viernes, 16 de septiembre de 2022

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE ENTRE LOS MUERTOS
El símbolo de los Apóstoles. Artículo 5
      “La segunda diferencia está en la vida a la que resucitó. Cristo a una vida gloriosa e incorruptible: “Cristo resucito entre los muertos por gloria del Padre “(Rom 6, 4); los demás, a la misma vida que antes había tenido, según consta de Lázaro y otros.

      La tercera diferencia estriba en su fruto y eficacia: en virtud de la Resurrección de Cristo resucitan todos. “Muchos santos que se había dormido, resucitaron” (Mt 27, 52) “Cristo resucitó de entre los muertos, como una primicia de los que duermen” (1 Cor 15,20)
      Observa que Cristo llegó a la gloria a través de su Pasión: “¿No era menester que el Cristo padeciese todo esto, y entrase así en su gloria?” (Lc 24, 26). De esta manera nos enseñaba el camino de la gloria a nosotros: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Act 14, 21).

      La cuarta diferencia reside en el tiempo. La resurrección de los demás se aplaza hasta el fin del mundo, a no ser que por un privilegio se conceda antes a alguno, como a la Santísima Virgen y, según piadosa creencia, a San Juan Evangelista; Cristo, en cambio, resucitó al tercer día. La razón es que la Resurrección, la Muerte y el Nacimiento de Cristo acontecieron por nuestra salvación, y por tanto quiso Él resucitar en el preciso momento en que nuestra salvación lo exigía: si hubiera resucitado inmediatamente, nadie habría creído que hubiera muerto; si hubiera aplazado por mucho tiempo su resurrección, los discípulos habrían perdido la fe, y su Pasión habría resultado inútil: “¿Qué provecho hay en mi sangre, si desciendo a la corrupción”? (Ps 29, 10). Por eso resucitó al tercer día, para que se creyera que efectivamente había muerto, y para que los discípulos no perdieran la fe.

      Cuatro advertencias podemos deducir de todo esto con vistas a nuestra formación:
Primera, que tratemos de resucitar espiritualmente de la muerte del alma en que caemos por el pecado, a una vida de justicia que se alcanza con la penitencia. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará” (Apc 20, 6).

Segunda, que no dejemos la resurrección para el momento de la muerte, sino que nos movamos, pues Cristo al tercer día resucitó. “No seas lento en convertirte al Señor, no lo aplaces de día en día” (Eccli 5, 8), por no podrás pensar en la salvación cuando estés agobiado por la enfermedad

Tercera, que resucitemos a una vida incorruptible, esto es, de manera que no muramos de nuevo, con un propósito tal que en adelante no pequemos. “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya dominio sobre Él. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Por tanto, que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias; ni ofrezcáis vuestros al pecado como armas de maldad, antes bien ofreceos a Dios como resucitados de entre los muertos” (2 Rom 6, 9 y 11-13).

Cuarta, que resucitemos a una vida nueva y gloriosa, esto es, de forma que evitemos todo lo que anteriormente fue ocasión y causa de muerte y de pecado. “Como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6, 4). Esta vida nueva es una vida de justicia, que renueva el alma, y conduce a la vida de la gloria. Amén”.

(            Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 5, p. 76-, Colección Patmos n. 155)

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