Por qué leer y releer a los clásicos
por Luis Daniel González / Aceprensa
El “lector que procure encontrar en la vida de Shakespeare el origen de sus obras está condenado al fracaso”, advierte Carlos Gamero en Borges y los clásicos: su talento estuvo en transmutar las “triviales cosas terribles que todo hombre conoce (…) en fábulas, en personajes mucho más vividos que el hombre gris que los soñó”. Se podría decir, como hace Borges, que la infinita variedad de la obra de Shakespeare no nació de la plenitud o la abundancia, sino de la carencia. En cambio, observa Gamero, “Cervantes tuvo una vida llena de incidentes y aventura: fue soldado en Italia, peleó en la batalla de Lepanto, fue capturado por los piratas y pasó cinco años cautivo en Argel, donde encabezó cuatro fallidos intentos de fuga y sobrevivió a todos, todavía no sabemos cómo (…) Y, sin embargo, cuando se decide a escribir, ¿sobre qué escribe? Sobre un viejo hidalgo que nunca salió de la aldea, y que pasó toda la vida en su biblioteca leyendo libros de aventuras: una figura inversa a la de su autor”. Por eso puede decir Andrés Trapiello que a nadie le conviene más que a Cervantes algo que Thomas Mann “aplicaba a la literatura en general (…): La tarea del novelista no es narrar grandes acontecimientos, sino hacer interesantes los pequeños” (Las vidas de Miguel de Cervantes)
Otro pensamiento de interés es de que si Dante había construido una epopeya para terminar con las epopeyas -pues la epopeya exige un tiempo mítico, escenarios grandiosos, un héroe sin fisuras psicológicas, lo que resulta irreconciliable con la introspección que propicia el cristianismo-, Cervantes construye una novela de caballerías. Sin embargo, asombrosamente, anota Borges, “si hoy se recuerdan nombres tales como Palmerín de Inglaterra, Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula y otros, es porque Cervantes se burló de ellos” y gracias a él “de algún modo esos nombres ahora son inmortales”. En fin, conjetura y propone Dostoievski, “no sé lo que enseñan ahora en las clases de literatura, pero el conocimiento del Quijote, el libro más grande y más triste de cuantos ha creado el genio humano, elevaría sin duda el alma de los jóvenes merced a la grandeza de su pensamiento, despertaría en su corazón profundos interrogantes y contribuiría a apartar su espíritu de la adoración de eterno y estúpido ídolo de la mediocridad, la fatuidad autosatisfecha y la insulsa sensatez” (Diario de un escritor).
Leer para comprender
Para terminar, viene bien recordar, con palabras de Roland Barthes en Variaciones sobre la literatura, que para leer a “clásicos” como estos “todos los móviles son buenos, pues no engañan, no abusan y no decepcionan; por lo tanto, incluso podemos recomendar su lectura por vanidad. Luego, hay que leerlos con un propósito muy personal”: el de ir a buscar, “bajo la generalidad de su arte, la flecha que me dispararon a través de los siglos”. Se suele afirmar, dice también Barthes, “que los clásicos son eternos. Lo son, pero (…) no tanto por haber encontrado la verdad, como sobre todo por haberla dicho bien, es decir, incompletamente; pues este es un hábil medio de respetarla. Un clásico no lo dice todo, ni mucho menos (…); dice un poco más de lo evidente, e incluso el suplemento de desconocimiento lo dice como si fuese evidente (…). Pero eso hace pensar, pensar indefinidamente”. Además, los clásicos “enseñan sobre todo que escribir bien es inseparable de pensar bien”.
Podemos añadir que, aunque todos los motivos para leer un “clásico” sean buenos o, más bien, válidos, quizá debemos leerlos y difundirlos para cubrir una necesidad muy propia de nuestro tiempo: la de que dice Nicolás Gómez Dávila, “sólo las letras antiguas curan la sarna moderna”, o, de otro modo, la de que quien “no confronta su vida a través de los grandes textos, la confronta a través de los tópicos de su tiempo (Escolios a un texto implícito). También Kafka dice algo parecido a Gustav Janouch “Se lastra usted demasiado con cosas efímeras. La mayoría de estos libros modernos no son más que trémulos reflejos del hoy que se apagarán enseguida. Debería leer libros más antiguos. A los clásicos (…) Lo antiguo vuelve hacia el exterior su valor más íntimo: perdura. Lo únicamente nuevo es la caducidad misma, que hoy se presente hermosa para mañana parecer ridícula. Es el camino de la literatura” (Conversaciones con Kafka). Con todo, si tuviera que dar un motivo para leer y releer a los grandes clásicos, sin duda el mejor motivo, siempre apostaría por el que da Hannah Arendt cuando explica qué la movía en su trabajo: el deseo de comprender.
El mejor motivo para leer a los grandes clásicos es el deseo de comprender
(ACEPRENSA, julio-agosto 2024, nº 31-32, p. 9-10) relato n. 3, último
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