miércoles, 14 de agosto de 2024

 

Por qué leer y releer a los clásicos

por Luis Daniel González / Aceprensa 

      La Eneida, un extenso poema limado “línea por línea”, escribió Jorge Luis Borges, “es el ejemplo más alto de lo que se ha dado en llamar, no sin algún desdén, la épica artificial, es decir, la emprendida por un hombre, deliberadamente, no la que erigen, sin saberlo, las generaciones humanas”, como fueron las obras de Homero; es asombroso que Virgilio se propusiese confeccionar una obra maestra y que la lograse.  No es nada común un héroe como Eneas, que comienza su viaje de huida llevándose consigo y poniendo a salvo tanto a su padre como a su joven hijo, un héroe al que Virgilio califica, en contraste con los héroes homéricos, como piadoso, palabra que a un hablante moderno le hace pensar en la devoción religiosa, pero que los primeros lectores de la Eneida entendían como “diligente”, como buen padre y buen hijo, y como alguien con un profundo sentido del deber hacia su gente y hacia su patria.

La epopeya de Dante

      La Divina Comedia es difícil para muchos lectores de hoy, pues -advierte José Mateos- “hay una distancia mayor entre el mundo de Dante y el nuestro, que entre el mundo de Homero y el nuestro”, algo que también podemos ver como una ventaja, pues “nos saca de raíz de nuestro mundo, de la tierra abonada por la soberbia científica propia de nuestro tiempo”. Es difícil también porque “pide una lectura diferente a la de otras obras del pasado, pide constancia y esfuerzo como ninguna otra obra, pide una atención dilatada a lo largo d ellos años”; y esto quiere decir que “no ha leído la Divina Comedia quien la ha leído una sola vez”.
      Si en las epopeyas del pasado se alababan o admiraban las virtudes de los héroes -la fuerza y valentía de Aquiles, la prudencia y astucia de Ulises, el compañerismo y la piedad de Eneas-, Dante, “al ponerse a sí mismo como protagonista y resaltar sus torpezas y arrepentimientos” -añade Mateos-, viene a decirnos que la epopeya más arriesgada es la vida de cada uno y que “todos podemos ser héroes morales de nuestra vida”. A diferencia de Homero y de Virgilio, Dante es el narrador y el protagonista de su obra, un camio de posición que podemos poner en el origen de toda la poesía moderna; y mientras que Homero y Virgilio son sólo una voz y una mirada -aunque sean una voz y una mirada que sobrevuelan a hombres y dioses-, “Dante, por el contrario, está en su poema de cuerpo entero, lo vemos esforzarse y abrirse camino como un explorador: a machetazos, a fuerza de mucha voluntad y mucha necesidad.
      José María Micó, uno de los editores y traductores al castellano de la obra de Dante, afirma que la Divina Comedia es “el libro más extraordinario de la cultura literaria europea. Un libro en que el lector encontrará lo mismo que el protagonista ve en la profundidad de la luz eterna: “Cosido con amor en un volumen, / todo lo que despliega el universo´ (Paraíso XXXIII, 86-87)”. Además, dice también Micó: “lo más asombroso de la Comedia es que esté terminada. La ambición de la empresa y las circunstancias de su realización eran contingencias contrarias al benévolo azar que permitió a su autor vivir lo suficiente -que no fue mucho, pues murió a las cincuenta y seis años- para escribir, poco menos que in extremis, el verso de cierre”.

 Shakespeare y Cervantes

      En uno de sus artículos dice T. S. Eliot que un criterio para establecer quienes son los más grandes maestros “es que la valoración de su obra es una tarea que nos toma toda la vida, puesto que a media que ganamos madurez -y ese ha de ser el objetivo de nuestras vidas- iremos comprendiéndolos mejor”. En otro dice lo mismo de otra manera: “Shakespeare es tan enorme, que la duración de una vida no basa para alcanzar la madurez necesaria para apreciarlo en su justo valor”.
      Harold Bloom, un auto -guía para conocer a Shakespeare, aunque su entusiasmo por él a veces parezca desmedido, afirma que su arte literario, “el más alto que conoceremos nunca, es tanto un arte de la omisión como de la riqueza excesiva”, indica que llamarlo “un creador de lenguaje”, como hizo Wittgenstein, es insuficiente, pero llamarlo también un ´creador de personajes´, es incluso un “creador de pensamiento sigue siendo demasiado poco”, pues su “parte más importante es la pasional” (La invención de lo humano). Otro autor-guía para entender a Shakespeare, aunque su afán por ver su pensamiento católico detrás de todas sus afirmaciones también parezca en ocasiones exagerado -y en ese sentido es provechoso-contrastar sus opiniones con las de Bloom-, es Joseph Pearce, quien hace un trabajo minucioso de análisis de varias obras amparado en unas frases de Samuel Taylor Coleridge, quien había dicho que Shakespeare “nunca introduce una palabra o un pensamiento en vano o fuera de lugar: si no lo entendemos, es culpa nuestra o de copias y tipógrafos”.

               El mejor motivo para leer a los grandes clásicos es el deseo de comprender

                                              (ACEPRENSA, julio-agosto 2024, nº 31-32, p. 8-9) relato n. 2 / continúa

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