, y sin otras acciones externas, se han santificado muchas almas. Y, por otra parte, éste es, amigo mío, el camino que conduce a la felicidad, al sereno y completo descanso del corazón en Dios”.
                                                
Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 41-44)

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VIDA TEOLOGAL

“Volvamos, una vez más, a escuchar las palabras de Jesús, cuando le preguntaron sobre el primero y mayor de los mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento” (Mt 22, 37-38). El Señor reafirma lo que es deber natural del hombre, y preceptuado positivamente por Dios en el Antiguo Testamento. La misma naturaleza pide ese amor, como fin propio y último, fuera del cual el hombre quedaría en la frustración más completa, pues, como afirma santo Tomás de Aquino, toda criatura tiene una inclinación natural a amar más a Dios que a sí misma (Summa Theologiae, I, q. 60, a 5.), aunque fácilmente esa inclinación queda inconsciente e, incluso, sofocada por la libertad personal.

El pecado, efectivamente, al introducir un desorden, un desequilibrio en la naturaleza humana, debilitó también la tendencia natural al Bien supremo, a la Bondad divina; apareció en lo más íntimo del hombre un principio de oposición, de resistencia: esa otra ley, que hacía clamar a san Pablo: 
“veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza bajo la ley del pecado que está en mis miembros” (Rm 7, 23).

Fue por eso conveniente que Dios mismo revelara de modo sobrenatural, por su palabra, no solo los misterios propiamente sobrenaturales, que superan completamente el entendimiento humano, sino también las principales verdades religiosas de orden natural, para que pudieran ser así conocidas fácilmente por todos, con firme certeza, sin mezcla de error. El mandamiento del amor a Dios –como todos los mandamientos, que explicitan y aplican ese primero- es ante todo revelación: palabra de Dios que orienta el caminar humano; manifestación de su amor, que quiere que todos los hombres le conozcan, le amen, y amándole alcancen la plena y eterna felicidad.

Pero Dios, en su infinita bondad y misericordia, ha hecho que aquel amor natural que le debemos como criaturas se transforme en caridad sobrenatural, que es el amor a Dios Padre, propio de Dios Hijo y de quienes han sido elevados a participar de esa filiación sobrenatural. Un amor que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones (cfr. Rm 5, 5), de modo que uniéndonos al Hijo Unigénito, a Cristo, somos transformados de siervos en hijos; de extraños en familiares de Dios (cfr. Ef 2, 19). “En Cristo, enseñados por Él, nos atrevemos a llamar Padre Nuestro al Todopoderoso: el que hizo el cielo y la tierra es ese padre entrañable que espera que volvamos a Él continuamente, cada uno como un nuevo y constante hijo pródigo” (S. Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91).
                                              
(Fernando Ocáriz, Amar con obras: a Dios y a los hombres, p. 57-59, Ediciones Palabra)

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jueves, 3 de junio de 2021


GUARDA DEL CORAZÓN, 1ª parte
Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti

“Quiero, amigo mío, que de labios de aquel gran santo de la Iglesia que fue San Agustín escuches la confesión de la feliz experiencia de su corazón y de su clara mente: Fecisti nos, Domine, ad Te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te, nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti. Aquel Santo, cuya vida, sin duda, conoces, recorrió sediento de verdad y amor muchos caminos de la tierra. Y después de tantas dolorosas experiencias, dejó escapar de su grande y noble alma, ese grito que antes te transcribí, y que es una verdadera confesión. Su rico e inquieto corazón buscaba felicidad y descanso, y no buscó inútilmente por mucho tiempo, hasta que lo encontró todo cuando encontró a Dios.

Esta inquietud que todos llevamos dentro es necesario apaciguarla, sosegarla; este vacío que sentimos en nuestra intimidad es necesario colmarlo. Hasta que esta inquietud no se sosiega, hasta que este vacío no es colmado, el corazón del hombre anhela, sufre y busca.

La historia de cada hombre es la historia de un peregrino, de un caminante que busca la
felicidad. Todos los hombres, algunos conscientemente, otros -la mayoría-inconscientemente,
buscan a Dios.

Por esto, hermano mío, el mundo se divide en dos grandes partes: las personas que aman a Dios con todo su corazón, porque lo han encontrado, y las almas que lo buscan con todo su corazón, pero que todavía no lo han encontrado. A los primeros el Señor les manda: Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón; a los segundos les promete: Quaerite et invenietis, buscad y encontraréis.

Pregúntate, hermano mío, a cuál de esas dos partes perteneces para saber lo que tienes que
hacer. Y no olvides que si ves o sientes que te falto algo, lo que en realidad te falta es Dios
nuestro Señor, que no está presente todavía en tu vida o que no lo está con la debida plenitud.

Quiero recordarte una verdad muy sencilla, una vedad que es la base de todas las
consideraciones que llevamos hechas. El corazón del hombre, todos los corazones, incluso los corazones de las almas consagradas a Dios, han sido creados para la felicidad y no para la mortificación, para la posesión y no para la renuncia. Y esta exigencia de felicidad y de posesión
es ya una realidad preciosa aquí sobre la tierra; una preciosa y bellísima realidad que, para
manifestarse, no espera a nuestra entrada en el Paraíso.

La ciencia de la guarda del corazón se compone de orden y de lucha, de defensa y de ataque,
de conocimiento y de decisión, de renuncia y de sufrimiento; pero todo se ordena hacia la
felicidad y hacia su posesión.

Guardar el corazón quiere decir conservarlo para Dios, vivir de modo que nuestro corazón sea
su reino, que en él existan todos los amores que conforme a nuestro estado y nuestra condición
daban estar allí, pero que todos se fundan armónicamente en el amor de Dios y a El se ordenen.
                                             
(Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 39-42)

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viernes, 28 de mayo de 2021


VIDA INTERIOR, 2ª parte (última)

Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón (San Mateo 6,21)

“¿Quieres saber, amigo mío, si eres alma de vida interior? Hazte esta pregunta: ¿Dónde vivo habitualmente con mis pensamientos, con mis afectos, con mis deseos? Si tus pensamientos, tus afectos, tus deseo convergen hacia Jesucristo, es prueba cierta de que eres alma interior. Pero si tus pensamientos, tus afectos y deseos te llevan lejos de Dios, es signo, también cierto, de que no eres alma de vida interior. Porque no debes olvidar que ubi thesaurus vester est, ibi et cor vestrum erit, que allí donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

Como ves, hermano mío, el gran campo de batalla de las almas que aspiran a una verdadera y profunda vida interior es el corazón. Las batallas de Dios se ganan y se pierden en el corazón. Por esto la guarda del corazón es norma fundamental de la vida ascética. Cuando las almas quieren y no ponen trabas a la obra de Dios, El las conduce a la verdadera unión, e instaura dentro de ellas su reino, que es regnum iustitiae, amoris et pacis, reino de justicia, de amor y de paz.

Si estas consideraciones han abierto tus ojos a la realidad de un reino de Dios que es totalmente interior -regnum Dei intra vos est, el reino de Dios está dentro de vosotros- ahora es necesario, amigo mío, que tus ojos se abran frente a una nueva realidad, la de que regnum coelorum vim patitur. Debes recordar que el Reino de los Cielos sufre violencia, que el camino que lleva a este reino interior, es camino de mortificación, de purificación.

Ahora que te sientes sarmiento unido a la vid, y que desear serlo cada día más, es necesario que vuelvas a escuchar la voz de Jesucristo: Ego sum vitis vera et Pater meus agrícola est, Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. El sarmiento que no dé fruto será cortado, y el que dé fruto será podado, para que aún dé más. Para que tú des más frutos, para que tu unión con el Señor se consolide, es necesaria la poda, la purificación. No temas al cuchillo del podador: Pater meus agrícola est, mi Padre es el labrador. Pues con esa poda el Señor purificará tu inteligencia y tu voluntad, tu corazón y tu memoria. No podrás adelantar un paso en la vida de unión con Dios sin dar antes necesariamente otro paso por el camino de la purificación. Y para ello es menester que colabores con el Señor; cuando llegue el momento de podar: ¡déjalo hacer! Y cuando veas caer ramas y hojas, alégrate, pensando en los nuevos y próximos frutos que esa poda promete.

Escucha de nuevo al Señor: Manete in Me, permaneced en Mí. Recuerda que la vida interior es el alma de todo apostolado. Cuanto más grande sea tu unión con Dios, más abundante será el fruto de tu apostolado

Resulta más eficaz un hombre de vida interior con unas pocas palabras espontáneas, que una persona poco interior con un discurso que agote las posibilidades del intelecto.

Quiero recordarte todavía que la sensibilidad del apóstol por los problemas y las necesidades de su apostolado no depende de su grado de inmersión en el trabajo eterno, ni de su destreza, sino de su grado de unión con Dios”.
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                    Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 35-38)

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martes, 18 de mayo 2021

VIDA  INTERIOR, 1ª parte

Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos de Jesucristo (San Pablo)

“Santo Tomas vio ya, en su mente excelsa, que todos los bienes de la naturaleza se esfuman si se comparan al menor de los bienes sobrenaturales y expresó tal concepto, en forma de metafísica, cuando dijo que: Bonum unius gratiae maius est quan bonum naturae totius universi. Que un solo bien de la gracia es mayor que todo el bien de toda la naturaleza. Un escritor contemporáneo, imbuido asimismo de la grande de este sentimiento, ha expresado el mismo concepto en forma psicológica: Dios nuestro Señor se ocupa más de un corazón en el que puede reinar, que del régimen natural de todo el Universo físico y del gobierno de todos los imperios del mundo.

Pues hoy quiere hablarte de ese Reino de Dios, donde el Señor encuentra sus delicias; de ese Reino de Dios que está dentro de nosotros, de ese Reino de Dios que es tan admirable como desconocido.

El corazón de los hombres es como una cuna en la que Jesús vuelve a nacer; y por eso en todos los corazones que han querido recibirlo, el mismo Jesús, aunque de modos distintos, crece en edad, en sabiduría y en gracia. Jesús no es igual en todos, sino que, según son las capacidades del que lo recibe, Él se manifiesta diversamente en la vida de los hombres, bien como un niño o como un adolescente en pleno desarrollo, o como un hombre maduro.

Reinar, nacer y crecer en el corazón y en la vida del cristiano es el deseo de Cristo, que quiere, de ese modo, hacer de cada cristiano –de ti, de mí- alter Christus, otro Cristo. Y a esa llamada de la gracia, a esa invitación de Jesús, todos deberemos responder repitiendo las palabras del Precursor: Oportet Illum crescere, me auten minui: conviene que El crezca y que yo disminuya.

Esta transformación en Jesucristo, esta unión con Dios, que es fruto de la vida interior, abraza toda la vida entera y nos hace sentir y gustar la consoladora y tranquilizadora realidad de la parábola de la vida y los sarmientos. Ego sum vitis vos palmites: qui manet in Me, et Ego in eo, hic fert fructum multum: quia sine Me nihil potestis facere. Yo soy la vida y vosotros los sarmientos: Si alguien permanece en Mí y Yo en él, da mucho fruto; porque sin Mí no podéis hacer nada.

Sé sarmiento unido a la vid. Alma de profunda vida interior. No tardarás en darte cuenta de que tus pensamientos irán transformándose bajo el influjo de la sabiduría propia de la vida sobrenatural, que te llevará a pensar con las ideas de Dios y a ver el mundo y la vida con los ojos de Dios. Con esa unión de pensamiento con Jesucristo, ya no tendrán una inteligencia pagana. Te convertirás en alma de visión sobrenatural y no merecerás el reproche de Cristo: Nonne et ethnici hoc faciunt? ¿Pues acaso no hacen esto también los paganos? Tu visión del mundo, profundamente sobrenatural, dará luz y calor a tu palabra.

Comprenderás las palabras de San Pablo: Hoc enim sentite in vobis quod et in Christo Jesu, tener en vuestros corazones los mismos sentimientos de Jesucristo.

Pues tus pensamientos, tus deseos, tus afectos son la parte más delicada y más íntima de tu vida y son también la parte más generosa y preciosa de tu holocausto.

Si sólo das al Señor tus obras externas, pero le niegas o mides la parte más íntima de tu vida –tus deseos, tus afectos, tus pensamientos-, jamás será alma interior”.

         Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 32-35)

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mayo de 2021


UN IDEAL PARA TODA LA VIDA, 2ª parte
“aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera”

“Dominus meus et Deus meus. ¡Señor mío y Dios mío! Toda la decisión y toda la firmeza de estas palabras de apóstol Tomas deberemos ponerlas en nuestro empeño de buscar la santidad sobre cualquier otra cosa. Debes estar firmemente decidido a ser santo y a ir hacia adelante a toda cosa. ¡Qué ejemplo tan luminoso el de Santa Teresa de Ávila! Ir adelante por su camino desafiando el cansancio y la desconfianza y la debilidad y la muerte: …aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera.

Y no olvides que lo que nos demora en nuestro camino no son las dificultades y los obstáculos que realmente se presentan: lo que nos demora es nuestra falta de decisión. Non quia impossibilia sunt non audemus, sed quia non audemus impossibilia sunt. No es que no nos atrevamos porque las cosas son imposibles, sino que las cosas son imposibles porque no nos atrevemos. La falta de decisión es el único verdadero obstáculo: una vez vencido, ya no hay otros, o, mejor, los superamos con gran facilidad. Que nuestro “sí” a Dios sea un “sí” decidido y que con su gracia, sea cada vez más audaz, total e indiscutido.

Decía Lacordaire que: “La elocuencia es hija de la pasión: dadme un hombre con una gran pasión –añadía- y os haré de él un orador”. Dadme un hombre decidido –podría decirte yo- , un hombre que sienta la pasión de la santidad y os daré un santo.

Que nadie nos supere en desear la santidad. Aprendamos, con la ayuda de Dios, a ser hombres de grandes deseos, a desear la santidad con todas las fuerzas de nuestra convicción y con todas las fibras de nuestro corazón: sicut Cervus desiderat ad fontes aquarum, como el ciervo ansía las aguas de los frescos manantiales.´

Si tú, amigo, que lees estas líneas, eres joven, piensa en tu juventud, en esa juventud que es la hora de la generosidad: ¿qué uso haces de ella? ¿Sabes ser generoso? ¿Sabes hacerla fructificar en una eficaz y fecunda busca de la santidad? ¿Sabes enardecerte con estas ideas grandes… y convencerte… y decidirte.

Todas las edades son buenas, y te repito que cualquiera que sea tu condición, tu situación actual y tu ambiente tienes que convencerte, que decidirte y que desear la santidad. De sobra sabes que la santidad no consiste en gracias extraordinarias de oración, ni en mortificaciones y penitencias insostenibles, y que ni siquiera es patrimonio exclusivo de las soledades lejanas del mundo. La santidad consiste en el cumplimiento amoroso y fiel de los propios deberes, en la gozosa y humilde aceptación de la voluntad de Dios, en la unión con  Él en el trabajo de cada día, en saber fundir la religión y la vida en armoniosa y fecunda unidad, y en tantas otras cosas pequeñas y ordinarias que tú conoces.

Haec via quae videtur. Este camino que parece… El camino es sencillo y claro. ¡Convéncete, decídete, desea! Concreta tu esfuerzo y tu lucha, y persevera con amor y con fe. La Santísima Virgen, Reina de todos los Santos, si le pides luz y protección, te servirá de apoyo y de consuelo en la lucha.

        Del libro Ascética meditada, autor, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 29-31)

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UN IDEAL PARA TODA LA VIDA
Una sola cosa es necesaria”

“Si me lo permites, amigo mío, querría continúan reflexionando contigo sobre el mismo tema. Creo que ha llegado el momento de dar gracias humildemente a Dios: Laqueus contritus est nos liberati sumus, las ligaduras se han desatado y por fin somos libres, según las palabras del Salmista. Se han desatado la ligaduras de los prejuicios, de las ideas faltas, y estamos ahora convencidos de que la idea de la santidad tiene que abrirse paso en nuestra mente y en todas las mentes cristianas.

Hemos empezado el camino: la perla preciosa ha brillado ante nuestros ojos, las riquezas del tesoro escondido han alegrado nuestro corazón. Sin embargo, hermano mío, he conocido almas, muchas almas, que llegadas a este punto, por un motivo o por otros (las “razones” y las excusas nunca faltan), no supieron ir más adelante. Una experiencia dolorosa, ¿no es verdad? Pero fecunda. Almas que habían visto pero que cerraron los ojos o ser adormecieron: almas que habían empezado y no continuaron, que hubieran podido hacer mucho y no hicieron nada.

Hace falta, como vos, pasar de la idea a la convicción, y de la convicción a la decisión. Debemos convencernos muy profundamente de que la santidad es para nosotros, de que la santidad es lo que el Señor nos pide antes de cualquier otra cosa. Porro unum est necessarium: Una sola cosa es necesaria (Evangelio San Lucas, 10, 42). Que nunca te falte una fe solidísima en estas palabras divinas: la única derrota que se puede concebir en una vida cristiana –en tu vida- es la de demorarse en el camino que lleva a la santidad, la de desistir de apuntar a la meta. Hermano mío, la vida y el mundo carecerían de sentido si no fuese por Dios y por las almas. Esta vida nuestra no valdría la pena de vivirla si no estuviese iluminada en todo momento por una viva y amorosa búsqueda de Dios.

Escucha: Quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur? ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su alma? ¿Para qué pensar en tantas cosas, si luego olvidamos la única que cuenta? ¿Qué importa resolver tantos problemas nuestros y de los demás, si luego no resolvemos el problema más importante? ¿Qué sentido tiene nuestros triunfos, nuestros éxitos –nuestro “subir”- en la vida, en la sociedad, en la profesión, si luego naufragamos en la ruta de la santidad, de la vida eterna? ¿Qué ganancias y qué negocios son los tuyos, si no te ganas el Paraíso y pierdes el negocio de tu santidad? ¿A qué miras con tu estudio y con tu ciencia, si luego ignoras el significado de la vida y te es desconocida la ciencia de Dios? ¿Qué son tus placeres, si te privan para siempre del placer de Dios? Si no buscar verdadera, ardientemente, la santidad, nada posees; si buscas la cantidad lo posees todo: Quaerite primun regnum Dei et iustitiam eius et omnia adiicientur vobis! Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.

Medita, amigo mío, estas consideraciones y haz tú, por tu cuenta, otras muchas: consideraciones concretas y actuales para tu vida de ahora, para tu condición presente y para los peligros que amenazan tu alma; consideraciones que refuércenla profunda convicción que debes tener acerca de la santidad, porque ella es el único camino de felicidad temporal y eterna”.

               Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 27-28 (1ª parte)

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EN  PRESENCIA  DEL  PADRE

LA  PRESENCIA  DE  DIOS, PERMANENTE  EN  NOSOTROS 

Es deseable poner empeño, además de contar con la gracia, en sentir y vivir la cercanía de Dios, acompañada de la certeza de soy, de que somos hijos de Dios. De ello y en gran medida, se 
enriquecería nuestra eficacia y comportamiento; sin duda será más humano, servicial, una vida 
llena de convicciones cristianas profundas y firmes.

Si la filiación divina es la raíz de la nueva plenitud de vida, también es fundamento de la libertad;  la presencia de Dios nos orienta dichosamente a mirar nuestro interior, a guardar los sentidos y a  ser responsables en nuestro actuar, alejando el mal humor, la rutina, la chapuza.

San Mateo finaliza su Evangelio (28, 20) Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de mundo, impresionante  testimonio de Jesucristo, cuya promesa nos llena de esperanza y alegría, también de  seguridad y paz en el corazón.

 Un Dios siempre cercano,  nos lo recuerda Josemaría Escrivá, en el 267 de Camino: Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros. Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillas las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo y perdonando.  Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos.

 Para enriquecer lo antes expuesto, podemos  recurrir a prestigiosos autores que nos transmiten unas breves enseñanzas:   Todo lo ve, incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad. De aquí que también a los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen está presente a la mirada de Dios. (Santo Tomás, Sobre el Credo, 1,1)

 Considerar, pues, que hay sin duda dentro del alma de cada  uno un pozo de agua viva. Dios está cerca de nosotros; mejor está dentro de nosotros, y quita la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva. (Orígenes, Homilía sobre el Génesis, 13)

Reflexionad bien qué es en lo que estáis pensando a todas horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros en la extensión de sus pasiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y cuando el alma se ocupa de tales cosas queda doblada de la rectitud de su estado; y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia arriba, como la mujer encorvada.   

                                                                            (San Gregorio Magno, Homilía 31 sobre los Evangelios)

 Si nuestro corazón lo preside Dios y nuestra cabeza –inteligencia- tiene por su cierta su presencia, qué seguridad para nuestro caminar por la vida, qué eficacia en el obrar y cómo alegraremos la vida de los que nos rodean.

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lunes, 12 de abril de 2021

“Yo creo” ¿creo y vivo como hijo de Dios?


El mundo cambiaría a mucho mejor, si gran parte de todos nosotros estuviéramos persuadidos y viviésemos como hijos de Dios: que lo somos

Toda la vida del cristiano, lo humano y lo virtuoso está enraizado en ser hijo de Dios, de haber
recibido el Bautismo .El Bautismo es la fuente de vida nueva en Cristo, de la cual brota
toda la vida cristiana.
(Catecismo de la Iglesia n. 1253). Qué importante conocer esta verdad, la que
sin duda lleva a un conocimiento certero, serio, humano, que enriquece y mejora el modo de vivir. Puede ser que por falta de formación, de la ausencia de sacramentos, etc., no se alcance esta realidad.

Los bautizados “por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar
delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia"

                                                                            (Catecismo de la Iglesia n. 1270).
Cuando se dice modo de vivir, se trata de una racionalidad, apoyada por una vida de fe que
trasluce y se manifiesta en su entorno. Lo contrario, simplificando queda en una vida pobre,
de total carencia de trascendencia.

Dios quiere que le tratemos y respondamos como buenos hijos, con amor, abandono y
confianza. De modo claro lo expresa la primera enseñanza de Jesucristo en el Padrenuestro:
Él les respondió: Cuando oréis, decir: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino

                                                                                (Evangelio san Lucas 11,2)

En el plano religioso, este ser hijos, se conoce como la filiación divina, raíz y plenitud que
eleva al hombre a un plano y un sentido sobrenatural, fundamento de la verdadera libertad,
también la seguridad y la alegría, que es el mejor modo de vivir como hijos de Dios.

Esto comporta y debe seguir una actitud filial, el de ser buenos hijos y saber agradecer, comportarse y corresponder, no para vivir en momentos aislados, sino en todos los momentos de nuestra existencia. No es algo que pesa, por el contrario, libera y da seguridad el responder por nuestra parte amorosamente, pues se trata de un gran regalo recibido por el Espíritu Santo, el don de piedad.

No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima,
y carece en su actuación del dominio y del señorío propio de los que aman al Señor
por encima de todas las cosas     
           (Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 26)

Si la Sagrada Escritura es Palabra de Dios, que nos da certeza y seguridad de su contenido, a continuación se citan algunas referencias que sin duda, ilustran todo lo antes expuesto:

Pero a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios, a los que creen 
en su  nombre                                                                  (Evangelio san Juan 1, 12)

Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor,
sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abbá, Padre!”

                                                                                      (Carta de san Pablo, Romanos 8,15)

Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido a mi Padre, pero vete donde están mis
hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios
       
                                                             (Evangelio san Juan 20,17)

Si en el Padrenuestro, Jesucristo nos enseña a rezar, tratar y hablar con Dios Nuestro Padre,
el Credo (Símbolo de los Apóstoles, Nicea-Constantinopla) es una buena enseñanza para
vivir en cristiano; rezarlo con pausa y atención, puede ser como un hacer un máster.
                     (Ref. Catecismo de la Iglesia Católica, p. 185 y siguientes)

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jueves, 1 de abril de 2021


NUESTRA  VOCACIÓN  CRISTIANA
 2º capítulo, 1ª parte del libro
“Ascética meditada” Salvador Canals, p. 20 s. en la Colección Patmos de Ediciones Rialp
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“Hablaba un día con un joven, precisamente como lo estoy haciendo ahora contigo, amigo mío.
Trataba de convencerlo de la necesidad de que viviera cristianamente su vida, frecuentase los sacramentos, fuese alma de oración, y diese a todas sus acciones y a toda su vida una orientación sobrenatural.

Jesús –le decía- tiene necesidad de almas que, con gran naturalidad y con gran entrega de sí
mismas, vivan en el mundo una vida íntegramente cristiana.

Pero en sus ojos se trasparentaba la resistencia de su alma; y sus palabras aducían
justificaciones contra cuanto su voluntad se negaba a aceptar. Pocos minutos después resumió
con sinceridad lo que, hasta entonces, quizá no se hubiera dicho ni aun a sí mismo: -No puedo
vivir como usted dice, porque soy muy ambicioso. Y recuerdo lo que le respondí: Mira: tienes
enfrente a un hombre mucho más ambicioso que tú, a un hombre que quiere ser santo. Pues mi ambición es tanta, que no se contenta con ninguna cosa terrena: ambiciono a Jesucristo, que es
Dios, y al Paraíso, que en su gloria y su felicidad, y la vida eterna.

Déjame que prosiga ahora contigo, amigo mío, aquella conversación. ¿No te parece que todos
nosotros los cristianos deberíamos ser santamente ambiciosos sobre este punto? La vocación
cristiana es vocación de santidad. Todos los cristianos, por el mero hecho de serlo -cualquiera
que sea el puesto que ocupen, hagan lo que hagan, vivan donde vivan-, tienen la obligación de
ser santos. Todos estamos igualmente obligados a amar a Dios sobre todas las cosas: Diliges
Dominum tuum ex tota mente tua, ex toto corde tuo, ex tota anima tua et ex totis viribus
tuis,
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas.

Pero esta idea tan sencilla y clara, primer mandamiento y compendio de toda ley de Dios, ha perdido fuerza y, en nuestros días, ya no informa prácticamente la vida de muchos discípulos de Cristo.

¡Cómo se ha empobrecido, Señor, el ideal cristiano en la mente de los tuyos! Han pensado y piensan, Jesús, que el ideal de la santidad es demasiado elevado para ellos, y que tal aspiración no puede hallar sitio en todos los corazones cristianos. Quede esta aspiración –he oído decir en todos los tonos- para los sacerdotes y para las almas a las que una especial vocación ha llevado a la vida del claustro. Nosotros, hombres del mundo, contentémonos con una vida cristiana sin excesivas pretensiones y renunciemos humildemente a los vuelos del alma, aun a riesgo, quizá, de sentir, en ciertos momentos, una estéril y pesimista nostalgia. La santidad –han incluido muchos y muchas, vencidos por los prejuicios y por las falsas ideas- no es para nosotros: sería presunción, jactancia, falta de equilibrio, desorden, fanatismo. Y se han declarado así vencidos antes de empezar la batalla.

Querría poder gritar al oído de muchos cristianos: Agnosce, christiane, dignitatem tuam, ten conciencia, ¡oh cristiano!, de tu dignidad. Escúchame, amigo mío: libérate de prejuicios y deja
que tu inteligencia se abra serenamente. La vocación cristiana es vocación de santidad. Los
cristianos –todos, sin distinción- son, según la frase de San Pedro: Gerns sancta, genus
electum, regale sacerdotium, populus acquisitionis,
gente santa, estirpe elegida, sacerdocio real, 
pueblo de conquista. Los primeros cristianos, conscientes de su dignidad, se daban entre sí el 
nombre de santos”.

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viernes, 19 de marzo de 2021

JESÚS, COMO AMIGO
Capítulo 1, segunda y última parte, del libro Ascética meditada, autor Salvador Canals
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"Jesucristo es Dios, perfecto Dios. Expresémosle, pues, tú y yo, nuestra adoración con las
palabras que el Padre puso en labios de Pedro: Tu es Christus, Filius Dei vivi, Tu eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y expresémosle también nuestra adoración, repitiendo la confesión de María, o la del ciego de nacimiento o la del centurión.

Pero Jesucristo es también hombre, y hombre perfecto. Saborea este título que era tan querido de Jesucristo: Filius Hominis, hijo del Hombre, como El se llamaba. Escucha a Pilato –Ecce
Homo-: Ahí tenéis al Hombre!, y vuelve tu mirada a Cristo. ¡Qué cerca lo sentimos ahora, amigo mío,
Cristo es el nuevo Adán, pero nosotros lo sentimos todavía más cerca. Porque el don de la inmunidad al dolor hacía que Adán no pudiera sufrir, pero Tu, Señor, padeciste y moriste por nosotros. En verdad que Tú eres, ¡oh Jesús!, perfecto hombre: el hombre perfecto. Cuando nos esforzamos en imaginar el tipo perfecto de hombre, el hombre ideal, incluso sin quererlo pensamos en Ti. Y al mismo tiempo, ¡oh buen Jesús!, Tú eres Emmanuel, “Dios con nosotros”.

Y todo esto, amigo mío, para siempre: Quod semel assumpsit numquam dimisit. Lo que asumió una vez, jamás lo dejó. Ten hambre y sed de conocer la santísima Humanidad de Cristo y de vivir muy cerca de El. Jesucristo es hombre, es un verdadero hombre como nosotros, con alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, como tú y como yo. Recuérdalo a menudo, y te será más fácil acercarte a El, en la oración o en la Eucaristía, y tu vida de piedad hallará en El su verdadero centro, y tu cristianismo será más auténtico.

Intimidad con Jesucristo. Para que puedas llegar a conocer, amar, imitar y servir a Jesucristo, hace falta que te acerques a El con confianza. Nihil volitum quim praecognitum, no se puede amar lo que no se conoce. Y las personas se conocen merced al trato cordial, sincero, íntimo y frecuente.

¿Pero dónde buscar al Señor? ¿Cómo acercarse a El y conocerlo? En el Evangelio, meditándolo, contemplándolo, amándolo, siguiéndolo. Con la lectura espiritual, estudiando y profundizando la ciencia de Dios, con la Santísima Eucaristía, adorándolo, deseándolo, recibiéndolo.

El Evangelio, amigo mío, debe ser tu libro de meditación, el alma de tu contemplación, la luz de tu alma, el amigo de tu soledad, tu compañero de viaje. Que se habitúen tus ojos a contemplar a Jesús como hombre perfecto, que llora por la muerte de Lázaro –lacrymatus est Iesus, lloró Jesús-, y sobre la ciudad de Jerusalén; a verlo padecer el hambre y la sed; habitúate a contemplarlo sentado en el pozo de Jacob, fatigatus ex itinere, cansado del camino, y esperando a la samaritana; a considerar la tristeza de su alma en el huerto de los olivos –Tristis est anima me usque ad mortem, triste está mi alma hasta la muerte-, y su abandono en el árbol de la Cruz; y sus noches transcurridas en oración, y la enérgica fiereza con que arrojó del templo a los mercaderes, y su autoridad al enseñar –tamquam habentem, como quien tiene potestad-. Llénate de confianza cuando lo veas –movido su corazón a misericordia por las muchedumbres- multiplicar los panes y los peces y regalar a la viuda de Naím su hijo resucitado a la nueva vida y restituir a Lázaro, resucitado, al cariño de sus hermanas…

Acércate a Jesucristo, hermano mío; acércate a Jesucristo en el silencio y en la laboriosidad de su vida oculta, en las penas y en las fatigas de su vida pública, en su Pasión y Muerte, en su gloriosa Resurrección.

Todos hallamos en El, que es la causa ejemplar, el modelo, el tipo de santidad que a cada uno conviene. Si cultivamos su amistad, lo conoceremos. Y en la intimidad de nuestra confianza con El escucharemos sus palabras: Exemplum dedi vobis, ita et vos faciatis: te he dado el ejemplo: obra como Yo lo he hecho.

Pero antes de terminar, levanta confiadamente tu mirada a la Santísima Virgen. Pues Ella supo, como ningún otro, llevar en su corazón la vida de Cristo y meditarla dentro de sí: María conservabat omnia verba haec conferens in corde suo. Recurre a Ella, que es Madre de Cristo y Madre tuya. Porque a Jesús se va siempre a través de María”.

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martes, 2 de marzo 2021

JESÚS, COMO AMIGO
Capítulo 1, 1ª parte, del libro Ascética meditada, autor Salvador Canals
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"En este puñado de tierra que son nuestras pobres personas –que somos tú y yo-, hay, amigo mío, un alma inmortal que tiende hacia Dios, a veces sin saberlo: que siente, aunque no se dé cuenta, una profunda nostalgia de Dios; y que desea con todas sus fuerzas a su Dios, incluso cuando lo niega.

Esta tendencia hacia Dios, este deseo vehemente, esta profunda nostalgia, quiso el mismo Dios que pudiéramos concretarla en la persona de Cristo, que fue sobre esta tierra un hombre de carne y hueso, como tú y como yo. Dios quiso que este amor nuestro fuese amor por un Dios hecho hombre, que nos conoce y nos comprende, porque es de los nuestros; que fuera amor a Jesucristo, que vive eternamente con su rostro amable, su corazón amante, llagados sus manos y pies y abierto su corazón: Iesus Christus heri et hodie, ipse et in saecula, que es el mismo Jesucristo ayer y hoy y por los siglos de los siglos.

Pues ese mismo Jesús, que es perfecto Dios y hombre perfecto, que es el camino, la verdad y la vida, que es la luz del mundo y el pan de la vida, puede ser nuestro amigo si tú y yo queremos. Escucha a 
San Agustín, que te lo recuerda con clara inteligencia con la profunda experiencia de su gran corazón: Amicus Dei essen si voluero, sería amigo de Dios si lo quisiera.

Pero para llegar a esta amistad hace falta que tú y yo nos acerquemos a Él, lo conozcamos y lo amemos. La amistad de Jesús es una amistad que lleva muy lejos: con ella encontraremos la felicidad y la tranquilidad, sabremos siempre, con criterio seguro, cómo comportarnos; nos encaminaremos hacia la casa del Padre y seremos, cada uno de nosotros, alter Christus, pues para esto se hizo hombre Jesucristo: Deus fit homo ut homo fieret Deus, Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios.

Pero hay muchos hombres, amigo mío, que se olviden de Cristo, o que no lo conocen ni quieren conocerlo, que no oran y no piden in nomine Iesu, en nombre de Jesús, que no pronuncian el único nombre que puede salvarnos, y que miran a Jesucristo como a un personaje histórico o como una gloria pasada, y olvidan que El vino y vive ut vitan habeant et abundantius habeant, para que todos los hombres tengan la vida y la tengan en abundancia.

Y fíjate que todos estos hombres son los que han querido reducir la religión de Cristo a un conjunto de leyes, a una serie de carteles prohibitivos y de pesadas responsabilidades. Son almas afectas de una singular miopía, por la cual ven en la religión tan sólo loo que deprime; inteligencias minúsculas y unilaterales, que quieren considerar el Cristianismo como si fuera una máquina calculadora; corazones desilusionados y mezquinos que nada quieren saber de las grandes riquezas del corazón de Cristo; falsos cristianos, que pretenden arrancar de la vida cristiana la sonrisa de Cristo. A éstos, a todos estos hombres, querría yo decirles: Venite et videte, venid y veréis. Gustate et videte quoniam suavis est Dominus, probad y veréis qué suave es el Señor.

La noticia que los ángeles dieron a los pastores en la noche de Navidad fue un mensaje de alegría: 
Ecce enim evangelizo vobis gaudium magnum, quod erit omni populo; quia natus est vobis hodie Salvator, qui es Christus Dominus, in civitate David. Vengo a anunciaros una gran alegría, una alegría que ha de ser grande para todo el mundo: que ha nacido hoy para vosotros el Salvador, que es Cristo nuestro Señor, en la ciudad de David.

El esperado de las gentes, el Redentor, el que habían ya anunciado los profetas, el Cristo, el Ungido 
de Dios, nació en la ciudad de David. El es nuestra paz –ipse est pax nostra- y nuestra alegría; y por 
ello invocamos a la Virgen Maria, Madre de Cristo, con el título de Causa nostrae laetitae, causa de nuestra alegría".

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lunes, 1 de febrero de 2021

PRUDENCIA, COMO ALGO NECESARIO, IMPRESCINDIBLE

En ocasiones, el modo de pensar, actuar y gobernar, lo calificamos de improvisación,
de carencia de sentido común. También se podría llegar a decir, poco reflexivo, carente
absolutamente de la prudencia. Dice el Diccionario de la Lengua Castellana:
  Una de las cuatro virtudes cardinales, que enseña al hombre a discernir lo bueno y
lo malo, para adoptarlo ó rechazarlo. Prudencia, Cordura, juicio, templanza.

Muchas son las enseñanzas sobre la Prudencia en las Sagradas Escrituras. En el Libro 
de los Proverbios 16,23: Corazón del sabio hace prudente su boca, y sobre sus 
labios crece la persuasión.

En los Evangelios, nos enseña Jesucristo y refiere San Mateo: 7, 24; 24, 45; 25, 1-2:
1) Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como 
un hombre prudente que edificó su casa sobre roca..;

2) ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien su señor puso al frente de
la servidumbre…;


3) Entonces el Reino de los Cielos será como diez vírgenes, que tomaron sus lámparas 
y salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes..

Si esto no fuera suficiente, en el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1806: La prudencia 
es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero 
bien y a elegir los medios rectos para realizarlos…

Esta virtud implica tres actos que enseña Santo Tomás de Aquino (2, 2) en la Suma Teológica:
deliberar, juzgar, ordenar.

La prudencia necesaria para gobernar, dirigir, también para saber y querer obedecer. Relacionada
con la inteligencia y la humildad, más, en la razón que orienta hacia una acción. Sabe escuchar
antes de decidir o actuar. Nos sitúa ante la realidad, a la vez que controla los estados de ánimo, entusiasmos, temperamento, que nuestro obrar sea objetivo, oportuno, real, necesario, y que nos
lleva a tomar determinaciones y admitir los consejos y verdades de fe, a decidir, a querer y obrar
(no ser cerril, tampoco ofuscarse).

También existe y puede darse la falsa prudencia.
  Las dificultades te han encogido, y te has vuelto “prudente, moderado y objetivo”.
Recuerda que siempre has despreciado esos términos, cuando son sinónimos de cobardía,
apocamiento y comodidad.      (
San Josemaría, Surco nº 101)

El conocido libro de Alexandre Havard, “Liderazgo virtuoso”, p. 93
  Prudencia, cómo decidir bien: Quien desee dirigir y servir a otros debe desarrollar su
capacidad de elegir bien: debe cultivar la prudencia, virtud que hace que decidamos bien 
y eficazmente.Mediante la prudencia los líderes captan la realidad en toda su complejidad 
(en su caso, en toda su simplicidad), y toman decisiones adecuadas a esa percepción.

Antonio Millán Puelles, prestigioso profesor, en su conocida obra Fundamentos de filosofía,
p. 630 y 631 dice:

  Todos los preceptos de la ley natural fluyen de un primer precepto o principio, que es, en el
orden de la razón práctica, lo que el principio de (no) contradicción en el plano de la razón 
especulativa. La ley civil procede de la necesidad de organizar la sociedad, en la que el hombre
tiene que vivir, puesto que a ello está destinado por virtud de la ley natural misma.


Prudencia al hablar y obrar responsablemente, máxime, si parte de una vida cristina,
conciencia bien formada, hombre de bien.

Madrid, Santo Tomás de Aquino, 28 de enero 2021


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lunes, 18 de enero de 2021

                 EL  LIBRO  Y  MIS  AMIGOS  POR  EL  LIBRO

“Habría que hablar, por ejemplo, del libro en el que se narra la historia de un pueblo. Y no me estoy refiriendo a la narración como recuerdo de un individuo, o como resultado de la investigación histórica, sino en el sentido en que ese pueblo hace historia, que tiene en sí mismo algo que funda, forma y conserva” (Romano Guardini, Elogio del libro, p. 58)

No trato de vender ningún libro; tampoco comentar nada de la edición e impresión, sí en cambio, sacar algún partido a la conocida frase: Recordar es Volver a vivir, la que me hace actualizar y retroceder en el tiempo, teniendo como muy presentes, cercanos, a tantas amistades que me ha proporcionado mi profesión a lo largo de 58 años, los que me han permitido trabajar, aprender, vivir, viajar mucho y disfrutar, y el haber conocido a cientos de personas, obteniendo la mayor de las veces una buena sintonía, fraguándose la amistad. Son muchas las ocasiones, además de los obligados temas profesionales, salen otros, con naturalidad, por amistad y confidencia, cuestiones personales: entorno familiar, la vida cristiana, la creencia en Dios, y cómo no, el alejamiento de la Iglesia y nula la frecuencia de sacramentos. He de confesar, esta profesión, me ha enseñado a fomentar y cuidar la amistad, ver la riqueza y variedad de caracteres y modos de pensar y actuar tan distintos, con abundancia de cultura y buen saber que se da con abundancia en el gremio.

Qué duda cabe, la amistad es un valor permanente, una sincera y recíproca correspondencia. Me gusta recordar –también de tenerlo presente- una enseñanza propia para toda buena relación de Josemaría Escrivá de Balaguer: Comprender, disculpar, perdonar.

Por lo que se refiere a Madrid, entre otras, están las muchas ocasiones de relacionarse, pudiéndolas denominar oportunidades gremiales: Las Ferias del Libro, en el Paseo de Recoletos, años después en el Retiro; los Congresos nacionales del libro, celebrados en Barcelona, Canarias, Valencia, La Coruña, Madrid, Valladolid, Oviedo, etc.; las comidas de los libreros de Madrid el día 12 de cada mes; las reuniones gremiales en el INLE, Instituto Nacional del Libro Español (una época en la calle Princesa, después en Santiago Rusiñol), hoy Cámara de Comercio del Libro. Luego estarían las visitas o entrevistas más personales, pues en mi caso, el viajar era una obligación, también compromiso todas las ciudades de España, visitando las librerías, en otras ocasiones, a las editoriales, los Centros Coordinadores de Bibliotecas.

Cito brevemente, algunas de las personas que de algún modo tengo un recuerdo por algún especial motivo, algunos de ellos se marcharon (q.e.p.d.):

Libreros: Antonio Rubiños, Juan Grabulosa/Hormiga de Oro; Hnos. Manso/Luz y Vida; Julio Rojo/Ojanguren; Mercedes Palet/Garbí; Paco Gugel /Martínez de Murguía; Amelia Ortí/Ideas; Felipe Alfaro; Enrique Bataller; Antonio Matey, Fernando Arenas; Jesús Alcrudo; José Mª Boixaareu/ Hispano Americana; Rafael Rodríguez/Religiosa; Pepe Latorre/Nuevas Estructuras; Sebastián y Pedro Fabregues/Hogar del Libro; Emma y Male Guajardo/Beityala, etc.

Editores: Alex Rosal-Carmelo Arias/LibrosLibres; Kamperberge - Antonio Valt /Editorial Herder; Francisco Asís Martín-Carmen Deleyto/Palabra; José Antonio Martínez Puche/Edibesa; José Luis Maldonado/Rialp;Joaquín Subirats/Planeta; Gabriel Revuelta/Ciudad Nueva; Antonio Roche/Everest; Jesús Mate/Don Bosco; José Luis Gutiérrez-José A. Herrero/BAC; Miguel Lirio/CPL; P. Fernando Domingo/Monte Carmelo, J. Jordán Seguí/ Plaza Janés; Jesús Pol/ Pirámide; Inocencio Feijóo/ Fulgraf, etc.

Compañeros de trabajo: Jaime Closas, Ulises Farreras, Eugeniano Barrera, Raúl París, Pedro Rodríguez, María Josefa y Pepita Real, José A. Pato, José Gimeno, Carmen Martín, Vicente Gil, Conchita Gómez, etc.

Madrid, 17 de enero 2021

                                                ooooooooooooooooooooooooo


viernes, 20 de noviembre de 2020


      CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
                                  edición octubre 1992

EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, es reconocida como la mejor y más e importante publicación a lo largo del pasado siglo, contenido y escrito en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II, por encargo del Papa Juan Pablo II y que la llevaron a cabo: seis años de duro trabajo, 
bajo una comisión de doce cardenales y obispos, presidida por el cardenal Ratzinger, un comité de redacción de siete obispos expertos en teología y catequesis, cuyo proyecto fue objeto de una amplia consulta a todos los obispos católicos, a sus Conferencias episcopales o Sínodos, a institutos de 
teología y catequesis. Cuantiosas personas cualificadas, garantizan rigurosidad y seguridad. Se trata 
de una exposición documentada de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguada por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico y como norma segura e instrumento válido para la enseñanza de la fe.

Su contenido es válido para todos, creyentes o no, pues las materias que aborda, en su mayoría se pueden considerar de la ley natural y por tanto, es el mejor aporte a la persona humana, a la que 
facilita su total vinculación y dependencia con su Creador, también, retos y notas de conducta, 
que le indican caminos y normas de vivir y comportarse favoreciendo la convivencia , sin perder 
nunca de vista: toda persona está compuesta de cuerpo y alma, lo humano mejora y se complementa 
con lo divino, que se funde lo humano-sobrenatural.

En sus 2865 números, entre otros, aborda la profesión de fe, cómo Dios sale al encuentro del 
hombre y la deseada respuesta de éste; la Verdad y la permanente enseñanza de Dios Padre, 
Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; conocer y vivir los Sacramentos; profundizar en la persona de Jesucristo, Dios y hombre verdadero; la Raza Humana: Persona y Sociedad, participación en la 
vida social, suscribiendo el enseñar, descubrir, apreciar y valorar la dimensión y proyección de 
las virtudes: prudencia, justicia, fortaleza, templanza,; la ley moral: Los Diez Mandamientos: 
¿qué he de hacer?; la vida de oración, sencilla y magistral explicación del Padre Nuestro, oración enseñada por el mismo Cristo, también patente en los Evangelios.

De conocerse el Catecismo, muchos, pensarían y actuarían de modo diferente, más esperanzados y alegres. Sin duda, también, ayudaría a situarlos en un mundo más real y humano, habitable. Muchas cosas se arreglarían si se conociese y se escuchase a Dios, la Verdad que debe presidir y orientar 
nuestra vida, facilitando la convivencia sin adulterar la libertad y la responsabilidad, los derechos y deberes que a todos nos afectan.

Es preciso se reconozca en cada hombre un alma única y permanente unida a un cuerpo humano, conocimiento que se adquiere mediante la formación “Quiero un laicado inteligente y bien instruido. 
No niego que lo seáis ya: pero quiero ser exigente o incluso, como dirían algunos, excesivo en mi petición. Deseo que desarrolléis vuestro conocimiento, para cultivar la razón, para arrojar luz sobre 
la relación entre una verdad y otra, para aprender a ver las cosas como son, cómo la fe y la razón se sostienen una a otra, cuales son los fundamentos y principios del catolicismo.
     (Cardenal Newman, Conferencias sobre la posición actual de los católicos)

Es posible se encuentre en nuestra biblioteca este Catecismo, sin embargo, vale la pena repasarlo 
poco a poco, consultarlo y seguro, se enriquecerá nuestra vida como persona y podremos sugerir, recomendar a otros; también éstos podrían leerlo y beneficiarse de su contenido.

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sábado, 24 de octubre de 2020

                EXIGENCIAS DEL AMOR A DIOS

    “El amor que Dios nos pide es un amor total, absoluto: ex toto corde, ex tota 
anima, ex tota virtute, ex tota mente… El carácter absoluto de ese amor no es 
difícil de entender: deber ser incondicionado, no relativo a algo ajeno a Dios. 
Esa incondicionalidad implica, por ejemplo, que Dios debe ser amado en cualquier circunstancia: en la prosperidad y en la adversidad; en la salud y en la enfermedad; 
en la paz y en la guerra; en la alegría y en el dolor; cuando las expresiones externas 
de ese amor parecen estar de moda, y cuando conllevan la persecución y la misma 
muerte; cuando amar a Dios supone incluso un desgarrón doloroso en el querer 
íntimo del hombre (familia, amistades…).

San Agustín, comentando la totalidad del amor debido a Dios, decía a quienes 
escuchaban su predicación: “Qué queda de tu corazón, para amarte a ti mismo?, 
¿qué de tu alma?, ¿qué de tu mente? “Ex toto” dice. Todo te exige quien te hizo” 
(Sermones, 34, 4,7). Dios debe ser amado totalmente, no parcialmente; es decir, 
no como un objeto de amor entre otros, ni siquiera como el más importante. Es 
amor a Dios debe englobar, comprender –y fundamental- todo otro amor; a nosotros 
mismos y a los demás: “Jesús no se satisface compartiendo: lo quiere todo” 
(Josemaría Escrivá, Camino 155).

En esa totalidad del amor a Dios, cabe distinguir algunos aspectos particulares. 
Amar totalmente a Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- en primer lugar significa 
amar también todo lo que a Dios se refiere: La Humanidad Santísima de Jesucristo 
especialmente; y luego, la Santísima Virgen, Madre de Dios; la Iglesia: “ No puede 
tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre” , escribía san Cipriano 
el año 251. No ama verdaderamente a Dios quien no ama a la Iglesia. Y, por lo mismo, 
no ama totalmente a Dios quien no ama todo lo que Dios ama: a las criaturas todas.

En según lugar, podemos y debemos amar totalmente a Dios, en el sentido –ya antes mencionado- de que ese amor englobe y fundamente todo otro amor. En tercer lugar, 
amar totalmente a Dios sería amarle todo lo que Él puede ser amado: en realidad, 
esto no es posible, por ser Dios infinito, no abarcable por capacidad creada alguna!.

En un extracto, del libro de Fernando Ocáriz, Amar con obras: a Dios y a los hombres, p. 75-76)



viernes, 2 de octubre de 2020

     AGRADECIMIENTO. Su contario, INGRATITUD

Principalmente, en la familia se educa, se aprende y se adquiere el adecuado bagaje 


como persona. También se adquiere, el apropiado clima de convivencia, de ser 
agradecidos, por la ayuda o favores que se recibe y éstos los sabe ponderar y 
compartir en la sociedad: escuela, universidad, centro de trabajo, vida social, etc. 
Sin duda, facilita la convivencia y, en muchas ocasiones, es la debida respuesta de 
valorar y apreciar a las prestaciones o favores recibidos.

Ignoro si hoy en algunas familias se aprecia, se valora y se vive en ese agradecimiento. 
En la calle, vida social, medios de comunicación, si parece que se podría mejorar. 
No se puede perder el valor de las palabras. Casi un reto: conocer y valorar el 
vocabulario

Reza el refrán castellano: Es de bien nacidos ser agradecidos. Y el Centro Virtual 
Cervantes, da como significado: Las personas que se han criado en una buena familia 
saben reconocer y agradecer a quienes les prestaron ayuda.

Dice san Agustín, Epistolario 72: ¿“Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, 
pronunciar con la boca, escribir con la pluma que estas palabras, Gracias a Dios? 
No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, no oír con mayor alegría, 
ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad”.

Al carecer de un reconocimiento, se puede llegar con facilidad a la Ingratitud. 
Esa persona que no valora ni aprecia los favores o ayuda que le prestaron. 
Carencia, falta de agradecimiento. Carencia de formación, educación, incluso, 
persona y actitud rara.

En el Evangelio de san Lucas, 17, 11-19: Jesús, en el camino hacia Jerusalén, 
encuentra a diez leprosos que se detuvieron a lo lejos. Desde la distancia, éstos 
le piden ser curados. El Señor les manda ir mostrarse a los sacerdotes como estaba preceptuado en la Ley del Levítico, 14, 2. Continúa el relato, que solo uno, 
el samaritano, vuelve seguidamente a dar gracias al Señor. Ante lo cual dijo Jesús: 
¿No son diez los que han quedado limpios?

Hablar de agradecimiento, es naturalidad, sencillez, comprensión, hacer grata la 
vida social, la convivencia. Otra cita ilustra lo referido. Josep Alegre Villarroya, 
El Respeto, p. 111 dice: “Ser natural, sencillo, tolerante, comprensivo, disponible… 
son valores básicos que nos hacen ser, hablar, pensar, divertir, comportar de una 
manera respetuosa. De hecho, el respeto debe encadenar una serie de cualidades 
y actitudes, propias de la persona educada”.
 
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sábado, 19 de septiembre de 2020


              CUANDO LAS ARMAS SON LAS LETRAS

    Me ha llamado la atención, me ha gustado, el artículo que encabeza el presente, 
además con el subtítulo: Lenguaje, política y verdad según Orwell, siendo su autor 
Enrique García-Máiquez, publicado recientemente en Nueva Revista, en su número 174:

“A través de la obra de Orwell se puede asistir a un análisis pormenorizado del potencial político de la palabra y de las consecuentes tentaciones de instrumentalizarla. Más que diferenciar, como los clásicos, las armas y las letras, hoy lo más necesario es alertar de que armas son las letras. Que Orwell lo hiciera explica su relevancia actual en un contexto en el que las tensiones alrededor del lenguaje político no hacen más que crecer. Por fortuna, los antídotos contra la demagogia y la ideologización que él también propuso no han caducado ni perdido su eficacia.

El Poder de la Palabra. La originalidad de Orwell no estriba en sus presupuestos teóricos. 
La importancia política de la palabra es un clásico de la lingüística, de la política y de la filosofía. El catedrático Alfonso López Quintás la resume, partiendo de un ejemplo elemental, en Cómo formarse en Ética a través de la Literatura (Rialp 2008). “El lenguaje otorga dominio. Merced al lenguaje podemos otorgar perfiles netos y ámbitos de realidad indefinidos, que parecen escapar a nuestro conocimiento y control. Sientes un dolor difuso en un costado, y no sabes con precisión de qué puede tratarse. […] El médico analiza tu dolencia y te da el diagnóstico, es decir, le pone un nombre el dolor […] Está localizado, definido merced al poder el lenguaje. Poner nombre a las cosas es, desde Adán, señal de soberanía”

Pero las palabras, como el poder, como la soberanía que de ellas se desprende, pueden usarse sabia o torpemente; lo cual tiene consecuencias políticas inmediatas que se retroalimentan en un vertiginoso círculo vicioso. Orwell lo explica en “La política y la lengua inglesa”: Un hombre puede darse a la bebida porque se considere un fracasado, y fracasar entonces aún más porque se ha dado a la bebida. Algo parecido está ocurriendo con la lengua inglesa. Se vuelve fea e inexacta porque nuestros pensamientos rayan en la estupidez, pero el desaliño de nuestro lenguaje nos facilita caer en esos pensamientos estúpidos”….

La Verdad y la Belleza como antídotos. Como si hubiese estudiado la relación expuesta por Orwell entre un lenguaje acendrado y un pensamiento acertado y un pensamiento acertado, y la contradicción a muerte entre la demagogia política y el sentido prístino del idioma, el filósofo y político francés François-Xavier Bellamy (París, 1985) resume en su reciente ensayo Permanecer (Encuentro, 2020): “La verdadera urgencia política es resucitar el lenguaje. Tenemos que recuperar junto el sentido de lo real y para eso tenemos que recuperar juntos el sentido de las palabras. Esto es como decir, y no hay nada de abstracto 
en ello, que la verdadera urgencia es, en realidad, poética”

Orwell no nos trae solo hasta el convencimiento de esta necesidad, sino que da un paso más y nos muestra cómo hay que reconstruir ese lenguaje. Lo hace con inesperada esperanza: 

“La decadencia del lenguaje es algo que probablemente se puede curar […] gracias a la acción consciente de una minoría”.

En el Congreso, en el Senado, en todos los estamentos políticos, también en los medios de comunicación, más les valdría, conocer bien el lenguaje y su correcta aplicación, como antes aludía, aplicando la Verdad y a Belleza de cada uno en sus ponencias, argumentaciones, discursos, etc.
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sábado, 12 de septiembre de 2020


TEOLOGÍA Y SENSATEZ  Se trata de un libro, publicado por la Editorial Herder en 1972, que contiene mucha teología, sin duda, los teólogos sacarán rendimiento, pero también, ología que necesita todo hombre para vivir cuerdamente en la realidad, es decir, para ser sensato, materia prima que todos necesitamos. Recomendable y reseño un pequeño comentario sobre:

                                            LA ESCALA DE LO REAL
"El cristianismo es una religión histórica: el tiempo ha sido siempre su carta dimensión. En el estudio de las relaciones del hombre con Dios el tiempo es vital. Su relación con Dios tiene una historia, una forma, un desarrollo, de hecho trama. Importa enormemente cuándo nació un hombre. No se trata de un mundo estático y superior con el que el hombre ha mantenido, y sólo podía haber mantenido, una relación fija y constante. Entre el mundo y nosotros ha habido un buen número de cambios en cuanto a las relaciones. Las cosas que han sucedido forman parte de nuestra religión tanto como las cosas mismas que ahora existen. Desconocer la historia es no conocer la religión, y no conocer la religión es no conocer la realidad. Pues los hechos de religión no son simplemente hechos de religión, sino hechos, los hechos más importantes….

En resumen, contemplamos la circunstancia como reducible a una acción de tres actores en cuatro actos. Los actores son Dios, Adán, y Cristo: todos ellos se han relacionado con nosotros de varios modos, y no tenemos la menor esperanza de poder entendernos a nosotros mismos si no les entendemos previamente a ellos.

Los actos corresponden a los siguientes cuatro acontecimientos: la creación, la caída, la redención y el juicio. Conociendo esta circunstancia tenemos conciencia de dónde nos hallamos, de lo que somos y para qué existimos; conociendo la totalidad podemos conocer el lugar que ocupamos en la acción y establecer nuestra relación con cualquier otra cosa que se dé en ella. No nos es dado alterar la circunstancia, pues ella es la realidad. Como ya hemos dicho no nos es posible escapar de ella, no existe ningún lugar al que escapar, pues aparte de ella sólo existe la nada. La única cosa que se nos ha dejado a nuestra propia elección es la actitud mental que podemos adoptar frente a ella…

La madurez es la preparación para aceptar la realidad, cooperar con la realidad, no estrellarse contra la realidad, y recuérdese que la realidad que aceptamos no significa ninguna situación que suceda simplemente por casualidad, ni que de hecho se halle dentro de nuestras posibilidades el cambiar, sino solamente el vasto armazón de la realidad que por voluntad de Dios es precisamente tal como es.

Existimos en un universo y por tanto el universo como nosotros hemos sido creados por Dios, mantenidos en la existencia en cada instante por Dios; comenzamos a vivir nacidos de Adán y envueltos en los resultados de su caída: estamos destinados a un destino sobrenatural y sólo podemos alcanzarlo entrando en posesión de una vida sobrenatural por medio de renacer en Cristo nuestro Redentor. Únicamente alcanzamos nuestra propia plenitud, es decir la condición de ser todo cuanto estamos llamados a ser y de obrar… No tener conciencia de uno cualquiera de los elementos que se dan en ellos es falsificarlo todo”
                             Rfcia. en las pp 323 ss. de la mencionada publicación
                       
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sábado, 29 de agosto de 2020

                                  LA MISERICORDIA DIVINA

Dios es misericordioso, y ese divino atributo es como la brújula y guía y necesaria para la historia de cada hombre. En la medida que mejor la conozcamos, valoremos, vivamos y agradezcamos, nos enriquecerá y podremos dar más gloria a Dios.

Dice Santo Tomás (Suma Teológica, 2,2), La misericordia es lo propio de Dios, y en ella se manifiesta de forma máxima su omnipotencia

Dios misericordioso y clemente Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro (cf. Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33, 12-17)

Excelente desarrollo acomete al Papa Juan Pablo II, en la Encíclica Dives in Misericordia, sobre la Parábola del hijo pródigo (30 noviembre 1980): 
 
“Ya en los umbrales del N. T. resuena en el Evangelio de san Lucas una correspondencia singular entre dos términos referentes a la misericordia divina, en los que se refleja intensamente toda la tradición vétero-testamentaria. Aquel hijo, que recibe del padre la parte del patrimonio que le corresponde y abandona la casa para malgastarla en un país lejano, viviendo disolutamente, es en cierto sentido el hombre de todos los tiempos, comenzando por aquél que primeramente perdió la herencia de la gracia y de la justicia original…La parábola toca indirectamente toda clase de rupturas de la alianza de amor, toda pérdida de la gracia, todo pecado… La analogía se desplaza claramente hacia el interior del hombre…”

La aludida Parábola del hijo pródigo, se puede repasar, leyendo el Evangelio de san Lucas, 14, 11-32, y puede completarse, con el siguiente texto:

“La ley judía preveía que el hijo más joven recibiría un tercio de la fortuna de su padre (Deuteronomio 21, 15-17). Y aunque la división de las propiedades del padre podía hacerse en vida, los hijos no accedían a la herencia hasta después de su muerte (Ecl 33, 20-24). Conociendo estos datos, la forma de actuar del padre de la parábola, que representa a Dios mismo, está ya insinuada desde el comienzo del relato. Esta parábola, en efecto, nos muestra la bondad del padre que olvida todo lo que hizo contra él el hijo. Una bondad que no es comprendida por el hijo mayor que representa a los escribas y fariseos….

Esta parábola, central en el mensaje cristiano sobre Dios, quiere ser una invitación a descubrir en el amor del padre de la parábola la bondad y el perdón de Dios; una invitación a dejarse arrastrar por su dinámica de amor y a participar de su alegría. Es algo que no puede ser comprendido desde la “justicia” estricta de los hombres, tal como la expresa el hermano mayor”.

(Varios autores, Comentario al Nuevo Testamento, p. 234, La Casa de la Biblia)
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jueves, 27 de agosto de 2020
 
   LA  CULTURA  DEL  MIEDO

Para superar la tendencia fatalista de la cultura del miedo, Frank Furedi concluye su libro (1) con una propuesta de cambio sobre el modo de socializar a las nuevas generaciones.


“Las nuevas actitudes modernas sobre la crianza y la educación desempeñan un papel principal en el aumento de la importancia concedida al miedo en nuestra vida”.

“Que algo realmente importante ha fallado en la socialización de los jóvenes se demuestra por las numerosas iniciativas lanzadas para proporcionar a los niños y a los jóvenes más autoestima, más confianza, más resiliencia o más valentía. (…) Desgraciadamente, la introducción de una nueva moda es difícil que mejore la situación, ya que apela a una técnica para resolver un problema de socialización”.

“Los que propugnan enseñar resiliencia y valor asumen erróneamente que esas técnicas pueden servir para formar el carácter de los niños. Este enfoque tiende a percibir el carácter como resultado de una técnica que se adquiere con entrenamiento. Pero cualquiera que haya dedicado tiempo y esfuerzo a cultivar el carácter en las aulas sabe que de lo que se trata es de estimular el desarrollo de las cualidades morales. El carácter es un concepto moral que implica la posesión de virtudes, la más importante de las cuales es tener buen juicio”.

“Los adultos deben abandonar su confianza unidimensional en la validación terapéutica como primer instrumento de socialización. Necesitan tomarse más en serio la educación moral de los jóvenes”.

“El modo actual de proteger a los niños no les ayuda a estar más seguros, ya que los impulsa a ser esclavos de su seguridad”

“Calificar a los niños como grupo ‘vulnerable’ y ‘de riesgo’ no les hace ningún favor. Padres, profesores y otros adultos quieren naturalmente proteger a los niños de los posibles daños. Pero el modo actual de proteger a los niños no les ayuda a estar más seguros, ya que los impulsa a ser esclavos de su seguridad. Este ethos de protección infantil refuerza una prolongación de la dependencia –innecesaria y sin precedentes– respecto a los padres y los adultos. (…) En vez de aislar a los niños de los aspectos estresantes y amenazantes de la vida, deberían ser educados para comprenderlos y para desarrollar su capacidad de manejar las experiencias decepcionantes y dolorosas”.

Miedos de adultos
Esta fijación en la seguridad de los niños es en el fondo un recurso de los adultos contra sus propios miedos, sostiene por su parte el psiquiatra norteamericano Mark McDonald. En una sesión pública convocada por las autoridades escolares de Orange County (California) a propósito del coronavirus, McDonald dijo (su intervención fue recogida en parte por 
The Wall Street Journal, 15-07-2020):

“Los padres habremos de afrontar muchos momentos de ansiedad: ver a nuestros hijos ir por primera vez a la guardería, a su primer campamento, a su primer día en la universidad. Quizá queramos tenerlos en casa para protegerlos del mundo, que puede ser sin duda temible. Pero seamos claros: cuando obramos así, en realidad no estamos protegiendo a nuestros hijos. Solo intentamos gestionar nuestra propia ansiedad, y eso va en perjuicio de ellos”.

“Hemos de tomar decisiones en el mejor interés de los hijos. Si no –si, paralizados por el miedo, seguimos actuando por puro interés propio–, criaremos a toda una generación de jóvenes traumatizados, condenados a adolescencia perpetua en casa de sus padres, incapaces de abrirse paso en la vida con independencia, valentía y confianza. Ellos se merecen algo mejor, y nosotros se lo debemos como padres”.

(1) Frank Furedi, How Fears Works. Culture of Fear in the Twenty-First Century, Bloomsbury Continuum, Londres (2018). ACEPRENSA, 27.VIII.2020

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agosto 2020

  Limitaciones y lamentaciones en nuestra sociedad
                             la posverdad

Para que algo mejore, requiere, además de buena voluntad, el empeño y tesón de luchar, después de un sincero examen, donde se aprecien las deficiencias y obstáculos que debamos superar. Lamentaciones, mejor, crítica constructiva la que debería venir aportando soluciones.

Las deficiencias y limitaciones que se vienen advirtiendo en muchos campos; todas las manifestaciones de la vida: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida familiar y la convivencia social, toda ello, implica a gran parte de la sociedad: hombres de estado, políticos, educadores, padres de familia, medios de comunicación (periodistas), etc. todos aquellos llamados a educar y formar. Todos ellos, en primer lugar, deben aportar además de su experiencia y profesionalidad, la aportación moral de la persona, imprescindible ir por delante, con su comportamiento ejemplar, coherente.

Hoy está muy presente, la posverdad, falta de educación, el mal ejemplo, no hablar por compromiso, etc. y a menudo: lo políticamente correcto . 
 
“La post-truth se nutre básicamente de las llamadas fake news, falsedades difundidas a propósito 
para desinformar a la ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos. Eso es 
lo que con una precisión y economía lingüística admirables nuestra lengua denomina bulo: Noticia 
falsa propalada con algún fin”, según reza el diccionario”.
      (Darío Villanueva, Nueva Revista, nº 174, p.8)

Si de veras se desea educar y formar, requiere el buen comportamiento personal y hablar, no cabe ser mudo, ni por timidez, ni comodidad ni hipocresía. (Libro de Surco nº 308): No se puede separar la religión de la vida, ni en el pensamiento, ni en la realidad cotidiana. Hay una profecía en la Sagrada Escritura, del profeta Ezequiel, quizá referidas a los pastores: obispos y sacerdotes. También pueden 
ser extensivas a todos los citados anteriormente:

“Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles: “¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?... No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo… Así dice el Señor: Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a sí mismos los pastores…”
                    (Sagrada Biblia, Ezequiel, 34, 1-11)
  
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miércoles, 22 de julio de 2020

CRISTIANOS EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI

Es el título de un libro que acaba de publicarse. Se trata, de un entrevista con Monseñor Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, que le hace Paula Hermida, publicado por Ediciones Cristiandad.

He comenzado a leerlo y me ha parecido de interés, seleccionar algunas de las respuestas, que trataré de reseñar en dos o tres ocasiones. Hoy va la primera:

Cada tiempo tiene sus peculiaridades, sus luces y sus sombras. Analizar un momento histórico poniendo el énfasis en lo que no va, no sería justo. No podemos olvidar que, sin ignorar los problemas propios de cada época, Dios es el Señor de la Historia. Es Él quien nos ha dado este mundo para cuidarlo y dirigirlo a su gloria, nos lo ha dejado en herencia y cuenta con nuestro esfuerzo para hacerlo cada día mejor. (página 25)

Cada uno, desde su lugar y situación en el mundo, puede adoptar estilos de vida que reflejen una auténtica pobreza cristiana, que no se construyan sobre una comodidad egoísta, sino sobre un compromiso responsable con los demás. Puede que no sean grandes decisiones, pero de pequeñas acciones está construida también la historia humana. P0r eso, es urgente que cada uno tenga una actitud constante de agrandar el corazón, para que entren en él todas las preocupaciones, necesidades y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
( p. 27)

Cada día hay más personas que, por distintos motivos, se deciden por una vida templada, por una vida que prescinde de lo superfluo. Muchas veces ni siquiera habían escuchado hablar de las virtudes de la sobriedad o de la templanza, muchos menos de la felicidad que estas nos procuran. Por ejemplo vivir desprendido de las cosas materiales da al alma una gran libertad y permite al corazón estar donde importa. No se trata de despreciar los bienes materiales. La virtud cristiana de la pobreza, que lleva a usar de los bienes materiales en cuento son necesarios y en su justa medida, tiene su fundamento en el amor, nos ayuda a ser libres para amar. (P. 28)

El corazón, la razón y la voluntad han de trabajar juntos. Cuando el sentimiento no tiene raíces y es un “puro sentimiento” no dirigido al amor, fácilmente cambia, y puede llevar nuestra vida de aquí para allá, haciéndonos sufrir en cada desgarro. (p. 29)

A veces nos juzgamos a nosotros mismos como parámetros que no son los más saludables, consideramos desamado importante cosas que tal vez no lo son tanto. Ciertamente, abrirse a Dios y a los demás y reconocer la propia necesidad puede ser todo un desafío. Pero si empezamos por descubrir a Cristo ahí, sabremos también compartir con los demás el consuelo que encontramos en esa ayuda sincera. (p. 31)

Educar a los hijos en la libertad de espíritu requiere un gran empeño. A cualquier padre o madre puede producirle cierta inquietud el uso de la libertad que hagan sus hijos, porque desean su bien en todo. Hay quienes, hablando a los padres, recuerdan que lo importante 
es preparar a los hijos para el camino, y no el camino para los hijos. Es un buen consejo. 
(p. 33)
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miércoles, 15 de julio de 2020


FUNDAMENTOS  DE  FILOSOFIA
 Filosofía, fe y teología


“Por su más alta significación, la filosofía limita con la fe y la teología; en sus aspectos menos trascendentes, con las llamadas ciencias particulares y lo que suele denominarse, en un especial sentido, “concepto del universo”.

Son muy frecuentes las confusiones en torno a la cuestión de la fe. Por ello mismo es necesario, ante todo, precisar el sentido del problema; y, por de pronto, justificar y definir el planteamiento. Por ello es menester que comencemos por una idea de la fe, que no haga superflua su comparación con la filosofía. Si la fe consistiera en algo meramente relativo a nuestra actividad sentimental, no habría por qué contraponerla o enfrentarla a la totalidad de la filosofía; bastaría estudiarla dentro de ésta, como uno de los puntos de la psicología afectiva. Pero en caso que la fe, aunque produzca o determine sentimientos, no es formalmente un sentimiento más. La fe concierne, de una manera propia e inmediata, al entendimiento humano. Creer y no creer son actos que sólo la facultad intelectiva puede realizar.

Por eso no significa que el entendimiento verifique el acto de creer sin necesidad de ninguna ayuda y condición. “Creer –dice santo Tomás- es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina imperado por la voluntad, a la que Dios mueve mediante la gracia. Es el entendimiento, no la voluntad, lo que tiene facultad de asentir o de disentir ante cualquier proposición. Pero en el caso de la verdad divina, que se propone como objeto de creencia en tanto que no es evidente, el entendimiento no puede asentir de una manera espontánea, pues de esta manera sólo lo que es evidente despierta o produce nuestro asentimiento. 

El creer es un acto del entendimiento; pero el “querer creer” concierne a la voluntad.

La filosofía se origine en el entendimiento de una manera puramente natural y humana, pues su objeto lo son verdades asequibles a nuestra capacidad intelectiva, sin la mediación de un especial socorro sobrenatural o divino. Por el contrario, la fe requiere, primero, una especial iluminación: el hecho mismo de que sus verdades sean “reveladas” y, además, que Dios mueva mediante la gracia, a la voluntad que se determina a creer. La filosofía se basa, en resolución, sobre la propia razón humana, en tanto que la fe tiene su última y definitiva garantía en la autoridad divina.

Fe y filosofía, por tanto, no pueden encontrarse en la misma persona respecto de una y la misma verdad. Si una verdad es filosóficamente poseída, es, en efecto, algo que la razón aprehende por sus solas fuerzas naturales, lo que no puede ocurrir en el caso de la fe”

 
(Antonio Millán Puelles, Fundamentos de Filosofía, selección p. 40-42)
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martes, 23 de junio de 2020


SITUACIÓN  DEL  HOMBRE  EN  EL  MUNDO  ACTUAL

“El género humano está viviendo hoy un período nuevo de su historia, en el que cambios profundos y rápidos se extienden progresivamente al universo entero. Provocados por la inteligencia y la actividad creadora del hombre, sobre el mismo hombre repercuten, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre su manera de pensar y de comportarse para con las cosas y para con los hombres. Hasta el punto d que podemos hablar de una verdadera transformación social y cultural, que influye incluso en la vida religiosa.

Como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformación lleva consigo no pequeñas difiultades. Así, aunque el hombre amplía los límites de su poder, sin embargo, no siempre es capaz de mantenerlo sometido a su servicio. Se esfuerza en penetrar más profundamente en lo más íntimo de su espíritu, pero con frecuencia parece más incierto sobre si mismo. Va descubriendo paulatinamente con mayor claridad las leyes de la vida social, pero acaba dudando de la orientación que se le debe dar.

Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico; y, sin embargo, todavía una enorme parte de los habitantes de la Tierra sufren hambre y necesidad, y son muchedumbre los analfabetos. Jamás tuvieron los hombres como hoy un sentido tan agudo de su libertad, y mientras tanto están surgiendo nuevos estilos de servidumbre social y psíquica. Mientras el mundo siente tan a lo vivo su unidad y la dependencia mutua de los individuos es una ineludible solidaridad, se ve desmembrado gravísimamente por fuerzas antagónicas; pues perduran todavía atroces discordias políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, e incluso existe el peligro de una guerra que podría destruirlo todo desde los cimientos….

Trastornados por tan complejas circunstancias, muchos de nuestros contemporáneos están incapacitados para discernir acertadamente los valores eternos y, al mismo tiempo, para concertarlos con los nuevos descubrimientos. De ahí que, zarandeados entre la esperanza y la angustia, les atormenta la inquietud, preguntándose sobre la evolución actual del mundo. Y esta evolución del mundo desafía al hombre e incluso le fuerza a tener que dar una respuesta”.

             (Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral “Gaudium et spes, nº 4)

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mayo, 2020

                              PARA CONOCER Y AMAR AL ESPÍRITU SANTO

Así se titula el libro de una conocida colección de libros divulgativos de tema formación religiosa (o espiritual). Y como para amar es preciso conocer, a continuación se reseñan algunas enseñanzas, definiciones, etc. ¿Quién es el Espíritu Santo?. Forma parte del Misterio de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo dispensa unos dones: El Don de Entendimiento, 
Don de Ciencia, Don de Sabiduría, Don de Consejo, Don de Piedad, Don de Fortaleza, 
Don de Temor de Dios.

         Los Dones del Espíritu Santo:
· ENTENDIMIENTO. Conocimiento más profundo de los misterios de la fe.
· CIENCIA. Nos hace comprender lo que son las cosas creadas, según en designio de Dios.
· SABIDURÍA. Conocimiento amoroso de Dios, y de las personas y las cosas.
· CONSEJO. Una gran ayuda para una conciencia recta. La virtud de la prudencia.
· PIEDAD. Tiene como efecto propio sentido de la filiación divina. Tratar a Dios con afecto.
· FORTALEZA. Proporciona al alma la fortaleza necesaria para vencer obstáculos. Virtudes.
· TEMOR DE DIOS. Temor de ofender a Dios. “amor y temor” decía santa Teresa.

Y unos frutos que se relacionan directamente con el bien del prójimo: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia y castidad.

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El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu Santo. Antes de la Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf Gn 1,2) y “por los profetas” (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípulos y en ellos 
(cf Jn 14,17), para enseñarles (cf Jn 14,16), y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre. 
(CIC n. 243)

El nombre propio del Espíritu Santo. “Espíritu Santo”, tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el bautismo de sus nuevos hijos (cf Mt 28,19). (CIC n. 691)

Los apelativos del Espíritu Santo. Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el “Paráclito”… se traduce habitualmente por “Consolador”, siendo Jesús el primer consolador (cf 1 Jn 2,1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo “Espíritu de Verdad” (CIC n. 693)

“Pero del Espíritu Santo sólo debemos esperar la santidad, y esta santidad no nos será negada, si sabemos perseverar en el esfuerzo y esperar la hora señalada por la divina Providencia. El alma que ha puesto en Dios su confianza no puede quedar confundida” 
                                      (Alexis Riaud, La acción del Espíritu Santo en las almas, p. 11)

“Cuando he tratado, visto y hablado almas que aspiran a la santidad, y que desconocen el camino que a ella conduce con toda seguridad, se me apena el corazón, y es grande por esto mi pena. Para ayudarlas a conseguir lo que desean con tan grande deseo de su alma, voy a decirlas lo que a mí me ha sido dado y enseñado por un sapientísimo Maestro, que es fuente y manantial de Sabiduría y Ciencia…. No pongáis vuestros ojos en lo que cuesta; ponedles en lo que vale; siempre ha sido así: el costar mucho lo que mucho vale. ¿Y qué es el trabajo que ponemos en el propio conocimiento, para lo que por ellos se nos da?
                                         (Francisca Javiera del Valle, Decenario al Espíritu santo, p. 188-89)

“El Espíritu Santo se sirve de la palabra del hombre como de un instrumento. Pero es Él el que interiormente perfecciona la obra” (Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 177.a)

“Dios nos ha dado, pues, un gran auxiliador y protector […] Permanezcamos vigilantes para abrirle las puertas de nuestro corazón. Él no se cansa de buscar a cuantos son dignos de Él, y derrama sobre ellos sus dones” (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, n. 16)

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NECESIDAD DE UNA FORMACIÓN DOCTRINAL RELIGIOSA

    Si la educación es necesaria a la persona, la formación doctrinal religiosa, es necesaria e importante,complemento para su caminar a lo largo de su vida y desarrollar los “talentos”, objetivos propuestos marcados por Dios. Los hombres de todos los tiempos, siempre han estado acompañados de unas creencias, ritos, formas de tradición, que han sido referentes en sus vidas y por tanto, no ha faltado en su modo de comportarse y convivir. Ahí está la historia que lo testifica.

    La formación doctrinal religiosa es un bagaje tan necesario como racional, que no solamente útil como persona, también enriquece y fortalece el carácter. Antes se alude, doctrina y empeño para darse cuenta lo que lleva a Dios o por el contrario, le separa de Él. También el modo oportuno y correcto de comportarse, enriqueciendo el lenguaje. Lo importante y después lo secundario. Lo sobrenatural prima sobre lo humano. Cuando mejora y es más sincera nuestra amistad con Dios, igualmente se beneficia la amistad familiar, con amigos y colegas.

     De no cursar la asignatura, no es fácil, o al menos comprender y desarrollar los verdaderos derechos y deberes como persona, de ese componente cuerpo-alma; humano y sobrenatural. Con esa formación doctrinal religiosa, se es capaz de entender y vivir la santidad, qué es vida sobrenatural. ¿Qué es la gracia?.

     Es frecuente citar en la tv, radio incluso prensa, el hacer referencia a hechos o personajes de la Biblia, de las virtudes, e incluso de los Mandamientos, con citas poco oportunas que suenan a frívolas, no por mala fe, sino que, por falta de su vivencia, tampoco conocen el verdadero significado y alcance de lo que se argumenta. Por ejemplo: Los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, de la Iglesia se convierten en realidades extraordinariamente vividas y actuales que orientan toda la vida del cristiano, influyendo decisivamente en el trabajo, en la familia, en los amigos (F. Fernández-Carvajal, Hablar con Dios, p. 1124). 

Lo antes citado, tiene calado y entiende un cristiano bien formado. Si no se sabe de química, qué difícil es expresarse o entender en la materia.

Carlos de Habsburgo, el emperador de Austria Hungría, no tomaba nunca una decisión importante sin antes “haberla rezado”, como solía decir; indicando así que trataba el asunto con Dios. Stolypin, Schuman, Lejeune y Reagan, todos fueron hombres de su oración 

             (Alexandre Havard, Liderazgo virtuoso, p. 192, Ediciones Palabra)
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 LA  ECONOMÍA  EN  EL PENSAMIENTO  SOCIAL  CATÓLICO

Se agradece y siempre es aleccionador y gratificante, ver en entrevistas, ruedas de prensa y otros,  personas abiertas, expresivas y sobre todo, comprensivas y dialogantes. Por el contrario, en otras,  podemos constatar cierta intransigencia, tratando de imponer criterio único –el suyo-, incluso imponiendo su verdad. Atropellan y  faltan a la realidad y al sentido común, pues la mayoría de los temas  (políticos, laborales, de educación, etc.), por no decir casi todos, son de libre interpretación y por tanto, se suscitan  múltiples soluciones en el pensamientos y modos de actuar. Es evidente que éstos crean un clima de crispación y alejamiento y por tanto, no favorecen el respeto, a la libertad, en definitiva,  al  deseado buen clima de convivencia (aún más peligrosos si se dan en el ámbito familiar), pues contamos con un precioso don,  que nos ha otorgado el Creador (Dios): la libertad. Necesidad de educar con verdadera libertad.

 De darse estas imposiciones que antes se comentan,  se suelen dar en personajes de diversos estilos, pensamiento y creencias, ya  desde antiguo, pues se empeñan en deslegitimar  a las instituciones, medios  y personas que piensen, escriban  y actúen con un pensamiento social católico,  precisamente, siempre orientando sus postulados en pro y servicio de la sociedad, del individuo.

La consideración de lo anterior, me recordaba al Papa Juan Pablo II, que precisamente siempre hablaba y escribía, recomendando  nunca la imposición, sino el sugerir, proponer; esto sí que es un modo abierto, libre y responsable,  facilitando la vida de relación  en todos los ámbitos.   
Como después se verá, la justificación y ventajas que se derivan de la esa preocupación, orientación  y sentir, de ese pensamiento social católico, encaminado a servir socialmente a todos y primordialmente a los más necesitados.  No es suplantar un pensamiento único, sino enriquecer, ilustrar, mejorar.
Esta introducción me parecía podría ayudar, para lo que transcribo a continuación, de la obra de Martín Schalag, cuyo título: Contra la idolatría del dinero, que aparece en las  páginas 17 y 18, precisamente con el título que encabeza el presente escrito:
“¿Por qué la Teología Católica se preocupa tanto de la economía y el mercado? ¡No debería limitarse a su ámbito de competencia (como hacen las demás ciencias) y ocupase únicamente de cuestiones religiosas y espirituales? Para responder a estas preguntas hay que empezar recordando que Dios es el Creador y la causa final de todo lo que existe. En todo lo que hacemos incluidas nuestras relaciones económicas, debemos aspirar a amarle y vivir de acuerdo con su voluntad.   Pensar en dimensión moral y de la economía supone pensar en Dios como finalidad de todas nuestras actividades. La tradición católica reflexiona sobre la economía desde el punto de vista de la fe porque, como señaló Juan Pablo II, la fe cristiana tiene una dimensión pública o cultural: “Una fe que no se hace cultura es una fe “no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida”     
                         (Exhortación  Apostólica Christifideles laici  (30.XII.1988)”. 

Generalmente, las reflexiones católicas sobre la economía y la sociedad han tenido lugar a tres niveles. La jerarquía de la Iglesia católica ha publicado documentos sobre temas sociales que conforman el corpus de la doctrina social católica. Estos documentos se han preparado y se siguen preparando siguiendo el debate teológico, y suscitan más debate después de su publicación.  Las reflexiones teológicas que tienen lugar tanto antes  como después de la publicación de un documento se denominan pensamiento social católico. No obstante, el pensamiento social católico no solo comprende las reflexiones sobre los documentos del Magisterio, sino también las teorías independientes en torno a la fe católica, así como las reflexiones sobre el servicio efectivo de la Iglesia a los pobres y necesitados. Tanto la doctrina social católica como el pensamiento social católico conforman la tradición social católica, la cual ha ido evolucionando a lo largo de los siglos. La doctrina, el pensamiento y la tradición social católica se relacionan entre ellos de forma parecida a los círculos concéntricos”.
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LA  IMAGINACIÓN  FRENTE  AL  ENTENDIMIENTO

La primera dificultad respecto al buen funcionamiento de la inteligencia es que ésta odia totalmente funcionar, al menos más allá del límite en que el funcionamiento empieza a requerir esfuerzo. El resultado es que cuando surge algún tema que verdaderamente incumbe a la inteligencia, o ésta permanece en absoluta inactiva, o bien interviene la imaginación en su lugar. No hay nada que hacer con la inteligencia hasta que la imaginación queda fuertemente sujetada en su lugar, lo que es excepcionalmente difícil.

Uno de los resultados de la caída del hombre es que la imaginación se le ha ido completamente de las manos, y aun el que no cree en esta “considerable catástrofe”, como la llama Hilaire Belloc, ha de admitir, al menos, que la imaginación representa un papel en los asuntos del pensamiento, totalmente desproporcionada ciertamente con respecto a sus merecimientos, tan desproporcionada ciertamente como para originar un desarreglo permanente en la naturaleza del hombre”.

Lo anterior, es la introducción al capítulo  Examen del Entendimiento, de la obra de F.J. Sheed, titulado TEOLOGÍA Y SENSATEZ, en sus páginas 22 y siguientes, y que me ha sugerido relacionarlo como no puede ser de otra manera, con la persona y su modo de ser: el carácter. Si preguntamos al Diccionario de la Lengua, qué es carácter: conjunto de cualidades síquicas y afectivas que condicionan la conducta de cada individuo humano, distinguiéndolo de los demás.

Ese carácter de la persona, en el que sin duda, juegan un papel importante la imaginación y el entendimiento, parámetros necesarios de la persona, que le facilitarán enjuiciar y obrar correctamente. También a la hora de seleccionar y decidirse por lo más importante que le conviene.

Para acertar  bien, se precisa una elección prudente,  que viene precedida de tres fases: la deliberación, el juicio y la decisión, sobre la aportación de la naturaleza o hecho sobre el que debe decidir y como ya se alude al principio, juega un papel relevante  la virtud de la Prudencia. Dice Joseph Pieper: El lugar preferente que ocupa la prudencia indica que las buenas intenciones no bastan. No obstante, la prudencia no es la garantía absoluta de acierto o de éxito.

A lo expuesto, también debemos considerar la importancia de la formación humana, empeño y reto de la persona responsable, si de veras considera que debe y puede mejorar, tratando de conocerse cada día mejor y cuidando y vigilando su corazón  con fundamentación religiosa –el gnóstico y similares se mueve en terrenos pantanosos-,  su interior o vida religiosa; en segundo lugar, preocupación positiva y aportación  en la vida familiar; en tercer lugar, se encontraría su trabajo profesional, después su integración social. Todo ello, ayudará y mejorará su carácter, introduciéndose y exigiéndose en ser ordenado, sereno, laborioso, comprensivo, optimista, etc. retos que  afecta y se alcanzan en casi todas las etapas de la vida de la persona.

El carácter, el modo de ser y de comportarse,  es mejorable como antes se alude, a lo largo de la vida  y por tanto, es importantísimo, proponerse mejorarlo, para ello, me permito recomendar un libro, que ayudará sin duda a solventar algunas de las cuestiones antes reseñadas:

 LIDERAZGO VIRTUOSO, de Alexandre Havard, concretamente, los capítulos 3 que se titula: Dominio de sí: el triunfo del corazón y del espíritu y capítulo 4: Justicia: comunión y comunicación.

Madrid, 2 de mayo 2020
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sábado, 25 de abril de 2020


OTRA OPORTUNIDAD PARA RESALTAR LA VIRTUD DE LA FE

En este obligado encerramiento, seguro nos está facilitando el poner al día asuntos pendientes, aligerar que cosas que no se usan y también poner al día la biblioteca. Al llegar a ésta y como no podía ser de otro modo, se vuelven a repasar títulos olvidados y libros nuevos que no se ha tenido oportunidad de leer. Uno de éstos, la cuarta edición del Cardenal Robert Sarah, titulado SE HACE  TATARDE  Y ANOCHECE.

Aborda temas de actualidad, valiente y claro en sus exposiciones, apoyándose en la Doctrina de siempre y con mucho respeto al Magisterio de la Iglesia y extremada caridad.

Ya, en las primeras páginas, sale a relucir Abrahán y cómo no, el tema de la Fe, virtud teologal, en la que todos debemos implorar y estudiar, Digo todos, pues a los alejados, gnósticos, etc. si quieren ser felices, deben hacer el esfuerzo sincero de estudiar, repasar, como en su día lo hizo John Henry Newman. Me viene a la memoria ese número 575 del libro de Camino, de Josemaría Escrivá: “Algunos pasan por la vida como por un túnel, y no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe”.

Pero vuelvo al libro del Cardenal Sarah y copio unos renglones del citado título que se encuentran en las páginas 26 y siguientes:

“La fe es, por tanto, un “sí” a Dios. Exige al hombre que deje a sus dioses, su cultura, todas las certezas y las riquezas humanas para adentrarse en la tierra, en la cultura y en el patrimonio de Dios. La fe consiste en dejarse guiar por Dios, que se convierte en nuestra única riqueza, nuestro presente y nuestro futuro. Se convierte en nuestra fuerza, nuestro sostén, nuestra seguridad, la roca inquebrantable sobre la que podemos apoyarnos.

“La fe es contagiosa. Y, si no, es que se ha vuelto insulsa. La fe es como el sol: hace brillar, ilumina, irradia y da calor a todo lo que gravita a su alrededor. Gracias a la fuerza de su fe, Abrahán arrastra a toda su familia y a su descendencia a una relación personal con Dios. No cabe duda de que la fe es un acto íntimamente personal, pero también hay que profesarla y vivirla en la familia, en la Iglesia, en la comunión eclesial” y cómo continúa ilustrando.

El nuevo encuentro con el aludido título Se hace tarde y anochece, me está ayudando  personalmente y como librero que soy, qué buena oportunidad para recomendarlo.

Madrid, 25 de abril 2020, festividad de San Marcos, Evangelista.

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abril 2020

                           El cristianismo. Fin de la Edad Antigua


   Aparición del cristianismo. El acontecimiento más grande que se registra en la historia de la Humanidad es el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, acaecido bajo el gobierno de Augusto, en la pequeña ciudad de Belén de Judea. Su doctrina constituyen el supremo ideal de perfección a que puede aspirar el hombre, y su predicación  anunciándose  como  el Mesías prometido para redimir al género humano, le acarreó la persecución de los judíos, y especialmente de los fariseos, que le condenaron a sufrir afrentosa muerte de cruz en el Gólgota. Sus divinas enseñanzas fueron recogidas por sus discípulos, que se dispersaron por el mundo, y háyanse contenidas en los Evangelios, cuyos autores, San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, fueron testigos presenciales o próximos a los sucesos que refieren acerca de la vida, pasión y muerte del Redentor del mundo. La nueva religión pronto comenzó a difundirse por la predicación de los discípulos del Señor.

    “Judaísmo y cristianismo.  Es  verdad que  el  cristianismo,  como el judaísmo, enseñaba a los hombres el culto del verdadero Dios; pero, a diferencia de la religión judía, cuyas exigencias eran demasiado grandes y su carácter nacional demasiado acentuado para atraer grandes masas de conversos, el cristianismo no exigía a sus adeptos otro sacrificio que el de sus errores y vicios. El cristianismo, pues, suponía una continuación y reforma del judaísmo, con nuevos contenidos morales y religiosos. Por esto, los primeros enemigos serios que el cristianismo tuvo que vencer fueron los propios judíos, especialmente los de la secta farisea, que monopolizaban el tradicionalismo religioso y no toleraban que una nueva reforma de las creencias les arrebatase el monopolio, aun que esa reforma fuese precisamente la que los profetas anunciaban como obra de un Mesías que iba a redimir el mundo”.
                         (C. Pérez Bustamante, Compendio de Historia Universal, 14ª edición, p. 128, Editorial Atlas)

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jueves, 26 de marzo de 2020

       
              COMPRENDER ES UN MODO ASEQUIBLE DE TODOS: 
                                      ESO TAMBIÉN ES CARIDAD 

Ante la pandemia del coronavirus que estamos todos viviendo, vengo escuchando de periodistas y políticos, comentarios y juicios de valor, que quizá por ser apresurados, pueden adolecer no ya de falta de rigor científico, también de una falta de caridad, también de justicia, porque se hacen sin la perspectiva y falta de objetividad, por no tener en consideración el espíritu cristiano, humano, que pone los acontecimientos y a las personas en su lugar. Es preciso, saber ponerse en el lugar del que está actuando, dirigiendo, gobernando. La caridad ante todo es comprender.
Seis grandes escritores rusos, obra de Mariano Fazio, de Ediciones Rialp, Tolstoy (1828-1910) pone al final de su obra Ana Karenina
el siguiente relato:

Este nuevo sentimiento no me ha cambiado, no me ha llenado de asombro, ni me ha hecho feliz como pensaba. Lo mismo que en el amor paternal, no ha habido en él ni sorpresa ni éxtasis: ¿Debo darle el nombre de fe? No lo sé. Lo único que sé es que se ha deslizado en mi alma por el dolor y que ha arraigado en ella firmemente.

Probablemente seguiré impacientándome con mi cochero Iván, discutiendo inútilmente, expresando mis ideas sin venir a propósito. Yo sentiré siempre una barrera entre en santuario de mi alma y el alma de los demás, incluyendo la de mi esposa. Siempre haré responsable a esta de mis errores para arrepentirme al instante. Seguiré rezando, sin poder explicarme por qué rezo. ¡Qué importa! Mi vida interior ya no estará  a merced de los acontecimientos. Cada minuto de mi vida tendrá un sentido indiscutible, y en mi poder estará imprimirlo en cada una de mis acciones: ¡el sentido del bien!

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jueves, 19 de marzo de 2020


                        LA LIBERTAD DEL CRISTIANO

Se denomina libre al que no es esclavo o no está sometido al dominio de otro sino que es dueño y señor de sí y de sus actos; y en este sentido afirma Aristóteles en su Metafísica que “el hombre libre es causa de sí mismo. De esta acepción, los términos libre y libertad se han trasladado a significar el modo peculiar de ciertas acciones del hombre…
Así la Libertad, es una propiedad de la voluntad humana, y se apoya en ésta (GER, vol. 14, p. 316)
                       - La Libertad como ausencia de coacción. Otro modo: la esclavitud
                       - Libertad como dominio de los propios actos.
No libertad religiosa, tampoco Liberalismo, simplemente el buen uso de la libertad recibida
gratuitamente del Creador: un don, un regalo. Después dijo Dios: Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza (Gen. 26)

“(La libertad de la voluntad) Sin una cierta preponderancia de lo interior sobre lo exterior, preponderancia inexistente en el ser inorgánico, que no cabe hablar de libertad.
Según Kant, la libertad inteligible consiste en que la voluntad es únicamente determinada por la razón pura, con independencia del influjo de las tendencias sensibles” (Walter Brugger)

La vida cristiana, requiere una permanente “Formación”, que le ayude a conocer lo que es
Realmente importante de su vida: el alma, la razón; el intelecto por encima de los sentimientos, también del utilitarismo que tanto se usa hoy. Lo sobrenatural prima sobre lo humano.

La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres. (Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios 27)

Una frase conocida y que se emplea con frecuencia: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (San Juan 8,31-32)

Sin duda, la necesidad de las virtudes humanas: La Prudencia, La Fortaleza, La Sinceridad, El Sentido común, junto a la Humildad, que nos lleva a pedir consejo y de conocer y leer y meditar, en un Manual valioso: el Catecismo; tres referencias al citado:

Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de iniciativa y del dominio de sus actos (CIC, 730)

El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. (CIC nº 33)

La libertad es el poder radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno disponer de sí mismo. La liberta es en el hombre una fuera de crecimiento y de maduración en verdad y la bondad. (CIC 731)

Necesidad de una conciencia bien formada, para acertar en nuestras decisiones y de paso, ayudar a otros muchos. Implica responsabilidad. Hacer rendir, dar cuenta de los talentos recibidos,

Junto al empeño humano, siembre la petición de ayuda a Dios (LA GRACIA), todo es Gracia, lo cita san Pablo, lo repiten, Bernanos, Chesterton, etc.

"No me cansaré de repetir, hijos míos, que una de las más evidentes características del espíritu del Opus Dei es su amor a la libertad y a la comprensión"    (San Josemaría, Carta 1954)


El Prelado del Opus Dei, en su Carta de 9.I.2018: La pasión por la libertad es un signo positivo de nuestro tiempo: significa reconocer son personas; dueños y responsables de sus propios actos; posibilidad de orientar su propia existencia y si no fuéramos libres no podríamos amar.

Algunos se creen libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes (Papa Francisco, Evangeli gaudim, 24.11.13)

El Señor, en el Evangelio, de distintas maneras nos enseña o propone la necesidad de rendir,
de dar cuenta de nuestro paso por la tierra: Parábola de los Talentos, de la Mina de oro, etc.
Se pueden recibir 10, 5, o 2 talentos. No de enterrar, sino de rendir.

La vida sobrenatural (gracia santificante) es siempre un don: un don que está llamado a crecer. Pero sólo con la cooperación de la libertad, bajo el impulso de la gracia actual. El cristiano puede impedir su crecimiento, pero no puede alcanzarlo él sólo con sus fuerzas
       (R.Butkhart-J.López, Vida cotidiana y santidad, vol. II, p. 203)

Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores del odio. Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón. (Josemaría Escrivá, Camino 1)
                                               
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miércoles, 11 de marzo de 2020

El ser humano como objeto de estudio para sí mismo

      El hombre (todos los individuos del género humano, personas
humanas, mujeres y varones) no solo vive, sino que se preguntan por
su identidad y toma decisiones con las que da orientación a su vivir.

    Las personas y los grupos sociales tratan de comprenderse a sí mismos
dentro del conjunto de las realidades que les envuelven. Una vida
consciente y libre requiere significado y sentido. La persona existe
haciéndose cuestión para sí misma. Desde todos los puntos de
vista posibles, y con métodos de las diversas ciencias, el ser
humano se hace objeto de estudio. La biología y la medicina, la
psicología y la filosofía, la historia y la sociología, cada una de las ciencias
que lo tienen por objeto, nos dicen algo sobre el hombre. El mensaje
revelado también contiene afirmaciones acerca del hombre.
    (Juan Luis Lorda/Alfredo Álvarez, Antropología teológica, p. 11, Eunsa)

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                                         De la virtud de admiración

       Si uno consulta a los maestros descubrirá que la primera condición  para aprender a pensar es cultivar en uno mismo la facultad de admirar. Y déjame citarte algunas expresiones del primer capítulo de la Metafísica de Aristóteles. “Todos los hombres aspiran naturalmente a saber. La prueba es que uno ama las percepciones de los sentidos: incluso cuando no sentimos una necesidad, estas percepciones nos gustan por sí mismas, y más que cualquier otra aquellas que recibimos por los ojos. Está por encima de toda consideración práctica y por así decirlo por encima de todas las cosas que seamos ver”. En esta observación tan simple y tan antigua, el viejo maestro ha dejado entrever algo de su alma ingenua y de esa admiración del hombre primitivo, del prisionero, del artista y del niño ante las cosas más ordinarias y que dejan nuestros sentidos indiferentes. Los convalecientes saben del valor del aire que se respira y de la simple alegría de la luz y de todas las “diferencias” que la admiración permite percibir en el horizonte (como dice Aristóteles más adelante) que deberían colmarnos de admiración y de gozo.     (Jean Guitton, Nuevo arte de pensar, p. 21)
                         
                                     ***********************************
Diciembre de 2019

Proyecto de vida católica
    La fe se acrecienta una intensa vida de piedad y de silencio contemplativo. Se alimenta y se consolida en un cara a cara diario con Dios y en una actitud de adoración y de contemplación silenciosa. Se confiesa en el Credo, se celebra en la liturgia, se vive en la práctica de los mandamientos. Crece gracias a una vida hacia adentro de adoración y oración. La fe se alimenta de la liturgia, de la doctrina católica y del conjunto de la tradición de la Iglesia. Sus principales fuentes son la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia y el magisterio.
                Cardenal Robert Sarah, Se hace tarde y anochece, p. 27, Ediciones Palabra

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sábado, 28 de diciembre de 2019

                         Conocimiento basado en la buena formación
  La doctrina cristiana no es una elaboración teórica que se deriva lógicamente de unos principios generales. Se trata más bien de una doctrina viva, que se desprende del Evangelio. El respeto por cada persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios; la centralidad de la familia en la sociedad; la predilección por los pobres y los marginados; la necesidad de luchar por la justicia social; el espíritu de servicio de quienes gobiernan y un largo etcétera son algunas de las verdades evangélicas que forman parte del fundamento de la doctrina cristiana que ilumina la vida social.
                    (Mariano Fazio, Transforman el mundo desde dentro, p. 68)

 
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Diciembre 2019
                             La escala de lo real –el hombre-

      “El cristianismo es un religión histórica: el tiempo ha sido siempre su cuarta dimensión. En el estudio de  las  relaciones  del hombre con Dios el tiempo es vital. Su relación con Dios tiene una historia, una forma, un desarrollo, de hecho una trama. Importa enormemente cuando nació un hombre. No se trata de un  mundo estático y superior con el que el hombre ha mantenido, y sólo podía haber mantenido, una relación fija y constante. Entre el mundo y nosotros ha habido un buen número de cambios en cuanto a las relaciones. Las cosas que han sucedido forman parte de nuestra religión tanto como las cosas mismas que ahora existen. Desconocer la historia es no conocer la religión, y no conocer la religión es no conocer la realidad. Pues los hechos de religión no son simplemente hechos de religión, sino hechos, los hechos más importantes.
       En resumen, contemplamos la circunstancia como reducible a una acción de tres actores en cuatro actos. Los actos son Dios, Adán y Cristo: todos ellos se han relacionando con nosotros de varios modos, y no tenemos la menor esperanza de poder entendernos a nosotros mismos si no les entendemos previamente a ellos.
     Los actos corresponden a los siguientes cuatro acontecimientos: la creación, la caída, la redención y el juicio. Conociendo esta circunstancia tenemos conciencia de dónde nos hayamos, de lo que somos y para qué existimos; conociendo la totalidad podemos conocer el lugar que ocupamos en la acción y establecer nuestra relación con cualquier otra cosa que se dá en ella. No nos es dado alterar la circunstancia, pues ella es la realidad.
    Como ya hemos dicho no nos es posible escapar de ella, no existe ningún lugar al que escapar, pues aparte de ella sólo existe la nada. La única cosa que se nos ha dejado a nuestra propia elección es la actitud mental que podemos adoptar frente a ella….
    Existimos en un universo y tanto el universo como nosotros hemos sido creados por Dios; comenzamos a vivir nacidos de Adán y envueltos en los resultados de su caída; estamos destinados a un destino sobrenatural y sólo podemos alcanzarlo entrando en posesión de una vida sobrenatural por medio del renacer en Cristo nuestro Redentor. Únicamente alcanzamos nuestra propia plenitud, es decir la condición de ser todo cuanto estamos llamados a ser y de obrar todo cuanto estamos destinados a obrar, como miembros del  cuerpo místico de Cristo. Estos son los hechos insoslayables acerca  de nosotros mismos. No tener conciencia  de  uno cualquiera de los elementos que se dan en ellos es falsificarlo todo. Todo lo que se proponga hacer respecto a los hechos, es tan solo ignorancia y error, obscuridad y doble obscuridad, si previamente no se han comprendido estas cosas.
      Esta obscuridad no podemos conseguir correctamente nuestra relación respecto a la nada. El sociólogo, por ejemplo, no está  directamente  interesado en la relación de los hombres con Dios, sino en la relación de unos hombres con otros, y esto, es gran parte, es también verdad para el novelista. Pero los hombres están efectivamente relacionados con Dios, caídos en Adán, redimidos por Cristo y en su camino hacia el cielo o infierno, y si el novelista o el sociólogo ignoran esto, no conocen a los hombres, es decir, ignoran el objeto de su propio interés. Aun lo que ven no lo ven correctamente”.
                                 (F. J. Sheen, Teología y sensatez, p. 324-326, Editorial Herder)

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