jueves, 3 de junio de 2021

GUARDA DEL CORAZÓN, 1ª parte

Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti

“Quiero, amigo mío, que de labios de aquel gran santo de la Iglesia que fue San Agustín escuches la confesión de la feliz experiencia de su corazón y de su clara mente: Fecisti nos, Domine, ad Te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te, nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti. Aquel Santo, cuya vida, sin duda, conoces, recorrió sediento de verdad y amor muchos caminos de la tierra. Y después de tantas dolorosas experiencias, dejó escapar de su grande y noble alma, ese grito que antes te transcribí, y que es una verdadera confesión. Su rico e inquieto corazón buscaba felicidad y descanso, y no buscó inútilmente por mucho tiempo, hasta que lo encontró todo cuando encontró a Dios.

Esta inquietud que todos llevamos dentro es necesario apaciguarla, sosegarla; este vacío que sentimos en nuestra intimidad es necesario colmarlo. Hasta que esta inquietud no se sosiega, hasta que este vacío no es colmado, el corazón del hombre anhela, sufre y busca.

La historia de cada hombre es la historia de un peregrino, de un caminante que busca la 
felicidad. Todos los hombres, algunos conscientemente, otros -la mayoría-inconscientemente, 
buscan a Dios.

Por esto, hermano mío, el mundo se divide en dos grandes partes: las personas que aman a Dios con todo su corazón, porque lo han encontrado, y las almas que lo buscan con todo su corazón, pero que todavía no lo han encontrado. A los primeros el Señor les manda: Diliges 
Dominum Deum tuum ex toto corde tuo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón; a los 
segundos les promete: Quaerite et invenietis, buscad y encontraréis.

Pregúntate, hermano mío, a cuál de esas dos partes perteneces para saber lo que tienes que 
hacer. Y no olvides que si ves o sientes que te falto algo, lo que en realidad te falta es Dios 
nuestro Señor, que no está presente todavía en tu vida o que no lo está con la debida plenitud.

Quiero recordarte una verdad muy sencilla, una vedad que es la base de todas las 
consideraciones que llevamos hechas. El corazón del hombre, todos los corazones, incluso los corazones de las almas consagradas a Dios, han sido creados para la felicidad y no para la mortificación, para la posesión y no para la renuncia. Y esta exigencia de felicidad y de posesión 
es ya una realidad preciosa aquí sobre la tierra; una preciosa y bellísima realidad que, para 
manifestarse, no espera a nuestra entrada en el Paraíso.

La ciencia de la guarda del corazón se compone de orden y de lucha, de defensa y de ataque, 
de conocimiento y de decisión, de renuncia y de sufrimiento; pero todo se ordena hacia la 
felicidad y hacia su posesión.

Guardar el corazón quiere decir conservarlo para Dios, vivir de modo que nuestro corazón sea 
su reino, que en él existan todos los amores que conforme a nuestro estado y nuestra condición 
daban estar allí, pero que todos se fundan armónicamente en el amor de Dios y a El se ordenen.
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Del libro Ascética meditada, Salvador Canals, Colección Patmos, p. 39-42)

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