LAS
HUMILLACIONES, 1ª parte
“Si la
paciencia es la vida que conduce a la paz y el estudio el sendero que conduce a
la ciencia, la humillación es el único camino que conduce a la humildad.
Sobre
esta última consideración discurriremos ahora tú y yo, después de haberos
quedado solo con Dios nuestro Señor.
Si
queremos una verdadera y auténtica vida espiritual, nos hace falta una
preocupación muy actual y muy firme de humildad. Y esta preocupación de humildad
nos lleva a preguntarnos cómo hemos de reaccionar, para sacar el mayor fruto
posible en nuestra vida espiritual, ante las humillaciones que el Señor nos
hace sentir en lo más profundo de nuestra alma y ante las que nos pone en
camino de nuestro trabajo.
Hay
momentos -momentos delicados- en la vida espiritual, en los cuales el alma se
siente profundamente humillada. Iluminaciones muy concretas y muy claras de
Dios nuestro Señor descubren y subrayan cuanto de más humillante pueden tener
nuestras miserias y nuestras deficiencias, nuestras inclinaciones, nuestras
imperfecciones y nuestros defectos.
Los ojos
de nuestra alma se abren sobre aquello que, sin querer, somos; sobre aquello
que, sin querer, sentimos; y sobre aquello que, a pesar de detestarlo, nos
atrae. Muchos defectos tal vez desconocidos hasta entonces aparecen, con
perfiles claros y precisos, ante la mirada atónita del alma. Y los fracasos y
deficiencias que nuestra vida conoció invaden impetuosamente el campo de
nuestra conciencia.
En
circunstancias de mayor recogimiento, un día de retiro, en período de
ejercicios espirituales, es fácil que nuestro Señor ponga a las almas en este
camino para hacer que crezcan en la humildad y que ahonden en el conocimiento
de sí misma.
En tales
momentos, en tales circunstancias, acuérdate, amigo mío, de la frase que ahora
te digo: ¡Digitus Dei est hic! ¡Aquí está el dedo de Dios! No
olvides que el amor que Dios siente hacia ti es el que te da estas luces de
conocimiento de ti mismo, este sentimiento de lo que has sido o de lo que
eres., esta humillación cuya intensidad ha de empujar a tu alma por el camino
de la humildad. No olvides que el Señor reserva este trato para aquellos a
quienes ama más: Ego quos amo et
arguo, Yo reprendo y corrijo a cuantos amo.
Por eso,
amigo mío, nuestra reacción sobrenatural ante esta humillación ha de ser la de
un acto de profunda acción de gracias: gratias Tibi quia humiliasti me,
gracias te doy, Señor, porque me humillaste. Esta humillación interior,
este fracaso exterior, dejarán a tu vida una mayor santidad, y es muy probable
que una eficacia insospechada a tu actividad.
Pero no
pienses que eres peor ahora que ves lo que antes no veías, ahora que sientes
profundamente lo que antes no sentías, ahora que has tenido ocasión de conocer
una deficiencia de tu carácter, de tu formación y de tus actitudes. No eres
peor; eres mejor o, por lo menos, estás en óptimas condiciones para mejorar.
Has recorrido en esos momentos -¡si sabes aprovecharlos!- la mitad del camino,
porque sabes dónde está el mal que debes eliminar, porque conoces el defecto
que debes combatir y conoces también las precauciones que debes tomar para
evitar sorpresas.
¿Cuál
debe ser, pues, nuestra disposición espiritual y nuestra reacción sobrenatural
ante estas humillaciones internas y ante estos fracasos externos que amenazan
la paz y la tranquilidad de nuestra vida interior?” (continúa)
(capítulo
del libro Ascética meditada, de Salvador Canal, Colección Patmos, nº
110, p. 77-80)
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