domingo, 12 de junio de 2022

                            2, EL MARCO HISTÓRICO DEL ANTIGUO TESTAMENTO  
                                                                              Tercera parte
         
   “En los relatos de los libros de los Reyes y de las Crónicas se habla de algunos de estos acontecimientos, atestiguados también a partir de la arqueología y de la documentación extrabíblica: el sitio de Jerusalén por Senaquerib en tiempos de Ezequías, las incursiones de los ejércitos babilónicos por todo el territorio y la caída de Jerusalén en manos de Nabucodonosor.
 
d), La época persa. Unos cuarenta años después de la caída de Jerusalén en manos del rey de Babilonia, Ciro, rey de Persia, conquistó a su vez la ciudad de Babilonia y se hizo con el dominio de todo el territorio que de ella dependía. Son los comienzos del llamado imperio persa. Siguiendo una política de benevolencia hacia los países conquistados, Ciro ayudó a la restauración de Jerusalén, impulsando el culto tradicional a Yahwéh, el Dios de Samaría y Judá. Allí se fue creando una nueva sociedad centrada en el Templo y administrada por un gobernador persa, identificado profundamente con el pueblo. En el reinado de Darío I se promulgaron medidas imperiales orientadas a favorecer la centralización del culto en Jerusalén y el cumplimiento de las normas legales emanadas de la autoridad de la ciudad restaurada. La provincia persa de Yehud (Judá), cuya capital era Jerusalén, iría creciendo en importancia durante los siglos V y IV a.C.
     En esa época de restauración del culto y de la vida pública en la ciudad davídica bajo el dominio persa se sitúan las misiones de Nehemías y de Esdras, cuyas memorias han quedado incluidas en los libros del Antiguo Testamento que llevan sus nombres. Tales misiones no estuvieron exentas de tensiones con los gobernantes de la zona, como lo atestiguan esos mismos libros.
 
d), La época helenística.  El relativo esplendor alcanzado por Persia, y participado por Judá bajo su dominio, inició su declive hacia el año 333 a.C. con las conquistas de Alejandro Magno. Después de su victoria sobre el emperador persa Darío III Codomano, al noroeste de Siria., Alejandro bajó por la costa de Palestina en dirección a Egipto y sus tropas se hicieron con el control de la región. Su muerte se suele considerar el inicio de una nueva era en todo el Mediterráneo oriental y el Oriente Medio, conocida como periodo helenista. En esta época muchos aspectos de la vida de los pueblos conquistados quedarían impregnados de elementos de la civilización, el arte, la técnica, la lengua o la filosofía griega. En las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en Palestina, se puede constatar que la irrupción de esa nueva cultura produjo cambios considerables y profundos, entre ellos la aparición de ciudades típicamente helenistas.
     Mientras tanto, la situación social y política distaba mucho de ser pacífica. Tras la muerte de Alejandro Magno, todo el Oriente Medio se vio envuelto en las luchas de sus sucesores por conseguir el poder sobre las distintas regiones de su imperio. Al final de las “guerras sirias” entre ptolomeos y seléucidas, a comienzos del siglo II a.C., Palestina quedó bajo el poder sirio (seléucida). Antíoco III promulgó varios decretos destinados a acelerar la reconstrucción y repoblación de Jerusalén, concedió privilegios a los sacerdotes, escribas y miembros del consejo de los ancianos, y estableció algunas disposiciones para el mantenimiento de la ciudad y del Templo.
     Sin embargo, los efectos de estas medidas fueron escasos. Cuando Antíoco IV Epífanes (175-174 a.C.) se hizo con el poder, el proceso de helenización llegó a su apogeo. Jerusalén fue transformada en una ciudad helenística, la Torah dejó de ser ley constitucional, como lo venía siendo desde la época persa, y se suprimieron los sacrificios y del culto en el Templo.
     Sin embargo, hacia el año 70 a.C., Roma se apoderó de Jerusalén. Palestina era entonces una región profundamente helenizada, aunque se mantenían en ella bastantes reductos que habían logrado conservar con gran vigor la identidad religiosa y cultural propia”. Continúa
 
 (Facultad de Teología Universidad de Navarra, Sagrada Biblia, Comentario, p. 201-204, Editorial Eunsa)

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