QUE
FUE CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO,
Y
NACIÓ DE MARÍA VIRGEN
Artículo
3, segunda y última parte
“Al decir que se hizo hombre, quedan
destruidos todos los errores enumerados y cualquiera otros que pudieran
mencionarse, y singularmente el de Eutiques (monje griego, iniciador de la herejía
monofisita), quien afirmó
que se había producido una fusión, es decir, que de la naturaleza divina y la
humana había resultado una única naturaleza, la de Cristo, la cual no es ni
meramente Dios ni mero hombre. Pero esto es falso, porque entonces no sería hombre;
va contra la profesión del Símbolo que dice: “Y se hizo hombre”.
Queda también destruido el error de
Nestorio (Obispo
de Constantinopla (413) la herejía nestoriana todavía pervive en Oriente), que aseguró que la unión del Hijo
de Dios con el hombre había consistido únicamente en habita en un hombre. Pero
esto es falso, porque entonces no sería hombre, sino en-hombre; que fue hombre
lo dice claramente el Apóstol: “Hallado en su condición como hombre” (Philp 2,7); “¿Por qué tratáis de matarme a
mí, un hombre que os he dicho la verdad que oí de Dios?” (Jn 8,40).
De
todo lo dicho podemos deducir algunas consecuencias para nuestra edificación:
En primer lugar, se robustece nuestra
fe. Si alguien contase cosas relativas a una tierra lejana donde nunca hubiese
estado, no se le creería como si hubiera estado allí. Antes de venir Cristo al mundo,
los Patriarcas, los Profetas y Juan Bautista contaron cosas relativas a Dios;
sin embargo, los hombres no les creyeron como a Cristo, que había estado junto
a Dios, más aún, que era una misma cosa con Él. Por tanto, bien segura es
nuestra fe, puesto que Cristo mismo nos la legó. “A Dios nadie lo vio jamás; el
Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha contado” (Jn 1,18).
En
segundo lugar, estas verdades aumentar nuestra esperanza. Es evidente
que el Hijo de Dios no vino a nosotros, tomando nuestra carne, por una
fruslería, sino para gran utilidad nuestra: realizó una especie de intercambio,
es decir, tomó cuerpo y alma, y se dignó nacer de la Virgen, para prodigarnos a
nosotros su divinidad; se hizo hombre para hacer al hombre Dios. “Por quien
tenemos entregada por la fe a esta gracia, en la cual estamos firmes, y nos
gloriamos en la esperanza de la gloria d ellos hijos de Dios” (Rm 5,2)
En
tercer lugar, se encuentra la caridad. En efecto, ninguna prueba hay tan
patente de la caridad divina como el que Dios, creador de todas las cosas, se
hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de
Dios se hiciera hijo de hombre. “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó
su Hijo Unigénito” (Jn 3,16).
En cuarto lugar, estas verdades nos
impulsan a conservar pura nuestra alma. La naturaleza humana fue tan
ennoblecida y sublimada por su unión con Dios, que quedó vinculada a la suerte
de una Persona divina; por ello el Ángel después de la Encarnación no toleró
que San Juan lo adorara, cosa que antes había consentido incluso a los más
grandes patriarcas. Y así el hombre, considerando y recordando esta
sublimación, debe rehusar envilecerse a sí mismo y su naturaleza por el pecado;
escribe San Pedro: “ Por él nos ha dado muy grandes y preciosas promesas, para
que por ellas seamos hechos partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la
corrupción de la concupiscencia que hay en el mundo” (2 Pet 1,4).
En
quinto lugar, encienden en nosotros el deseo de encontrarnos con Cristo.
Si uno tuviera un hermano rey, y se hallara lejos de él, desearía marchar
encontrarse y vivir con él. Siendo Cristo hermano nuestro, debemos desear estar
con Él, reunirnos con Él. El Apóstol sentía deseos de morir y estar con Cristo;
estos deseos crecen en nosotros a considerar su Encarnación”.
(Santo Tomás de Aquino, Escritos de catequesis, Artículo 3, segunda y última parte)
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