NUESTRA VIDA
PRECISA LA ASISTENCIA Y
LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo y la Iglesia en los últimos tiempos
Capítulo 4
Pentecostés
24, (Catecismo 731) El día de
Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se
consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como
Persona divina: después su plenitud, Cristo, el Señor (cf Hch 2, 36), derrama profusamente
el Espíritu.
25, (Catecismo 732) En este día se
revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por
Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y
en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida,
que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los “últimos tiempos”,
el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
Hemos
visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos
encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella
nos ha salvado (Liturgia
bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés)
El Espíritu Santo, El Don de Dios
26, (Catecismo 733) “Dios es Amor” (1 Juan 4, 8.16) y el Amor que
es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5,5)
27, (Catecismo 734) Puesto que
hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto
del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el
Espíritu Santo (2
Colosenses 13,13)
es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina
perdida por el pecado.
28, (Catecismo 735) El nos da
entonces las “arras” o las “primicias” de nuestra herencia (cf Rm 8, 23; 2
Co 1, 21):
la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar “como él no ha amado” (cf 1 Jn 4,
11-12). Este
amor (la caridad de 1 Corintios 13) es el principio de la vida nueva en Cristo,
hecha posible porque hemos “recibido una fuerza la del Espíritu Santo” (Hechos 1, 8).
29, (Catecismo 736) Gracias a ese
poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha
injertado en la Vid verdadera hará que demos “el fruto del Espíritu que es
caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza” (Gálatas
5, 22-23).
“El Espíritu es nuestra Vida”: cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf Mt 16,
24-26),
más “obramos también según el Espíritu” (Gálatas 5, 25):
Por la comunión
con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece
en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial,
nos da la
confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo,
de ser
llamados hijo de la luz y de tener parte en la
gloria eterna.
(San Basilio,
Tratado del Espíritu Santo 15, 16)
(Catecismo de la
Iglesia Católica,
2ª edición, capítulo 4. Comprenden los
números (731 al 736)
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