VIDAS EJEMPLARES (1)
San
Juan Crisóstomo.
“Nacido en torno al año 349 en Antioquía
de Siria (actualmente Antakya-Turquía), desempeñó allí su ministerio
presbiteral durante cerca de once años, hasta el año 397, cuando, nombrado
obispo de Constantinopla, ejerció en la capital del Imperio el ministerio
episcopal antes de los dos destierros, que se sucedieron a breve distancia uno
del otro, entre los años 403 y 407.
Huérfano de padre en tierna edad, vivió
con su madre, Antusa, que le transmitió una exquisita sensibilidad humana y una
profunda fe cristiana. Después de los estudios primarios y superiores,
coronados por los cursos de filosofía y retórica, tuvo como maestro a Libanio,
pagano, el más célebre retórico de su tiempo. En su escuela, san Juan se
convirtió en el mayor orador de la antigüedad griega.
Bautizado en el año 368 y formado en la
vida eclesiástica por el obispo Melecio, fue por él instituido lector en el año
371. Este hecho marcó la entrada oficial de Crisóstomo en la carrera
eclesiástica. Del 367 al 372, frecuentó el Asceterio, una especie de seminario
de Antioquía, junto a un grupo de jóvenes, algunos de los cuales fueron
obispos, bajo la guía del famoso exegeta Diodoro de Tarso, que encaminó a san
Juan a la exégesis histórico-literal, característica de la tradición
antioquena.
Después se retiró durante cuatro años
entre los eremitas del cercano monte Silpio. En ese período se dedicó
totalmente a meditar “las leyes de Cristo”, los evangelios y especialmente las
cartas de Pablo.
Entre los años 378 y 379 regresó a la
ciudad. Diácono en el 381 y presbítero en el 386, se convirtió en un célebre
predicador en las iglesias de su ciudad. Pronunció homilías contra los
arrianos, seguidas de las conmemorativas de los mártires antioquenos y de otras
sobre las principales festividades litúrgicas: se trata de una gran enseñanza
de la fe en Cristo, también a la luz de sus santos.
Al final de su vida, desde el destierro en
las fronteras de Armenia, “el lugar más desierto del mundo”, san Juan,
enlazando con su primera predicación del año 386, retomó un tema muy importante
para él: Dios tiene un plan para la humanidad, un plan “inefable e
incomprensible”, pero seguramente guiado por el amor (cf. Sobre la Providencia
2,6). Esta es nuestra certeza. Aunque no podamos descifrar los detalles de la historia
personal y colectiva, sabemos que el plan de Dios se inspira siempre en el
amor.
Por su parte, el santo obispo cooperó a
esta salvación con generosidad, sin escatimar esfuerzo, durante toda su vida.
De hecho, consideraba como fin último de su existencia la gloria de Dios que,
ya moribundo, dejó como último testamento: “¡Gloria a Dios por todo!”
(Catequesis
de Benedicto XVI, Grandes maestros de la
Iglesia de los primeros siglos, p. 159)
Una
de sus obras más conocida, los seis libros Sobre
el sacerdocio, 17 tratados, más
de 700 homilías, comentarios a san Mateo y san Pablo, y 241 cartas. Algunas de
sus enseñanzas o recomendaciones:
“No
quiero dejar pasar un solo día sin alimentaros con los tesoros de la Sagrada
Escritura”.
“También
a ti el bautismo te hace rey, sacerdote y profeta”. (Homilía 2ª Carta a los Corintios 3,5)
“Es
de gran ayuda saber qué es la criatura y qué es el Creador”. (Comentario del Génesis)
“También
a ti el bautismo te hace rey, sacerdote y profeta” (Homilía 2 Cor
3,5)
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