viernes, 18 de febrero de 2022

                                          LA SERENIDAD, segunda parte

     “El hombre rígido no es sereno, porque su rigidez le hace traspasar los límites de lo que es justo y razonable, de lo que, proporcionado a las circunstancias de la persona, del tiempo y del lugar. La falta de serenidad del hombre rígido turba y oprime a los demás.

Pero tampoco es sereno el hombre débil, porque se para antes de llegar al límite y, con su debilidad, se perjudica a sí mismo y a los demás. El débil no perturba ni oprime, pero tampoco gobierna, y su acción nunca será eficaz es una víctima de la corriente.

   Objetividad y concreción; análisis y síntesis, suavidad y energía; freno y espuela, visión de conjunto y abundancia de detalles; todas estas cosas y muchas otras abarca, en síntesis, armónica, la virtud cristiana de la serenidad.

    Pero ni tú, ni yo, ni nadie, podemos ser serenos sin una previa lucha; las pasiones, son una realidad en todas las personas; la imaginación puede turbar todas las mentes; los nervios existen en todos los organismos; las impresiones hacen vibrar todas las sensibilidades; la ignorancia, el error y la exageración son patrimonio de todas las inteligencias, y el temor y el temblor hallan también cobijo en todos los corazones.

    El dominio de nuestro propio ser, el equilibrio en los juicios, la reflexión ponderada y serena, el cultivo de la propia inteligencia, el control de los nervios y de la imaginación, exigen lucha y firmeza, y también perseverancia en el esfuerzo. Y ése es el precio de la serenidad.

    La serenidad debe ser una virtud connatural para el cristiano: porque ningún cristiano puede ignorar que el don de la fe es un principio de serenidad y de armonía.

  Sobre el campo que acabamos de considerar y que habrá sido desbrozado y convenientemente preparado por el conjunto de las virtudes humanas que llevan al equilibrio, a la objetividad, al realismo y al buen sentido, ha de levantarse, como el sol sobre un campo rico de promesas, la virtud de la fe, verdadero sol del alma, que nos dará una visión de la vida y de sus alternativas, llena de serenidad, amplia de horizonte y rica de detalles.

    En esta serena visión el corazón se aquietará, el alma hallará calma y la inteligencia comprenderá, a la luz de Dios, el porqué de muchas cosas, con lo cual aumentará la serena tranquilidad de su vida. Ni siquiera lo que no comprendas podrá turbar tu corazón, porque la misma fe te enseñará que la causa de lo que no comprendes, es siempre la bondad de Dios y su afecto hacia los hombres”   Continúa

 

(Salvador Canals, Ascética meditada, p. 109-110, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

 

 

 

 

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