SAGRADA BIBLIA: DEUTERONOMIO, segunda y última parte
“4, Enseñanza. La enseñanza teológica básica del Deuteronomio se podría resumir en las siguientes características: un Dios, un pueblo, un templo, una tierra, una ley.
La unicidad de Dios es proclamada
solemnemente en Dt 6,4: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es uno”. Ese
“uno” no sólo se opone a la existencia de varios dioses, sino que proclama la
íntima unidad de Dios: Dios no está dividido. Por eso el amor a Él ha de ser
también indiviso, no compartido con otros dioses ni con otros amores en el
corazón que no conduzcan a Él. “Amarás, pues, al Señor, tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.
Puesto que sólo hay un Dios, el culto
también ha de estar unificado en un solo santuario: el Templo de Jerusalén.
Ese único Dios ha elegido y hecho su
Alianza con un pueblo, que ha de ser uno, sin divisiones por razón de cultos,
ni de clases sociales, ni de ningún tipo de discriminaciones. A diferencia de
la tradición “sacerdotal”, el Deuteronomio no distingue en el pueblo
tribus y familias. El ideal consiste en que todo el pueblo, desde el primero
hasta el último, sean hermanos. No es un pueblo cualquiera, sino el Pueblo de
Dios.
La tierra de Israel es un don de Dios a su
pueblo, un espléndido obsequio, pero que encierra dentro de sí un indudable
peligro: la tendencia a disfrutar de sus bienes como si fueran propios,
olvidando que son un don del que Dios ha encomendado a los hombres su correcta
administración.
La ley, finalmente, es la expresión de la
voluntad de Dios que muestra a su pueblo los caminos por lo que le conviene
marchar.
Cuando se compone el Deuteronomio la
situación de la sociedad israelita no es, ciertamente, ésa. Pero éste es el
ideal que Dios propone: hay que esforzarse por cambiar la situación presente
para que se adapte a ese modelo, que ilumina las condiciones del momento
histórico concreto y a la vez marca unas pautas de valor permanente.
5, Composición del Deuteronomio
desde el Nuevo Testamento. El gran tema del Deuteronomio, que es
la unidad, encuentra su plenitud en Cristo, el Hijo Único de Dios que llama a
todos los hombres a participar de la naturaleza divina por la gracia: “Que
todos sean uno, como tú Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros”
El modelo de comportamiento que Jesús
propone a sus discípulos se puede reducir a una sola ley: la del amor, que
engloba en sí misma los dos preceptos fundamentales: “El primero es: “Escucha,
Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En la nueva Alianza hay un solo acto
supremo de culto: el sacrificio redentor de Jesús en la Cruz, que tiene un
valor universal y que se actualiza constantemente en la Iglesia de modo
sacramental. Este sacrificio ha rato la enemistad y ha hecho de todos los hombres
un solo pueblo, el pueblo de Dios. Cada uno de los miembros de ese pueblo ha de
peregrinar por esta tierra, en el mundo que ha recibido como un de Dios,
desprendido de los bienes terrenos, en camino hacia la tierra definitiva”.
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