JOSUÉ. Los libros históricos del Antiguo Testamento
COMENTARIO - Tercera parte, continúa
El deseo de unidad que manifiestan las tribus de Israel, que es un obsequio al Señor, tiene como consecuencia inmediata la pronta adhesión a las disposiciones del hombre escogido por Dios para presidir a su pueblo. La respuesta animosa de las tribus de Transjordania a Josué es también una continua invitación a sacudir la propia comodidad para buscar con hechos y de verdad la unidad del nuevo Pueblo de Dios.
I, Toma de posesión de la tierra prometida. (2,1-12,24). Esta primera parte del libro narra diversos episodios sobre el establecimiento del pueblo de Israel en la tierra de Canaán. De redacción deuteronomista en su mayor parte, utiliza elementos de origen litúrgico y relatos etiológicos, es decir, narraciones que explican el origen de nombres, costumbres o lugares.
El autor sagrado hace notar de múltiples maneras que la ocupación de Canaán es consecuencia de una donación de Dios y no el resultado de una conquista lograda gracias al ardor de sus guerreros: los exploradores descubren que la población de Jericó tiene terror de los israelitas porque saben que Dios les ha otorgado esa tierra; las aguas del Jordán se separan milagrosamente para dejar paso al pueblo; las murallas de Jericó se derrumban; los hijos de Israel logran conquistar la ciudad de Ay induciendo a su habitantes a caer en una emboscada; una fuerte tormenta de granizo destroza los ejércitos de los reyes que habitaban en la región central y meridional.
II. Distribución de la tierra prometida. (13,1-21,45). Una vez establecido que la tierra de Canaán es propiedad de Israel, ya que la ha recibido como donación de Dios que ha cumplido la promesa hecha a sus padres, se deja constancia por escrito del reparto entre tribus, enumerando los límites de cada heredad, así como las ciudades que se incluyen en ella. Según se desprende de algunos breves comentarios incidentales, se trata de fijar los derechos sobre las tierras y poblaciones adjudicadas a cada tribu, más que de posesiones adquiridas de hecho. Así, cuando, pasado el tiempo, los israelitas regresen a su tierra desde la deportación de Babilonia tendrán un punto de referencia para reclamar la posesión del territorio de su familia.
EPÍLOGO. 22,1-24,33. En estos capítulos que constituyen el epílogo del libro reaparecen los dos mismos temas del prólogo (1,1-18), aunque ahora con más extensión y en orden inverso al seguido entonces. Se subraya de nuevo que todo el pueblo ha realizado unido, sin que faltase nadie, la conquista del país. Una vez concluido ésta, los de las tribus de Transjordania regresan a su territorio, y para que con el paso del tiempo el Jordán no llegue a ser una frontera que separa las tribus, erigen un altar que no se dedicará al culto, sino que será testimonio de que ellos, lo mismo que sus hermanos, confiesen que el Señor es Dios. Por último, se indica que Josué, el sucesor de Moisés, ya ha cumplido su misión; antes de morir exhorta a todo el pueblo a mantenerse fiel al Señor que le ha entregado la tierra en la que habitan y a cumplir la Alianza que el Señor hizo con sus antepasados y que ahora ellos renuevan en Siquem”.
(Facultad de Teología Universidad de Navarra, Comentario, Sagrada Biblia, p. 210-219, selección, tercera parte)
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