Quizás no lo puedes hacer tal como el Sermón de la Montaña lo dice en su divina simplicidad: que abandones todo, vayas, repares tu falta y vuelvas. Pero tal vez no se tenga que decir con tanta ligereza que no se puede hacer. El hombre puede hacer mucho más que lo que se imagina, y sería muy bueno para nuestra existencia cristiana, aburguesada y empobrecida, que más a menudo cada uno, a partir del corazón creyente, sencillamente fuese e hiciese lo que el amor, el arrepentimiento y la generosidad le piden.
Nada nos debe impedir que alejemos lo más posible la exigencia de obrar a partir de una idea súbita, pero también la prudencia puede convertirse en un estorbo, y muchas veces la verdadera necesidad y liberación sólo es posible, si acontece por la fuerza que da la primera impresión (…). Cuando uno se da cuenta de que “el hermano tiene algo contra él”, seguramente puede aplicarse a sí mismo la frase: “No voy a dejar que la injusticia continúe. La repararé, en todo lo que de mí dependa”. Animado por esta voluntad, el hombre derriba el muro que se había levantado entre él y “su hermano”. El vínculo obtiene vía libre y, en lo que a él respecta, configura una comunidad.
La frase de Jesús también puede ser invertida, con lo cual podríamos decir: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda”. Aquí la injusticia ha sido dirigida contra ti, y eres tú mismo quien reclama contra otro. En este caso, ya mismo o en forma por demás inmediata puedes hacer algo, pues lo importante que debe acontecer aquí no depende de una conversión con el otro, sino completamente de tu propio corazón, es decir, de que tú dispongas. Si estás resentido contra “tu hermano”, aun cuando tuvieses un motivo, recuerda que este resentimiento, en tanto se encuentra en ti, suprime la comunidad.
En consecuencia, si perdonas
sinceramente, el vínculo sagrado se recompone. Quizás esto no suceda en la
primera ocasión. A veces, el desengaño y la indignación son tan grandes, que
sinceramente resulta muy difícil que puedan ser perdonados. En este caso, haz
al menos lo que puedas, y ruega a Dios que él vigorice tu esfuerzo. Quien
consuma el auténtico perdón no es el hombre. El mandamiento de “perdonar al
enemigo” también puede ser expresado de la siguiente manera: “escucha el
mensaje de que te es posible perdonar a tu enemigo por cuanto Cristo -que en la
cruz ha perdonado a sus enemigos- obra en ti el perdón”. Si el hombre
simplemente perdona por sí mismo, por sus propias fuerzas, esto es algo
diferente de lo que el Señor afirma. En tal caso, la sensatez es la que evalúa “no
importa, aquí no ha pasado nado”; la indiferencia es la que afirma “que importa”;
la que, por contraste, no es otra cosa que aversión encubierta, es la afabilidad
artificial; la cobardía es la que no se tiene confianza para resolver las
cuestiones, etc. El perdón que Cristo predica es otra cosa.
Significa que el amor de Dios gana espacio y crea ese nuevo orden que debe reinar entre los hijos e hijas de Dios. En consecuencia, si por amor a Dios y a su sagrado misterio te empeñas en efectivizar el mandamiento del amor, creas el ámbito en el que Dios hace crecer la comunidad de los que están unidos en su amor.
(Romano
Guardini, Celebración de la Santa Misa / La comunidad y el perdón de
las ofensas, 18/2 p.70-72)
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