jueves, 21 de julio de 2022

 

QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO,
Y NACIÓ DE MARÍA VIRGEN
Artículo 3, primera parte
     “El cristiano no sólo tiene que creer en el Hijo de Dios, según acabamos de explicar, 
sino también en su Encarnación. Por eso san Juan, tras exponer muchos conceptos sutiles y elevados, a renglón seguido habla de la Encarnación diciendo: “Y la Palabra se hizo carne” 
(Jn 1,14).
     Para que podamos comprender algo en torno a esta verdad, voy a declararla con un par ejemplos. Nada hay tan semejante al Hijo de Dios como una palabra concebida en nuestra mente y no pronunciada. Mientras permanece en la mente del hombre, nadie conoce esa palabra sino quien la ha concebido. Así ocurre con la Palabra de Dios. Mientras estaba en la mente del Padre, sólo el Padre la conocía; una vez que se revistió de carne, como la palabra de voz, comenzó a manifestarse y a darse a conocer. “Después de esto fue visto en la tierra, y trató con los hombres” (Bar 3,38).
     Segundo ejemplo: una palabra pronunciada, aunque por medio del oído es conocida, sin embargo ni se ve ni se toca; pero se ve y se toca cuando queda escrita en un papel. Así también, la Palabra de Dios se hizo visible y tangible cuando quedó como escrita en nuestra carne: y el igual que al papel en que está escrita la palabra del rey es llamado palabra del rey, de la misma manera el hombre a quien se unió la Palabra de Dios en una única hipótesis es llamado Hijo de Dios. “Tómate un libro grande y escribe en él con estilo de hombre” (Is 8,1); por ello los Santos Apóstoles dijeron: “Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, y nació de María Virgen”.
     Muchos erraron en este punto; por lo cual los santos padres del Concilio de Nicea añadieron en otro Símbolo algunas precisiones, con las que ahora todos los errores quedan destruidos.
     Orígenes dijo que Cristo había nacido y venido al mundo para salvar incluso a los demonios, y afirmó que al fin del mundo todos los demonios se salvarían. Pero esto va contra la Sagrada Escritura, que dice: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41). Para rechazar este error se añadió: “que por nosotros los hombres (no por los demonios) y por nuestra salvación”. En lo cual se manifiesta más particularmente el amor de Dios por nosotros.
     Fotino admitió que Cristo había nacido de la Santísima Virgen; pero agregó que era un mero hombre, que por vivir bien y cumplir la voluntad de Dios mereció ser hecho hijo de Dios, como los demás santos. Contra esto se dice: “Bajé del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 6,38). Está claro que no hubiese bajado si no hubiera estado allí, y si hubiera sido mero hombre, no habría estado en el cielo. Para rechazar este error se añadió: “Bajó del cielo”.
     Manes (14.IV.216, su doctrina se denomina maniqueísmo), enseñó que, aunque el Hijo de Dios existió siempre, y bajó del cielo, sin embargo, no tuvo una carne verdadera, sino sólo aparente. Pero esto es falso; por tanto, si aparentó verdadera carne, es que la tuvo. Por eso dijo: “Palpad, y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24,39). Para rechazar este error añadieron: “Y se encarnó”.
     Ebión (fundador de la secta de los ebionitas, desviación cristiana judaizante siglos 1 al IV), que era de linaje judío, afirmó que Cristo había nacido de la Santísima Virgen, pero por unión con varón y de semen viril. Esto es falso, puesto que el Ángel dijo: “pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
     Arrio y Apolinar defendieron que, aunque Cristo era la Palabra de Dios, y nació de María Virgen, sin embargo, no tuvo alma, sino que el puesto del alma lo ocupó en Él la divinidad. Esto es contrario a la Escritura: porque Cristo dijo: “Ahora mi alma está turbada” (Jn 12,27); “Triste está mi alma hasta la muerte” ((Mt 26,38). Para rechazar este error añadieron los santos padres: “Y se hizo hombre”. El hombre consta de alma y cuerpo; por tanto, tuvo evidentemente todo lo que un hombre puede tener, exceptuando el pecado” continua
 
   (Santo Tomás de Aquino, Escritos de catequesis, Artículo 3, primera parte, p.53-57,  
    Colección Patmos, Ediciones Rialp)

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