miércoles, 11 de mayo de 2022

                                       EXAMEN DE CONCIENCIA, segunda y última parte

     “Procuro atender mucho a la puntuación, que es el ejercicio de la presencia de Dios. Esas pausas, que son como comas, o como puntos y comas; o como dos puntos, cuando son más largas, representan el silencio del alma y las jaculatorias con las cuales me esfuerzo en dar significado y sentido sobrenatural a todo lo que escribo.

     Me agradan mucho los puntos y más todavía los puntos y aparte, con los cuales me parece que cada vez vuelvo a empezar a escribir: ¡son como esbozos de gestos mediante los cuales rectifico mi intención y digo al Señor que vuelvo a empezar -nunc coepi! -, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servirlo y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto.
     Pongo también mucha atención en los acentos, que son las pequeñas mortificaciones por medio de las cuales mi vida y mi trabajo adquieren un significado verdaderamente cristiano.
     Una palabra no acentuada es una ocasión en la que no supe vivir cristianamente la mortificación que el Señor me enviaba, la que Él me había preparado con amor, la que Él deseaba que yo encontrara y que abrazase a gusto.
      Me esfuerzo porque no haya tachaduras, equivocaciones o manchas de tinta, ni espacios en blanco, pero… ¡cuántos hay! Son las infidelidades, las imperfecciones, los pecados… y las omisiones.
     Me duelo mucho ver que no hay casi ninguna página en donde no haya dejado huella mi torpeza y mi falta de habilidad.
     Pero me consuelo y me tranquilizo pronto, pensando que soy un niño pequeño que todavía no sabe escribir y que tiene necesidad de una falsilla para no torcerse y de un maestro que le lleve la mano para que no escriba tonterías - ¡qué buen Maestro es Dios nuestro Señor! -, ¡qué inmensa paciencia tiene conmigo!
     Otras veces me divierto, al repasar las páginas de este libro, borrajeadas cuando no sabía hacer más que palotes, y las que siguen, en las que no hay más que letras, grandes y deformes, trazadas con mano poco segura: y esas otras en las que hay ya palabras y frases; y las más recientes que cobijan línea tras línea de nutrida escritura.
     Quisiera, Señor, aprender a escribir este libro; aprender a dejarme guiar la mano por tu mano divina, para cumplir de este modo en todo momento tu voluntad.
     Y quisiera llenar cada una de estas páginas con expresiones henchidas de afecto y de amor sincero, o, por lo menos, cuando no hay sabido escribir lo que debía, con manifestaciones de contrición serenas y sinceras.
     Me duele, o me consuela, este juego del libro. ¿Quieres, amigo mío, que aprendamos a entretenernos cada día, sinceramente, con profundidad y perseverancia, en este juego que es tan grato a nuestro Señor? Es el ejercicio del examen de conciencia.
     Te dará un gran conocimiento de ti mismo, y de tu carácter y de tu vida. Te enseñará a amar a Dios y a concretar en propósitos claros y eficaces el deseo de aprovechar bien tus días.
     Y sentirás, amigo mío, como lo siento yo ahora, el anhelo de escribir un cántico de amor a Dios -cantate Dominum canticum novum- cantad al Señor un nuevo cántico, un cántico que será verdaderamente nuevo cada día, porque lo escribirás con el sentimiento vivo de tu vocación, de tu vida de hijo de Dios, que se renovará cada día: Ecce nova facio omnia, he aquí que hago nuevas todas las cosas.
     Amigo, coge en tus manos el libro de tu vida y vuelve cada día sus páginas, para que no te sorprenda su lectura el día del juicio particular y no hayas de avergonzarte de su publicación el día del juicio universal”.

     (Salvador Canals, Ascética meditada, p. 138-140, Colección Patmos nº 110, Ediciones Rialp)

 

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