jueves, 25 de enero de 2024

HISTORIA DE PALESTINA
Período Bizantino (325 – 636)
(primera parte)
    Con el edicto de Milán (315) se inicia la gran expansión cristiana en Tierra Santa. La primera medida relevante es la sustitución de los obispos judeo-cristianos por otros procedentes de la gentilidad. Y en orden a rehabilitar los lugares evangélicos, no es menos decisiva la obra del emperador Constantino construye, a instancias de su madre Santa Elena, en el 326, las tres grandes basílicas: Santo Sepulcro, Eleona en el monte de los Olivos y Natividad en Belén.

     Pero el florecimiento de la Iglesia, más que en su fase meramente organizativa o en la erección material de templos prestigiosos, se cifra de manera preeminente en la incontenible difusión del cristianismo, coincidente y motivada por el edicto de Milán y la seguridad que comporta el fin de las persecuciones. Las medidas que tome en contra Juliano el Apóstata (361-363), resultarán de efectos más bien efímeros.

     El estudio de los contenidos de la fe, traerá consigo el revuelo dialéctico de animadas disputas dogmáticas en que intervendrán Santos Padres y se pronunciarán los Concilios de la Iglesia. Eusebio de Cesarea (265-340), san Caritón, san Cirilo de Jerusalén (387), san Jerónimo (342-420), son fuentes de sabiduría de su tiempo. Pero, junto al desarrollo de las querellas doctrinales, nada agitó tanto el corazón de la Iglesia como la aparición de las primeras herejías. El arrianismo, según el cual el Padre es anterior al Hijo y al Espíritu Santo, y negaba por tanto la divinidad de Jesucristo, acaba condenado en el Concilio de Nicea (325) y en el de Constantinopla (381), aunque el número de sus prosélitos llegó a ser importante en regiones como Siria. El Nestorianismo, que predicaba la simple yuxtaposición en Cristo de sus naturalezas divina y humana, afirmando que en Cristo había dos personas y que María no era Madre de Dios, sufrió la condena del Concilio de Éfeso (431), y los nestorianos buscan refugio en el impero persa. El Monofisicismo, herejía también cristológica, que afirmaba una sola naturaleza en Cristo y que igualmente llegó a tener números adeptos en Siria, sufrió el anatema del Concilio de Calcedonia (451) y origina la sucesión de las iglesias orientales monofisitas. El emperador Zenón intentó en vano, por la Henotiqué (482), la reconciliación de calcedonianos y monofisitas en la Iglesia.

      El fervor creciente es germen propicio para la proliferación de formas de vida, que explica el pronto y rápido desarrollo del monaquismo, tanto eremítico como cenobítico. Los monjes a su vez acentuarán la evangelización de los pagos -se llamaba paganos a los habitantes del campo, en oposición a los cristianos, asentados predominantemente en las ciudades-. Todo ello conlleva, paralelamente, la creciente edificación de grandes conventos, y en la fase más extrema del ascetismo siríaco, a partir de san Simeón, toma cuerpo el retiro singular de los estilitas.

             (Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 32-34, relato n. 13)

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