1, LOS “LIBROS HISTÓRICOS” EN EL
CONJUNTO DEL
ANTIGUO TESTAMENTO
“El título de este segundo volumen de la
Sagrada Biblia, “Libros históricos del Antiguo Testamento”, requiere una breve
aclaración pues no todas las Biblias contienen los mismos libros del Antiguo
Testamento, ni tampoco éstos aparecen siempre en el mismo orden. Las
diferencias obedecen a razones de carácter histórico y de algún modo afectan a
la interpretación de los libros.
Muchos judíos del tiempo de Jesucristo
reconocían la autoridad de la Ley y de los Profetas, y admitían que había
también otros libros sagrados que no estaban incluidos en ninguno de esos
grupos, por lo que les denominaban simplemente “escritos”. Sin embargo, aún no
se había llegado a un consenso sobre el carácter sagrado de algunos libros
concretos. De hecho, circulaban muchas obras que finalmente no fueron incluidas
en las listas de libros sagrados judíos ni cristianos.
Los códices transmitidos en el judaísmo
rabínico posterior a Jesucristo presentan los libros de la Biblia agrupados en
tres secciones: “Ley”, “Profetas” y “Escritos”. En cambio, los códices en
lengua griega que contienen las escrituras de ambos Testamentos suelen agrupar
los libros del Antiguo de un modo distinto.
La tradición cristiana, que hizo suya la
clasificación griega, considera “libros históricos” tanto los que forman el
Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio) como los de Josué,
Jueces, Rut, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías,
Tobías, Judit, Ester y 1 y 2 Macabeos que suelen colocarse al final de todo el
Antiguo Testamento. Los “libros poéticos y sapienciales que en el canon
cristiano vienen a continuación, incluyen los de Job, Salmos, Proverbios,
Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico. Por último, los
“libros proféticos” comprenden Isaías, Jeremías (con Lamentaciones y Baruc),
Ezequiel y Daniel, y los doce profetas menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías,
Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
Esta clasificación refleja una concepción
teológica de la Sagrada Escritura distinta de la que subyace en la Biblia
transmitida en hebreo, que es heredera del rabinismo y que está centrada en
torno a la Ley. Para la Iglesia los libros históricos del A. T. constituyen una
narración ordenada cronológicamente (aunque con repeticiones y digresiones),
que comienza en los orígenes del mundo y del hombre, sigue con los Patriarcas,
la estancia de Israel en Egipto y el éxodo, la peregrinación por el desierto,
el establecimiento en la tierra prometida, la monarquía, el destierro y la
restauración en la época persa, hasta la revuelta macabea frente a la
helenización de Palestina. Una historia que se interrumpe a las puertas de
nuestra era. A continuación se sitúan los libros poéticos y didácticos, cuyo
contenido pone al lector ante Dios -en la oración- y ante el mundo -mediante la
sabiduría-, y le permite atisbar nuevas perspectivas sobre el ser y el actuar
de Dios.
Esta clasificación de los libros del A.T.
permite entender mejor la manifestación gradual de Dios a los hombres: la
Revelación divina ha culminado en Cristo y sólo a la luz del acontecimiento
pascual (la muerte y resurrección de Jesús) se encuentra el sentido definitivo
de la Sagrada Escritura. Con Él la historia llega a su plenitud. De Él hablan
la Ley y los Profetas. Él ha venido a traer la salvación a todos los hombres,
judíos y gentiles. La Ley o Pentateuco no es, pues, para la fe cristiana la
plasmación definitiva de la voluntad de Dios, como se presupone en la Biblia
hebrea, sino el comienzo de la historia de la salvación que se completará en
Jesucristo” (selección, continúa)
(Facultad
de Teología Universidad de Navarra, Sagrada Biblia, Comentario,
p.199-201)
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