jueves, 22 de agosto de 2024

 

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA
 SANTA MISA: La palabra suplicante
Romano Guardiani, capítulo 17 

        En sentido estricto, la oración de alabanza se opone a la oración de súplica. Encontramos esta última ante todo en tres momentos: en la llamada oración colecta después del Gloria, en la oración secreta después del ofertorio y en la oración de Postcomunión después de la antífona de comunión.

      También en la plegaria eucarística, justamente en las diferentes peticiones que se hacen antes y después de la consagración y en el epilogo del Padrenuestro. Aquí debemos ocuparnos en particular de la oración que aparece en los tres momentos mencionados en primer término y que es designada con el expresivo término de “Oraciones”.

      Estamos tratando de algo importante, lo prueba la introducción que precede a estas oraciones: El sacerdote besa el altar -lo cual expresa un contacto muy íntimo con el lugar en el que Dios está junto a nosotros-, luego se dirige al pueblo y, separando solemnemente las manos dice: “El Señor esté con vosotros”, a lo que el pueblo responde: “Y con tu espíritu”. Son las mismas palabras de recogimiento y de fortalecimiento que ya encontramos antes del Prefacio. Luego el sacerdote dice: “Oremos”, y continúa la oración. La introducción es aun más solemne en la Oración sobre las ofrendas. En ésta, el sacerdote dice primero: “Orar hermanos”, y luego prosigue: para que este sacrificio mío y vuestros sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”, y se responde: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”. Tras esta preparación, continúa la oración sobre las ofrendas que han sido puestas en el altar.

      En principio, la forma de estas oraciones nos causa una impresión extraña. Nuestras oraciones suelen ser más ricas en palabras, contienen más sentimiento, y el estado personal del orante se expresa en ellas muy directamente. Es verdad que las oraciones de la Misa no son todas tan austeras como las mencionadas, que provienen de épocas muy tempranas, pero su carácter es más o menos el mismo. Estas oraciones de la misa, no provienen del sentimiento personal del individuo, sino de la conciencia de la comunidad, mejor dicho, de la Iglesia. Ellas son oficiales, del deber, de la responsabilidad.

      Esa piedad tiene una profunda relación con nosotros; es una piedad objetiva y constituye para nosotros, que caemos fan fácilmente en el individualismo y en el intimismo exacerbado, una confirmación y un complemento importante.

      ¿Hay un orden que guía? Cualquiera sea su contenido, todas las oraciones concluyen con una frase particular, la llamada cláusula, que está concebida en estos términos: “…por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos”. Aquí aparece claramente el orden por el cual tiene su fundamento en la relación que existe entre la meta, el camino y la fuerza con la cual se recorre este último. La meta del Padre, a él se dirige la oración que busca su rostro, el camino es Cristo y la fuerza es el Espíritu Santo.

      Todo esto es muy importante, porque en ello se expresa el orden de la existencia cristiana. Este orden es tan verdadero y esencial, que realmente no somos consciente de él. Es el orden de la verdad y del amor en el que Dios mismo vive y según el cual ha creado y redimido al mundo. Él nos llama nuevamente a insertarnos en este orden, y según ese orden también debe perfeccionarse nuestra oración.     

           (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La palabra alabanza, capítulo 17 p. 65-69)

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