PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
Romano Guardiani, capítulo 4. El recogimiento y la acción
Algunas veces, hay oportunidad de observar disimuladamente en una función teatral los rostros de aquéllos que escuchan o miran; estos rostros orientados hacia algo y observando con tanta atención puede causar una impresión tan fuerte, que asusta y obliga a desviar la mirada. En la mirada humana, está todo el hombre. Mirar el altar con los ojos impregnados de fe significa mucho más que estar convencido de que ése es el lugar donde se desarrolla la acción sagrada: ese mirar es ya participación. Una vez presencié, en la catedral de Monreale, en Sicilia, como el pueblo asistía a la solemnidad del sábado Santo. Al momento de marcharme, la celebración llevaba más de cinco horas y todavía no había concluido. La gente no tenía libros ni tampoco rezaba el rosario, lo único que hacía era contemplar, pero lo hacían de tal modo, que los que asistían estaban totalmente sumergidos en la ceremonia. ¡Cómo se ha ido perdiendo poco a poco esta capacidad de contemplar! El hábito del recogimiento. El que todavía es conservado por el hombre sencillo que se ha criado en la tradición cristiana. La mirada hacia el altar es precisamente tan profunda como lo es el recogimiento del cual ella proviene.
Por ejemplo, consideremos los gestos litúrgicos. Pensemos en el más simple y, al mismo tiempo, el más sagrado de todos: la señal de la cruz. El modo en que, a menudo, se lo ejecuta, a la manera de un movimiento negligente y deforme, ¿no es verdaderamente escándalos? En el ánimo y en la mente de quien lo ejecuta, ¿no es idéntico al gesto que él hace cuando saludo rápidamente a alguien, en una forma completamente indiferente? ¡Pero este gesto, así realizado, no es aquél por medio del cual marcamos nuestro cuerpo con el símbolo de la muerte de Cristo, atravesamos nuestra alma con la imagen de la redención, reconocemos al Señor y nos ponemos bajo su amparo y protección! Reflexionemos sobre el modo en que vamos a comulgar.
Nosotros no vamos a la iglesia para “presenciar la misa”, que, por lo general, significa mirar sin tomar parte, sino que vamos para adorar a Dios, junto con el sacerdote. Lo que hacemos allí debe ser culto tributado a Dios, desde la entrada y hacerse presente en el templo, pasando por arrodillarse, el sentarse y el ponerse de pie, hasta la recepción de la sagrada comunión. Pero esto sólo puede lograrse, cuando el ánimo está verdaderamente presente y el espíritu está atento.
El hombre se sitúa frente a Dios y vive con Él, cuidando y viviendo la Liturgia”
(Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El recogimiento y la acción, p. 27-29, capítulo 4, segunda y última parte)
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