LA SERENIDAD, tercera y última parte
“Serenidad cristiana; vives escondida bajo el oscuro velo de la fe; serenidad cristiana, desciendes sobre el alma con la visión sobrenatural, como el rocío desciende sobre las flores con la primera luz de la mañana; serenidad cristiana, te ocultas en las palabras de Jesús: Non turbetur cor vestrum neque formidet, no se turbe ni tema vuestro corazón; nolite sollicite ese…, no estéis preocupados; quid prodest homini si mundum universorum lucretur, animae vero suas detrimentum patiatur?, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si su alma ha de perjudicarse? ; serenidad cristiana, te fundes con el alma en la oración como la lluvia con la tierra en primavera; serenidad cristiana, ahondas tus raíces en el alma que aprende a abrazar y a superar el dolor con espíritu de fe, serenidad cristiana, te asientas en el alma cuando se alimenta del cuerpo y de la sangre de Cristo; serenidad cristiana, llenas el alma que se abre, sincera y confiada, al propio director espiritual; serenidad cristiana, eres el regalo más delicado que Jesús hace a las almas sencillas y carentes de complicaciones.
Amigo mío, nuestro Padre Dios nos quiere serenos en medio de las pruebas y de las dificultades de la vida: oratione instantes, tribulatione patientes, spe gaudentes, insistentes en la oración, pacientes en la tribulación, gozosos en la esperanza.
Amigo mío, Jesús nos quiere serenos ante la muerte y ante la vida: sive vivimos, sive moritur, Domini sumus, que vivamos o que muramos, de Dios somos.
Amigo mío, el Señor nos quiere serenos en nuestro trabajo de cada día, sobre todo cuando se nos hace duro y gravoso.
Amigo mío, Dios nuestro Señor nos quiere serenos cuando por nuestro estado y condición de dar a los demás auxilio y consejo.
Amigo mío, Jesucristo nos quiere serenos cuando nos hallamos ante nuestra mesa y frente a los problemas y las decisiones de nuestro trabajo.
Y también nos quiere serenos en nuestra vida de perfección y en nuestros sinceros esfuerzos para ser mejores: in patientia vestra possidebitis animas vestras, en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas. Te falta esta serenidad cuando te irritas contigo mismo y cuando pierdes la paz, al ver que tus progresos en los caminos del Señor son lentos. No te olvides que la luz de la serenidad es la que te hace comprender que nemo repente fit sanctus, que nadie se vuelve santo de repente.
Y tampoco te olvides de que jamás encontrarás al Señor en el tumulto y en el barullo interior, pues el Señor viene en el sosiego, Dominus in tranquillitate venit.
Por eso, si tu oración es serena en sus consideraciones, en sus afectos y en sus propósitos, sus afectos serán más profundos y más duraderos sus frutos.
Tienes, pues, que llenar de serenidad tu apostolado: es un gran don de Dios el saber infundir seguridad y serenidad en las almas en su camino hacia Dios.
Y reina de serenidad -lo decimos con alegría- es nuestra Madre Celestial”.
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