En las diferentes relaciones entre los
hombres -en la ayuda, en la amistad, en la caridad-, en todo aquello en que se
establece un vínculo entre la persona y lo que hace, lo que yo haga saldrá
bien, sólo si me he interesado interiormente por ello. El lenguaje cotidiano expresa
esto en frases certeras, cuando se acepta, por ejemplo, que se diga: “estoy
metido de lleno en ello” o “no está metido en el tema”. Es posible que hago
algo -yo solo y nadie más- pero sin estar verdaderamente “metido en ello”.
Estoy corporalmente presente, de algún modo, también lo estoy espiritualmente,
lo suficiente como para que la acción comience a realizarle, pero, a la vez,
estoy en cualquier otra parte, y a las cosas también les pasa algo parecido. Cuanto
más difícil, importante y delicado es aquello que debe ser hecho, tanto más tengo
que poner toda mi atención, mi fervor, mi pasión, mi amor, lo más profundo de
mi sentimiento y las energías creadoras del espíritu.
El recogimiento no consiste en andar distraído
por cualquier parte, sino en estar presente aquí, ni tampoco en poner la
atención en muchas cosas, sino en atender lo que ahora importa, ni en participar
sólo con una parte de mi ser, sino en concentrarme totalmente en ello. Esto es
válido para todo obrar, pero en particular, vale para aquél del cual estamos ha
blando, es decir, para el culto que rendimos a Dios.
La liturgia se basa en el hecho de que
Dios está en el templo, por lo que comienza con la respuesta del hombre a este
acontecimiento. Por eso ella se distingue de la oración privada, la que puede
ser rezada en cualquier parte, también en casa o en un lugar abierto. En primer
lugar y en forma categórica, la liturgia significa el culto en el lugar sagrado
destinado a ello. ¡Gran misterio es que Dios está “aquí”! Eso exige una
respuesta: que el hombre se coloque frente a él. En la lengua italiana, existe
una bella expresión: “fare atto di presenza” [hacer acto de presencia], es
decir, efectivizar el acto de hacerse presente. Pero para eso también se debe
estar realmente allí, el cuerpo y alma, con pensamientos e intereses, con atención,
respeto profundo y amor. Precisamente a esto se llama recogimiento. Sólo el
hombre concentrado puede experimentar la presencia de Dios en su espíritu y en
su corazón, presentarse ante él y responder con un acto de adoración y con amor
al advenimiento de su misericordia.
El recogimiento posibilita también la correcta postura externa. Temo que lo que voy a decir aquí parezca exagerado o, peor aún, haga que alguien se comporte afectadamente. Pero con frecuencia el comportamiento en el templo es tan descuidado, los asistentes parecen saber tan poco del lugar en el que están y qué ocurre a su alrededor, que se debe hablar claramente, aunque se corra el riesgo de ser malinterpretado. El que el hombre esté presente no significa sólo que su cuerpo se encuentra en el templo y no en la calle. Su “cuerpo” es el mismo, y su estar presente es un obrar viviente. Por ejemplo, un hombre entra en una habitación y se sienta. Aparentemente lo único que ha ocurrido es que ha ocupado una silla. Pero entra otro hombre, entonces la existencia del primero se revela como un poder, aun cuando no haga o diga nada. Hay obras de arte en las que esta influencia silenciosa de su existencia se revela poderosamente. Pensemos en esas pinturas medievales en las que la mayoría de las imágenes de los santos aparecen tranquilamente sentadas, una al lado de otra; no hacen nada, apenas un gesto o una palabra va de una a otra, pero, sin embargo, todo el conjunto está lleno de una presencia cálida y vital. En consecuencia, el estar presente es algo más que el simple estar sentado o arrodillado en un lugar. Es un acto interior que se exterioriza en todo el comportamiento”.
(Romano Guardini, Preparación para Santa Misa, capítulo 4, primera parte, p. 25-27)
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