domingo, 6 de septiembre de 2020

                                       
                                               VIDAS  EJEMPLARES   (1)
San Juan Crisóstomo. “Nacido en torno al año 349 en  Antioquía de Siria (actualmente Antakya-Turquía), desempeñó allí su ministerio presbiteral durante cerca de once años, hasta el año 397, cuando, nombrado obispo de Constantinopla, ejerció en la capital del Imperio el ministerio episcopal antes de los dos destierros, que se sucedieron a breve distancia uno del otro, entre los años 403 y 407.
       Huérfano de padre en tierna edad, vivió con su madre, Antusa, que le transmitió una exquisita sensibilidad humana y una profunda fe cristiana. Después de los estudios primarios y superiores, coronados por los cursos de filosofía y retórica, tuvo como maestro a Libanio, pagano, el más célebre retórico de su tiempo. En su escuela, san Juan se convirtió en el mayor orador de la antigüedad griega.
       Bautizado en el año 368 y formado en la vida eclesiástica por el obispo Melecio, fue por él instituido lector en el año 371. Este hecho marcó la entrada oficial de Crisóstomo en la carrera eclesiástica. Del 367 al 372, frecuentó el Asceterio, una especie de seminario de Antioquía, junto a un grupo de jóvenes, algunos de los cuales fueron obispos, bajo la guía del famoso exegeta Diodoro de Tarso, que encaminó a san Juan a la exégesis histórico-literal, característica de la tradición antioquena.
      Después se retiró durante cuatro años entre los eremitas del cercano monte Silpio. En ese período se dedicó totalmente a meditar “las leyes de Cristo”, los evangelios y especialmente las cartas de Pablo.
     Entre los años 378 y 379 regresó a la ciudad. Diácono en el 381 y presbítero en el 386, se convirtió en un célebre predicador en las iglesias de su ciudad. Pronunció homilías contra los arrianos, seguidas de las conmemorativas de los mártires antioquenos y de otras sobre las principales festividades litúrgicas: se trata de una gran enseñanza de la fe en Cristo, también a la luz de sus santos.
     Al final de su vida, desde el destierro en las fronteras de Armenia, “el lugar más desierto del mundo”, san Juan, enlazando con su primera predicación del año 386, retomó un tema muy importante para él: Dios tiene un plan para la humanidad, un plan “inefable e incomprensible”, pero seguramente guiado por el amor (cf. Sobre la Providencia 2,6). Esta es nuestra certeza. Aunque no podamos descifrar los detalles de la historia personal y colectiva, sabemos que el plan de Dios se inspira siempre en el amor.
    Por su parte, el santo obispo cooperó a esta salvación con generosidad, sin escatimar esfuerzo, durante toda su vida. De hecho, consideraba como fin último de su existencia la gloria de Dios que, ya moribundo, dejó como último testamento: “¡Gloria a Dios por todo!”
                         (Catequesis de Benedicto XVI, Grandes maestros de la Iglesia de los primeros siglos, p. 159)

Una de sus obras más conocida, los seis libros Sobre el sacerdocio, 17 tratados, más de 700 homilías, comentarios a san Mateo y san Pablo, y 241 cartas. Algunas de sus enseñanzas o recomendaciones:

“No quiero dejar pasar un solo día sin alimentaros con los tesoros de la Sagrada Escritura”.
“También a ti el bautismo te hace rey, sacerdote y profeta”. (Homilía  2ª Carta a los Corintios 3,5)
“Es de gran ayuda saber qué es la criatura y qué es el Creador”. (Comentario del Génesis)

“También a ti el bautismo te hace rey, sacerdote y profeta” (Homilía 2 Cor 3,5)
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