Jerusalén,
centro político y religioso de Israel, pone en contacto unas regiones con
otras, y el mundo judío en general con su entorno próximo y lejano. Contribuyen
a ello las celebraciones de la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (Dr 16,1.16). Hay
constancia en Hechos 2, 9-12 del movimiento de la gente extranjera, lo que
repercute en que formas de religiosidad judías se implanten en otras tierras.
Otras circunstancias contribuyen también a este intercambio social: la guardia
de Herodes, con soldados galos y romanos; la misma Palestina, provincia romana
a partir del 6 d.C.; y Cesarea, la residencia habitual de la cohorte “Itálica”
(Hch 10, 1).
Que además se llegara a lograr una estrecha relación con Grecia, lo evidencian
los mismos viajes de san Pablo.
Las deportaciones a Babilonia y la
permanencia de israelitas en Mesopotamia, hacen que exista contacto entre el
Sanedrín y las sinagogas (Damasco, Duraeuropeos) de esta región, lo que
favorece el incremento del trato entre judíos con pueblos orientales.
Las diferencias sociales fueron muy
manifiestas. Las clases altas alcanzaron un nivel de lujo y ostentación:
la corte de Herodes vivió al estilo helenístico, y en ella convivieron tanto
educadores, entonces muy considerados, como sabios de la nombradía de Manaén (Hch 13, 1),
Nicolás de Damasco y Euclides de Esparta. El palacio llegó a disponer de unas
trescientas habitaciones.
Los miembros del Sanedrín y la nobleza
sacerdotal disfrutaban también de gran opulencia. Dentro de él, el Sumo
Sacerdote gozaba de gran veneración y autoridad (Hch
23 ,5) y su rango le permitía atesorar riquezas
provenientes del Templo.
Existió también la esclavitud, en
la que se podría incurrir por tres causas: robo, venta voluntaria y casamiento
de muchachos menores de 12 años. La esclavitud venía a durar seis años (Ex 21, 1-11), por
más que no llegó nunca a considerarse estado deshonroso, hasta el punto que
jurídicamente los esclavos tenían los mismos derechos y el mismo trato que el
hijo mayor de la familia del dueño (Lv 24,
40). Y el dueño le daba mujer, ella y sus hijos
pasaban a pertenecer al señor (Ex 21, 4).
Económico
La vida económica en tiempo de Jesús
dependió principalmente de la clase profesional. Gozaban de una gran estima los
artesanos, y muchos de los escribas, para subsistir, ejercían una profesión,
entre las que predominaban las industrial familiares de la piel, la alfarería y
la textil. Pablo tejía tiendas (Hch y 18, 3) y Pedro se hospedó en casa de un curtidor.
Las numerosas construcciones emprendidas
por Herodes el Grande, necesitaron de albañiles, canteros, escultores, maestros
de obras y conservadores. Entre otras profesiones, figuran los médicos (Mc 5, 25), barberos,
oculistas, cambistas de dinero y banqueros (Jn 2,
15).
En el capítulo de alimentación, es
notable la abundancia de almazaras. Jerusalén disponía de un surtido mercado de
carnes, quesos, huevos, especias… En artículos de lujo, la elaboración de
ungüentos, perfumes y resinas gozaban de especial predilección (Jn 19, 39), a lo
que contribuyó notablemente el boato con que se revistió la corte de Herodes.
Joya muy apreciada era “la Jerusalén de oro”, consistente en una diadema
almenada. Jerusalén tenía 25.000 habitantes en tiempos de Jesús y sus
principales recursos procedían del Templo, al que acudían muchos judíos de la
diáspora.
El comercio exterior con Grecia y Sidón
se limitaban casi al bronce, madera y vidrio. Con Tiro negociaba en pescado y
púrpuras. Babilonia y la India le suministraba telas preciosas. Con Egipto
negociaba en perfumes y trigo.
El valle del Jordán la abastecía de
verduras y frutas, mientras que el Haurán transjordánico era el principal
granero del que se surtía toda Palestina.
(Teodoro
López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 21-23,
relato n. 5, selección)
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