HISTORIA DE PALESTINA
Período Bizantino (325 – 636)
(primera parte)
Con el edicto de Milán (315) se inicia la
gran expansión cristiana en Tierra Santa. La primera medida relevante es la sustitución
de los obispos judeo-cristianos por otros procedentes de la gentilidad. Y en
orden a rehabilitar los lugares evangélicos, no es menos decisiva la obra del
emperador Constantino construye, a instancias de su madre Santa Elena, en el
326, las tres grandes basílicas: Santo Sepulcro, Eleona en el monte de los
Olivos y Natividad en Belén.
Pero el florecimiento de la Iglesia, más
que en su fase meramente organizativa o en la erección material de templos
prestigiosos, se cifra de manera preeminente en la incontenible difusión del
cristianismo, coincidente y motivada por el edicto de Milán y la seguridad que
comporta el fin de las persecuciones. Las medidas que tome en contra Juliano el
Apóstata (361-363), resultarán de efectos más bien efímeros.
El estudio de los contenidos de la fe,
traerá consigo el revuelo dialéctico de animadas disputas dogmáticas en que
intervendrán Santos Padres y se pronunciarán los Concilios de la Iglesia.
Eusebio de Cesarea (265-340), san Caritón, san Cirilo de Jerusalén (387), san
Jerónimo (342-420), son fuentes de sabiduría de su tiempo. Pero, junto al
desarrollo de las querellas doctrinales, nada agitó tanto el corazón de la
Iglesia como la aparición de las primeras herejías. El arrianismo, según el
cual el Padre es anterior al Hijo y al Espíritu Santo, y negaba por tanto la
divinidad de Jesucristo, acaba condenado en el Concilio de Nicea (325) y en el
de Constantinopla (381), aunque el número de sus prosélitos llegó a ser
importante en regiones como Siria. El Nestorianismo, que predicaba la simple
yuxtaposición en Cristo de sus naturalezas divina y humana, afirmando que en
Cristo había dos personas y que María no era Madre de Dios, sufrió la condena
del Concilio de Éfeso (431), y los nestorianos buscan refugio en el impero
persa. El Monofisicismo, herejía también cristológica, que afirmaba una sola
naturaleza en Cristo y que igualmente llegó a tener números adeptos en Siria,
sufrió el anatema del Concilio de Calcedonia (451) y origina la sucesión de las
iglesias orientales monofisitas. El emperador Zenón intentó en vano, por la Henotiqué
(482), la reconciliación de calcedonianos y monofisitas en la Iglesia.
El fervor creciente es germen propicio
para la proliferación de formas de vida, que explica el pronto y rápido
desarrollo del monaquismo, tanto eremítico como cenobítico. Los monjes a su vez
acentuarán la evangelización de los pagos -se llamaba paganos a los habitantes
del campo, en oposición a los cristianos, asentados predominantemente en las
ciudades-. Todo ello conlleva, paralelamente, la creciente edificación de
grandes conventos, y en la fase más extrema del ascetismo siríaco, a partir de
san Simeón, toma cuerpo el retiro singular de los estilitas.
(Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel
Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 32-34, relato n. 13)
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