LA CRÍTICA, primera parte
“Las personas, las cosas, los acontecimientos que se ofrecen a nuestra consideración requieren nuestro juicio. La parte más noble de cuanto Nuestro Señor nos ha dado, con profusión y generosidad, asume una actitud determinada frente a nosotros mismos y frente a lo que no rodea.
Tu inteligencia y tu sensibilidad -como
las mías-miden y valoran cualquier persona, cosa o hecho con los que se pongan
en contacto. Esta capacidad de valoración y de juicio aumenta en proporción a
la profundidad de la persona y a la seriedad con que afronta los
acontecimientos y vive su propia vida.
A una mayor riqueza interior, a una más
profunda consideración de las cosas y a un empeño de vida más serio,
necesariamente corresponde una mayor capacidad de valoración y de juicio. Los
necios y los frívolos, los que se pierden en los detalles o viven fuera de la
realidad, los que no hacen nada o hacen demasiadas cosas: todos éstos han
perdido o están perdiendo, para su gran desgracia, el sentido del valor y del
juicio.
Dios
nuestro Señor quiere, amigo mío, que seas un alma de criterio, que sepas
encuadrar personas, situaciones, circunstancias y acontecimientos con espíritu
sobrenatural y sentido práctico de la vida. Es necesario que esta capacidad de
valoración y juicio, llena de espíritu sobrenatural, aumente y se purifique
cada día más. Pues con esta capacidad de juicio cristiano, sereno y objetivo,
nos defendemos de nosotros mismos y de nuestros enemigos -primero de todo, de
los de nuestra alma- y perfeccionamos nuestras acciones y nuestro trabajo para
ayudar a nuestros amigos en su vida y en su actividad.
Pero esta capacidad de valoración y de
juicio, que es tan necesaria para tu vida y sin la cual difícilmente podrás
imprimir a tu conducta seriedad y vigor cristiano, tiene sus límites.
Mantenerla y ejercitarla dentro de estos límites es acercarse a Dios; permitir
que los sobrepase y ejercitarla sin esa mesura cristiana, es alejarse de Dios.
¡Cuántas críticas haces sin mesura
cristiana que te separan de Dios y de los demás! ¡Que te enemistan con todos y
logran que todos te eviten! De sobra conoces los tipos del decapitador
despiadado y del cruel demoledor.
Voy a presentarte toda una galería d
espíritus críticos y a preguntarte: ¿en cuál de estas categorías podríamos
estar incluidos tú y yo? La crítica del fracasado -que por su fracaso, se ha
revelado enemigo de Dios- es universal, porque querría arrastrar a todos a su
propio fracaso; la crítica del irónico es mordaz, ligera, superficial, y está
dispuesta siempre a sacrificar la burla de las cosas más serias y más sagradas;
la crítica del envidioso, nacida entre ansiedades y despechos, es ridícula y
vanidosa; la crítica del idiota es bufa; la crítica del orgulloso y del
avasallador es despiadada y, normalmente, está forjada con los peores
ingredientes; la crítica del ambicioso es desleal, porque tiende a iluminar su persona con menoscabo de
los demás; la crítica del sectario es apriorística, parcial e injusta, es la crítica
de quien se sirve conscientemente y con fría pasión de la mentira; la crítica
del ofendido es amarga y punzante, destila hiel por todas partes; la crítica
del hombre honrado es constructiva; la
crítica del amigo es amable y oportuna; la crítica del cristiano es
santificante.
Para que tu crítica sea siempre la crítica
del hombre honesto, del amigo, del cristiano, es decir, para que sea
constructiva, amable, oportuna y santificante, ha de poner atención en salvar
siempre la persona y sus intenciones. Ha de ser objetiva, jamás subjetiva. Ha
de detenerse siempre, con respeto, ante el santuario de la personalidad y de su
mundo interior. ¿Qué sabes tú de las intenciones, de los motivos y de toda esa
serie de circunstancias subjetivas, que tan sólo conoce perfectamente Dios
nuestro Señor, que lee en los corazones? Te sale aquí al paso, amigo mío,
aquella frase de Cristo: Nolite judicare et non judicabimini.
No juzguéis y no seréis juzgados”. Continúa
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