“La Tierra Santa sigue siendo todavía hoy meta de
peregrinación del pueblo cristiano, como gesto de oración y penitencia, como
atestiguan ya en la antigüedad autores como san Jerónimo. Cuanto más dirigimos
la mirada y el corazón a la Jerusalén terrenal, más se inflama en nosotros
tanto el deseo de la Jerusalén celestial, verdadera meta de toda peregrinación,
como la pasión de que el nombre de Jesús, el único que puede salvar, sea reconocido
por todos (cfr. Hechos 4,12).
Zelotas, zelotes o cananeos, eran un ala de los fariseos y no
reconocían otros jefe y maestro que Dios. Nacidos contra la opresión romana,
rechazaban la pasividad de los fariseos y proponían la acción decidida y audaz
como única solución. No dudaron por eso en rebelarse en repetidas ocasiones. Se
les llegó a conocer por sicarios o asesinos, y su exaltación jugó un papel
decisivo en la Gran Revuelta, porque sus acciones, básicamente religiosas, se
confundían con la agitación política.
Esenios, “dentro de la ortodoxia judía, constituyeron una
asociación de pietistas escrupulosos que encarnan la Torá en una regla
de vida, una disciplina, prácticas rituales ajenas a la tradición yavista
normal, y que introducen el espíritu, a pesar de las representaciones de una
gnosis cosmológica, en el cuerpo de la religión nacional. Suponen por todo ello
un reflorecimiento de vida religiosa dentro de la vieja tierra judía” (C. Guigneberet, El mundo judío, p. 214)
En
realidad, no existe aún una información completa y veraz sobre los mismos, por
más que los documentos de Qumrán hay aportado no poca luz sobre sus vivencias
comunitarias.
Su
fidelidad a la Torá, su disciplina de vida, su credo y su piedad en las
sinagogas, y la instrucción que impartían a sus fieles, les ganó, además de
consideraciones, una notable influencia.
Digamos
que los herodianos aparecen dos veces en el Nuevo
Testamento (Marcos 3,6 y Mateo 22,16). Siempre conjuntamente con los fariseos y ambos como
enemigos de Jesús. No deben identificarse con una secta judaica que habría
considerado a Herodes el Grande como el Mesías. En el fondo se trataba de un
grupo de partidarios de la dinastía de Herodes. Jesús les resultada también
molesto.
Justino
y Hegesipo, en el siglo II, se ocuparon además de otras sectas, no menos de
siete, a las que hay que añadir las masas populares. “gentes de la tierra”,
despreocupadas de la práctica religiosa y los “anawim” (los pobres), junto al
judaísmo oficial y las tendencias ortodoxas, que ajenos al espíritu de la
escuela farisaica, eran pietistas ardientes, más inclinados a la confianza en Yavé
que al mero temor.
Es
importante recordar el judaísmo de la Diáspora o dispersión, que nace
con la deportación a Babilonia y que se extiende por todas las provincias del
Imperio romano, cuya cultura introdujeron en el judaísmo cierto
condicionamientos: una helenización debida a la filosofía y categorías griegas;
un espíritu sincretista que dio nacimiento a varias sectas y favoreció la gnosis
judía.
La vida de la diáspora les hizo olvidar
su propia lengua y aprender el griego. La versión de los “Setenta”,
primera traslación al griego del Antiguo Testamento, que se
remonta al tiempo de Tolomeo II Filadelfo (285-246 a. C.), tuvo una gran influencia
en la literatura religiosa de los gentiles, próxima ya al nacimiento del
cristianismo.
Un ejemplo clave del judío de la diáspora
es Filón de Alejandría (30 a.C – 54 d.C.)
Por su
asimilación de la filosofía griega aplicada a la reflexión teológica, método
que imitan algos Santos Padres.
(Teodoro
López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 17-18,
relato n. 3)
No hay comentarios:
Publicar un comentario