domingo, 16 de marzo de 2025

EL DECÁLOGO: LOS DIEZ MANDAMIENTOS
No tomarás el Nombre de Dios en vano 

Importancia del Nombre. El segundo mandamiento es “No tomarás en Nombre de Dios en vano”. Pide tratar el Nombre de Dios con el debido respeto, no usarlo mal, evitar la blasfemia y no jurar sin necesidad o en falso, poniendo a Dios por testigo de una mentira.

      En comparación con la mayor parte de las culturas antiguas, damos muy poca importancia a los nombres de las personas. Se ponen a los niños y a las niñas sin pensárselo demasiado: casi siempre en relación con los personajes de moda en el deporte, el cine a las series de televisión.

     En otras culturas y desde la más remota antigüedad, los nombres de las personas no eran un adorno convencional y como exterior, sino que querían expresar algo de la misma persona y quizá presagiar su futuro.

      Hablar del nombre es hablar de la persona. Maltratar el nombre es maltratar a la persona. Esto también sucede con el Nombre de Dios. Se comprende que hacia el Nombre de Dios sientan distinto respeto las personas que creen de las que no creen. Para el que cree, se trata del Dios verdadero, y al nombrarlo, de alguna manera se le hace presente, con toda su dignidad y su fuerza. Por eso usa el Nombre de Dios con reverencia y los creyentes lo escriben con mayúscula.

      En castellano, la vieja traducción del segundo mandamiento, conserva su sabor. Se habla de no tomar el Nombre de Dios “en vano”. Vano es lo que resulta demasiado ligero. Se pide no tratar el Nombre de Dios con ligereza, como sin darse cuenta; por broma o juego. Aunque es peor si se toma en serio de mala manera, como cuando se usa en conjuros y otras prácticas mágicas.

  El tetragrama sagrado. Los judíos piadosos interpretaban el mandamiento “no tomarás el Nombre de Dios en vano” de la manera más estricta posible. No usan nunca el nombre que Dios reveló a Moisés. No encontraban escrito por todas partes en la Biblia hebrea, se leía otro equivalente en su lugar; generalmente, “Adonai, que se traduce por “Señor”.

      En hebreo clásico, el nombre se presentaba con cuatro consonantes. En griego “tetra-gramma” (cuatro letras). Por eso, se llama también el “tetragrama” sagrado. Las cuatro letras son: una “y” (“iota” en hebreo), una hache (“he en hebreo), un “v” (“vau” en hebreo) y otra “he” hebrea: YHVH. Así se suele encontrar en la puerta de las sinagogas y también en algunos lugares de culto cristiano.

 El perjurio, poder a Dios por testigo de una mentira. Se llama jurar a poner a Dios por testigo de lo que se dice. Uno promete delante de Dios que es verdad lo que dice. Lo hace para dar mayor solemnidad y mayor garantía. Y se llama perjurio a jurar el falso, es decir, a poner a Dios por testigo de una mentira.

    Son pocos los que creen que al jurar o dar su palabra compromete su conciencia. Pero entre esos están los mejores. Aquellos de los que se puede uno fiarse. Porque es una cuestión de confianza y a dos bandas. El que promete confía en que va a cumplir, porque está dispuesto a poner en juego todo lo necesario. Y el que recibe la promesa confía en la honradez del otro. Esa es la fuerza del juramento y su motivo histórico. Entre personas honradas, jurar puede ser un acto de culto a Dios, que hay que hacer pocas veces cuando las circunstancias reclaman una especial solemnidad y fuerza vinculante. Entre personas que no son honradas o no saben si lo pueden ser, está fuera de sitio.

                       (Juan Luis Lorda, Los diez mandamientos, selección, p. 29-56. Colección Patmos 269))

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