martes, 15 de marzo de 2022

                                                      LA CRÍTICA, primera parte

     “Las personas, las cosas, los acontecimientos que se ofrecen a nuestra consideración requieren nuestro juicio. La parte más noble de cuanto Nuestro Señor nos ha dado, con profusión y generosidad, asume una actitud determinada frente a nosotros mismos y frente a lo que no rodea.

    Tu inteligencia y tu sensibilidad -como las mías-miden y valoran cualquier persona, cosa o hecho con los que se pongan en contacto. Esta capacidad de valoración y de juicio aumenta en proporción a la profundidad de la persona y a la seriedad con que afronta los acontecimientos y vive su propia vida.
     A una mayor riqueza interior, a una más profunda consideración de las cosas y a un empeño de vida más serio, necesariamente corresponde una mayor capacidad de valoración y de juicio. Los necios y los frívolos, los que se pierden en los detalles o viven fuera de la realidad, los que no hacen nada o hacen demasiadas cosas: todos éstos han perdido o están perdiendo, para su gran desgracia, el sentido del valor y del juicio.
     Dios nuestro Señor quiere, amigo mío, que seas un alma de criterio, que sepas encuadrar personas, situaciones, circunstancias y acontecimientos con espíritu sobrenatural y sentido práctico de la vida. Es necesario que esta capacidad de valoración y juicio, llena de espíritu sobrenatural, aumente y se purifique cada día más. Pues con esta capacidad de juicio cristiano, sereno y objetivo, nos defendemos de nosotros mismos y de nuestros enemigos -primero de todo, de los de nuestra alma- y perfeccionamos nuestras acciones y nuestro trabajo para ayudar a nuestros amigos en su vida y en su actividad.
     Pero esta capacidad de valoración y de juicio, que es tan necesaria para tu vida y sin la cual difícilmente podrás imprimir a tu conducta seriedad y vigor cristiano, tiene sus límites. Mantenerla y ejercitarla dentro de estos límites es acercarse a Dios; permitir que los sobrepase y ejercitarla sin esa mesura cristiana, es alejarse de Dios.
     ¡Cuántas críticas haces sin mesura cristiana que te separan de Dios y de los demás! ¡Que te enemistan con todos y logran que todos te eviten! De sobra conoces los tipos del decapitador despiadado y del cruel demoledor.
     Voy a presentarte toda una galería d espíritus críticos y a preguntarte: ¿en cuál de estas categorías podríamos estar incluidos tú y yo? La crítica del fracasado -que por su fracaso, se ha revelado enemigo de Dios- es universal, porque querría arrastrar a todos a su propio fracaso; la crítica del irónico es mordaz, ligera, superficial, y está dispuesta siempre a sacrificar la burla de las cosas más serias y más sagradas; la crítica del envidioso, nacida entre ansiedades y despechos, es ridícula y vanidosa; la crítica del idiota es bufa; la crítica del orgulloso y del avasallador es despiadada y, normalmente, está forjada con los peores ingredientes; la crítica del ambicioso es desleal, porque  tiende a iluminar su persona con menoscabo de los demás; la crítica del sectario es apriorística, parcial e injusta, es la crítica de quien se sirve conscientemente y con fría pasión de la mentira; la crítica del ofendido es amarga y punzante, destila hiel por todas partes; la crítica del hombre honrado es constructiva; la  crítica del amigo es amable y oportuna; la crítica del cristiano es santificante.
     Para que tu crítica sea siempre la crítica del hombre honesto, del amigo, del cristiano, es decir, para que sea constructiva, amable, oportuna y santificante, ha de poner atención en salvar siempre la persona y sus intenciones. Ha de ser objetiva, jamás subjetiva. Ha de detenerse siempre, con respeto, ante el santuario de la personalidad y de su mundo interior. ¿Qué sabes tú de las intenciones, de los motivos y de toda esa serie de circunstancias subjetivas, que tan sólo conoce perfectamente Dios nuestro Señor, que lee en los corazones? Te sale aquí al paso, amigo mío, aquella frase de Cristo: Nolite judicare et non judicabimini. No juzguéis y no seréis juzgados”. Continúa

                     (Salvador Canals, Ascética meditada, p.114-117, Colección Patmos nº 110)

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