EXAMEN DE CONCIENCIA, segunda y última parte
“Procuro atender mucho a la puntuación,
que es el ejercicio de la presencia de Dios. Esas pausas, que son como comas, o
como puntos y comas; o como dos puntos, cuando son más largas, representan el silencio
del alma y las jaculatorias con las cuales me esfuerzo en dar significado y
sentido sobrenatural a todo lo que escribo.
Me agradan mucho los puntos y más todavía
los puntos y aparte, con los cuales me parece que cada vez vuelvo a empezar a
escribir: ¡son como esbozos de gestos mediante los cuales rectifico mi
intención y digo al Señor que vuelvo a empezar -nunc coepi! -,
que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servirlo y de dedicarle mi vida,
momento por momento, minuto por minuto.
Pongo también mucha atención en los
acentos, que son las pequeñas mortificaciones por medio de las cuales mi vida y
mi trabajo adquieren un significado verdaderamente cristiano.
Una palabra no acentuada es una ocasión en
la que no supe vivir cristianamente la mortificación que el Señor me enviaba,
la que Él me había preparado con amor, la que Él deseaba que yo encontrara y
que abrazase a gusto.
Me esfuerzo porque no haya tachaduras,
equivocaciones o manchas de tinta, ni espacios en blanco, pero… ¡cuántos hay!
Son las infidelidades, las imperfecciones, los pecados… y las omisiones.
Me duelo mucho ver que no hay casi ninguna
página en donde no haya dejado huella mi torpeza y mi falta de habilidad.
Pero me consuelo y me tranquilizo pronto, pensando
que soy un niño pequeño que todavía no sabe escribir y que tiene necesidad de
una falsilla para no torcerse y de un maestro que le lleve la mano para que no
escriba tonterías - ¡qué buen Maestro es Dios nuestro Señor! -, ¡qué inmensa
paciencia tiene conmigo!
Otras veces me divierto, al repasar las
páginas de este libro, borrajeadas cuando no sabía hacer más que palotes, y las
que siguen, en las que no hay más que letras, grandes y deformes, trazadas con
mano poco segura: y esas otras en las que hay ya palabras y frases; y las más
recientes que cobijan línea tras línea de nutrida escritura.
Quisiera, Señor, aprender a escribir este
libro; aprender a dejarme guiar la mano por tu mano divina, para cumplir de
este modo en todo momento tu voluntad.
Y quisiera llenar cada una de estas
páginas con expresiones henchidas de afecto y de amor sincero, o, por lo menos,
cuando no hay sabido escribir lo que debía, con manifestaciones de contrición
serenas y sinceras.
Me duele, o me consuela, este juego del
libro. ¿Quieres, amigo mío, que aprendamos a entretenernos cada día,
sinceramente, con profundidad y perseverancia, en este juego que es tan grato a
nuestro Señor? Es el ejercicio del examen de conciencia.
Te dará un gran conocimiento de ti mismo,
y de tu carácter y de tu vida. Te enseñará a amar a Dios y a concretar en
propósitos claros y eficaces el deseo de aprovechar bien tus días.
Y sentirás, amigo mío, como lo siento yo
ahora, el anhelo de escribir un cántico de amor a Dios -cantate Dominum
canticum novum- cantad al Señor un nuevo cántico, un cántico que
será verdaderamente nuevo cada día, porque lo escribirás con el sentimiento
vivo de tu vocación, de tu vida de hijo de Dios, que se renovará cada día: Ecce
nova facio omnia, he aquí que hago nuevas todas las cosas.
Amigo,
coge en tus manos el libro de tu vida y vuelve cada día sus páginas, para que
no te sorprenda su lectura el día del juicio particular y no hayas de
avergonzarte de su publicación el día del juicio universal”.
(Salvador Canals, Ascética
meditada, p. 138-140, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)
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