AFABILIDAD
“La afabilidad no es una virtud de segundo rango, ser amable puede cambiar a una persona, transformar el ambiente de un lugar de trabajo, de una familia.
Quizá -si hiciéramos un lista ordenada- no la pondríamos al nivel de la fortaleza, por ejemplo. Pero, ¿qué sería de nosotros si los que nos rodean fueran adustos y secos, si se mostraran indiferentes, ajenos, hoscos y lejanos, o antipáticos?
No pocas veces hemos oído algo parecido a estas palabras: desde que ha llegado Juan, todo ha cambiado en la oficina, en el taller… Pero el contrario, cualquier obra buena que no va acompañada de amabilidad pierde gran parte de su valor, de su ser, no solo porque queda deslucida a los ojos d ellos otros, sino también porque disminuye su eficacia y no alcanzará todo el bien que pretendía.
Ser amable significa también ser accesible, acogedor, agradable, amigable, atento, benigno, cordial, servicial. Ser afable es ser asequible a la comunicación, tender puentes hacia los demás.
Se es amable desde el fondo de uno mismo, donde se toma la decisión de acogida al otro y de mostrar que estamos de su parte. Es manifestar algo más de afecto con las palabras, con un tono cordial, con sencillez y, a veces, con una sonrisa.
Alambradas con espinos. Somos sociables, estamos hechos para la comunicación, para el encuentro con los demás, y necesitamos el afecto, la buena acogida, la benevolencia de los otros dispuesta a hacerse cargo de nuestra fragilidad: “yo, como todos, necesito ser reconocido”
La amabilidad del Señor. Amable es la misericordia del Señor en el tiempo de la tribulación, suave como la nube de lluvia (SE, Si, 35,26). Si miramos a Jesús a lo largo de su vida y observamos su actitud ante quienes se le acercan, descubrimos su afabilidad colmada de respeto: a cada uno atiende como a un hijo del Padre celestial, hecho a su imagen y rescatado del pecado por Él mismo. Le buscan hombres y mujeres, sanos, enfermos, niños, mayores, fariseos -algunos con mala intención-, pescadores y pastores, ricos y mendigos: a todos trató bien.
Jesús sabía mirar en el fondo de los corazones: descubría en ellos su capacidad de amor y de bien, su parte buena. A ninguno rechazó
Esta afabilidad de Jesús aparece también ante dos discípulos que le sorprenden con la pregunta: Maestro, ¿dónde vives? Él les dijo, venid y lo veréis. Fueron y vieron dónde moraba (San Juan I, 38-39). Acoge, escucha, responde con una completa sencillez”. Continúa
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(Francisco Fernández-Carvajal, Pasó haciendo el bien, p. 45-48, Ediciones Palabra)
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