sábado, 22 de enero de 2022

 

 

                         CELIBATO Y CASTIDAD, 4ª y última parte

“Con nuestra profunda y clara convicción sobre el significado y la belleza de esta virtud; con nuestra decisión firme y actual que nos hará repetir y afirmar que volveríamos a hacer mil veces lo que hicimos porque estamos convencidos de que es lo mejor que podíamos hacer; con nuestros ojos y nuestros corazones puestos en Jesucristo, al cual hemos confiado nuestras vidas, podremos decir con verdad que hemos defendido nuestro derecho al amor. Y aún te diré más, sirviéndome de la feliz expresión de un monje poeta: somos el mundo de los aristócratas del amor.

Y no tengo necesidad de decirte, porque ya te lo he dicho, que la castidad no puede ser una virtud soportada; la castidad debe ser, en nuestras vidas, una virtud afirmada con alegría, amada con pasión y custodiada con delicadeza y vigor.

Si vemos así la pureza como fruto y fuente de amor, la consolidaremos en nuestra vida, la amaremos y la custodiaremos en toda su maravillosa extensión y grandeza: Dios nuestro Señor nos pide la pureza de cuerpo y corazón, de alma y de intención.

La pureza, hermano mío, es una virtud frágil, o mejor, llevamos el gran tesoro de esta virtud en vasos frágiles -in vasis fictilibus-: por esto le hace falta una custodia prudente, inteligente y delicada.

Pero para la custodia y para la defensa de esta virtud tenemos armas invencibles: las armas de nuestra debilidad, de nuestra oración y de nuestra vigilancia.

La humildad es la disposición necesaria para que el Señor nos conceda esta virtud: Deus…humilibus dat gratiam, Dios da la gracia a los humildes. No hay duda de que la unión que existe entre esas dos virtudes, entre la humildad y la castidad es muy íntima. Hasta el punto de que una vez leí complacido que un escritor espiritual daba a la humildad el nombre de castidad del espíritu.

             Pero tampoco olvidemos, hermano mío, que para defender esta virtud y para crecer en ella, es absolutamente necesario que escuchemos y que sigamos con gran delicadeza el consejo de Jesucristo: Vigilate et orate. Vigilad y orar.

Una vigilancia que nos llevará a huir con decisión y prontitud de las ocasiones y de los peligros. Una vigilancia que también se manifestará en el momento de nuestra apertura, sincera y filial, a la dirección espiritual. Una vigilancia que nos enseñará a mortificar los sentidos y la imaginación.

             La oración, la amistad con Jesús en la Santísima Eucaristía, el Sacramento de la Penitencia y la devoción a la Virgen Inmaculada son los medios, eficaces y necesarios, que nos aseguran la virtud de la castidad”.      

           (Salvador Canals, Ascética meditada, en Colección Patmos 110, p. 96-98, Ediciones Rialp)

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