miércoles, 1 de junio de 2022

 EL PAN DE VIDA

Adóro te devóte, latens Déitas, Quae sub his figuris látitas:
Tibi se cor meun totum súbiicit, Quia te contémplans totum déficit.
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

     “Tú sabes de sobra, amigo mío, que Eucaristía quiere decir acción de gracias. Y éste es precisamente el primer impulso espontáneo del alma que se detiene a considerar, a meditar este misterio de fe que es el Sacramento del Amor. Las palabras que brotan del corazón ante la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, son palabra de gratitud: Gracias, Señor, por haber querido quedarte en el tabernáculo. Gracias, Señor por haber pensado en mí y en todos los hombres -aun aquellos que habrían de entregarte y que te traicionan- en la hora de la persecución y del abandono, en la vigilia de la Pasión. Gracias, Señor, porque has querido ser médico para mis achaques, fuerza para mis debilidades y blanco pan para mi alma hambrienta, pan que da la vida.
     Tú y yo sabemos por experiencia cuánto bien pueden hacer a una persona una buena amistad: le ayuda a comportarse mejor, le acerca a Dios, le mantiene lejos del mal. Y si una buena amistad nos liga, no ya a una persona buena, sino a un santo, los buenos efectos de ese género de vida se multiplican: el trato mutuo y el intercambio de elevados sentimientos con un santo dejarán en nuestro propio fondo algo de su santidad: cum sanctis, ¡sanctus eris!, si tratas con los santos, serás santo.
     ¡Pues piensa ahora, amigo mío, lo que podrá ser la amistad y la confianza con Jesucristo en la Eucaristía, y qué huella dejará en nuestra alma! Tendrás a Jesús como Amigo, Jesús será tu Amigo. ¡Él -perfecto Dios y Hombre perfecto-, que nació, que trabajó y que lloró, que se ha quedado en la Eucaristía, ¡que padeció y murió por nosotros! Y… ¡qué amistad, que intimidad! Nos nutre con su cuerpo, nos quita la sed con su sangre: Caro mea vere est cibus, sanguis meus vere est potus. Mi carme es verdadero alimento, mi sangre es verdadera bebida. Jesucristo se ofrece a nosotros en el misterio de la Eucaristía, completamente, totalmente, en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Y el alma, en aquel momento de donación y de abandono, siente que le puede repetir las palabras de la parábola evangélica: Omnis me tua sunt, todo lo que es mío es tuyo.
      El camino de la Comunión -y de la Comunión frecuente- es verdaderamente el camino más fácil y breve para llegar a la transformación en Cristo, al vivit vero in me Christus, verdaderamente Cristo vive en mí de san Pablo. Tu alma tiene necesidad de Jesús, porque sin Él no puedes -no podemos- hacer nada. Sine Me nihil potestis facere, sin Mí no podéis hacer nada. El desea venir todos los días a tu alma: te lo dijo y te lo dice con la parábola del gran banquete -nocavit multos, llamó a muchos- y te lo repitió y te lo repite en el momento solemne de instituir la Eucaristía: Desiderio desideravi hace pascha manducare vobiscum, he deseado con toda el alma comer esta Pascua con vosotros.
     Tu alma y la mía tienen necesidad del Pan de la Eucaristía, porque tienen necesidad de nutrirse, como el cuerpo, para perseverar con fidelidad y buen espíritu en el trabajo cotidiano, en su esfuerzo para santificarse y para adelantar, cada día más, en el conocimiento de Dios y en la práctica generosa de las virtudes”.Continúa

                       (Salvador Canals, Ascética meditada, p.146-148, Colección Patmos n. 110, Ediciones Rialp)

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