viernes, 6 de marzo de 2020





De la virtud de admiración
    
  Si uno consulta a los maestros descubrirá que la primera condición  para aprender a pensar es cultivar en uno mismo la facultad de admirar. Y déjame citarte algunas expresiones del primer capítulo de la Metafísica de Aristóteles. “Todos los hombres aspiran naturalmente a saber. La prueba es que uno ama las percepciones de los sentidos: incluso cuando no sentimos una necesidad, estas percepciones nos gustan por sí mismas, y más que cualquier otra aquellas que recibimos por los ojos. Está por encima de toda consideración práctica y por así decirlo por encima de todas las cosas que seamos ver”. En esta observación tan simple y tan antigua, el viejo maestro ha dejado entrever algo de su alma ingenua y de esa admiración del hombre primitivo, del prisionero, del artista y del niño ante las cosas más ordinarias y que dejan nuestros sentidos indiferentes. Los convalecientes saben del valor del aire que se respira y de la simple alegría de la luz y de todas las “diferencias” que la admiración permite percibir en el horizonte (como dice Aristóteles más adelante) que deberían colmarnos de admiración y de gozo.  
                                     (Jean Guitton, Nuevo arte de pensar, p. 21)

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