sábado, 26 de febrero de 2022

                                 SAGRADA BIBLIA: DEUTERONOMIO, primera parte

Deuteronomio es el título por el que es conocido comúnmente en la cristiandad el quinto libro del Pentateuco. El nombre procede de la traducción que la versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, hizo del Dt 17,18: en lugar de traducir “que haga escribir (el rey), para uso suyo, en un libro una copia de esta Ley” vertieron: “… esta segunda Ley” (= to deuteronómion toúto). No obstante, el título no resulta impropio, ya que el libro comprende, junco con los recuerdos históricos, largos discursos exhortaciones, etc., un segundo conjunto legislativo, que contiene, con diferencias más o menos grandes según los casos, un cuerpo de leyes semejante al contenido en el libro del Éxodo (y, a veces, en el Levítico). En el judaísmo, este libro es designado por sus primeros vocablos: Elleh ha-debarim (Éstas son las Palabras”), o más sencillamente Debarim (“Palabras”).

1, Estructura y síntesis del contenido. El Deuteronomio narra los acontecimientos principales del final de los cuarenta años de vida errante de los israelitas, bajo la guía de Moisés: el pueblo está acampado en las tierras de Moab, en la región nororiental del Mar Muerto, a la vista de la tierra prometida que se extiende al lado occidental del Mar Muerto y del río Jordán. Moisés enseña al pueblo -a punto de emprender la conquista de la tierra que Dios les a entregar-, en unos discursos de despedida o testamento, la conducta que deberían seguir. Para ello, recapitula los principales sucesos ocurridos durante el éxodo y les insta a que observen la Ley fundamental de la Alianza o Decálogo (promulgado también en Éx20,2-17); les dirige algunos discursos exhortativos, les propone algunas agrupaciones de leyes y completa sus discursos de despedida con un largo cántico y algunas bendiciones. 

2, La tradición deuteronomista: Una teología de la historia. Las características teológicas, literarias, estilísticas, etc., que se observan como comunes en el Deuteronomio y en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes han llevado a los investigadores a considerar que todos ellos son el fruto impresionante de la labor teológica, histórica y literaria de una tradición o escuela, que puede denominarse “deuteronomista”. Ella, recibiendo la herencia de las generaciones procedentes, así como la inspiración del Espíritu de Dios, que educaba a su pueblo con luces y castigos, concibió la primera gran teología de la historia del pueblo de Israel desde su establecimiento en la tierra de Canaán a finales del segundo milenio a. C. hasta la cautividad de Babilonia (siglo VI a.C.). El hondo sentido de Israel acerca de su identidad de pueblo elegido, y la providencia de Dios, han realizado la más grandiosa historia que la humanidad ha concebido.

 3, Composición. Parece que las tribus que ocuparon las regiones del norte de la tierra prometida (mayores en número que las del sur) conservaron los recuerdos de la época anterior a la monarquía davídica y tuvieron un desarrollo de su vida religiosa en torno a algunos santuarios y a algunas fiestas. En el norte se debió de conservar de manera más intensa que en sur el rito de la renovación de la Alianza. Así, en Jos 8,30-35 se menciona una gran asamblea religiosa en los alrededores de Siquem (en la región de Samaría). Se piensa con fundamento, que en esas asambleas se hacía una lectura de un relato de los episodios principales de la salida de Egipto, de los Mandamientos divinos dados por medio de Moisés y de listas de bendiciones y maldiciones para exhortar a la observancia de tales mandamientos que mantenían el compromiso de la Alianza con Dios. Jos 24,25 nos informa de la renovación de tales ceremonias en Siquem y 1 S 12,7 ss. en Guilgal.

     Además de la Alianza, Dios les prometió una tierra donde asentarse. El Deuteronomio, en definitiva, constituye la transición de la prehistoria de Israel, Patriarcas y Éxodo, a la historia del pueblo de la Alianza y de los Profetas”. Continúa 

 (Facultad de Teología Universidad de Navarra, Sagrada Biblia, Comentario (selección) p. 164-198)

 

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