LA CRÍTICA, segunda parte
“Esta crítica, profundamente humana,
porque conoce nuestros límites, es profundamente cristiana, porque respeta lo
que pertenece al Señor, y así concilia y conserva la amistad, incluso la de
quienes nos son contrarios, porque se manifiesta llena de respeto y de
comprensión hacia la personalidad ajena.
El hombre honrado, y con mayor razón el
cristiano, no juzga ni critica lo que no conoce. Expresar un juicio, formular
una crítica, supone un perfecto conocimiento, en todos sus aspectos, de lo que
es objeto de consideración. La seriedad, la rectitud y la justicia caerían por
su base si no se procediese de este modo.
Al llegar a este punto, seguramente que tú
y yo nos acordamos de muchos juicios y de muchas críticas improvisadas,
formulados sin conocimiento de causa: el juicio del hombre superficial, que
habla de lo que no conoce; de la crítica del que se apropia de lo que ha oído
decir por otros, sin tomarse la molestia de verificarlo; de la conducta del
inconsciente, que juzga hasta aquello de lo que ni siquiera ha oído hablar. Y
nos damos cuenta también con cuánta facilidad transformamos en juicio
-disfrazándola de juicio crítico- una simple impresión. La crítica del
ignorante es siempre injusta y funesta.
La crítica, la crítica cristiana, tiene
siempre requisitos de tiempo, de lugar y de modo, sin los cuales se transforma
fácilmente en detractación o en difamación. No estaría mal, a este propósito,
que tú que te consideras un hombre maduro, capaz de juicio y de seguro
criterio, te preguntes si hay en tu vida este mínimo de prudencia cristiana que
te pone a cubierto de las insidias de tu lengua y de tu pluma. Pues hablar sin
pensar y escribir sin reflexionar puede ser peligroso para tu alma, aunque
estés en posesión de la verdad.
Debo añadir aún, amigo mío, que la crítica
se colorea de animus que detrás de ella se esconde, de la disposición
interior de la cual procede. Hay un animus bueno y un animus malo;
lo cual debemos tener presente, puesto que constituye un criterio seguro para
juzgar moralmente del uso que hagamos de nuestra capacidad de valoración y de
crítica.
El fracasado, el envidioso, el irónico, el
orgulloso y avasallador, el fanático, el amargado y el ambicioso, tienen un animus
malo, no recto, que se manifiesta inmediatamente en su crítica.
En cambio, el hombre honesto, el amigo, el
cristiano llevan dentro de sí un animus bueno, que trasluce igualmente
de sus juicios. Este animus bueno es la caridad, el deseo del bien de los
demás, que asegura a su crítica todas aquellas cualidades de que la buena
crítica ha de estar adornada. Pues para que la crítica sea justa y
constructiva, eficaz y santificante, hace falta amar a los demás, amar al
prójimo. En tal caso el ejercicio de la crítica es siempre un acto de
virtud en el que hace uso de ella y un auxilio para el que la recibe: Frater
qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma, hermano defendido por su
hermano, es como ciudad amurallada”. Continúa
(Salvador Canals, Ascética meditada, p.
117-119, Colección Patmos nº 110)
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