CELIBATO Y CASTIDAD, 2ª parte. Continúa
“La castidad, amigo mío, es también muy necesaria para el apostolado. El celibato y la castidad perfecta dan al alma, al corazón y a la vida externa de quien los profesa, aquella libertad de la que tanta necesidad tiene el apóstol para poderse prodigar en el bien de las otras almas. Esta virtud que hace a los hombres espirituales y fuertes, libres y ágiles, los habitúa al mismo tiempo a ver a su alrededor almas y no cuerpos, almas que esperan luz de su palabra y de su oración, y caridad de su tiempo y de su afecto
Debemos amar mucho al celibato y la castidad perfecta, porque son pruebas concretas y tangibles de nuestro amor de Dios y son, al mismo tiempo, fuentes que nos hacen creer continuamente en este mismo amor. Todo lo cual nos hace pensar cuánto aumenta nuestra vida interior y cuán eficaz llega a ser nuestro apostolado mediante estos sacrificios llenos de amor.
Quiero recordarte ahora una verdad muy sencilla, una verdad que conocemos, que hemos oído y que hemos enseñado muchas veces. La castidad, amigo mío, es posible; la castidad es posible siempre y en todo momento; en todas las edades y en todas las circunstancias, incluso cuando asoman las tentaciones y las dificultades.
La castidad es posible, no porque nos la aseguran nuestras escasas fuerzas, sino porque mediante su gracia nos la conserva la bondad de Dios. Te transcribo, para que los saborees, estas luminosas palabras del libro de la Sabiduría (8, 11): Et ut scivi quoniam aliter non possem ese continens, nisi Deus det… adii Dominum, et deprecatus sum illum… Pero como supe que no podría ser casto, si Dios no me lo concedía, me dirigí al Señor y se lo supliqué…
Todas las almas que oran y luchan para vivir sicut angeli Dei, como ángeles de Dios, han comprobado la certeza y la consoladora realidad de aquellas palabras que oyó san Pablo: Suficit tibi gratia mea. Te basta mi gracia.
Y prosiguiendo por este camino, simple y llano, de recordar verdades que tú y yo conocemos y amamos, me detengo algunos instantes para concretar un concepto que inteligencias poco iluminadas por la luz de la fe y corazones fríos nos dan ocasión de perfilar y de meditar.
Y no puede ocultarte, amigo mío, que esta vez me detengo con pena, ante el solo pensamiento de que pueda haber entre nuestros hermanos, entre los que hicimos al Señor don de nuestra juventud y de nuestra vida, alguno que piense que la castidad perfecta sea una mutilación, un sacrificio que deja incompleta la persona.
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(Salvador Canals, Ascética meditada,
en Colección Patmos 110, p. 93-95, Ediciones Rialp)
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