miércoles, 18 de septiembre de 2024

 La confesión sacramental, un camino de libertad y 
de amor a Dios

Quienes, en su juventud se acercaban a la Obra y a su Fundador, notaban ese impulso suave y decidido para enamorarse del Señor. Qué sencillo y atractivo resulta acudir con frecuencia a esas oportunidades, en especial el sacramento de la confesión, en que nos dejamos “alcanzar por Cristo” (Benedicto XVI)
 
La confesión es un tesoro infinito —cada sacramento lo es— para los cristianos de todos los tiempos. Allí nos encontramos con la misericordia sin límites del Señor. Allí volvemos a ser nosotros mismos, y nos ponemos de nuevo en manos de Dios, confiadamente, con una alegría inquebrantable. La confesión sacramental es camino de libertad y de amor al Señor.
 
El sacramento de la confesión y la vida cristiana
Necesitamos la gracia que nos concede el Señor a través de los sacramentos. La novedad en nuestra existencia viene por esa participación en la vida divina.
San Josemaría amaba con locura esas “huellas de Cristo” y animaba, a cada persona que trataba, a que frecuentase con devoción los sacramentos para vivir vida cristiana. Invitaba, inspirándose en la parábola del hijo pródigo, a “volver hacia la casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 64)
 
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que “sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Jesús es el Hijo de Dios, y dice de sí mismo: ‘El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra’ (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: ‘Tus pecados están perdonados’ (Mc 2,5; Lc 7,48)”. Y también expone algo más: al atardecer del día de la Resurrección, los discípulos se habían reunido en casa con las “puertas cerradas por miedo a los judíos” (Jn 20,19). El Señor se presentó en medio de ellos “y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos” (Jn 20, 21).
 
Crecer por dentro: confesión y acompañamiento espiritual frecuente
En una catequesis de niños de primera Comunión, Benedicto XVI explicaba: “Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula. Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Y esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como persona humana (…). Es muy útil para mantener (…) la belleza del alma, y madurar poco a poco en la vida”  (Benedicto XVI, Encuentro con niños Primera Comunión, Plaza san Pedro 15.X.2005)
 
           (Extracto del Documental arriba encabezado, publicado por la Oficina del Opus Del
            de Madrid, 17 de septiembre 1014)

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