EN PRESENCIA
DEL PADRE
LA PRESENCIA DE DIOS, PERMANENTE EN NOSOTROS
Es deseable poner
empeño, además de contar con la gracia, en sentir y vivir la cercanía de Dios, acompañada
de la certeza de soy, de que somos hijos de Dios. De ello y en gran medida, se
enriquecería nuestra eficacia y
comportamiento; sin duda será más humano, servicial, una vida llena de
convicciones cristianas profundas y firmes.
Si la filiación
divina es la raíz de la nueva plenitud de vida, también es fundamento de la
libertad; la presencia de Dios nos
orienta dichosamente a mirar nuestro interior, a guardar los sentidos y a ser responsables en nuestro actuar, alejando
el mal humor, la rutina, la chapuza.
San Mateo
finaliza su Evangelio (28, 20) Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin de mundo, impresionante testimonio de Jesucristo, cuya promesa nos
llena de esperanza y alegría, también de seguridad y paz en el corazón.
Es preciso convencerse de que Dios está
junto a nosotros. Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillas
las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y como un Padre
amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres pueden
querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo y perdonando.
Preciso es que
nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor
que está junto a nosotros y en los cielos.
Todo lo ve,
incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad. De aquí que también a
los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque
todo lo que piensan y hacen está presente a la mirada de Dios. (Santo Tomás, Sobre el Credo, 1,1)
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