I. Persona, familia y sociedad desde la fe en Dios
que es uno y trino
6. La vida es un don que ha salido de las manos de Dios. Todo lo creado
lleva un sello trinitario y de manera especial la persona, varón y mujer,
a quien Dios ha amado por sí misma. En la creación del ser humano,
«hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen 1, 26), interviene
toda la Trinidad, Dios Padre que crea, el Hijo que moldea el barro
del alfarero y el Espíritu que alienta la vida. La primera familia humana
y la encomienda que recibe en su propia condición sexuada, «sed fecundos
y multiplicaos» (Gen 1, 28), es un «sacramento primordial» en
el que se recoge el plan de Dios para la humanidad y para la casa común
que se les ha regalado: sed familia y cuidad el hogar. Las reflexiones
sobre la Trinidad ayudaron a comprender el significado del ser personal.
Hoy, cuando la persona es reducida a individuo, la recuperación de
la concepción trinitaria de persona puede ayudarnos a salir del encierro
del individualismo. La fe trinitaria nos ofrece una propuesta de familia
y sociedad. La familia es «sacramento primordial» de esa propuesta.
1. Una antropología que ayude a interpretar todo lo humano
7. La Iglesia puede ofrecer la propuesta de una antropología adecuada
a la experiencia humana elemental. 3 cf. Juan Pablo II, Catequesis de los miércoles sobre
matrimonio y familia «Teología del cuerpo» (1979-1984). Experta en humanidad, acoge en
su seno existencias personales de hombres y mujeres con nombres y
rostros, de personas en acción a quienes la pregunta radical que Dios
hace a todo hombre en sus dos primeras palabras dirigidas a los humanos
en la Escritura: Adán «¿dónde estás? (Gen 3, 9); Caín ¿dónde está
tu hermano?» (Gen 4, 9), los ayudan a caer en la cuenta de dónde estamos
situados: es decir de tener una innegociable racionalidad, despertándoles
así la conciencia de las polaridades que constituyen el ser
personal: cuerpo-espíritu, hombre-mujer, individuo-sociedad.
8. ¿Cuál es la experiencia humana elemental?:
– que somos amados. Amor que se expresa en el don de la vida, en
nuestra corporalidad y conciencia.
– que somos cuerpo y que podemos reflexionar sobre este dato. Porque
nuestro cuerpo nos dice que hay una diferencia sexual —masculino,
femenino— que tiene un significado y que podemos reflexionar sobre él.
– que la conciencia de lo que somos y de nuestras relaciones nos
permite reconocer nuestro yo personal, familiar y social.
Por tanto, si la experiencia humana elemental nos dice que somos
don, cuerpo-espíritu, cuerpo sexuado y sujetos miembros de un pueblo
—es decir, personas relacionales y no individuos aislados—, nos
hace falta una reflexión antropológica sobre lo que somos como seres
humanos que sea adecuada a esa experiencia humana elemental, que logre
acoger y, al mismo tiempo, expresar todas las potencialidades de la
dimensión personal, de la dimensión relacional-afectiva y de la dimensión
institucional que nos constituyen. Pensamos que la fe en Dios, uno
y trino, y la antropología que de esa fe se deriva ofrecen una respuesta
«adecuada» a estas nuestras experiencias más elementales.
9. Queremos reflexionar y comunicar esta propuesta antropológica
que responde a la verdad de lo que el ser humano es. En esta reflexión,
es de extraordinaria importancia el significado de la diferencia
sexual. Es preciso un nuevo diálogo sobre la vocación del hombre y
de la mujer, previo a los roles sociales y económicos que hombre y
mujer desempeñan. Benedicto XVI habla al respecto de una «ecología
del hombre»: «Quisiera afrontar seriamente un punto que —me parece—
se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología del
hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar
y que no puede manipular a su antojo» 4.
10. Esta antropología religadora de todo lo humano, personal, ambiental
e institucional, solo se sostiene si hay una religación fundante,
un Padre que abraza y reúne a la familia en el hogar común. Una antropología
adecuada a la experiencia humana es aquella que acoge y
aúna la dimensión personal (corporal-espiritual), la dimensión relacional
afectiva (deseo-amor) y la dimensión público-institucional (fecundidad-
solidaridad). Además, da respuesta a los latidos profundos del
corazón humano —libertad, amor, alegría— sin contraponerlos y sin
pensar que cada uno de ellos va por su cuenta. Una libertad situada
entre la verdad y el bien; pero, por otra parte, una libertad herida, a la
que la fe ofrece redención para que pueda amar sin reservas y encuentre
la alegría.
No cabe una división entre problemas propios de la moral social y
problemas de la moral personal. Esta propuesta denuncia la falsedad de
la división entre asuntos privados y públicos, que además deja en tierra
de nadie el ámbito familiar.
Si la cuestión antropológica es hoy el centro de la cuestión social,
hemos de concluir recordando uno de los textos más luminosos del
Concilio Vaticano II:
En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de
venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación
del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (GS 22).
4.Benedicto XVI, Discurso al Parlamento alemán (22.9.2011).
(Editorial Edice, El Dios fiel mantiene su alianza, DT 7,9, p.17-19, continúa)
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