viernes, 16 de julio de 2021

 

              

LOS CREADORES DE EUROPA: Benito, Gregorio, Isidoro y Bonifacio
Los fundamentos de la politeía cristiana

Presentamos una valiosa publicación: Los creadores de Europa, su autor, Luis Suárez Fernández, editado por Ediciones Universidad de Navarra, y hacemos algunos breves 
comentarios, sobre el citado, primera reimpresión, marzo 2006, 286 p. ISBN, 84-313-2262-4
 
“Sobre este mensaje, formulado en tres etapas, aunque constituyen una sólida e íntima unidad, se impone a los historiadores un profundo acto de reflexión, comenzando por descubrir aquellos hombres que fueron capaces de realizar la primera síntesis de la que todo ha venido después. Pues la “europeidad” es resultado de una fusión que el Cristianismo fue capaz de realizar entre tres herencia que afectan a la naturaleza humana: Trascendencia absoluta, de acuerdo con la revelación a Israel, Antropocentrismo helénico, y Jurisprudencia romana que hizo del hombre persona. Europa es patrimonio cultural y no tan solo una estructura política o económica, como a veces nos sentimos tentados a creer. Estudio de cuatro protagonistas: Benito, Gregorio, Isidoro y Bonifacio. (…)


Verdad y libertad. El cristianismo ha aportado los elementos esenciales para conformación de la “europeidad”. A mediados del siglo XV Pío II (Eneas Silvio Piccolomini) restableció el término Europa al comprobar la existencia de otras Cristiandades distintas. Y entonces comenzó el “rapto de Europa” como recomendaba llamarlo Luis Díaz del Corral: las nuevas sociedades y algunas muy antiguas, se adueñaron de la “europeidad”. De ahí que podamos considerar a Estados Unidos, Argentina o Australia y a tantas otras naciones como esencialmente europeas.

Noción correcta de progreso. Los primeros grandes maestros cristianos que se enfrentaron a un mundo arruinado que pretendían reconstruir, sin descalificaciones ni aborrecimientos, afirmaron que una de las tareas esenciales asignadas al hombre, junto al trabajo –ut operaretur- consistía en descubrir el orden de la Naturaleza creada por Dios, reconociendo en ella un acto de amor. Añadieron que si el hombre había descubierto nuevos recursos para actuar en ella, como la herradura, el molino de agua o la polea, debían congratularse y no impedirlo, siempre y cuando se empleasen en el servicio del hombre y de acuerdo con la ley moral.

Un encuentro decisivo. En torno al año 580 de nuestra era coincidieron en Constantinopla dos hombres cuyo trabajo resultaría decisivo en la construcción de “europeidad”. Algunos coetáneos se dieron cuenta de la importancia que revestía dicho encuentro. El monje que pasó a limpio el que llamamos Códice Vigiliano incluyó una viñeta en la que los presenta sentados frente a frente moviéndonos a formular la pregunta: ¿de qué hablaron? Sin duda, por los textos que han llegado a conservarse, del final del Imperio romano y del mundo que empezaba a emerger entre las brumas. (…)

Nuevas dimensiones. Era entonces patriarca de Constantinopla, un personaje importante, Juan el Ayunador. Todos coincidían en la romanidad, que era fuerte nostalgia del pasado y también motivo de angustia porque parecía tocarse su fin: Leandro y Gregorio se expresaban correctamente en latín pero en cuanto al griego tropezaban con serias dificultades. Sin duda, Gregorio se refirió a su gran proyecto para llevar a los anglosajones la luz de la fe, abriendo puertas a un mundo nuevo. (…)

Al fin, Europa. Pues Europa, un nombre que emplea precisamente Beda para designar a las cinco diócesis germanizadas que formaban la Cristiandad latina, es una herencia del Imperio romano después de que las nuevas naciones la asumieran abrazando la fe católica y despojándose del arrianismo. El emperador Teodosio, en las postrimerías del siglo IV, había tenido que reconocer la existencia de dos ecúmenes distintos, latino y griego, con caracteres específicos que se evidenciaban también en la Cristiandad “(…)

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