LA RUTA DEL ORGULLO, 2ª y última parte
“El
alma que sigue esta ruta, por el elevado concepto que se ha forjado de sí
misma, nunca pide consejo a nadie y de nadie acepta nunca consejos. Se basta a
sí misma. Vive aferrada al propio juicio y a la propia voluntad hasta la
tozudez, e ignora voluntariamente, hasta el desprecio, cualquier opinión o
convicción que no sea la suya.
El
desprecio por el prójimo es, por tanto, una actitud frecuente, y a menudo
habitual, en las personas que siguen esta ruta. Se han convertido íntimamente
en fariseos y consideran a los demás como publicanos, reproduciendo
continuamente en sus vidas la escena y las actitudes de la parábola evangélica:
Gratias ago Tibi, quia non sum sicut ceteri hominum, gratias te doy
porque no soy como los demás hombres. Los demás existen sólo como
término de parangón, para que el orgulloso puede exaltarse mientras los
desprecia.
Las
personas que van por este camino no soportan que hay nadie superior a ellas.
Esta es una posibilidad que no puede verificarse, ni siquiera en el mundo de
las hipótesis. Los demás no pueden tener más función que la de exaltar a
estas personas: deben estar por debajo de ellas. Los defectos de los demás
deben servir para poner en evidencia y para subrayar sus propias virtudes. Los
errores de los demás deben servir para poner de relieve su sabiduría y
destreza; y la escasa inteligencia ajena, para hacer resplandecer su gran
valía. Y aquí está la raíz de las envidias, de los celos y ansiedades que
acompañan la vida de todos aquellos que siguen la ruta del orgullo.
Pero
este desgraciado camino no acaba aquí. De la envidia se pasa a la enemistad. ¡Y
cuántas no son las enemistades que tienen su origen - ¡extraño origen! - en la
envidia! Personas hay que se ven despreciadas, odiadas y combatidas sólo porque
son mejores o más inteligentes que sus perseguidores. Se han hecho culpables
del gran delito de ser buenas e inteligentes, o de haber trabajado mucho. Y
este delito se combate y se castiga -en la ruta del orgullo- con la frialdad,
la enemistad, el silencio y la calumnia.
No
perder el puesto, no ceder las armas: quien se encamina por esta dirección
suele recurrir a la ficción y a la hipocresía. Simula lo que no es, exagera lo
que posee. Todo es lícito, todo es bueno, en este maldito camino, a condición
de que uno sea el primero y el mejor ante uno mismo y en la estimación de los
demás.
Para
mantenernos siempre lejanos de este camino, y para salir fuera de él si por el
nos hubiéramos adentrado, pidamos a la Virgen -Maestra de humildad- que nos
haga comprender que initium omnis peccati est superbia, el
principio de todo pecado es el orgullo”.
(Salvador Canals, Ascética meditada, p.87-89, Colección Patmos, nº 110, Ediciones Rialp)
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