Profesión de la fe propuesta a Durando de Huesca y
a sus compañeros valdenses
(De la Carta Eius exemplo al
arzobispo de Tarragona, de 18 de diciembre de 1208)
“420.
De corazón creemos, por la fe entendemos, con la boca confesamos y con palabras
sencillas afirmamos que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son tres
personas, un solo Dios, y que toda la Trinidad es coesencial, consustancial,
coeternal y omnipotente, y cada una de las personas en la Trinidad, Dios pleno,
como se contiene en el "Creo en Dios" y en el "Creo en un solo
Dios" y en el símbolo Quicumque
vult.
“421. De corazón
creemos y con la boca confesamos también que el Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo, el solo Dios de que hablamos es el creador, hacedor, gobernador y
dispensador de todas las cosas, espirituales y corporales, visibles e
invisibles.
“422. De corazón creemos y con la boca confesamos que la encarnación de la
divinidad no fue hecha en el Padre ni en
el Espíritu Santo, sino en el Hijo solamente; de suerte que quien era en la
divinidad Hijo de Dios Padre, Dios verdadero del Padre, fuera en la humanidad
hijo del hombre, hombre verdadero de la madre, teniendo verdadera carne de las
entrañas de la madre, y alma humana racional, juntamente de una y otra
naturaleza, es decir, Dios y hombre, una sola persona, un solo Hijo, un solo
Cristo, un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, autor y rector de todas
las cosas, nacido de la Virgen Maria con carne verdadera por su nacimiento;
comió y bebió, durmió y, cansado del camino, descansó, padeció con verdadero
sufrimiento de su carne, murió con verdadera muerte de su cuerpo, y resucitó
con verdadera resurrección de su carne, después que comió y bebi´, subió al
cielo y está sentado a la diestra del Padre y en aquella misma carne ha de
venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
“423. De corazón creemos y con la
boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la Santa Romana, Católica
y Apostólica, fuera de la cual creemos que nadie se salva.
“424. En nada tampoco reprobamos los
sacramentos que en ella se celebran, por cooperación de la inestimable e
invisible virtud del Espíritu Santo, aun cuando sean administrados por un
sacerdote pecador, mientras la Iglesia lo reciba, ni detraemos a los oficios
eclesiásticos o bendiciones por él celebrados, sino que son benévolo ánimo los
recibimos, como si procedieran del más justo de los sacerdotes, pues no daña la
maldad del obispo del presbítero ni para el bautismo del niño ni para la
consagración de la Eucaristía, ni para los demás oficios eclesiásticos
celebrados por los súbditos.
Aprobamos, pues, el bautismo de los niños,
los cuales, si murieren después del bautismo, antes de comenter pecado, confesamos
y creemos que se salvan; y creemos que en el bautismo se perdonan todos los
pecados, tanto el pecado original contraído, como los que voluntariamente han
sido cometidos.
La confirmación, hecho por el obispo, es
decir, la imposición de las manos, la tenemos por sante y ha de ser recibida
con veneración. Firme e indudablemente con puro corazón creemos y sencillamente
con fieles palabras afirmamos que con sacrificio, es decir, el pan y el vino:
que es el sacrificio de la Eucaristía, lo que antes de la consagración era pan
y vino, después de la consagración son
el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo, y en
este sacrificio creemos que ni el buen sacerdote hace más ni el malo menos,
pues no se realiza por el mérito del consagrante, sino por la labra del Creador
y la virtud del Espíritu Santo. De ahí que firmemente creemos y confesamos que,
por más honesto, religioso, santo y prudente que uno sea, no puede ni debe
consagrar la Eucaristía ni celebrar el sacrificio del altar, si no es
presbítero, ordenado regularmente por obispo visible y tangible.
Para este oficio tres cosas son, como
creemos, necesarias: persona cierta, esto es, un presbítero constituido
propiamente para ese oficio por el obispo, como antes hemos dicho; las solemnes
palabras que fueron expresadas por los Santos Padres en el canon, y la fiel
intención del que las profiere. Por tanto, firmemente creemos y confesamos que
quienquiera cree y pretende que, sin la precedente ordenación episcopal, como
hemos dicho, puede celebrar el sacrificio de la Eucaristía, es hereje y es
participe y consorte de la perdición de Coré y sus cómplices, y ha de ser
segregado de toda la Santa Iglesia Romana.
Creemos que Dios concede el perdón a los
pecadores verdaderamente arrepentidos y con ellos comunicamos de muy buena
gana. Veneramos la unción de los enfermos con óleo consagrado. No negamos que
hayan de contraerse las uniones carnales, según el Apóstol [cf. 1 Cor 1], pero prohibimos de todo punto desunir las contraídas
del modo ordenado. Creemos y confesamos también que el hombre se salva con su
cónyuge y tampoco condenamos las segundas o ulteriores nupcias.
Pontificado del
Papa Inocencio III, años 1198 al 1216. Los números reseñados al principio de
cada documento, figuran en la obra de Enrique Denzinger, EL MAGISTERIO DE LA
IGLESIA, Editorial Herder 1963.
No hay comentarios:
Publicar un comentario