“El altar es el umbral para el
arrobamiento divino. Por Cristo, Dios ha dejado de ser desconocido e
inaccesible, ha orientado su mirada hacia nosotros, ha venido a nosotros y se
hizo uno de nosotros, para que podamos ir hacia él y pertenecerle. Pero el
altar es la frontera donde se produce el tránsito de Dios hacia nosotros y de
nosotros hacia él.
Aquí debemos decir algo sobre las
imágenes con las que solemos expresar los misterios divinos. Ellas revelan la
plenitud de éstos y extraen rasgos particulares, para que podemos captarlos más
fácilmente. En tanto vemos el altar como umbral, pensamos en algo determinado y
dejamos de lado otros aspectos, por ejemplo, aquéllos a los cuales hace
referencia el término “mesa”. Las imágenes proceden también del mundo terrenal.
En sí, entre los ámbitos humanos y divinos no hay ninguna puerta, tal como
existe entre la calle y el interior de una casa o entre un cuarto y otro. En
consecuencia, las formas de representar nuestra existencia son trasladades a la
vida divina por medio de imágenes. Pero no conviene insistir demasiado sobre lo
inapropiado de estas imágenes, a no ser que queremos dejar de lado lo
importantes.
De ninguna manera son simples recursos,
buenos para los niños y para el pueblo, mientras que el hombre “culto” debería
expresar lo que piensa en forma pura, es decir, a través de meros conceptos. Es
por eso que Jacob, el nieto de Abraham, cuando se despertó de su sueño
profundo, exclamó: “¡Qué terrible este lugar! ¡Es nada menos que la casa de
Dios y la puerta del cielo! (Gn 28,17). Y
san Juan escribió en el Apocalipsis: Después tuve la siguiente visión: Había
una puerta abierta en el cielo, y la voz que había escuchado antes, hablándome
como una trompeta, me dijo: “Sube aquí, y te mostraré las cosas que deben suceder
en seguida” (Apoc 4,1). Si dijéramos que en este pasaje el término “puerta”, en realidad,
es “una imagen”, que utilizamos para significar que Dios está próximo, aun
cuando es invisible, ya que ningún hombre puede alcanzarlo, aunque él sí puede
elevarnos hacía sí, esto sería correcto pero mezquino. Aquí se habla de una
puerta, y la puerta es justamente eso. Nuestro pensamiento puede intentar
expresar su significado recurriendo a conceptos y a principios, pero éstos son
simplemente un auxilio o una ayuda, y nada más que eso.
En consecuencia, se invierten los
términos, ya que lo específico es la imagen, y los pensamientos sólo pretenden
hacer patente su profundidad. La imagen dice más que el pensamiento. La
contemplación, el acto por el cual captamos la imagen, es más vital, más plana,
más profunda y más variada que el pensamiento. Si se permite la expresión,
diría que los hombres modernos somos completamente conceptualistas, ya que
hemos perdido la capacidad para contemplar imágenes, oír parábolas y realizar
acciones simbólicas. Pero podemos aprender nuevamente algo de eso, en tanto
estimulemos y ejercitemos la capacidad para ver y percibir, la que hasta ahora
ha sido despreciada y minusvalorada. El misterio del altar contiene más que lo que expresa la imagen del umbral, ya que
también es mesa.
En las religiones de todos los pueblos,
se vislumbra que, en torno a la mesa sagrada, no sólo se hace presente el
hombre, sino también la divinidad. En todas partes, el hombre piadoso deposita
ofrendas sobre el altar, para que la divinidad las reciba. Que estos dones no
deben pertenecer más al hombre, sino a la divinidad, se enfatiza inclusive en
el hecho de que son destruidos o, en todo caso, se impide su utilización por
parte del hombre, ya que se quema el cuerpo de la ofrenda y se derrama la
bebida”. continúa
(Romano Guardini, Celebración
de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 8, primera parte, p. 42-44)
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