miércoles, 20 de octubre de 2021

 

LAS HUMILLACIONES, 1ª parte

“Si la paciencia es la vida que conduce a la paz y el estudio el sendero que conduce a la ciencia, la humillación es el único camino que conduce a la humildad.

Sobre esta última consideración discurriremos ahora tú y yo, después de haberos quedado solo con Dios nuestro Señor.

Si queremos una verdadera y auténtica vida espiritual, nos hace falta una preocupación muy actual y muy firme de humildad. Y esta preocupación de humildad nos lleva a preguntarnos cómo hemos de reaccionar, para sacar el mayor fruto posible en nuestra vida espiritual, ante las humillaciones que el Señor nos hace sentir en lo más profundo de nuestra alma y ante las que nos pone en camino de nuestro trabajo.

Hay momentos -momentos delicados- en la vida espiritual, en los cuales el alma se siente profundamente humillada. Iluminaciones muy concretas y muy claras de Dios nuestro Señor descubren y subrayan cuanto de más humillante pueden tener nuestras miserias y nuestras deficiencias, nuestras inclinaciones, nuestras imperfecciones y nuestros defectos.

Los ojos de nuestra alma se abren sobre aquello que, sin querer, somos; sobre aquello que, sin querer, sentimos; y sobre aquello que, a pesar de detestarlo, nos atrae. Muchos defectos tal vez desconocidos hasta entonces aparecen, con perfiles claros y precisos, ante la mirada atónita del alma. Y los fracasos y deficiencias que nuestra vida conoció invaden impetuosamente el campo de nuestra conciencia.

En circunstancias de mayor recogimiento, un día de retiro, en período de ejercicios espirituales, es fácil que nuestro Señor ponga a las almas en este camino para hacer que crezcan en la humildad y que ahonden en el conocimiento de sí misma.

En tales momentos, en tales circunstancias, acuérdate, amigo mío, de la frase que ahora te digo: ¡Digitus Dei est hic! ¡Aquí está el dedo de Dios! No olvides que el amor que Dios siente hacia ti es el que te da estas luces de conocimiento de ti mismo, este sentimiento de lo que has sido o de lo que eres., esta humillación cuya intensidad ha de empujar a tu alma por el camino de la humildad. No olvides que el Señor reserva este trato para aquellos a quienes ama más:  Ego quos amo et arguo, Yo reprendo y corrijo a cuantos amo.

Por eso, amigo mío, nuestra reacción sobrenatural ante esta humillación ha de ser la de un acto de profunda acción de gracias: gratias Tibi quia humiliasti me, gracias te doy, Señor, porque me humillaste. Esta humillación interior, este fracaso exterior, dejarán a tu vida una mayor santidad, y es muy probable que una eficacia insospechada a tu actividad.

Pero no pienses que eres peor ahora que ves lo que antes no veías, ahora que sientes profundamente lo que antes no sentías, ahora que has tenido ocasión de conocer una deficiencia de tu carácter, de tu formación y de tus actitudes. No eres peor; eres mejor o, por lo menos, estás en óptimas condiciones para mejorar. Has recorrido en esos momentos -¡si sabes aprovecharlos!- la mitad del camino, porque sabes dónde está el mal que debes eliminar, porque conoces el defecto que debes combatir y conoces también las precauciones que debes tomar para evitar sorpresas.

¿Cuál debe ser, pues, nuestra disposición espiritual y nuestra reacción sobrenatural ante estas humillaciones internas y ante estos fracasos externos que amenazan la paz y la tranquilidad de nuestra vida interior?” (continúa)

  (capítulo del libro Ascética meditada, de Salvador Canal, Colección Patmos, nº 110, p. 77-80)

 

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