viernes, 28 de enero de 2022

               VIRTUDES VERDADERAS Y VIRTUDES FALSAS, primera parte

      “Cuando las almas dan los primeros pasos por el camino de la vida espiritual, les suele ocurrir como a aquel chiquillo que, habiendo sembrado en un ángulo del jardín de su casa, con las últimas luces de la tarde, una semilla de trigo o un huesecillo de albaricoque corre al mismo lugar al día siguiente, muy temprano, ya con la esperanza de encontrar allí una espiga dorada o de poder gustar los maduros frutos del albaricoquero.
      Y, entonces, cuando el niño se da cuenta de que la fecundidad de la tierra no ha podido satisfacer sus esperanzas, ni la urgencia de su capricho infantil, corre, desilusionado y dolorido junto a su madre, para revelarle con los ojos llenos de lágrimas, la tragedia que en su alma ha provocado la crueldad de esa tierra que le niega el fruto de sus sudores. Y la madre sonríe con ternura.
      Pues igual que el niño busca la espiga o pretende de la tierra el albaricoque, después de una noche de espera que le ha parecido un siglo, son muchos los que pretenden de su alma el fruto de una verdadera y sólida virtud, cuando apenas han echado en su corazón la semilla de los buenos propósitos y tan sólo se han limitado a alimentarlos con deseos de santidad y de fidelidad.
      Estas almas se percatan muy pronto, frente a cualquier dificultad u obstáculo, de que su virtud no es tan fuerte ni tan exuberante como se habían hecho la ilusión de que fuera, y entonces, se llenan de tristeza y de desaliento. Y Dios nuestro Señor, que ama a estas almas como una madre quiere a su chiquillo, sonríe ante el espectáculo de la infantilidad de su vida interior.

      Es absolutamente necesario, amigo mío, que desde los primeros pasos de nuestra vida interior nos habituamos a buscar las verdaderas virtudes y aprendamos a evitar las falsas.
      Es verdad que has empezado y que has empezado bien: es verdad que el nunc coepi
-¡empieza ahora!- ha resonado generosamente en tu vida, pero también es verdad -y a veces lo olvidas- que las virtudes, hábitos operativos buenos, requieren para ser verdaderos tiempo y fatiga, lucha y esfuerzo.
       Los buenos propósitos, los enardecidos deseos, no son suficientes para conferir solidez a tus virtudes y para hacerlas verdaderas. Ni tampoco tales ardores y tales propósitos modifican, por sí solos, tu naturaleza y tu carácter. Para que tus virtudes sean sólidas y para que tu naturaleza y tu carácter se transformen, es necesario que el esfuerzo y la lucha perseveren durante todo aquel tempus laboris et certaminis, durante todo aquel periodo de trabajo y de brega, que es tu vida.
      Los ardores y los vehementes sentimientos de devoción sensible, que van siempre unidos, por providencial bondad divina, a los primeros pasos en el ejercicio de la vida interior, llevan a las almas que están todavía en la infancia de la vida espiritual, a creer que todo se ha realizado ya, que sus defectos y sus tendencias desordenadas han desaparecido, y que, de ahora en adelante, todo les va a ser fácil: la vida virtuosa no va a costarles ningún esfuerzo.
      Pero la Providencia de Dios, al través de las mismas ricas experiencias de su vida, no tardará en abrir los ojos a estas almas, confiriéndoles el verdadero sentido de la vida espiritual y, con él, la madurez de la virtud.
      La vida misma les enseñará -te lo repito- que todos aquellos defectos y aquellas tendencias no estaban muertos, sino adormecidos, y que hará falta un esfuerzo perseverante y una lucha llena de fe, para lograr que mueran de veras.
      Cuando Dios nuestro Señor hace pasar a estas almas que desean seguirle de cerca, desde la devoción sensible a la devoción árida, y desde ésta a la verdadera devoción espiritual, es cuando comprenden ellas los designios de Dios y sus divinas estratagemas para hacerlos adquirir las verdaderas virtudes y una sólida formación”.

            (Salvador Canals, Ascética y mística, p. 99-102, Colección Patmos nº 110)

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