ESCRITOS
DE CATEQUESIS
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR (Artículo 2)
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR (Artículo 2)
"No basta a los cristianos con creer en un solo Dios, creador del cielo y de la tierra y de
todas las cosas, sino que además es necesario que crean que Dios es Padre, y que Cristo es
Hijo verdadero de Dios.
Esto, como dice San Pedro, no es una fábula,
sino algo cierto y aseverado por la palabra de Dios en el monte. “Porque no os
hemos hecho conocer al poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo
siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber contemplado con nuestros
propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando
descendió a Él de la magnífica gloria una vez de esta manea: Éste es mi Hijo
el amado, en quien yo me he complacido; escucharle. Y nosotros oímos esta
voz venida del cielo, estando con Él en el monte santo” (2 Carta de san
Pedro 1, 16-18).
Jesucristo también en muchas ocasiones
llama Padre suyo a Dios y a Sí mismo Hijo de Dios. Y los Apóstoles y los santos
padres incluyeron entre los artículos de la fe que Cristo es Hijo de Dios al
decir: “Y en Jesucristo”, su Hijo, a saber, de Dios, se sobreentiende “creo”.
Sin embargo, hubo algunos herejes que interpretaron todo esto torcidamente.
Fotino (discípulo
de Marcelo de Ancira, revocó en el s. IV los errores adopcionistas que Pablo de
Samosata había divulgado en Antioquía en el s. III), dice que Cristo es Hijo de
Dios no de otra manera que los hombres buenos, los cuales, viviendo
honestamente, merecen ser llamados hijos de Dios adoptivos por hacer la
voluntad de Dios; asimismo Cristo que vivió bien y cumplió la voluntad de Dios,
mereció ser llamado hijo de Dios. Opinaba que Cristo no había existido antes
que la Santísima Virgen, sino que comenzó a existir cuando Ella lo concibió.
De este modo erró en dos puntos.
Primero, en no considerarlo Hijo verdadero de Dios por naturaleza; segundo,
en asegurar que, en cuanto a la totalidad de su ser, Cristo había comenzado a
existir en el tiempo. Nuestra fe, en cambio, sostiene que es Hijo de Dios por
naturaleza, y que existe desde toda la eternidad. Sobre la cual tenemos contra
él argumentos explícitos en la Sagrada Escritura. Efectivamente, en ella contra
el primer punto se lee que es no sólo Hijo, sino además unigénito; “Él
Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo lo ha contado” (Jn 1,18); contra el segundo punto:
“Antes que Abraham existiese, yo soy” (Jn 8,38). Ahora bien, es claro que Abraham
existió antes que la Santísima Virgen. Por eso, los santos padres agregaron en
otro Símbolo, contra lo primero, “Hijo unigénito de Dios”, y contra
el segundo lo siguiente: “Nacido del Padre antes de todos los siglos” (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano, del año 381).
Arrio
(sacerdote
alejandrino, Libia, año 256-336), sostuvo
que Cristo existía antes que la Santísima Virgen, y que una es la Persona del
Padre y otra la del Hijo. Sin embargo, sentó acerca de Éste tres
afirmaciones: primera, que el Hijo de Dios es criatura; segunda, que
no existe desde toda la eternidad, sino que fue creado en el tiempo por Dios
como la más noble de las criaturas todas; tercera, que Dios Hijo no es
de una misma naturaleza que Dios Padre, y, por tanto, que no es verdadero Dios.
También esto es erróneo, y contrario al
testimonio de la Sagrada Escritura. En ella se dice: “Yo y el Padre somos
uno” (Jn
10,30).
Así pues, está claro que hemos de creer
que Cristo es Unigénito de Dios y verdadero Hijo de Dios, que existió siempre
juntamente con el Padre, que una es la Persona del Hijo y otra la del Padre, y
que es de una misma naturaleza. Todo esto lo conoceremos aquí por la fe, y sólo
en la vida eterna lo conoceremos por visión
perfecta.
(“Nada hay en Dios que no sea
(esencia) de Dios” es un principio sostenido por la Teología católica en las
disputas trinitarias del siglo XII contra los círculos porretanos. En Dios hay
tres relaciones realmente distintas entre sí: pero las relaciones se
identifican con la esencia divina)
(Escritos de
Catequesis, Artículo 2, Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,
p.46-53,
Colección Patmos n.155, Ediciones Rialp)
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