PREPARACIÓN PARA LA
CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA: La
palabra suplicante
Romano Guardiani, capítulo 17
En
sentido estricto, la oración de alabanza se opone a la oración de súplica.
Encontramos esta última ante todo en tres momentos: en la llamada oración
colecta después del Gloria, en la oración secreta después del ofertorio y en la
oración de Postcomunión después de la antífona de comunión.
También en la plegaria eucarística,
justamente en las diferentes peticiones que se hacen antes y después de la
consagración y en el epilogo del Padrenuestro. Aquí debemos ocuparnos en
particular de la oración que aparece en los tres momentos mencionados en primer
término y que es designada con el expresivo término de “Oraciones”.
Estamos tratando de algo importante, lo
prueba la introducción que precede a estas oraciones: El sacerdote besa el
altar -lo cual expresa un contacto muy íntimo con el lugar en el que Dios está
junto a nosotros-, luego se dirige al pueblo y, separando solemnemente las
manos dice: “El Señor esté con vosotros”, a lo que el pueblo responde: “Y con
tu espíritu”. Son las mismas palabras de recogimiento y de fortalecimiento que
ya encontramos antes del Prefacio. Luego el sacerdote dice: “Oremos”, y
continúa la oración. La introducción es aun más solemne en la Oración sobre las
ofrendas. En ésta, el sacerdote dice primero: “Orar hermanos”, y luego prosigue:
para que este sacrificio mío y vuestros sea agradable a Dios, Padre
todopoderoso”, y se responde: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio
para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa
Iglesia”. Tras esta preparación, continúa la oración sobre las ofrendas que han
sido puestas en el altar.
En principio, la forma de estas oraciones
nos causa una impresión extraña. Nuestras oraciones suelen ser más ricas en
palabras, contienen más sentimiento, y el estado personal del orante se expresa
en ellas muy directamente. Es verdad que las oraciones de la Misa no son todas
tan austeras como las mencionadas, que provienen de épocas muy tempranas, pero
su carácter es más o menos el mismo. Estas oraciones de la misa, no provienen
del sentimiento personal del individuo, sino de la conciencia de la comunidad,
mejor dicho, de la Iglesia. Ellas son oficiales, del deber, de la
responsabilidad.
Esa piedad tiene una profunda relación
con nosotros; es una piedad objetiva y constituye para nosotros, que caemos fan
fácilmente en el individualismo y en el intimismo exacerbado, una confirmación
y un complemento importante.
¿Hay un orden que guía? Cualquiera sea su
contenido, todas las oraciones concluyen con una frase particular, la llamada
cláusula, que está concebida en estos términos: “…por Nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios,
por los siglos de los siglos”. Aquí aparece claramente el orden por el cual
tiene su fundamento en la relación que existe entre la meta, el camino y la
fuerza con la cual se recorre este último. La meta del Padre, a él se dirige la
oración que busca su rostro, el camino es Cristo y la fuerza es el Espíritu
Santo.
Todo esto es muy importante, porque en
ello se expresa el orden de la existencia cristiana. Este orden es tan
verdadero y esencial, que realmente no somos consciente de él. Es el orden de
la verdad y del amor en el que Dios mismo vive y según el cual ha creado y
redimido al mundo. Él nos llama nuevamente a insertarnos en este orden, y según
ese orden también debe perfeccionarse nuestra oración.
(Romano Guardini, Celebración
de la Santa Misa / La palabra alabanza, capítulo 17 p. 65-69)
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