TENTACIONES, primera parte
“¡Que distinto es nuestro camino -el
camino que han de recorrer tus discípulos, Señor- del imaginado por nosotros en
la inexperiencia de nuestros años jóvenes y en los dorados sueños de nuestra
inquieta fantasía! Solíamos ver entonces un camino tranquilo, hecho de
inalterada calma interior y de pacíficos triunfos exteriores… y también - ¿por
qué no? - de algunas clamorosas y vistosas batallas con heridas vendadas
primero con laurel y luego… con la deseada admiración de muchos. Creíamos,
Señor, de modo ingenuo y poco sobrenatural, que la sola decisión de seguirte y
de caminar generosamente contigo, renunciando a muchos consuelos humanos,
nobles y lícitos habría cambiado nuestra naturaleza y nos habría dejado libres -
¡como ángeles! - del peso de la tribulación y de las turbaciones de las
tentaciones.
Pero tus juicios, ¡oh Señor!, no son los
nuestros, ni nuestros caminos son iguales a los tuyos. Nuestra historia, tejido
admirable en donde se entrelazan aparentemente de modo caprichoso con los
acontecimientos que son vehículo de tu voluntad, los atributos divinos de tu
bondad, de tu sabiduría, de tu omnipotencia, de tu ciencia divina y de tu
misericordia, nos ha enseñado a comprender y a gustar que la vida del cristiano
es una milicia, militia est vita hominis super terram, milicia
es la vida terrenal del hombre, y que todos tus discípulos han de probar la
pax in bello -paz en la guerra- de tu servicio. Daremos
gracias al Señor porque suaviter et fortiter, suave y vigorosamente, nos
ha enseñado el valor sobrenatural y el fin providencial de las tentaciones y
las tribulaciones. Pues, por medio de ellas, Dios nuestro Señor ha dado a
nuestra alma la experiencia del hombre maduro, la dureza y el realismo del
soldado veterano fortalecido en la batalla y el espíritu de oración del monje
más contemplativo.
¡Tentaciones… las tendrás! Tu vida de servicio
de Dios y de la Iglesia las conocerá necesariamente, porque tu vocación, tu
llamada, tu decisión generosa de seguir a Jesús, no inmunizan a tu alma de los
efectos del pecado original, ni apagan para siempre el fuego de tus
concupiscencias allí donde se agazapa la tentación: unusquisque vero tentatur
a concuspicentia sua, cada cual, ciertamente, es tentado por su
concupiscencia.
Pero
te consolarás pensando que los Santos - ¡hombres y mujeres de Dios! - han
sostenido las mismas batallas de tú y yo hemos de sostener para demostrar
nuestro amor al Señor. Escucha el grito de San Pablo: ¿Quis me liberabit
a corpore mortis hujus?, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?
Piensa en las tentaciones de San Jerónimo a lo largo del curso de su vida
austera y penitente en el desierto; lee la vida de Santa Catalina de Siena y
verás las pruebas y las dificultades de aquella alma; y no olvides el martirio
de San Alfonso de Ligorio, octogenario, ni las fuertes tentaciones contra la
esperanza en la vida de San Francisco de Sales durante el periodo de sus
estudios, ni la fe tan duramente probada en el temple de aquel apóstol que era
el abate Chautard… ni las tentaciones de todo género de tantos y tantos otros.
Reflexionemos en ellas, amigo mío, con
espíritu sobrenatural: por medio de la tentación, siempre que tú no la vayas a
buscar imprudentemente, Dios nuestro Señor pone a prueba y purifica tu alma,
tan quam aurum in fornace, como el oro en el crisol. Las
tentaciones fortifican e imprimen un sello de autenticidad a tus virtudes, pues
¿qué autenticidad cabe atribuir a una virtud que no se ha fortalecido con la
victoria sobre las tentaciones que le son contrarias? Virtus in
infirmitate perficitur. La virtud se forja en la debilidad. En
las tentaciones se despierta y se robustece tu fe: crece y se hace más sobrenatural
tu esperanza; y tu amor -el amor de Dios que es el que te hace resistir
valerosamente y no consentir- se manifiesta de modo efectivo y afectivo”.
Continua
(Salvador Canals, Ascética meditada,
p. 122-125, Colección Patmos, nº 110 Ediciones Rialp)
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