jueves, 2 de septiembre de 2021


VIDAS EJEMPLARES: San Ambrosio (10)
Uno de los grandes Padres de la Iglesia en Occidente en el siglo IV

“Nace en Tréveris y muere en Milán en el año 397. Obispo de Milán. Uno de los grandes Padres de la Iglesia en Occidente. Su padre era prefecto de Tréveris. Trasladada la familia a Roma, su formación se encamina hacia la policía: en 370 es gobernador de Liguria y Emilia, con sede en Milán. La ciudad está dividida en dos facciones: católicos nicenos y arrianos. El prestigio de Ambrosio es tal, que, sin estar todavía bautizado, es elegido obispo por ambos bandos. Una vez bautizado, es consagrado obispo ocho días después, el 7 de diciembre 374 (fecha en que la Iglesia celebra su festividad). Recibe una excelente formación eclesiástica de boca del presbítero Simplicio, que le sucede en la sede episcopal. La labor incansable que realiza dentro de su diócesis repercute en todo el Imperio. Una gran capacidad de trabajo le permite dedicarse a la predicación y a la Teología. Uno de sus frutos es la conversión de S. Agustín, al defender la fe contra paganos y arrianos. Amonesta al emperador Teodosio I a raíz de una durísima represión de una revuelta en Salónica, y le hace sujetarse a la doctrina de la Iglesia.

Se enfrenta a Valentino II, quien pretende entregar varias iglesias a los arrianos. Sus restos reposan en la catedral de Milán. Aporta a la Teología la doctrina sobre la Creación, desterrando definitivamente las teorías platónicas. Enriquece la interpretación de las Escrituras, devolviendo al Antiguo Testamento su sentido alegórico cristiano. Son importantes también sus tratados sobre la virginidad y la liturgia. Se puede afirmar que desde los tiempos de Ambrosio el Imperio es definitivamente cristiano.

Obra exegética. En diversos libros comenta Ambrosio casi todo el Génesis. De tales comentarios el más importante es el Hexaemeron (los seis días de la creación en seis respectivos libros, presenta un grandioso retablo en el cual los conocimientos profanos de su tiempo están armoniosamente enlazados con la doctrina bíblica y cristiana) que desarrolla una verdadera teología de la creación en torno a Gen 1. Contrapone la doctrina cristiana de la creación a las de la filosofía griega, tan dispares

Su influencia es decisiva en la espiritualidad y en la liturgia de occidente. Sus cartas y discursos tienen gran interés para el conocimiento de la historia de su siglo. Tres de sus obras principales defiende y exponen la divinidad de Jesucristo y del Espíritu Santo. Los primeros himnos litúrgicos de la Iglesia latina son suyos. Ambrosio introduce el canto antifónico de los Salmos. La vida de Ambrosio, del diácono Paulino, que le conoce personalmente y recoge testimonios de su hermana Marcelina, es la principal fuente de conocimiento sobre su vida”.
                                                                Ediciones Rialp, Biografías, 5º edición, p. 42 / 79)

“Obispo de Milán en el siglo IV. Doctor de la Iglesia. San Ambrosio introdujo en el ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes, impulsando en Occidente la práctica de la lectio divina. La predicación y los escritos de san Ambrosio surgen precisamente de la escucha orante de la Palabra de Dios.

El método de la catequesis de san Ambrosio: La Escritura misma, íntimamente asimilada, sugiere los contenidos que hay que anunciar para llevar a los corazones a la conversión. Al igual que el apóstol san Juan, el obispo san Ambrosio, nunca se cansaba de repetir: “Omnia Christus est nobisCristo lo es todo para nosotros, es un auténtico testigo del Señor. Con sus misma palabras, llenas de amor a Jesús: Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por lo injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza, si tienes miedo a la 
muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz. […]
Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él 
(De virginitate 16, 99)”
                                  (Benedicto XVI, Grandes maestros de la Iglesia de los primeros siglos, p. 201)

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