miércoles, 6 de enero de 2021


DIOS, el que és. Importancia de la lealtad para con Dios

No hay mejor ilustración del modo como una imagen mental puede afectar nuestro pensamiento, aun después de haber sido formalmente expulsada del entendimiento, que la representación de Dios como un varón venerable con barba, semejante al poeta Tennyson o, quizás a Karl Marx.

Nadie que sea capaz de pensar algo cree todavía que tal imagen asemeja a Dios. Pero aun los que se ríen más desdeñosamente de tan ingenua concepción, creo que si exploraran hábilmente sus propias ideas descubrirían no sin sorpresa que están peligrosamente afectadas por ella. Es algo parecido a lo que ocurre cuando leemos una novela ilustrada. Sin darnos cuenta en lo más mínimo asimilamos una cierta impresión de los personajes por el modo en que el artista los ha representado, y esta impresión afecta a la lectura de todo el libro.

Nada en el mundo ha causado guerras más numerosas y encarnizadas que lo que los hombres han 
creído de Dios. Ríos de sangre han corrido por causa de lo que el hombre ha creído de Dios. Y, repentinamente, se pretende sin más que la religión es un asunto privado, lo cual sólo puede significar que los hombres no creen nada muy profundo sobre Dios, o que, si lo creen, no están probablemente dispuestos a hacer nada muy importante en relación a ello. Vienen a la memoria los hombres que tenían por Dios a Molok. Creyeron que había de ser aplacado arrojando niños a un horno y lo aplacaron a´si. Recordamos también a los thugs cuyos dios era la diosa Kalí. Creyeron que se complacía cuando estrangulaban hombres en su honor, e hicieron lo que pudieron por complacerla.

Pero la creencia en Dios tiene un alcance mayor sobre todas las cosas y los hombres mismos que la profesan. Con relación a Dios, el error no puede ser un asunto particular, pues sólo puede conducirse a una vida mezquina y falseada. La voluntad de Dios es la razón de nuestra existencia. Si estamos equivocados sobre su voluntad, estamos ineludiblemente equivocados sobre la razón de nuestra existencia, y si estamos equivocados en esto, ¿en qué otra cosa no lo estaremos?

Conocer en qué consiste un error privado (es decir, el que verosímilmente no perjudica a nadie, excepto al que lo comete) y cuándo éste se convierte en público, es de considerable importancia. Supongamos que un hombre rehúsa creer en la existencia del sol. Tal hombre tendría, por supuesto, preparada una teoría para refutar la opinión ampliamente difundida de que el sol existe. Diría quizá que el sol es una alucinación colectiva, o un gran fuego situado a unas millas de altura, arriba en el aire, y el resultado de un quimérico pensamiento, o un efecto visual producido por unas manchas en el hígado, o la reliquia de una superstición de tribu, o una obra simbolismo sexual, o una pura compensación mental de un sistema económico injusto. Por muy ingeniosa que fuera su teoría, o por muy excelente que fuera su reputación e intenciones estaría su autor equivocado sobre el día y la noche, sobre las estaciones, la luna, las estrellas, el tiempo; incurriría además en peligro de muerte por insolación. A pesar de que pudiera muy bien ser éste su punto de vista particular. Pero si conseguiría persuadir a un gran número de personas que el sol no existía, su error particular se hallaría en camino de constituir un peligro público; y si fuera capitán de navío las vidas de los pasajeros no estarían seguras con él. De modo semejante, no se puede discutir la finalidad de la vida con un hombre que niega la existencia de Dios”.

(F.J. Sheed, Teología y Sensatez, selección, p. 37-40, Editorial Herder)

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