viernes, 3 de mayo de 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN DE 
LA SANTA MISA: La acción sagrada
Romano Guardiani, capítulo 13/1

      Después de haber expuesto la configuración sagrada del espacio y del tiempo, se debería hablar ahora de aquello que se realiza efectivamente en ellos: la acción de la misma misa. Pero de esto trataremos detalladamente en la segunda parte de este libro. Ahora sólo queremos ocuparnos atentamente de una sola cosa, precisamente del carácter que tiene esta acción. Una acción religiosa puede originarse en diferentes causas. Lo que actualmente es más afín a nosotros es la experiencia inmediata. Imaginemos que algunos hombres hubiesen escapado juntos de un peligro mortal y estuviesen a salvo; podemos pensar que podrían estar en silencio, basados en un signo interior, lo que demostrarían quitándose sus sombreros o por medio de alguna expresión de profunda emoción y reverencia frente a Dios. Su acción sería expresión inmediata de lo que habrían vivido, pero justamente sería solamente posible en este momento y entre estos hombres. En cuanto alguien quisiera repetir la misma acción, ésta sería falsa y desagradable.

      Pero la acción también podría tener su origen en el significado contenido en un momento que se repite periódicamente. Por ejemplo, al final del día, cuando el hombre ha terminado su tarea, ha pasado por vicisitudes y ha cumplido con sus obligaciones, quiere sumergirse en la oscuridad del sueño, en el cual se anuncia la extensa noche de la muerte. En este momento, el hombre siente íntimamente que tiene que recogerse y ponerse en las manos de Dios, y si ha aprendido a obedecer los avisos interiores, también hará algo semejante a eso… Algo similar vale para el comienzo del día. También aquí el hombre siente que, en sentido estricto, debe hacer algo que es religioso por esencia, como es el afirmarse en sí mismo y dirigirse hacia lo que Dios exige de él. Lo mismo se podría decir para la finalización de un año y para el inicio del nuevo, etc. Estas acciones pueden reiterarse, ya que no proceden de una experiencia irrepetible, sino del ritmo de la existencia que se repite continuamente y es válido para todos. Es por eso que estas acciones también pueden ser realizadas siempre, en distintas circunstancias y por hombres diferentes.

      Por último, una acción sagrada también puede surgir por efecto de una institucionalización. La “institucionalización” significa que algo ha sido declarado como válido y por eso obliga a los hombres a realizar una acción determinada. En este sentido, sólo puede instituir quien posee autoridad. Por ejemplo, un hombre que es apreciado por la fuerza religiosa que emana de su persona y tiene confianza de los demás, por un motivo valedero, puede instituir un día conmemorativo. Cuantes veces se reitere ese día, será ocasión para celebrarlo. Esta acción no procede ni de la inmediatez de la experiencia ni de la conexión natural de los días o de los años, sino de la autoridad de aquél que ha instituido la ley.

      Únicamente Dios instituye con verdadera autoridad. Lo hizo cuando dispuso, al abandonar Egipto los hebreos, que cada año la cena pascual conmemorase esa salida liberadora. En esta celebración, Cristo instituyó, en la Última Cena, un segundo acontecimiento: la conmemoración de su muerte. En ella presentó su unidad con la voluntad del Padre, su vida y su misión redentoras y su realidad salvífica viviente, presente en las palabras pronunciadas sobre el pan y el vino y en la participación comunitaria de la comunión. Pero a los suyos les dejó encargado que conmemoraran en forma ininterrumpida este acontecimiento, cuando les ordenó: “HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.” continúa

                 (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / la acción sagrada, capítulo 13/1, p. 52-54)

 

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