jueves, 22 de abril de 2021


NUESTRA  VOCACIÓN CRISTIANA

2º capítulo, 2ª parte y última de “Ascética meditada” Salvador Canals,
p. 20 s. en la Colección Patmos de Ediciones Rialp
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¿Cuándo perderás, amigo mío, ese miedo por la santidad? ¿Cuándo te convencerás de que el Señor te quiere santo? Sea cualquiera tu condición, tu profesión o empleo, tu salud, tu edad, tus fuerzas o tu posición social, si eres cristiano, el Señor te quiere santo.

Estote perfecti sicut et Pater vester coelestialis perfectus est: sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial. Estas palabras Jesús las dirigió a todos, y a todos propuso la misma meta. Los caminos son diversos, porque diversas y numerosas son las mansiones en la casa del Padre (in domo Patris mei mansiones multae sunt), pero el fin, la meta, es idéntico y común a todos los cristianos: la santidad.

Y así hoy, al cabo de dos mil años de Cristianismo, nosotros los cristianos debemos formar en esta aspiración a la santidad y en esta convicción profunda un solo corazón y un alma sola como en los albores de la cristiandad: Multitudo credentium erat cor unum et anima una, la multitud de los creyentes eran un corazón y un alma solo. Esa misma convicción, sólida y luminosa, se ve sostenida por las palabras que San Pablo dirigía a todos los fieles: Haec est voluntad Dei: sanctificatio vestra, ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación.

¡Por cuántos títulos se requiere y se exige de ti esta santidad! Por el Bautismo, que nos hizo hijos de Dios y herederos de su gloria; por la Confirmación, que nos hizo soldados de Cristo; por la Santísima Eucaristía, en la que el mismo Señor se nos entrega; por el sacramento de la Penitencia y por el del Matrimonio, si lo recibiste. San llamadas, amigo mío, llamadas a la santidad. Escúchalas.

Y una vez que cayeron los prejuicios y se nos iluminó la mente con una nueva luz, resulta fácil ahora formular nuestro propósito: hacer del problema de la santidad un problema muy personal, muy concreto y muy “nuestro”. Dios nuestro Señor -de ello estamos íntima y profundamente convencidos- nos quiere santos porque somos cristianos.

Levantemos a Dios la mirada, el corazón, la voluntad, Quae sursum sunt sapite, quae sursum sunt quaerite, saboread las cosas de lo alto, buscad las cosas de lo alto: la dignidad cristiana nos abre ante los ojos ilimitados y serenos horizontes. Respiremos profundamente el aire que viene de estas abiertas lejanías, y que es un aire que renueva nuestra juventud, como se renueva -lo dice la Escritura- la juventud del águila: Renovabitur ut aquilas inventus tua.

Por fin comprendemos ahora la vacuidad de nuestras mezquinas ideas, y las detestamos. Y deploramos nuestro tiempo perdido y nuestros vanos temores. Ya no tenemos miedo alguno de la santidad y reconocemos, al fin, que nuestros corazones -como escribe el Salmista-, se empavorecieron demasiadas veces cuando no había motivo alguno de temor, ibi trepidaverunt timore ubi non erat timor.

Confiemos a la protección de la Virgen María, que es Regina sanctorum omnium, Reina de todos los santos, y Sedes Sapientiae, Sede de la Sabiduría, para que la idea de la santidad sea en nuestra vida cada día más clara, más fuerte y más concreta.

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