sino la conformidad” Rollo May
Los bárbaros han comprobado que el
individuo aislado es muy vulnerable, y con la debida presión pueden lograr que
cambie sus ideas preconcebidas o sus carencias más profundas, simplemente con
hacerle creer que la mayoría de su entorno opina lo contrario. A ese ciudadano
se le transmite que su posición no es respetable; que nadie en la tribu piensa
como él, y que debe cambiar su ideario si no quiere arriesgarse a ser expulsado
de la misma.
¿Funciona? Funciona. Además, con un
porcentaje cualitativamente respetable.
Un psicólogo social, Solomon Asch,
demostró en 1951 que una persona puede cambiar de opinión ante un hecho
evidente y palpable, si socialmente es presionado por un grupo.
Su experimento consistía en encerrar en
una habitación a ocho personas, siete de los cuales estaban preparados para
interactuar. Solo uno de los ocho era completamente inocente. Los ocho tenían
que dar respuesta a una pregunta que cualquier niño de párvulo hubiera
acertado. Simplemente tenían que confirmar qué línea era igual a otra. La
respuesta era de Perogrullo. Intervenían primero los siete actores que
afirmaban todos y cada uno de ellos, con seguridad y aplomo, que la solución
era la C. La contestación era a todas luces incorrecta. El último
interviniente, que era el invitado inocente, y ante las apabullantes
argumentaciones de sus siete compañeros, en un 37% de los experimentos se
dejaba guiar por la opinión mayoritaria y abandonaba su creencia cierta de la
respuesta correcta, para confirmar las respuestas de sus compañeros.
Una vez terminado el experimento, Solomon
Asch preguntaba al invitado el sentido de su respuesta. Le manifestaba que
sabía la contestación correcta, pero había cambiado su veredicto por miedo a
destacar o ante el temor a ser ridiculizado por el grupo al tener una opinión
diferente de ellos.
Asch le dio otra vuelta de tuerca al
experimento, e introdujo una nueva variante. A seis de los siete actores
infiltrados les pidió que siguieran ofreciendo una respuesta incorrecta, pero al
séptimo le indicó que debía dar una contestación discrepante con sus
compañeros. El resultado: romper la unanimidad del grupo con este elemento
discrepante “daba permiso” al invitado inocente para no seguir la opinión
mayoritaria del grupo, y sentirse así libre para dar la respuesta correcta. De
esta manera la conformidad se descabalgaba en un porcentaje muy alto.
Moraleja: los bárbaros quieren unanimidad. Si se mantiene y no hay discrepantes, el porcentaje de éxito se dispara, pero si hay un díscolo que logra colocar su argumentación en la opinión pública, y ese ejemplo arrastra a otros a levantar la voz, la conformidad grupal decae.
(autor Álex Rosal, LIBROSLIBRES, con el
título que encabeza, capítulo 16, p. 42-44)
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