jueves, 23 de junio de 2022

 DIALOGAR: UNA VIRTUD PARA CONVIVIR
                 No se puede decir que sí, si no se aprende a decir que no (Alexand Zorin)
 
            “El hombre tiene, como don de Dios, la palabra. Un lenguaje para vivir en relación con los demás hombres y con todos los seres, con el universo: él pone nombre a todo lo que conoce.
            Otros factores expresivos -la actitud, los gestos, el énfasis, el tono, la mirada, la risa, la seriedad, la sonrisa…- que constituyen el lenguaje no verbal, modifican, acrecientan, desdibujan, transforman el valor y significado de las palabras dichas: los humanos contamos con múltiples recursos de comunicación. La palabra es un gran don para relacionarnos fácilmente con los demás hombres. Hacer el bien con la palabra requiere el ejercicio de las mejores facultades que tenemos y de no pocas virtudes que debemos adquirir y ejercer.
 
Saber escuchar. Aprender de Dios. Escucharle. Dios habla, nos llama, reclama nuestra atención, insiste: Yo soy el Señor Dios tuyo, escucha mi voz. Escucha, pueblo mío. Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino (Salmo, n. 80). Es casi una súplica que nace de un amor infinito que desea solo nuestra felicidad.
            Hay situaciones de confusión en las que preguntamos al Señor: ¿qué podemos hacer?, ¿qué es lo que importa de verdad entre todo lo que me pasa? El Señor responde de muchas maneras a través de circunstancias, de las oportunidades que se presentan, de las personas que nos quieren.
 
La buena y la mala escucha: Oír no es lo mismo que escuchar. La buena escucha requiere sintonizar, hacerse cargo del estado del otro, no solo de lo que dice, sino también de qué le pasa y por qué dice estas cosas y calla otras, cuál es su intención, qué siente, qué necesita, comprender la entonación, la energía o el desaliento con que habla. Escuchar bien reclama nuestro ser entero, olvidarse de lo demás y ser todo para el otro que habla. Solo de esta forma será posible responder bien y, sobre todo, llegar a un encuentro verdadero entre persona y persona. Un padre cuando escucha a su hijo de trece años es todo para él; no es un tercio para niño, y dos tercios para oír las noticias.
            No podemos concebir a Jesús distraído y pensando en otras cosas cuando uno de los discípulos, o alguien que se le acerca, le dice o pregunta algo. Jesús entra de lleno en el tema que le presentan y atiende a la persona: así ocurre con Nicodemo, con la samaritana, con el joven rico, con Bartimeo, el ciego de nacimiento, y con todos. Cada uno podría contar después que el Señor le atendió con un interés especial, único. Toda la atención de Jesús estaba por entero con quien le hablaba.
            Escuchar requiere no interrumpir el discurso del que habla. A veces, conviene preguntar para aclarar un detalle; otras veces, decir algo para manifestar que se comprende o que se está de acuerdo. Este silencio atento favorece la escucha. Algunas veces habrá que decir con toda sencillez que no tenemos respuesta para el problema consultado, que necesitamos un tiempo para reflexionar; conviene ser honrados y no improvisar el consejo.
            También es necesario saber escuchar en las conversaciones entre un grupo de personas: no quitarse la palabra, interrumpir; no cambiar de tema sin más ni más, no dejar terminar al que habla. Hay personas que, si no opinan, sienten que no existen. Otras personas se escuchan a sí mismas: la vanidad les lleva a recrearse con las propias palabras. Causan un efecto cómico.
            En tertulias entre amigos, amigas, matrimonios, ocurren también muchos disparates. Desde el que cuenta chistes hasta la extenuación de sus oyentes, hasta el que se toma en serio las más mínimas afirmaciones, las tergiversa y las discute” continúa
 
             (Francisco Fernández-Carvajal, Pasó haciendo el bien, p. 155-158, primera parte, Ediciones Palabra)

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