jueves, 1 de abril de 2021

 

NUESTRA  VOCACIÓN  CRISTIANA 
Capítulo 2, 1ª parte del libro Ascética meditada, Salvador Canals, p. 20 s. 
en la Colección Patmos de Ediciones Rialp
-----------------------------------

"Hablaba un día con un joven, precisamente como lo estoy haciendo ahora contigo, amigo mío.
Trataba de convencerlo de la necesidad de que viviera cristianamente su vida, frecuentase los sacramentos, fuese alma de oración, y diese a todas sus acciones y a toda su vida una orientación sobrenatural.

Jesús –le decía- tiene necesidad de almas que, con gran naturalidad y con gran entrega de sí
mismas, vivan en el mundo una vida íntegramente cristiana.

Pero en sus ojos se trasparentaba la resistencia de su alma; y sus palabras aducían
justificaciones contra cuanto su voluntad se negaba a aceptar. Pocos minutos después resumió
con sinceridad lo que, hasta entonces, quizá no se hubiera dicho ni aun a sí mismo: -No puedo
vivir como usted dice, porque soy muy ambicioso. Y recuerdo lo que le respondí: Mira: tienes
enfrente a un hombre mucho más ambicioso que tú, a un hombre que quiere ser santo. Pues mi ambición es tanta, que no se contenta con ninguna cosa terrena: ambiciono a Jesucristo, que es
Dios, y al Paraíso, que en su gloria y su felicidad, y la vida eterna.

Déjame que prosiga ahora contigo, amigo mío, aquella conversación. ¿No te parece que todos
nosotros los cristianos deberíamos ser santamente ambiciosos sobre este punto? La vocación
cristiana es vocación de santidad. Todos los cristianos, por el mero hecho de serlo -cualquiera
que sea el puesto que ocupen, hagan lo que hagan, vivan donde vivan-, tienen la obligación de
ser santos. Todos estamos igualmente obligados a amar a Dios sobre todas las cosas: Diliges
Dominum tuum ex tota mente tua, ex toto corde tuo, ex tota anima tua et ex totis viribus 
tuis,  amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con 
todas tus fuerzas.

Pero esta idea tan sencilla y clara, primer mandamiento y compendio de toda ley de Dios, ha perdido fuerza y, en nuestros días, ya no informa prácticamente la vida de muchos discípulos de Cristo.

¡Cómo se ha empobrecido, Señor, el ideal cristiano en la mente de los tuyos! Han pensado y piensan, Jesús, que el ideal de la santidad es demasiado elevado para ellos, y que tal aspiración no puede hallar sitio en todos los corazones cristianos. Quede esta aspiración –he oído decir en todos los tonos- para los sacerdotes y para las almas a las que una especial vocación ha llevado a la vida del claustro. Nosotros, hombres del mundo, contentémonos con una vida cristiana sin excesivas pretensiones y renunciemos humildemente a los vuelos del alma, aun a riesgo, quizá, de sentir, en ciertos momentos, una estéril y pesimista nostalgia. La santidad –han incluido muchos y muchas, vencidos por los prejuicios y por las falsas ideas- no es para nosotros: sería presunción, jactancia, falta de equilibrio, desorden, fanatismo. Y se han declarado así vencidos antes de empezar la batalla.

Querría poder gritar al oído de muchos cristianos: Agnosce, christiane, dignitatem tuam, ten conciencia, ¡oh cristiano!, de tu dignidad. Escúchame, amigo mío: libérate de prejuicios y deja
que tu inteligencia se abra serenamente. La vocación cristiana es vocación de santidad. Los
cristianos –todos, sin distinción- son, según la frase de San Pedro: Gerns sancta, genus 
electum, regale sacerdotium, populus acquisitionis, gente santa, estirpe elegida, sacerdocio real, pueblo de conquista. Los primeros cristianos, conscientes de su dignidad, se daban 
entre sí el nombre de santos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario