viernes, 20 de octubre de 2023

TIERRA SANTA
Saduceos, Fariseos, Zelotas, Esenios

La Tierra Santa sigue siendo todavía hoy meta de peregrinación del pueblo cristiano, como gesto de oración y penitencia, como atestiguan ya en la antigüedad autores como san Jerónimo. Cuanto más dirigimos la mirada y el corazón a la Jerusalén terrenal, más se inflama en nosotros tanto el deseo de la Jerusalén celestial, verdadera meta de toda peregrinación, como la pasión de que el nombre de Jesús, el único que puede salvar, sea reconocido por todos (cfr. Hechos 4,12).

 

Zelotas, zelotes o cananeos, eran un ala de los fariseos y no reconocían otros jefe y maestro que Dios. Nacidos contra la opresión romana, rechazaban la pasividad de los fariseos y proponían la acción decidida y audaz como única solución. No dudaron por eso en rebelarse en repetidas ocasiones. Se les llegó a conocer por sicarios o asesinos, y su exaltación jugó un papel decisivo en la Gran Revuelta, porque sus acciones, básicamente religiosas, se confundían con la agitación política.

 

Esenios, “dentro de la ortodoxia judía, constituyeron una asociación de pietistas escrupulosos que encarnan la Torá en una regla de vida, una disciplina, prácticas rituales ajenas a la tradición yavista normal, y que introducen el espíritu, a pesar de las representaciones de una gnosis cosmológica, en el cuerpo de la religión nacional. Suponen por todo ello un reflorecimiento de vida religiosa dentro de la vieja tierra judía” (C. Guigneberet, El mundo judío, p. 214)

 

En realidad, no existe aún una información completa y veraz sobre los mismos, por más que los documentos de Qumrán hay aportado no poca luz sobre sus vivencias comunitarias.

 

Su fidelidad a la Torá, su disciplina de vida, su credo y su piedad en las sinagogas, y la instrucción que impartían a sus fieles, les ganó, además de consideraciones, una notable influencia.

 

Digamos que los herodianos aparecen dos veces en el Nuevo Testamento (Marcos 3,6 y Mateo 22,16). Siempre conjuntamente con los fariseos y ambos como enemigos de Jesús. No deben identificarse con una secta judaica que habría considerado a Herodes el Grande como el Mesías. En el fondo se trataba de un grupo de partidarios de la dinastía de Herodes. Jesús les resultada también molesto.

 

Justino y Hegesipo, en el siglo II, se ocuparon además de otras sectas, no menos de siete, a las que hay que añadir las masas populares. “gentes de la tierra”, despreocupadas de la práctica religiosa y los “anawim” (los pobres), junto al judaísmo oficial y las tendencias ortodoxas, que ajenos al espíritu de la escuela farisaica, eran pietistas ardientes, más inclinados a la confianza en Yavé que al mero temor.

 

Es importante recordar el judaísmo de la Diáspora o dispersión, que nace con la deportación a Babilonia y que se extiende por todas las provincias del Imperio romano, cuya cultura introdujeron en el judaísmo cierto condicionamientos: una helenización debida a la filosofía y categorías griegas; un espíritu sincretista que dio nacimiento a varias sectas y favoreció la gnosis judía.

      La vida de la diáspora les hizo olvidar su propia lengua y aprender el griego. La versión de los “Setenta”, primera traslación al griego del Antiguo Testamento, que se remonta al tiempo de Tolomeo II Filadelfo (285-246 a. C.), tuvo una gran influencia en la literatura religiosa de los gentiles, próxima ya al nacimiento del cristianismo.

      Un ejemplo clave del judío de la diáspora es Filón de Alejandría (30 a.C – 54 d.C.)

Por su asimilación de la filosofía griega aplicada a la reflexión teológica, método que imitan algos Santos Padres.

 

      (Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 17-18, relato n. 3)

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